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histonotas: 2013

lunes, 30 de septiembre de 2013

LOS GANSOS EN LA HISTORIA


Allá por el 390 AC los omnipresentes  galos comenzaron a moverse desde Francia hacia Italia. Los llevó a semejante migración, por supuesto, el deseo de pillaje, pero Tito Livio (a quien seguiré fielmente) da otro motivo: los galos bebían cerveza desde siempre, pero habían tomado contacto con el vino a través de los mercaderes, y les gustó. Allá fueron, atravesando los Alpes, a buscar vino. El colmo: franceses yendo a Italia a buscar vino.
El hecho es que, batallas van y vienen, arrollaron a los etruscos y se aproximaron a Roma. No faltaron avisos; cerca del templo de Vesta, se oyó en el silencio de la noche a una voz, más poderosa que cualquier
voz humana, ordenando advertir a los magistrados que los galos se acercaban. No se tuvo en cuenta. ¿Quién conocía a estos galos?

Y no sólo eso, sino que, por motivos de corrupción (¡qué raro!) desterraron de Roma a Marco Furio Camilo, su  más prestigioso general, quien no se fue solo, sino acompañado de fieles amigos y soldados.

Al poco tiempo se divisaron nomás a los galos, y los campesinos, con sus familiares, animales y enseres, se dirigieron tumultuosamente a Roma, sembrando el pánico.
Un ejército alistado a toda prisa por una recluta masiva salió a su encuentro. Las dos fuerzas se enfrentaron apenas a dieciséis kilómetros de Roma, en las márgenes del rio Alia.

El país entero, al frente y alrededor, estaba plagado de enemigos que llenaba todo con el
ruido espantoso de sus horribles gritos y su clamor discordante.
Los tribunos consulares no habían asegurado la posición de su campamento, no habían construido trincheras tras las que poder retirarse y habían mostrado tanta falta de atención a los dioses como al enemigo, pues formaron su línea de batalla sin haber obtenido auspicios favorables.
Con  todo eso, el resultado no fue ninguna sorpresa: los romanos se vieron completamente arrollados y huyeron en masa, sin siquiera pelear. Las únicas bajas se dieron durante la persecución.

Los fugitivos llegaron a la ciudad sembrando el pánico y, sin cerrar siquiera las puertas entraron en la urbe y
se refugiaron en la ciudadela amurallada del monte Capitolio, donde se hallaban entre otros los templos de Júpiter Optimo Máximo y de Juno Moneta. Allí sí se atrincheraron y dejaron librada a su suerte al resto de la ciudad, con los ciudadanos y campesinos refugiados. Por supuesto, los galos se hicieron un banquete con la indefensa Roma. Saquearon, violaron, mataron hasta el hartazgo y terminaron sitiando al Capitolio, donde los pocos soldados encerrados ya se daban por perdidos.
Intentaron los galos escalar las murallas, pero fueron advertidos y rechazados con toda clase de proyectiles. Los sitiadores quedaron a la expectativa.

Mientras tanto, la guarnición despachaba mensajeros con pedidos de auxilio a las ciudades aliadas. Los galos advirtieron el lugar accesible de la muralla por donde se descolgaban los emisarios, y una oscura noche se aventuraron silenciosamente por ese sector. Cautelosamente escalaron las defensas sin ser advertidos por los centinelas ni por los perros guardianes, quienes dormían para engañar el hambre. En el templo de Juno, en cambio, los gansos consagrados a la diosa vagaban buscando algo de comida, y al percibir sombras comenzaron a alborotar, graznar y aletear alarmando a la guarnición, que rechazó el ataque.  Grandes alabanzas para los gansos y castigo para los perros. En cuanto al centinela del sector, lo despeñaron desde un acantilado.

