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histonotas: 2012

viernes, 14 de diciembre de 2012

LA JUSTICIA RIDICULA



La majestuosa dama Justicia, además de ciega, por momentos se permite verdaderas sandeces. Voy a citar sólo dos casos, no inventados sino verídicos y debidamente documentados, en que el delirium tremens parece invadir los solemnes estrados.

El primero está relacionado con las plagas medievales. Ya sea por la inexistencia de plaguicidas, por la mugre ambiente o el hacinamiento, lo cierto es que frecuentemente caían sobre la sufrida Europa bíblicas invasiones de indeseables sabandijas. Langostas, orugas, escarabajos, serpientes, ranas, ratas, ratones, topos... estas pequeñas pestes se combinaban para devastar regiones enteras. Se arruinaban las cosechas, y a menudo se padecía hambre. La ciencia medieval nada podía hacer. La gente se volvía hacia el cielo y la religión. Tan súbitos y despiadados ataques sólo podían explicarse mediante la acción de una fuerza demoníaca. No era que las langostas devoraran las cosechas, ni que los ratones royeran las raíces... el demonio o sus ayudantes se habían posesionado de los dañinos animales. La conocida leyenda del flautista de Hamelin responde a un problema real.
Flautista aparte, la religión se abocaba a lo suyo. Se practicaban los solemnes exorcismos para expulsar al maligno, se intimaba a loa animales, pero nada; los bichos seguían arrasando cosechas, poseídos por tercos demonios o simplemente hambrientos.

Entraba a actuar el poder civil. Los juicios a animales dañinos no eran excepcionales. F. Nork, en su obra Sitten und Gebräuche der Deutschen (Costumbres y tradiciones de Alemania - Stuttgart, 1849) reproduce las actas de un proceso de este tipo, efectuado en la comuna de Glurns, Suiza.

“El día de Santa Ursula, Anno Domini 1519, Simon Fliss, residente de Stilfs, compareció ante Wilhelín von Hasslingen, juez y alcalde de la comuna de Glurns, y declaró en nombre del pueblo de  Stilfs que deseaba iniciar proceso contra los ratones del campo, con arreglo a lo prescripto por ley. Y como la ley instituye que los ratones deben ser defendidos, pidió a las autoridades que nombraran a dicho defensor, para que los ratones no tuvieran motivo de queja. En respuesta al pedido, Wilhelm von  Hasslingen nombró a Hans Grienebner, residente de Glurns, para dicho cargo, y lo confirmó en el mismo. Después de lo cual Simón Fliss nombró al acusador en representación de la comuna de Stilfs, que fue Minig von Tartsch.”

El juez fue Conrad Spergser, capitán de mercenarios en el ejército del Condestable. Y hubo diez jurados.
“Minig von Tartsch, en representación de todo el pueblo de la comuna de Stilfs, declaró que había citado ese día a Hans Grienebner, abogado defensor de las bestias irracionales conocidas por el nombre de ratones de campo, después de lo cual el arriba mencionado Hans Grienebner compareció y se dio a conocer en su función de abogado defensor de los ratones”.
 “Minig Waltsch, residente de Sulden, fue llamado en calidad de testigo, y declaró que durante los últimos dieciocho años acostumbraba cruzar los campos de Stilfs, y que había visto los daños considerables producidos por los ratones de campo, y que apenas habían dejado un poco de heno para uso de los campesinos.
“Niklas Stocker, residente de Stilfs, atestiguó que ayudaba en el trabajo de los campos comunales, y que siempre había visto que esos animales, cuyo nombre no conocía, causaban grandes daños a los agricultores, y eso era especialmente visible en otoño.
“Vilas von Raining reside ahora en las proximidades de Stilfs, pero durante diez años ha sido miembro de la comuna. Testifica que puede apoyar la declaración de Niklas Stocker, y aun la refuerza afirmando que muy a menudo ha visto con sus propios ojos a los mencionados ratones.
“Después de lo cual, todos los testigos confirmaron bajo juramento sus respectivos testimonios.”

 “ACUSACIÓN: Minig von Tartsch acusa a los ratones de campo del daño que han causado y afirma que si esta situación continúa y no se procede a la eliminación de los dañinos animales, sus clientes no podrán pagar los impuestos, y se verán obligados a irse a otro sitio.

“ALEGATO DE LA DEFENSA: Hans Grienebner, en su condición de abogado de la defensa, declara en respuesta a esta acusación: Ha comprendido la acusación, pero es bien sabido que sus clientes también son útiles desde cierto punto de vista (destruyen las larvas de algunos insectos) y por consiguiente espera que el tribunal no les retirará su protección. Sin embargo, si ése fuera el caso, ruega a la corte que comprometa a la acusación a suministrar a los acusados alguna residencia donde puedan vivir en paz y también para que, mientras se mudan, los protejan de perros y de gatos; y finalmente, si alguna de sus clientes estuviera embarazada, que se le conceda un plazo suficiente para que den a luz y puedan llevarse sus crías.

“SENTENCIA: Después de haber escuchado a la acusación, a la defensa y a los testigos, el tribunal decretó que las bestias dañinas conocidas bajo el nombre de ratones de campo serán conjuradas a marcharse de los campos y prados de la comuna de Stilfs en el plazo de catorce días, y que se les prohíbe eternamente todo intento de retorno; pero que si alguno de los animales estuviera embarazado o impedido de viajar debido a su extremada juventud, se le concederán otros catorce días, bajo la protección del tribunal... pero los que están en condiciones de viajar, deben partir dentro de los primeros catorce días.”
Por otra parte, el tribunal rechazó firmemente la sugestión de la defensa: no proveyó otro territorio para el establecimiento de los ratones; debían marcharse, adonde quisieran o pudieran hacerlo.
Ignoramos si los ratones de campo se enteraron de la sentencia.


Segundo ejemplo, un enfoque romántico del derecho.
De jure canum (El derecho canino)- tal el título que Heinrich Klüver, abogado de Wittenberg, dio en 1734 a su “disertación popular” sobre la situación jurídica de los perros.
El primer capítulo está consagrado a una apología de los perros, con relatos instructivos relativos a la lealtad y a la inteligencia de estos animales. Dos de las anécdotas dan una idea del grado de preocupación de Herr Klüver por los hechos y por la verdad:
“La gallina de una pobre viuda puso cierto número de huevos, pero no tuvo tiempo de empollarlos, porque infortunadamente murió. La pobre mujer se sentía muy inquieta, pues se ganaba la vida criando pollos. Pero su perrito pareció comprender el aprieto en que se hallaba la mujer, pues se acostó sobre los huevos y los empolló.

“La bruja de cierta aldea preparó una comida especial, a base de carne de pollo, con la cual esperaba convertir a sus gallinas en maravillosas ponedoras.
Pero el perro le robó la comida... ¿y cuál fue el resultado? Comenzó a poner huevos, y así continuó mientras duró el efecto de la comida mágica.”
Los problemas concretos suscitados por la situación jurídica de los perros aparecen en el tercer capítulo. Nos encontramos con perros guardianes, perros de caza y perros rabiosos como personajes de diversos problemas jurídicos. Luego, aparece el hombre de la perrera. Su función no es tan simple como podría creerse. De acuerdo con las antiguas reglas de las corporaciones, el hombre que había cumplido funciones de perrero” no podía ingresar en una corporación... porque se consideraba que su profesión era “deshonrosa”. Ahora bien, puede ocurrir que un honesto artesano mate un perro. El problema legal es el siguiente: ¿habrá de considerárselo “perrero temporario o profesional”?
Los perros del doctor Klüver incursionaban también en la ley de sucesión. Así, descubrimos que un perro no puede ser considerado propiedad hereditaria, de modo que constituye patrimonio legítimo del viudo o de la viuda. Por otra parte, él o ella tienen derecho a retener el collar si éste es de cuero; pero si es de plata deberá entregarlo a los herederos directos.

El mismo autor incursiona en otro espinoso problema jurídico en su tratado Kurtzes
bedencken über Juristische Frage: Ob eine schwangereFrau, wenn sie wahrend der Reise auf dem Wagen eines Kindes genesen, für selbiges Fuhr-Lohn zu geben gehalten sey (Jena, 1709). (Breve examen del problema jurídico: si una mujer embarazada, que da a luz un niño mientras viaja en una diligencia, está obligada o no a pagar el billete del recién nacido.) Por motivos de espacio, ahorro a mis lectores la exposición de este apasionante problema.

Y ahora, en forma arbitraria y unilateral, me otorgo asueto para fin de año. Por lo tanto, nos encontraremos nuevamente recién el 15 de enero. Felices fiestas para todos.


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viernes, 30 de noviembre de 2012

MARIA ESTUARDO – REINA SIN CABEZA (II)



En escena tenemos a una reina de Escocia de 23 años recién casada con Robert Darnley, apuesto joven de 19 años tonto, presumido e inmaduro.

En breve este necio se cree un estadista y exige el derecho de soberanía que le permita gobernar a la par de la reina. Lo hace a los tres meses de la boda, y la reina monta en cólera. Se da cuenta de que se ha casado con un egoísta que sólo piensa en el poder. Obra en consecuencia y le aparta de cuanto signifique Estado. La venda se le ha caído de los ojos y la luna de miel se ha terminado.











El hecho de que Darnley sea católico provoca indignación y aprensión entre sus súbditos protestantes (los más importantes) Consecuencia inmediata es que se apartan los consejeros de confianza y se incrementa la influencia del secretario David Rizzio, odiado por católico, por italiano, por sospechas de ser agente del Papa y por exhibir excesiva confianza con María, lo que da origen a murmuraciones.
Y con toda maldad, la reina Isabel de Inglaterra comienza a financiar el descontento de la nobleza protestante con importantes sumas.

En los dos meses de luna de miel, María queda embarazada. Por esas cosas de la línea dinástica, el futuro bebé está bien colocado para candidato al trono de Inglaterra, además del de Escocia, si Isabel no se casa ni tiene descendencia. Por qué Isabel no lo hizo es una de las incógnitas de la historia, pero lo cierto es que así les regaló el trono a los Estuardo. Pero me estoy adelantando.

Mientras tanto Darnley, ya despreciado y dejado de lado por María (quien sin embargo mantiene públicamente  las apariencias de cariño, vaya a saber por qué) comienza a hacer de las suyas,
Los lores protestantes le calientan la cabeza y alimentan su furia contra el secretario y privado Rizzio. Le ofrecen su apoyo, si acepta hacerse protestante, para aprisionar o eliminar a María y ejercer plenamente como rey de Escocia. El cabeza hueca de Darnley acepta, pero con la condición de que previamente asesinen a Rizzio.
El proyecto se ejecuta. Rizzio es arrancado del lado de María, llevado a una habitación contigua y prolijamente cosido a puñaladas. María, muerta de miedo, se imagina de dónde viene la cosa pero disimula.

lord James, conde de Bothwell
Prácticamente arrinconada por los lores protestantes, la reina busca apoyos. Encuentra un aliado importante, lord Bothwell, que destaca por su bravura y obstinación. María lo mira como al héroe valiente que la salvará de todos los peligros que la acechan, y no puede evitar sentirse entusiasmada con ese hombre fuerte y aventurero. Con su ayuda y la de los aliados que le aporta escapa del cerco, finge perdonar a todo el mundo y, mientras tanto, nace su hijo.

No se olvida María de enviar un emisario para que dé la buena nueva a su prima Isabel, que recibe la noticia en medio de un baile de la corte, y es tal su berrinche que manda suspender la fiesta.  La envidia la mata pero, siempre simuladora, se ofrece a ser la madrina del recién nacido, a quien envía como regalo una pila bautismal de oro macizo.


lord Darnley
Bothwell y los lores aliados quieren matar al rey, cada día más intolerable, quien se encuentra en Glasgow. Incitan a María para ir a visitar a su marido, poniendo como excusa su reciente enfermedad (el muchacho se había pescado una sífilis, en sus ratos de ocio). Mientras tanto, los lores siguen adelante con su plan. El día en que todo ocurre, la reina asiste en el palacio a la boda de uno de sus sirvientes preferidos, y por la tarde acude a ver a su esposo. Se marcha la reina al anochecer, y en la madrugada se oye una explosión en la casa que habita Darnley, aunque él ya habías sido estrangulado con anterioridad. María queda anonadada con la noticia, pero en lugar de estallar en un histérico llanto, que era lo que todos esperaban, se hunde en la apatía, y mucha gente de su entorno lo malinterpreta.
Las malas lenguas se desatan y se acusa a María de estar en connivencia con Bothwell para deshacerse de su marido. Ella sigue en su letargo y no se defiende. El padre del asesinado clama justicia y María, por fin, accede a que se presente en el Parlamento la acusación contra Bothwell, aunque nada se puede probar y es encontrado inocente (la justicia siempre fue inútil en estos casos, lamentablemente. Entonces y ahora).

Los lores aliados proponen que la reina se case de nuevo, y el propio Bothwell se apunta como el candidato ideal, a pesar de estar ya casado.

lord Bothwell
Bothwell soluciona el problema a la manera escocesa, es decir raptando a la reina, aunque se la acusará posteriormente de no ofrecer la suficiente resistencia. Para que no haya oposición a la boda, toma a la reina por la fuerza (la viola). Cuando María llega a Edimburgo, va lo más contenta, a caballo, y es Bothwell quien lleva las riendas. Todo esto hace que cada vez más el pueblo vea a la reina como cómplice en el asesinato de su segundo esposo. Tiene que consentir, a su pesar, que el matrimonio con Bothwell se celebre de madrugada y por el rito protestante, sólo catorce días después del asesinato de Darnley.

Enseguida tiene lugar la contienda entre los que se declaran defensores del príncipe heredero y los que apoyan a Bothwell. La reina es un mero peón entre las dos partes. Como si esto fuera poco, se añade un embarazo, presuntamente de su reciente marido. Al final María ve que no le queda más remedio que ceder y hasta el propio Bothwell, viéndolo todo perdido, huye. La reina es despreciada por un ejército que ya no le es fiel y por su pueblo, que la trata de ramera y asesina. La encierran y no le permiten que se cambie de ropa en varios días para minr su moral.

Aunque Bothwell intenta liberarla, él también corre peligro, y se marcha a Noruega. El rey de Noruega no sabe exactamente qué hacer con él. Le llevan de prisión en prisión, y acabará perdiendo la razón antes de morir. Parece que María no tiene suerte con sus novios.

Los lores escoceses se niegan a ponerla en libertad. El pueblo exige la cabeza de la reina, a quien acusan de asesina, y todo el mundo quiere que abdique en su hijo Jacobo.
No es extraño que con tantos disgustos se malograse el embarazo de la reina. Por los criados se sabe que eran gemelos y que el embarazo era de tres meses aunque se hace creer a todos, con mentiras, que estaba más avanzado, y que se trataba de la famosa violación.

Elizabeth I
Consigue María escaparse disfrazada de su prisión. Se le reúnen partidarios (lores que van y vienen de una lealtad a otra) pero es derrotada en sus esfuerzos para recuperar su reinado, que ya está en manos de su hijo, adecuadamente custodiado. Finalmente, comete la última insensatez: huye a Inglaterra para pedir protección a Isabel. Inexplicable y suicida.