Volvió a estabilizarse la situación, pero el hambre ya era crítica, y  luego de deliberar  los romanos decidieron pactar condiciones de rendición.
Tuvo lugar una conferencia entre los representantes de los sitiados y Breno, el jefe galo, y se llegó a un
acuerdo por el que se fijó en 327 kilogramos de oro el rescate del pueblo que al poco tiempo estaría destinado a gobernar el mundo (eso dice Tito Livio). Esta humillación ya era lo bastante grande, pero fue agravada por la mezquindad de los galos que usaron pesos trucados, y cuando protestaron los tribunos, el insolente galo arrojó su espada sobre la balanza y usó de una expresión que se hizo clásica hasta nuestros días: “¡Vae Victis!” (“¡Ay de los vencidos!”). Y ya estaban los pobres romanos bajándose los calzones, resignados a entregar lo que fuere, cuando, como en el mejor western, aparece de improviso el exiliado Marco Furio Camilo, furioso como su nombre, al frente de un ejército sacado de su noble manga.
Haciéndose cargo de la situación, y puestos a emitir frases célebres, gritó, sacando su espada: “¡No con oro, sino con hierro!” (“Nec cum auro, sed cum ferro”) y ahí nomás armó una escabechina de galos hasta que no quedó ni uno.

Esta historia ejemplar es, con perdón de Tito Livio, una solemne fábula. Los estratos arqueológicos que hoy conocemos muestran para ese siglo un elocuente nivel de ceniza y derrumbe. La ciudad debió de haber sido destruida en su casi totalidad. Los galos se deben de haber llevado no sólo el oro sino el hierro, y posiblemente las mujeres.

Los romanos posteriores, que no sabían nada de arqueología y sí mucho de patrioterismo, creyeron todo a pie juntillas, y en los primeros días de agosto celebraban una solemne procesión portando nueve perros crucificados y un ganso en una litera púrpura con guirnaldas, para conmemorar la traición de los perros y el heroísmo de los gansos.


Hasta fines de octubre, amigos.


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sábado, 31 de agosto de 2013

MUCIO ESCÉVOLA – LAS MANOS EN EL FUEGO


Todo país, por insignificante que sea, posee sin excepción su héroe o héroes legendarios. Generalmente se trata de personas de existencia real cuyas hazañas, inventadas o magnificadas, sirven para alimentar el orgullo patriótico y son utilizadas para la educación de los niños y adolescentes.

La antigua Roma no podía ser la excepción. Muchos son los relatos heroicos tomados como artículos de fe por los educadores y pedagogos. Vamos a recordar lo que dice el historiador Tito Livio, quien fue contemporáneo de Jesús, en su Historia de Roma, libro 2: “Los primeros años de la República”. Veamos lo
que cuenta de un tal Cayo Mucio.

Como sabemos, en su origen Roma fue gobernada por reyes. Hubo siete de ellos, y el régimen duró unos 250 años, hasta el 509 AC. El último soberano, Tarquino, llamado el Soberbio por motivos obvios, tenía un hijo bastante repugnante. 
A este joven se le ocurrió usufructuar en ausencia del marido a una señora, bastante apetecible pero muy virtuosa. Para abreviar, la violó. La damnificada reunió a sus parientes varones, padre, marido, hermanos, contó lo sucedido y sin más trámites se clavó un puñal en el pecho.

Esta gota (¡vaya gota!) rebasó el vaso. Hartos de Tarquino, salieron todos en estampida a buscarlo con las peores intenciones. En realidad tendrían que haber salido en busca del hijo, que había hecho el estropicio, pero así es el cuento. 
No hallando a Tarquino, que había salido a dar una vuelta por los suburbios, decidieron los afectados y el pueblo en general dar por terminado el reinado, todos los reinados, y no soportar reyes nunca más. Por de pronto, a Tarquino le cerraron las puertas de la ciudad y lo declararon persona nada grata. Fuera con él y familia.

Obviamente, Tarquino se lo tomó pésimo, y recurrió a sus amigos, etruscos como él, con mando en alguna ciudad vecina. Sólo lo apoyó Lars Porsena, rey (mandamás) de Clusium. Más ilusionado por el saqueo que
por restablecer a Tarquino, Porsena marchó sobre Roma y la sitió.