Isabel no la quiere en su país, pero no se atreve a expulsarla. No sabe qué hacer, si ayudarle a recuperar el trono o dejarle que viva en Inglaterra, donde como católica podrá ser el punto de partida de alguna rebelión. Por el momento mantienen a la reina escocesa como huésped bien atendida pero, sobre todo, vigilada.

Comienza María una intensa actividad epistolar, en gran parte clandestina y cifrada. Además de reclamar insistentemente una entrevista a Isabel, quien se excusa constantemente (las dos reinas nunca se verán frente a frente) escribe, bordeando la traición, a los reyes de España, de Francia y al Papa, pidiendo auxilios para recuperar el trono de Escocia y, más grave, desplazar a Isabel del de Inglaterra. Ésta juega astutamente, enterada por sus fieles servidores, y responde con cartas falsificadas, ayudando a que María se comprometa cada vez más.

Por de pronto, fingiendo escrúpulos, Isabel fragua una investigación para “aclarar debidamente las causas de la muerte del rey de Escocia” (Darnley, el ahorcado y  detonado). De todos modos, el veredicto que sale del juicio es que aunque los lores no hayan podido probar la culpabilidad de la reina, tampoco queda totalmente demostrada su inocencia, con lo cual María sigue custodiada, es decir prisionera, sin haber sido citada o escuchada.

Pasa el tiempo. María es trasladada de un castillo a otro, continúa escribiendo cartas cifradas que son interceptadas. Su hijo, ahora Jacobo VI de Escocia, se cartea con su madre, pero también mantiene relación epistolar con su tía Isabel (no es tonto, avizora la corona de Inglaterra por buen comportamiento).

Finalmente, los incondicionales funcionarios de Isabel, que consideran a María un peligro para el reino, convencen a la reina que su prima está complicada en una conjura católica para asesinarla (la conspiración de Babington, recientemente descubierta). Salen a la luz las cartas interceptadas (falsas, según los católicos) que incriminan gravemente a María. No tarda en ser trasladada a la prisión de Fotheringay.

A pesar de tener todas las cartas en su mano, Isabel vacila durante meses. Manda que se constituya el tribunal del Parlamento, sin escuchar las protestas de María.









Los posibles testigos ya han sido ejecutados, y se suceden duros interrogatorios a María, que lo niega todo. Todavía en el día de hoy los historiadores siguen discutiendo si las pruebas eran o no falsificadas.
Finalmente, María es declarada culpable de traición, cuya pena es la muerte. Pero ahora que hay una sentencia, Isabel no se anima a ejecutar a una reina ungida, aunque sabe que, si no se libra de ella, su sombra la perseguirá por siempre, junto con la amenaza de complot con naciones católicas como España o Francia. Con el ojo puesto en el futuro, Jacobo VI, el hijo de Maria, no se atreve a interceder por la vida de su madre, y sólo envía unas cuantas cartas de suave protesta.

El 4 de diciembre de 1586 la reina de Inglaterra decida cumplir la sentencia, aunque para la firma se vale de un subterfugio, y ordena que la hagan llegar con otros papeles, para que pueda escudarse en que firmó sin saber exactamente qué rubricaba. El 7 de febrero del año siguiente se lo comunican a María. Se retira a escribir cartas de despedida al Papa, al rey de Francia y a Felipe II de España. Se despide uno por uno de sus sirvientes. A las 6 de la mañana del día 8 se viste con un abrigo de terciopelo negro, aunque el vestido es rojo para evitar el contraste demasiado brusco de las manchas de sangre. Tiene 45 años, dieciocho de los cuales ha vivido privada de libertad.

Los verdugos, siguiendo la costumbre, solicitan su perdón para el acto que van a realizar, y ella les perdona. Sus últimas palabras serán “En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu”. No acierta el verdugo en el primer golpe, ni siquiera en el segundo, y sólo al tercero rueda la cabeza de la reina por el suelo. Cuando el verdugo la levanta, se queda con una peluca en la mano. La verdadera cabellera de María es corta y canosa de hace tiempo, debido a las penalidades. De pronto, se ve movimiento entre las faldas del cadáver y la multitud grita, aterrorizada. Es el perrito de María, el único que se ha quedado con ella hasta el final.

Hasta el 15 de diciembre, amigos. Un abrazo.


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jueves, 15 de noviembre de 2012

MARIA ESTUARDO – REINA SIN CABEZA (I)


La historia de María Estuardo puede interpretarse como una larga contienda entre el gato y el ratón. Vamos a los protagonistas.

Isabel I
Por un lado, la gata. La reina Isabel I de Inglaterra, hija de Enrique VIII Tudor, el de las múltiples esposas, y de Ana Bolena, la descabezada. Toda una reina; inescrupulosa, muy inteligente, tortuosa, calculadora, a menudo exasperantemente indecisa. Tuvo que hacerse camino desde sus precarios comienzos como proclamada bastarda por su padre, a fuerza de habilidad y astucia, hasta afirmarse como dueña indiscutida del afecto de su pueblo. Supo rodearse de capaces colaboradores, pero nunca se vio libre de peligros internos y externos. Como cabeza de un pueblo mayoritariamente volcado hacia el protestantismo debió contener a los extremistas religiosos de ambos bandos y soportar los embates desestabilizadores de Francia, España, el Papa y la minoría católica de sus súbditos.
María Estuardo
El ratón estaba personificado por María Estuardo. Nieta de una hermana de Enrique VIII, y por consiguiente prima segunda de Isabel, también tenía genes tumultuosos. Además de los Tudor, que tenían lo suyo, colaboraban por parte de padre los Estuardo y por parte de su madre los Guisa, facciosos nobles franceses. Era diez años menor que Isabel y considerablemente más hermosa (cosa que a Isabel, con su aspecto de ave de rapiña, sacaba de sus casillas).

 Y aquí comienzan mis dificultades. Los documentos, actas, expedientes, cartas y relatos conservados ascienden a miles y decenas de miles: desde hace tres siglos los expertos han analizado esta documentación, pero para cada interpretación surge un desmentido, convirtiendo sus actos en un misterio. Se la considera, ora como asesina, ora como mártir, ora como necia intrigante, ora como santa celestial. La causa radica en que María era, por su madre María de Guisa, católica y pro francesa, e Isabel protestante y profundamente inglesa. La verdad, entonces, naufraga en una guerra de facciones. Téngase presente esto en el relato.

María de Guisa
María nació el 8 de diciembre de 1542, y a la temprana edad de 6 días se convirtió en reina de Escocia, dado que su padre, cansado de quemar protestantes, decidió morirse el 14 del mismo mes. Alcanzó a lamentarse de que hubiera nacido una hija.

Con su característica astucia e ímpetu, Enrique VIII se apresuró a “proponer” a su hijo Eduardo como esposo del bebé María. La cosa fue en principio aceptada por los escoceses aunque, lentos de entendederas, al tiempo se dieron cuenta que la intención de Enrique era almorzarse a Escocia, y rehusaron. Enrique empleó su característica persuasión invadiendo Escocia, matando, incendiando y saqueando.
Aprovechando el río revuelto, los franceses también presentaron su candidato matrimonial, Francisco, el delfín heredero del trono de Francia. Manejos de los Guisa franceses.

Para furia de Enrique, los escoceses aceptaron al Delfín y Francia envió un ejército para buscar a la novia. Enrique recordó que tenía cosas urgentes que hacer en Londres y desapareció.

Francisco y María
Se trasladó entonces María a París, a la edad de seis años. El Delfín Francisco era un niño apático, débil y de mala salud, pero por el momento las cosas fueron bastante tolerables, con agasajos y fiestas continuas. Oportunamente, el rey de Francia murió en un accidente de torneo trece años después (casualmente una lanza astillada penetró en su visera y a través del ojo llegó al cerebro; delicias de los deportes de riesgo), y María se encontró reina de Escocia y de Francia a los diecinueve años. Poco le duró. La salud de su esposo, el joven rey, empeoraba. Se supuso que tenía lepra, y fue untado con sangre de niños (remedio insuperable) pero fue inútil. Se le declaró un absceso en el oído, con otitis infecciosa y, sin antibióticos, pasó a la tumba un año después, a los dieciséis años.

La joven viuda fue despachada rápidamente a Escocia para hostigar a los ingleses. Ya María, al asumir Isabel, había comenzado las provocaciones declarándose legítima heredera del trono de Inglaterra (cosa bastante  cierta, si se consideraba a Isabel como bastarda). Por de pronto, agregó a su escudo las armas de Inglaterra y se tituló “reina de Escocia, Francia e Inglaterra”. Salvo Escocia, lo demás bastante discutible.

Durante los años que pasó en Francia, la Reforma logró penetrar en Escocia. Ahora, una parte de la nobleza es protestante, la otra católica, las ciudades se vuelven a la nueva fe, el campo a la antigua. Clan contra clan, estirpe contra estirpe, y sacerdotes fanáticos atizando constantemente el odio de ambas partes, con el apoyo político de potencias extranjeras. y para ese odio hallan en Inglaterra a un auxiliar dispuesto en todo momento. La normalmente ahorrativa Isabel ha gastado ya más de doscientas mil libras para arrancar Escocia, mediante rebeliones e incursiones, a los católicos Estuardo, y una gran parte de los súbditos de María Estuardo está en secreto a sueldo suyo.

Pronto se pone en marcha un intercambio epistolar entre Isabel y María Estuardo, en el que una de las «dear sisters» transmite a la otra sus más cordiales sentimientos (sobre el papel). María Estuardo envía a Isabel como prenda de amor un anillo de brillantes, al que ésta responde con otro más valioso aún; ambas representan ante el mundo y ante sí mismas el satisfactorio espectáculo del afecto familiar. María Estuardo asegura que «no tiene mayor deseo en la Tierra que ver a su buena hermana», quiere disolver su alianza con Francia porque aprecia el afecto de Isabel «más que todos los tíos (Guisa) del mundo»; Isabel a su vez escribe en su gran y solemne caligrafía, que sólo emplea en ocasiones importantes, las más abrumadoras protestas de afecto y lealtad. Pero en cuanto se trata de llegar realmente a un acuerdo y fijar un encuentro personal, ambas lo rehúyen cautelosas.

Y entramos ahora a la parte romántica, que fue fatal para María Estuardo. Apenas viuda, se constituyó en un manjar apetecible para todos los monarcas que pública o secretamente aspiraban a socavar a Isabel y anexarse a Inglaterra. Durante algunos años se dedicó a coquetear y divertirse (como diría mi abuela “esta chica necesita un marido”), pero Escocia necesitaba un heredero y los pretendientes se impacientaban.

Felipe II de España presenta la candidatura de su hijo don Carlos y de su hermano bastardo don Juan de Austria; Francia propone al príncipe Carlos de Valois, hermano de su primer esposo, e incluso se postulan los reyes de Suecia y de Dinamarca. Nada.
Henry Darnley
Interviene Isabel, proponiendo hipócritamente a su propio amante, lord Robert Dudley, con la seguridad de que sería obviamente rechazado. Es más, envía a lord Robert a Escocia pero, jugada maestra, en su comitiva incluye a Henry Darnley, su primo lejano, un Tudor católico, extremadamente buen mozo, seductor profesional, vanidoso, músico, poeta  y de pocas luces  con la esperanza de que María, arrebatada e irreflexiva, caiga en sus brazos. Dada la cabeza hueca de Darnley, Isabel suponía (y acertó) que este marido traería problemas a María.
Su plan funcionó. María se prendó de Darnley y lo aceptó como esposo. Para coronar la farsa. Isabel fingió una furia tremenda, encarceló a la madre de Darnley amenazó a María... una gran representación.

Tal era el entusiasmo de María por su novio que no pudo esperar a la solemne ceremonia de esponsales que le correspondía y se casó en secreto, con un cura cualquiera, para poder “consumar” cuanto antes.

Celebrado el casamiento (María se atavió de luto blanco, como respeto a su viudez) Darnley exigió el título de rey de Escocia, en lugar de consorte.

Y por ahora dejamos aquí, hasta el próximo post donde se expondrán las desventuras, tragedia y muerte en el cadalso de María Estuardo.


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miércoles, 31 de octubre de 2012

EL AMOR CABALLERESCO – UNA LOCURA ERÓTICA (III)



Nuestro héroe Ulrich von Liechtenstein, el campeón de la estupidez caballeresca, culminó finalmente sus andanzas de travestido venusino con armadura. Su eterna amada frívola condescendió esta vez a un premio por sus locuras: le envió un anillo y un mensaje a través de un intermediario: “Ella comparte la alegría de vuestra gloria”, decía el mensaje, “y ahora acepta vuestros servicios, y como voto os envía el anillo”. ¡Al fin! Ulrich experimentó el éxtasis... pero por poco tiempo. Si hubiera conocido las reglas y la perfidia de su amada habría previsto el próximo movimiento: a los pocos días apareció nuevamente el intermediario con cara sombría. “Vuestra dama ha descubierto que os entretenéis con otras mujeres; esta fuera de sí de cólera, y reclama la devolución del anillo, pues os considera indigno de llevarlo”.

Confiesa sin pudor Ulrich en sus memorias que rompió en llanto incontrolable, confortado por su barbado y también lloroso mayordomo (delicioso espectáculo). Típicamente, volcó su desesperación en amargos versos que previsiblemente envió a su cruel dueña. Y luego, dice en su relato: “Me separé dolorido de mi mensajero; y visité a mi querida esposa, a quien amo más que a nadie en el mundo, a pesar de que elegí por señora a otra dama. Y con ella pasé diez días felices, antes de continuar viaje bajo mi carga de aflicción”. Incomprensible y, si no fuese una autobiografía, increíble. De este tipo se puede esperar cualquier cosa. La esposa debía ser una santa (o una zorra).

Finalmente, la cumbre: otro mensaje de la dama manifestándose conmovida por los versos y citándolo, felicidad suprema, a una entrevista personal. Las condiciones eran duras: Ulrich debía acudir disfrazado y, para evitar ser descubierto, había de mezclarse con los mendigos que se apiñaban al pie de las murallas del castillo hasta ser llamado. A todo accedió el caballero. Se vistió de harapos, soportó su asco y sufrió privaciones durante días hasta que llegó la ansiada señal: a determinada hora de la noche debería apostarse bajo la ventana de los aposentos con una antorcha en  la mano. Se quitó las ropas de mendigo y, en camisa y aterido, vio bajar una plataforma sostenida por sábanas anudadas. El caballero puso el pie en ella y se sintió elevado hasta la ventana por gentiles pero firmes manos femeninas. Apenas entró en la cámara le echaron sobre los hombros una capa de seda recamada de oro, y lo llevaron a presencia de la dama. Después de tantos años de fatigas, estaban al fin en el umbral de la bienaventuranza.