Pánico en la ciudad. El ejército sitiador era imponente, y pasado un tiempo Roma comenzó a padecer hambre y a flaquear.
Un ciudadano, Cayo Mucio, concibió como única salida el asesinato de Porsena. Con el beneplácito de sus superiores, se disfrazó de etrusco, cruzó el Tiber a nado y, mojado y todo, se filtró una noche en el campamento de Porsena. La tienda del general era la más iluminada y estaba bastante concurrida, lo que le planteó un problema a Cayo Mucio, quien no conocía a Porsena. Entró a la tienda y apuntó al más lujosamente vestido que, lamentablemente, no era Porsena sino un secretario que estaba pagando a las tropas. Acuchilló al tipo equivocado.

Por supuesto, fue detenido y arrastrado ante Porsena. Viéndose ya difunto, trató de hacerse el impasible: “Soy un ciudadano de Roma”, dijo, “los hombres me llaman Cayo Mucio. Como enemigo quería matar a un enemigo y tengo suficiente valor como para enfrentar la muerte con tal de lograrlo. No soy el único en haber tomado esta resolución en tu contra; detrás de mí hay una larga lista de aspirantes a la misma distinción” (estaba muerto de miedo, pero conservó la serenidad como para mentir como un fresco para salvar el pellejo). “Prepárate para combatir cada hora por tu vida y encontrar un enemigo armado en el umbral de tu tienda. Esta es la clase de guerra que nosotros los jóvenes romanos te declaramos. No temerás las formaciones, no temerás la batalla; es sólo cosa entre tú y cada uno de nosotros”
El rey comenzó a preocuparse y reaccionó con furia: “Si no confiesas quiénes son tus cómplices y cómo piensan asesinarme, te quemo vivo de inmediato”. Ahí le tocó el turno a Cayo Mucio de redoblar la
apuesta y pasar a la posteridad: “Mira” gritó, “y aprende cuán ligeramente consideran sus cuerpos aquellos que aspiran a una gran gloria”. Sin dudarlo metió la mano derecha en el fuego que ardía en el altar. Mientras la mantuvo allí quemándose fue como si estuviera desprovisto de toda sensación. (Qué bestia, o bien Tito Livio resultó más cuentista que Cayo Mucio).

Porsena, seguramente asqueado por el olor a chamusquina, lo hizo retirar del fuego y, en premio a su valor, ordenó que lo mandaran de vuelta a casa. Ahí Mucio, para aprovecharse de la situación, le dijo (mientras se apagaba la mano a soplidos): “Ya que honras al valor, en reciprocidad te confesaré lo que no quise decirte antes (y siguió ensartando embustes): Trescientos de nosotros, entre los jóvenes romanos, han jurado que te atacarán como yo lo hice. El primero he sido yo; los otros vendrán a su turno hasta que la fortuna nos dé una oportunidad favorable”
Lo increíble es que el simple de Porsena lo creyó, y atemorizado ante tanto arrojo y tantos posibles atentados hizo propuestas de paz a Roma y finalmente retiró sus tropas.  A Cayo Mucio lo recibieron con
honores (y con crema para quemaduras) y le otorgaron por motivos obvios el apodo de Escévola (zurdo, en latín) que llevaron todos sus descendientes.

Si los romanos se creyeron realmente esta historieta fueron más que cándidos, pero el hecho es que con estas cosas educaban a sus hijos con orgullo. Allá ellos y, como dije, miremos qué pasa por casa.

Saludos (vale, como decían los romanos) y hasta fines de septiembre.




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martes, 30 de julio de 2013

CELTAS Y DRUIDAS -TODA UNA INCÓGNITA


Ya empezamos mal. Desde tiempos antiguos existiò una alegre irresponsabilidad acerca de quiénes eran los celtas y quiénes otra cosa. Si en esa época, en que los tenían ahí nomás, literalmente a tiro de piedra, no se ponían de acuerdo, imaginen ahora, transcurridos milenios. Un gallinero de historiadores.