Allí perdió Ulrich el tino y exigió de inmediato la recompensa a su constancia. Nada menos que el beiligen auf Glauben. En esencia, consistía en lo siguiente: se permitía al caballero acostarse junto a su dama durante una noche entera, ambos desnudos... pero sólo “dentro de los límites de la virtud y del honor”. Debía jurar que no intentaría lesionar la castidad de la dama, y generalmente se cumplía el juramento. Una retorcida tortura, más que una recompensa.
Sorprendentemente, la dama aceptó encantada pero el caballero debería demostrar primero su lealtad. Para ello debería subir nuevamente a la plataforma, ser bajado un trecho y mantenerse así por unos instantes como muestra de perseverancia. Más estúpido que de costumbre, Ulrich se prestó aún a esta burda condición. Sucedió lo previsible; una vez colgado el incauto, soltaron las sábanas y allí fue a dar con sus huesos al foso el enamorado galán.

¡Y ni siquiera esta experiencia enfrió su ardor! La dama inventó una explicación, y Ulrich continuó escribiendo versos, hasta que llegó el desastre final. El diario no explica qué hizo la dama, pero debió haber sido algo terrible, porque el propio Ulrich afirma que fue imposible perdonarla. Sospecho además que tras todos estos años  la dama debía haber perdido gran parte de sus encantos y ganado arrugas variadas, pero Ulrich, siempre caballero, no lo dice.

Y así acabó su servicio a la dama, pues (según propias palabras de Ulrich), sólo un loco podía servir indefinidamente sin ninguna esperanza de recompensa”.
Lo cual, en todo caso, demuestra que este idiota del amor se creía hombre discreto.

Esta historia es, por supuesto, extrema. No todos los caballeros llegaban a tales niveles de imbecilidad, pero el principio era válido. El “fine amour” se basaba en estos extremos. No debe confundirse con el “loco amor” que usualmente terminaba en la cama (nada de beiligen) y por eso se consideraba casi de mal gusto y pecaminoso, como un desvarío de los sentidos, y que corresponde al violento enamoramiento que hoy sufrimos con frecuencia. Las consecuencias eran usualmente trágicas.

Para quien haya leído los tres post y la historia completa de este caballero, les parecerá una invención de punta a punta. Es imposible que un hombre sea tan imbécil y que la sociedad lo acompañe y lo aplauda. El comportamiento de los protagonistas es típico de novela cómica. Sin embargo, existen las mayores seguridades de que se trata de hechos reales en su totalidad. La biografía existe, y fue citada como verídica en su época, o sea que hubo gente que conocía personalmente a Ulrich y no lo desmintió. Es como si los personajes de una comedia satírica salieran a la calle para alternar con el público. Fascinante.

Para finalizar, los que hayan leído el Quijote (cada vez menos, por desgracia) se darán cuenta de dónde sacó Cervantes el argumento. Las gansadas que ejecuta el manchego por Dulcinea son del mismo caletre que las de Ulrich  “von la Mancha”, lo que garantiza la credibilidad de ambos. La realidad imita a la ficción. O a la inversa, en este caso.

Alégrense. Hoy fui breve. Veremos cómo me portaré a mediados de noviembre, en el próximo post. Hasta entonces.


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domingo, 14 de octubre de 2012

EL AMOR CABALLERESCO – UNA LOCURA ERÓTICA (II)



Estábamos enumerando las increíbles formas en que un caballero intentaba describir la profundidad de su pasión. Las más usuales eran los desafíos públicos a otro caballero, o a varios, o a todos los que tuvieran un poco de amor propio, proclamando que su dama era más hermosa que la del o los que pudieran escucharlo. A quien no lo admitiera (y ningún bien nacido podía admitir ni en sueños semejante herejía) lo intimaba a romperse mutuamente el alma en público en uno o varios torneos. Lo curioso es que todos estaban ansiosos por participar, ya que acarreaba gran honra y fama a quien resultara vencedor (o perdedor, era lo mismo, lo importante era competir). Algunos desafíos muy honrosos y debidamente documentados consistían en plantarse en medio de un puente (y no de cualquiera, sino de alguno famoso, histórico o muy transitado)  impidiendo el paso a todo caballero que no aceptara el mencionado desafío. Pronto se corría la voz y acudían candidatos al apaleo. Con toda cortesía, se encomendaban a sus damas, se deseaban con amabilidad ventura en amores y favores de sus amadas... y se abalanzaban uno sobre otro procurando romperse los huesos. Uno u otro (o los dos) quedaban bastante estropeados, pero a no alarmarse, pues en general en estos encuentros las lanzas no tenían punta ni las espadas filo (se las llamaba armas negras), salvo que se pactara (caso raro) justar con armas afiladas, es decir de punta en blanco (de ahí viene la frase).
La cosa se complicó con el afán de hacerla más difícil para honrar más a la dama. El caballero desafiante combatía con un ojo tapado, o con un brazo atado a la espalda; cosas así. La dama homenajeada obsequiaba a su caballero con alguna prenda, una manga, un guante, para lucir en la punta de su lanza. Usualmente, en el calor de la lucha esas prendas se perdían y las damas, enardecidas seguían quitándose prendas para reemplazarlas; en ocasiones llegaban a quedar prácticamente desnudas, para regocijo de los villanos espectadores.
A todo esto el marido (porque la dama debía ser casada; era fundamental) observaba el entusiasmo de su esposa y del galán que manifestaba heroicamente su amor y debía, so pena de ser considerado un grosero, complacerse de que su esposa despertara tan vehementes sentimientos. No era raro que el marido justara en honor de otra dama, que bien podía ser la esposa del primero. Un embrollo.

Vamos a enterarnos de una historia absolutamente increíble. Es sin embargo verídica, y la relata el notable caballero y trovador del siglo XIII Ulrich von Lichtenstein, su protagonista. Es por lo tanto autobiográfica, y el manuscrito se conservaba, hasta antes de la segunda guerra, en la Biblioteca Estatal de Munich. No se engañen con lo de  “manuscrito”. Es un dictado, ya que el noble Herr Ulrich padeció de un pertinaz analfabetismo hasta su muerte en 1276.
Manuscrito original

Como si fuese un brote de acné juvenil, en la adolescencia le brotó a nuestro joven héroe un amor altamente romántico por una dama de elevada alcurnia. Su noble nacimiento lo habilitaba a servir como paje, y se las ingenió para colocarse al servicio de su amada. Allí se le adhirió como un molusco e inauguró la sarta de estupideces que cometería por largos años bebiéndose frecuentemente el agua en que la dama lavaba sus manos. Confiemos en que fueran sólo las sus manos, aunque a Ulrich le tenía sin cuidado. Al tiempo dejó de ser paje y fue armado caballero. Por supuesto se apresuró a ofrecer sus servicios a su adorada, lo que debía hacerse (eran las reglas) a través de un intermediario. Eligió a una tía. Por su intermedio, Ulrich envió sus canciones a la dama; ella las aceptó, y aun las elogió, pero contestó que no necesitaba un caballero, y que Ulrich no debía soñar siquiera con que sus servicios fueran aceptados. Con esta actitud la noble dama se atenla a las antiguas normas del galanteo: actitud de rechazo y palabras de aliento, manteniendo así al desgraciado amante en constante tormento de duda.
En cierta ocasión la dama dijo a la tía de Ulrich: “Aunque vuestro sobrino fuera de mi mismo rango, no lo querría, porque el labio superior le forma una fea protuberancia.” Parece que Ulrich no era precisamente una belleza.
Eso bastó para que el caballero se entregara a un cirujano (¡en el siglo XIII!) y se hiciera inmediatamente rebanar el labio, sin anestesia ni desinfectantes. La primera cirugía plástica documentada.
Seis meses duró la curación, durante los cuales Ulrich apenas pudo comer y beber, y se convirtió prácticamente en un esqueleto.
La dama se enteró de la intervención quirúrgica, y poco después escribió una carta a la tía de Ulrich, informándole que abandonaba su residencia y que viajaría a cierta ciudad, donde con mucho gusto vería a la tía. “Y puede traer a su sobrino... pero sólo porque deseo ver su labio corregido; por ninguna otra razón”.
Cuando llegó el día, trémulo de emoción, Ulrich se acercó a caballo al de la dama, pero tanta era su embarazo que sintió que la lengua se le pegaba al paladar y no pudo pronunciar una sola palabra. Cinco veces se acercó con los mismos resultados. Finalmente la dama lo tomó de la cabeza y le arrancó un mechón de pelo diciéndole “por vuestra cobardía”. El inexperto enamorado no pudo explicarse la misteriosa (?) observación.

Como las palabras no le salían, el galán intentó demostrar con hechos que merecía el favor de la dama. Ulrich comenzó a aparecer en todos los torneos del país, y a luchar valerosamente por el honor de su señora.
Rompió cien lanzas contra sus adversarios, y siempre triunfó. Ya se le conocía como uno de los mejores caballeros. Pero continuaba persiguiéndolo su mala estrella: cierto día recibió fuerte golpe en la mano derecha, y perdió el dedo meñique. A duras penas y cirujano de por medio consiguió salvar el dedo luego de ardua convalecencia, aunque algo contrahecho. No faltaron los amigos que informaron a la amada que Ulrich había perdido un dedo por ella.
“No es verdad, son todas mentiras”, replicó la dama. “He oído de personas que me merecen confianza que todavía conserva dicho dedo”.

Esta despectiva observación entristeció a Ulrich von Lichtenstein; tomó un martillo y un cuchillo y con ayuda de un amigo ¡zas! El meñique voló por el aire. El zopenco (ya lo podemos llamar así) dictó un poema alusivo y lo envió a la dama junto con el dedo, en elegante estuche. La dama recibió el macabro obsequio y le hizo decir: “Decid al noble caballero que guardaré el poema en mi cajón, y que diariamente contemplaré su dedo meñique; pero que no crea que se ha acercado a su meta ni siquiera el grosor de un cabello; ¡pues aunque me sirviera durante mil años sería tiempo perdido!” Lo que se dice un dedo malgastado.

Firme en su manía Ulrich, que mientras tanto se había casado y vivía feliz con su esposa e hijos (!!!) emprendió una gira por todo el país ostentando un lujoso vestido de mujer sobre la armadura, con peluca y un alto sombrero alegórico, proclamando por heraldos que se trataba de la diosa Venus en persona, (!!!) que saluda a todos los caballeros, a quienes informa que se propone visitarlos personalmente, para instruir a todos y a cada uno en el modo de servir a las damas y de conquistar su amor. Al caballero que con Ella rompa lanzas durante el camino, lo recompensará con un anillo de oro. Pero si en el torneo la Diosa Venus venciera al caballero, será obligación de éste inclinarse hacia los cuatro rincones de la tierra en honor de cierta dama.
Lo curioso del caso es que a Ulrich no lo derivaron a un manicomio; por el contrario fue alabado y aclamado como perfecto caballero. En su gira rompió trescientas siete lanzas, siempre caracterizado de diosa, y distribuyó entre sus adversarios doscientos setenta anillos de oro. En cierta ocasión se topó con un estúpido de su mismo calibre: un rey, vestido de mujer en honor de su dama, con peluca y trenzas. Y los dos idiotas disfrazados se arrojaron el uno sobre el otro, y al brutal choque los escudos volaron en pedazos.
Esta “tournee” suscitó en las damas un entusiasmo delirante. Desde ya, hubo muchas insinuaciones, pero Ulrich no traicionó a su dama... ni a su esposa. Así relata el propio Ulrich un intervalo de su gira:
“Entonces, en compañía de un servidor de confianza, salí al campo y visité a mi querida esposa, que me recibió muy amablemente y se sintió muy complacida de mi visita. Allí pasé dos días magníficos, fui a misa el tercero, y rogué a Dios que preservara mi honor, como lo había hecho siempre. Me despedí afectuosamente de mi esposa, y con el corazón fortalecido regresé a reunirme con mis compañeros.” Aparentemente, la esposa no veía nada objetable en estas actividades. Y aun es posible que se sintiera halagada por la fama conquistada por el esposo durante su exhibición. También es muy posible que ella tuviera su propio caballero servidor.

En el próximo post veremos, por último, el extremo de estupidez a que llegó Ulrich y la monumental crueldad de su Pura, Dulce y Encantadora amada, lo que precipitó el fin de esta verídica historia. Hasta fines de octubre, amigos.


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sábado, 29 de septiembre de 2012

EL AMOR CABALLERESCO – UNA LOCURA ERÓTICA (I)



El amor tal como hoy lo conocemos (si es que realmente entendemos de qué se trata) se desarrolló en el período de la caballería, digamos desde el siglo XII. Anteriormente se daba sólo en casos excepcionales que por ello merecían la sorpresa general, casos Pericles – Aspasia; Leandro – Hero; Catulo – Clodia (no incluyo a Cleopatra + Cesar + Marco Antonio porque más que amor hubo política). En general se consideraba a la mujer, en el mejor de los casos, como un ama de casa y proveedora de niños, y en el peor como algo más que un animal. El hombre ejercitaba su amor con varoncitos adolescentes (ver Platón, propiciador del mal entendido amor platónico) o con hetairas o cortesanas, vulgo prostitutas. La iglesia de los primeros siglos, como siempre líder en estas cuestiones, se cansó de despotricar contra las mujeres y consideró el amor, aún el conyugal, como algo por lo menos inconveniente, lindando con lo pecaminoso, tolerable sólo para fines reproductivos.

En esas andábamos cuando el concilio de Efeso, en el año 431, estableció como verdad revelada que María era madre de Dios, y como tal debía ser adorada. Fue la primera excepción y quedó como precedente.

Pasaron los años, llegaron los bárbaros, con las mujeres siempre apaleadas (hubo contadas excepciones, generalmente monjas, santas o reinas), se fueron civilizando los bárbaros que quedaron, llegó el feudalismo, las cruzadas y ahí cambió todo.

No fue una brusca transición, por supuesto, y es el día de hoy que los eruditos siguen discutiendo cuál fue la causa de la revalorización de la mujer. Se menciona el culto a María, que adquirió gran preponderancia por el siglo XI, el efecto de las novelas de caballería y las leyendas de Arturo, inmensamente populares, la proliferación de trovadores, lo cierto es que para esos años se incorporó el amor cortés a las costumbres de las clases altas.

Observación importante válida para todo lo que sigue: las fórmulas del amor cortés o caballeresco se limitaron a las clases altas exclusivamente. Los artesanos, comerciantes, burgueses, aldeanos y campesinos fueron simples espectadores a menudo burlones. Sus mujeres siguieron explotadas, golpeadas y menospreciadas.

¿Qué fue el amor cortés? Puede considerárselo una moda originada en la corte de Aquitania que se propagó como un incendio por feudos y castillos, llevado por los trovadores y que duró, con altos y bajos, cosa de trescientos años.