Parece ser que, allá por el 1200 AC, a unos tipos que estaban viviendo entre el Mar Negro y el Mar Caspio se les dio por hacer turismo en masa. Algunos se fueron para la India (y allí los dejaremos, para no complicarnos). Otros, la mayoría, rumbearon para Europa y se establecieron en el centro de lo que hoy es Francia. 
A lo largo de los siglos se fueron multiplicando y extendiendo, conservando su lengua y sus costumbres. Los
encontraron entonces los comerciantes griegos, viajeros incansables, y recién aparecieron en la historia escrita. Herodoto, Estrabón y otros, cerca del 500 AC, refieren su existencia en las actuales Francia occidental, Bélgica y en general más allá de los Alpes. No estuvieron más explícitos. El término keltoi (probablemente "gente oculta") es un nombre que los griegos conocieron oralmente de los indígenas, una transcripción fonética de cómo se llamaban ellos mismos. 
Debo aclarar aquí que, en contra de lo que se cree vulgarmente, los celtas no construyeron megalitos (dolmenes, menhires ni piedras monumentales). Esas cosas se hicieron varios miles de años antes de que los celtas aparecieran en la historia. 

Alrededor del 200 AC los romanos estaban tomando preponderancia, y se fueron anexando a los celtas más cercanos (ser vecino de Roma era negocio peligroso), los "civilizaron" y los designaron como "galos". Como siguieron "civilizando" hacia al norte se encontraron con más celtas, cruzaron los Alpes, entraron en Francia (Galia Transalpina) y siguieron civilizando sin descanso. (El afán civilizador de Roma era notable. Y
eso que aún no se argumentaba "extender los beneficios de la democracia" entre los vecinos).
Un buen día los celtas, o galos, como los llamaban los romanos, se cansaron del Roman way of life que los estaba asfixiando y armaron una revuelta padre. Por suerte (para Roma) allí estaba Julio César, quien consideró que había demasiados celtas. Ya se los encontraba en al Galia Cisalpina (norte de Italia), la Transalpina (Francia, Suiza, Bélgica), el centro y oeste de Hispania y casi toda la Gran Bretaña. Eran un conjunto bastante heterogéneo de tribus y naciones diversas. Un verdadero rompecabezas. 
César tomó las medidas del caso, exterminó algunos millones de galos-celtas y por tal motivo se hizo acreedor a un desfile triunfal en Roma. También escribió un libro sobre su campaña en las Galias donde aparece como un hombre sabio, firme y compasivo. Por supuesto, todas mentiras electorales. Eso sí, muy
bien escrito.

Después de esta paliza y algunas subsiguientes la Galias se quedaron tranquilas y ocupadas. Por supuesto, perdieron bastante su identidad y fueron trasculturadas, pero así son las cosas. Desde un punto de vista material, puede decirse que algo mejoraron. Claro, después les pasaron por encima los bárbaros en serio, germanos, francos, sajones, visigodos, ostrogodos, vándalos, hunos, y otros especímenes, y finalmente llegó el cristianismo y de las costumbres y religión celta no quedó prácticamente nada. Sólo vestigios.

No les puedo dar detalles fidedignos sobre la vida y costumbres de este pueblo porque no los hay. Todo lo que existe son relatos de terceros, ya sea dudosos (los historiadores antiguos sentían un encantador desdén por la verdad. La historia debería servir como ejemplo de vicios y virtudes, un relato bien armado, y si no había datos o eran molestos, directamente se inventaban hechos o discursos absolutamente falsos. Así se escribió la historia). Decía, y perdón por el paréntesis, que lo que se sabe de los celtas por historiadores de su época  es poco e incierto.Los propios celtas no dejaron nada escrito, y lo poco que quedó ya en épocas tardías fue quemado por la Iglesia Católica (San Patricio quemó
personalmente 180 libros irlandeses escritos en celta en el siglo V).

Con las reservas del caso, los autores griegos y romanos describen a los celtas como personajes jactanciosos y turbulentos, muy amigos de armar camorra. Esto era aun mas cierto durante sus festines. Los festines eran una parte importante de la vida de la nobleza celta. A menudo se celebraban festines para celebrar la victoria en una batalla. Los guerreros tenían entonces la oportunidad de alardear de sus hazañas. Antes de trinchar la carne, tenían lugar una contienda verbal de bravuconería, para decidir quien era el guerrero más valiente de los presentes. El vencedor era premiado con trinchar el animal asado, y reservarse para el la parte superior del músculo, llamada la “parte del campeón”.

Aquí nos sirve un fragmento de Polibio sobre la batalla de Telamón:

 Infundía también terror la vista y movimiento de los que se hallaban desnudos en la vanguardia, ya que sobresalían en robustez y bella disposición. Todos los que ocupaban las primeras cohortes estaban adornados de collares de oro y manillas ....”.
En fin, que eran gente brava.

Retrocedamos a los primeros tiempos de los celtas para describir sus creencias.
Durante mucho tiempo sólo existieron cultos locales especialmente relacionados con las montañas, los bosques y las aguas, a quienes se invocaba bajo diferentes nombres

Más tarde se estableció el culto de las grandes divinidades, más o menos común a toda la Galia, y que en la época galorromana se fueron identificando con las divinidades de Roma:

Teutates, especie de Mercurio con algo de Júpiter y Marte, Taranis, relacionado con el rayo, pero carente del poder supremo de Júpiter, Esus, dios de la guerra y del ganado, asimilado a Marte y a Silvano, Belenus, dios de las artes, comparado con Apolo, Cerunnos, dios del sueño y de la muerte...

Cuando invadió Julio César, con su característica soberbia y autoritarismo, barrió con todos los nombres de los dioses, y los reemplazó por nombres romanos de dioses que se les parecían en algún atributo. Así, escribió lo más campante que los celtas adoraban a Júpiter, Neptuno, Minerva, y así todo.  Los celtas no entendían nada.

Con tantos dioses, era de firme que tenían que aparecer sacerdotes. Fueron los famosos druidas
Aunque los druidas se presentan a menudo como sacerdotes de la religión celta, su papel envolvía muchos
aspectos más. Los druidas formaban una clase social independiente, representando la clase intelectual de la sociedad. Aunque también desempeñaban funciones religiosas, no se limitaban a ellas. Eran entre otras cosas bardos, médicos, astrónomos, filósofos, magos y augures. Sin embargo, se pueden diferenciar sus funciones, auque a veces la separación no era muy clara: 
* Los "druids" que enseñaban el arte de la guerra y que disponían de poderes mágicos (o eso decían)
* Los "bairds" o bardos que eran responsables de la tradición oral
* Los "filidhs" o videntes que predecían el futuro.

Plinio el Viejo escribió sobre los druidas en los primeros años de la era cristiana. Aquí está el texto que ha ido desdibujando la forma originaria de los druidas en una más romántica

"Los druidas no tienen nada más sagrado que el muérdago y el árbol que lo soporta, siempre suponiendo que el árbol sea un roble- De hecho creen que todo lo que crece sobre el roble ha sido enviado desde el cielo....  Sin embargo, el muérdago se encuentra rara vez sobre el roble, y cuando se encuentra se lo recoge con la debida ceremonia religiosa. Habiendo dispuesto un banquete debajo de los árboles, los druidas traen dos toros blancos cuyos cuernos atan por primera vez, Vestidos con ropas blancas, los sacerdotes suben entonces al árbol y cortan el
muérdago con unas hoces de oro y lo reciben otros dos con una capa blanca. Luego matan a las víctimas, rogando a Dios que otorgue propicio sus dones. Ellos creen que el muérdago, tomado como bebida, aporta fecundidad a los animales estériles y es un antídoto contra todos los venenos".