Cristalizó en una costumbre convencional, a menudo carente de auténtica pasión, que obligaba al auténtico caballero a ponerse incondicionalmente al servicio de una dama. Este servicio caballeresco se cumplía casi siempre en beneficio de mujeres casadas, pues ellas detentaban el más elevado rango de la alta sociedad. El propósito era simplemente desarrollar un juego entretenido de las pasiones intelectuales y amorosas. El caballero elegía una dama y le ofrecía sus servicios. Si la dama aceptaba al oferente, éste realizaba todas sus hazañas en nombre de la elegida. Por otra parte, de acuerdo con las leyes de la caballería, la dama no podía aceptar los servicios de otro caballero. Como símbolo de su aceptación, otorgaba al caballero una cinta, un velo o una corona, que él llevaba en el casco o en la punta de la lanza en sus desafíos o torneos.

No se trataba de un asunto privado: por el contrario, adoptaba la forma de una ceremonia pública. Y esta ceremonia se ajustaba exactamente a las mismas formalidades que la que establecía un vínculo entre el señor feudal y su vasallo. La dama se sentaba en un sillón, el caballero se arrodillaba frente a ella, y pronunciaba su voto de caballería con la cabeza descubierta, las manos juntas, como en el acto de orar. Para demostrar su conformidad, la dama tomaba entre sus manos las del caballero, y finalmente sellaba el vasallaje con un beso feudal. El caballero se comprometía a servidumbre; la mujer, en cambio, no tenía ninguna obligación.

Todo lo que el caballero hacía, ya se tratase de participar en un torneo o de intervenir en una cruzada, lo hacía en nombre de su dama, y por su gloria y bajo sus órdenes. Es verdad que en todos sus actos el caballero abrigaba la esperanza de una recompensa.

Era considerada una recompensa en sí misma el hecho de que, gracias a su dedicación exclusiva, el caballero alcanzara cierto exaltado estado de ánimo Según un trovador del siglo XII, un caballero pide una recompensa a su dama.

“¿Acaso las canciones que te he dedicado y las hazañas que realicé no merecen recompensa?”

“Tranquilízate”, replica la dama. “Recibirás tu recompensa y serás feliz”.

“¿Cuál será mi premio, noble dama?”

“Tu creciente fama y la mayor exaltación de tu espíritu son recompensa suficiente”. Y eso era todo.

Así se acostumbraba despedir al caballero; sin embargo, durante siglos no se advirtió que este “espíritu más exaltado” era indicio de una pasión más bien unilateral. El hombre se consagraba, soportaba duras pruebas, recibía heridas en los torneos, iba en peregrinación a Tierra Santa... y mientras tanto la dama se contentaba con aceptarlo todo graciosamente, sin dar absolutamente nada en cambio. Los historiadores archivaron estos amores unilaterales bajo el rubro de “amor romántico”. Pero aparentemente todos olvidaban que el romance florecía sólo en el hombre; en todo el asunto, el papel femenino era incoloro e insípido... absolutamente pasivo.
Pero, ¿para qué querían las damas esa adoración?
Quizás por la sencilla razón de que se trataba de un galanteo... en lo que a ellas respecta, un galanteo sin riesgos carente de pasión y de sentimiento.

Así como el caballero necesitaba a la dama, ella necesitaba esta excitación de las emociones y de los sentidos, para llevar un poco de color a su vida monótona, y en la Edad Media la vida de la mujer noble era en verdad mortalmente aburrida.

Por de pronto, el caballero del amor debía ser poético en sus sentimientos. Los siguientes son algunos de los nombres con los ensalza a su dama: “Oh, Estrella de la Mañana, Capullo de Mayo, Rocío de las Lilas, Hierba del Paraíso, Racimo de Otoño, Jardín de Especias, Atalaya de Alegrías, Delicia Estival, Fuente de Felicidad, Foresta Florida, Nido de Amor del Corazón, Valle de Placeres, Reparadora Fuente de Amor, Canción del Ruiseñor, Arpa del Alma, Pascua Florida, Perfume de Miel, Consolación Eterna, Peso de la Bienaventuranza, Prado Florido, Dulce Limosna, Cielo de los Ojos”, etc., etc. ¿Qué mujer no se sentiría extasiada (o tal vez ridiculizada) hoy si recibiera este rosario de alabanzas?

En segundo lugar el caballero deberá llevar a cabo las más increíbles hazañas en nombre de su dama. Cuanto más arriesgados sean sus lances, más honra para la dama y más méritos para el caballero. Pero había casos en que, con sádica crueldad, la dama fijaba personalmente muy duras condiciones, y su rendido admirador se sometía a ellas sin la menor protesta.

Un cronista contemporáneo relata la historia de los tres caballeros y de la “prueba de la camisa”. Tres nobles paladines competían por los favores de una dama. Finalmente, ella decidió inclinarse por el que vistiera la camisa de la dama en el torneo. Puede creerse que se trataba de una prueba simpática... salvo que el caballero no debía vestir la camisa encima ni debajo de la armadura, sino en lugar de ella, sobre el cuerpo desnudo. Era una muerte segura o, en las más favorables condiciones, implicaba sufrir terrible castigo de espada y de lanza. Dos de los tres caballeros tuvieron el buen sentido de rechazar la prueba, y se retiraron. Ocurrió lo inevitable: al fin del torneo el caballero fue llevado medio muerto a presencia de su dama.

Como era costumbre, la dama ofreció un gran banquete y sirvió a sus huéspedes, en honor del héroe.
En esta ocasión, ella se deslizó la camisa manchada de sangre sobre su propio vestido, y con este extraño tocado desempeño el papel de anfitriona. La historia no registra cuál fue el premio del imbécil. Probablemente un casto beso.

Me estoy excediendo de palabras y aún me quedan anécdotas para contar, así que corto aquí y prometo concluir en el próximo post, el 15 de octubre. Los espero.

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sábado, 15 de septiembre de 2012

MISAS NEGRAS - ¡VEN PARA AQUÍ, SATANÁS!


Así como la misa cristiana está dedicada a la comunión con Dios, con el reparto de Su cuerpo a los fieles, desde hace casi dos mil años cierta gente viene celebrando misas dedicadas a la comunión con el demonio. Se deduce entonces que la misa negra es un producto de cristianos creyentes. Si no se creyera en Dios y en Cristo, nadie se molestaría en ofenderlos. Una misa atea sería un absurdo, ya sea negra o blanca.


En concreto la misa negra consiste en una ceremonia que emula a la misa católica. Se considera un ritual de culto a Satanás y parodia a la misa cristiana. En general son un conjunto de rituales de trascendencia mágica, siendo vinculada principalmente con el culto satánico y la magia negra. Lo atractivo del caso es que invariablemente está condimentada con sexo considerable, y bastante puerco. Como se trata de darle gusto al Diablo, se busca escarnecer al Otro, por lo que la gracia es hacer todo al revés que en la Santa Misa, tanto en los rezos (blasfemias) como en la liturgia (cruces al revés, ornamentos y velas negras)

Segundo punto: ¿a qué viene alabar al demonio? Por interés. Las iglesias cristianas nos aseguran enfáticamente que el demonio existe, que su poder es sólo inferior al de Dios, y que todos los bienes materiales de este mundo le están sujetos. Entonces, si uno desea dinero, salud, sexo abundante, la muerte o daño para algún prójimo molesto y esas cosas que Dios desdeña o condena: ¿a quién recurrir con mayor garantía de ser escuchado? Al Príncipe de este Mundo, como le llama la Iglesia. Una misa para Satanás y asunto arreglado.