Plinio el Viejo, Historia Natural, XVI, 249

Los escritores grecorromanos hicieron con frecuencia referencia a los druidas como practicantes de sacrificios humanos, por lo que los consideraban bárbaros. César señaló que el sacrificio se hacía principalmente con criminales, pero algunas veces también se utilizaba a inocentes. Éstos eran quemados vivos dentro de un gran muñeco de madera, conocido como el hombre de mimbre.
¿Qué les pasó a los druidas, tan firmes como parecían? Sencillo. Se opusieron a la campaña “civilizadora” de Cesar y sus seguidores. Fueron declarados fuera de la ley y su culto prohibido por inhumano a causa de los susodichos sacrificios. Lo cierto es que encarnaban la resistencia a la dominación extranjera y se oponían a la infiltración romana. Sospecho que lo del “hombre de mimbre” fue un embuste político, pero es una opinión personal. De los romanos se podía esperar cualquier cosa. Vean si no, que de Cartago dijeron exactamente lo mismo. Era el equivalente de las “armas de
destrucción masiva” de Irak.
La tarea de Roma la completó la Iglesia Católica, con su defensa del monopolio espiritual.
Pero los druidas resucitaron. Tímidamente en épocas de la Ilustración (siglo XVIII) y con fuerza arrolladora en el Romanticismo (siglo XIX) comenzaron a figurar de manera importante en la cultura popular. Novelas, óperas y trabajos de estudiosos los fueron rescatando e idealizando. También, por supuesto, se escribieron cantidad de tonterías sin fundamento sobre el, tema.
Los druidas modernos no tienen conexión directa con los druidas de la Edad de Hierro. Varias de las ideas populares acerca de los druidas se fundamentan en malentendidos y conceptos erróneos de estudiosos de hace 200 años. Esas ideas han sido superadas por los descubrimientos y estudios más recientes.

Varias corrientes del druidismo contemporáneo son una continuación del resurgimiento del siglo XVIII y así
es que en buena parte se estructuran sobre escritos producidos en ese siglo y también por fuentes y teóricos de segunda mano. Algunos son monoteístas. Otros, como el grupo druida más grande en el mundo, la Orden de los bardos, ovatos y druidas, se basan en un amplio rango de recursos para sus enseñanzas. Miembros de los grupos neodruidas pueden ser neopaganos, ocultistas, cristianos o espiritualistas de cualquier tipo. En fin: druidas para todos los gustos.
Los dejo en buena compañía hasta fines de agosto. Un abrazo.








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lunes, 1 de julio de 2013

OTRO FIN DEL MUNDO – SAN MALAQUIAS



En vergonzosa retirada los mayas, con su desacreditado colapso mundial en diciembre de 2012, el público clamaba por más emoción. No fue defraudado. Se puede desempolvar a Nostradamus, siempre oportuno, y está surgiendo con firmeza un nuevo candidato: San Malaquías.

Primero vayamos al servicial Nostradamus. Se cita misteriosamente esta cuarteta:

"Al principio habrán enfermedades mortales como advertencia, luego habrán plagas, morirán muchos animales, habrán catástrofes, cambios climáticos, y finalmente empezaran las guerras e invasiones del rey negro."

¡Bingo! Lo del rey negro invasor le cae como anillo a Obama, aunque eso de que morirán muchos animales
por una plaga no me cierra, como no sea lo de la vaca loca o la gripe aviar..., pero eso ya está pasado.

Pese a todo, podría ser un acierto, pero hay un pequeño detalle: esa cuarteta es totalmente inexistente. Quien la echó a rodar la inventó de punta a punta. Lástima. Prometía, el versito. Todavía hay quien lo cree.

Probemos con esta, que sí es auténtica:

Centuria 10, 91

“Clero Romano el año mil seiscientos y nueve,
En la cumbre del año se hará elección:
De un gris y negro de la Compañía salido,
Que nunca fue tan maligno”.

Aquí vamos mejor. El papa Francisco es jesuita (Compañía de Jesús). Los jesuitas se caracterizan por su sotana gris y negra, así que todo bien. Pero... ¿y la fecha? Parece que a Nostradamus le atrasa el reloj. No entiendo lo de "que nunca fue tan maligno". ¡Si Francisco es un pan de Dios! Pifia, hermano. Descartado.

Y ahora pasamos a nuestro plato fuerte.

Malaquías nació en Armagh, Irlanda, en 1094.Fue bautizado con el nombre de Maelmhaedhoc (latinizado como Malaquías). Fue ordenado sacerdote en 1119.

Después de su ordenación continuó sus estudios de liturgia y teología. En 1123 fue elegido abad y un año mas tarde fue consagrado obispo de Connor. Al morir San Celsus, Malaquías fue nombrado Arzobispo de Armagh en 1132, aunque por su gran humildad le costó aceptarlo. Las intrigas no le permitieron asumir su cargo por dos años. En tres años restauró la disciplina eclesiástica en Armagh.