En la tan zarandeada edad media las misas negras eran la frutilla del postre en los aquelarres o reuniones de brujas, enaltecidas por la presencia en vivo del propio demonio que para la ocasión se calzaba el disfraz completo de chivo o bien el alternativo de gato negro. Por supuesto, bruja o simple espectador que pescaban en esos menesteres era carne de barbacoa.... Y a propósito, vale la pena subrayar que los participantes en estas ceremonias también estaban fuertemente penetrados de su sentido, y tenían tal convencimiento de que por estos procedimientos se habían asegurado la inmortalidad, que morían sin temor ni remordimientos

Con el tiempo la actitud oficial se volvió algo más tolerante. La época de mayor difusión de las misas negras se alcanzó en el siglo XVII. Durante el reinado de Luis XIV este tipo de ceremonias se hizo popular entre la nobleza, que lo veía como algo exótico. En esta época se celebraron las misas negras que más han trascendido, y las mejor documentadas son las que realizaban Catherine Deshayes (llamada la Voisin), el Abad Guiborg y Madame de Montespan. Se cuenta que esta concurría a dichas reuniones para conseguir el favor del rey y desbancar a amantes vigentes. Por lo visto le dio resultado, porque reemplazó a Luisa de La Vallière y llegó a ser favorita del rey durante doce años.

Hacia finales de su vigencia (1679), y como consecuencia de la investigación de los crímenes de Madame de Brinvilliers salió a luz este asunto de las misas organizadas por la Voisin. Las ramificaciones eran vastas y alcanzaban a miembros de la Corte, por lo que Luis XIV creó, en imitación de Inglaterra, un tribunal especial, la Cámara Estrellada, para juzgar exclusivamente casos de brujería y envenenamiento (y para “taparlos” en caso necesario).
Madame de Montespan
La Montespan salió bastante averiada de la investigación debido a lo cual el rey ¡cambió de amante!

Por venir al caso, transcribiremos la declaración (sospecho que bastante novelada) de la hija de la Voisin, Margueritte Deshayes, quien ha dicho que ha visto celebrar este tipo de misas sobre el vientre, por Guibourg, en casa de su madre; que ella ayudaba a preparar las cosas necesarias para esto: un colchón, dos taburetes en cuyas extremidades estaban los candelabros con los cirios negros. El abad salía después de esto y la Voisin hacía entrar a la mujer sobre la cual debía celebrarse la misa.

"He estado presente en esta especie de misa y he visto que la granja estaba cubierta en su interior por lienzos negros. El altar allí levantado también era negro. Una gran cruz blanca, con los brazos invertidos, se alzaba sobre un tabernáculo de plata. El abate Guibourg, cubierto con un amplio manto negro y una capucha que ocultaba su rostro, empujó la puerta y avanzó seguido de Madame de Montespan, que llevaba puesto un antifaz.

De una maleta que llevaba consigo, el abate sacó unos cirios negros de forma serpenteante, que decía habían sido hechos con grasa de ahorcados que le proporcionaba el verdugo de París. Luego sacó unas hostias negras y las puso en un cáliz. Terminadas estas operaciones, Guibourg se despojó de su manto y apareció vestido con los hábitos de aquel culto que iban a profanar una vez más. La Montespan le observaba en silencio, mirando de vez en cuando a la puerta de la cabaña con marcada impaciencia. Al fin entró la joven a quien estaba esperando, la cual llevaba en brazos una pañoleta con una criatura. Era mademoiselle des Œillets (dama de confianza de la Montespan y amante ocasional de Luis XIV. Este hombre no perdonaba una).

Siento haberme retrasado – les dijo- pero hasta hace muy poco no conseguí el crío. Tiene sólo dos meses y hace una semana que fue bautizado.
Está bien – dijo Guibourg- Colóquese al lado del altar y espere.

Al mismo tiempo, Madame de Montespan se quitó el manto de terciopelo que conservaba puesto. Desanudó el cinturón dorado que ceñía al talle los velos blancos y casi transparentes con que iba vestida y bajo los cuales estaba completamente desnuda. Después, la Montespan se despojó de aquellos velos. Sin pronunciar palabra, Madame de Montespan avanzó hacia el altar, se tendió sobre éste en la forma ritual: la cabeza sobre una almohada y las piernas colgando, muy abiertas, frente a la cruz y al abate Guibourg.

Con mano experta, el renegado le quitó las peinetas que sujetaban los lienzos negros hasta rozar el suelo. Después, entre los opulentos senos colocó el cáliz de plata y sobre el vientre, precisamente sobre el pubis, puso un crucifijo. Guibourg se arrodilló con las manos juntas, cerca del cuerpo desnudo y, durante algunos minutos, imploró en silencio la ayuda de las potencias infernales. Cuando el cura renegado se levantó, tomó en sus manos una de las hostias negras, sosteniéndola entre el pulgar y el índice de su mano derecha. La alzó luego a la temblante luz de los negros cirios, mientras su mano izquierda acariciaba los senos de la Montespan, de cuya garganta se escapaban algunos gemidos de voluptuosa impaciencia.

La mayor de las profanaciones la realizó entonces el. Renegado utilizando el sexo de la Montespan como receptáculo de la hostia negra. Acto seguido, se arrodilló entre las piernas colgantes, que se cerraron aprisionando su cabeza. La Montespan gimió con fuerza. Como un arco, su cuerpo se tendió y ya su cintura no rozó siquiera el altar profano. Esto hizo que basculara la copa de plata y cayera en el suelo el crucifijo, mientras ella increpaba al renegado, pidiéndole a gritos que se apresurara.

Guibourg se puso de pie y, quitándose lentamente los hábitos, se abalanzó sobre el cuerpo de la cortesana, que se estremeció bajo su ataque. Después, una vez que hubo satisfecho la lubricidad de la cortesana, Guibourg volvió a reponer en su sitio la copa y la cruz, aunque el cuerpo de la Montespan se estremecía por el placer recibido y, con los brazos alzados, el renegado gritó con voz demencial:
¡Astaroth! ¡Asmodeo! ¡Satan!... ¡Dueños de los infiernos! ¡Yo os conjuro fervientemente para que aceptéis el sacrificio de este niño que os ofrezco...!

Mademoiselle des Œillets ya sabía lo que debía hacer y tendió hacia aquel hombre el cuerpecillo del niño que lloraba con desesperación. Guibourg se armó de un largo y afilado cuchillo y gritó:

¡Oh Astaroth! ¡Oh Asmodeo! ¡Oh Satan! Yo solicito de vuestra gracia y de vuestros poderes la muerte para Mademoiselle de Lavalliere y que la condesa de Roma, por la cual se ofrece desnuda esta mujer, entre en la gracia de la Corte.
Lentamente, el cuchillo descendió hacia el cuello del bebé sostenido por Mademoiselle des Œillets, en el que se hundió salpicando el cuerpo de la Montespan y la estola del innoble sacerdote, el cual llenó luego la copa de plata.

Guibourg arrojó al suelo el pequeño cadáver y, metiendo sus manos en la sangre, se puso a bañar el vientre y el sexo de la Montespan, antes de alzar su casulla y repetir aquel acto consigo mismo. El acto terminó con una serie de oraciones invertidas, blasfematorias y obscenas, después de lo cual los tres personajes se entregaron a toda clase de contactos carnales, llegando a los más depravados."

En los años siguientes comenzó la decadencia para las misas negras. En la actualidad existen algunos grupos que las realizan regularmente para adorar al Diablo, aunque no es más que una excusa para hacer escapadas sexuales.

Para finalizar, el colmo: encontré en Internet un link especializado en misas negras y satanismo. Por si están interesados (es bastante asqueroso y pueril; no creo que el Diablo lo visite) ahí va:

http://inssatan.com/frameset.php?url=/intro.html

Es imperdible el tablón de pedidos (sí, ahora se puede pedir a Satanás por Internet. Imagino que habrá algún delivery)

La próxima entrada, como siempre, será el 30 de septiembre. Hasta entonces.

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