En 1139 viajó a Roma y en el camino visitó a San Bernardo en la abadía de Clairvaux. San Bernardo, todo
un personaje, furibundo abad que daba órdenes a reyes y papas, cobró gran afecto por Malaquías. En Roma, Malaquías fue nombrado legado de Irlanda. En un segundo viaje a Roma, San Malaquías enfermó llegando a Clairvaux y murió en los brazos de San Bernardo el 2 de noviembre de 1148. Fue canonizado en 1190.

En cuanto a las famosas profecías, que se dice fueron escritas en 1139, ya empezamos mal. En la detallada biografía que San Bernardo escribió no figura ni una palabra de ellas (insólito) y durante más de cuatrocientos años hay un silencio absoluto.

En 1595 el historiador y religioso benedictino Arnold de Wyon publicó el Lignum Vitae, ornamentum y decus Ecclesiae (El árbol de la vida, el ornamento y la gloria de la iglesia), una biografía de los obispos que habían pertenecido a la Orden de San Benito, entre ellos, la de Malaquías de Armagh. Allí aparece
(¡recién!) una lista de cortos lemas o sobrenombres relacionados con sucesivos papas, desde Celestino II (asumió en 1143) hasta el fin de los tiempos.

Comencemos por analizar las fechas. Malaquías (1094 – 1148) vivía cuando asumió Celestino, así que la primera no vale, no fue una profecía (así cualquiera). El primer lema dice “Ex castro Tiberis” (Del castillo del Tíber): Celestino II había nacido en Citta del Castello, junto al Tíber.

Todos los lemas siguientes (son 111) no mencionan el nombre de los papas relacionados, lo que es explicable ya que Malaquías no podía conocer los nombres de los papas posteriores a su muerte.

Dado que la publicación sale a luz en 1595, y la lista cuenta con lemas papales desde 1143, Wyon se permite la deferencia de añadir a la derecha de cada lema el nombre del Papa y la reseña que relaciona el vaticinio con el Papa que ostentó el cargo, evidentemente sólo para aquellos anteriores a la publicación. Extrañamente hay una ajustada concordancia entre el lema de cada papa y alguna de sus características sobresalientes, pero sólo hasta la fecha en que Wyon “descubrió” el manuscrito con las profecías. De allí en adelante, la coherencia se hace difusa y en ocasiones el lema no tiene absolutamente nada que ver con nada del respectivo papa.
A modo de ejemplo, incluyo un facsímil de la última parte del documento original:


Cuya traducción actual dice:

73. Axis in medietate El hacha en medio del signo): Sixto V (1585-1590). Su escudo contenía un hacha que cruzaba un león, que puede ser considerado como signo o símbolo de varios tipos.

74. De rore coeli (El rocío del cielo): Urbano VII (1590). Arzobispo de Rossano. Se considera que el lema hace referencia, además de a Rossano (ros=rocío) a su brevísimo reinado (12 días), que recuerda al rocío que cae del cielo.

75. Ex antiquitate urbis (De la antigüedad de la ciudad): Gregorio XIV (1590-1591). No se ha encontrado relación alguna.

76. Pia civitas in bello (La villa piadosa en guerra): Inocencio IX (1591). De Bolonia, considerada como la villa piadosa en guerra.

77. Crux romulea (La cruz romana). Clemente VIII (1592-1605). Su escudo tenía la cruz de los Papas.

Hasta aquí llegarían las profecías referentes a Papas ya conocidos antes de la publicación del Lignum Vitae. A partir de ahora los lemas se complican y aparecen confusos más a menudo que hasta ahora. Se agregan el nombre y la fecha de los papas a que se refiere.

78. Undosus vir (El varón ondulado): León XI (1605). Lema algo difícil de entender, ya que se interpreta que se refiere a su corto reinado (no llegó al mes de papado), breve como una ola.

79. Gens perversa (El pueblo perverso): Pablo V (1605-1621). También este lema se convierte en un problema de interpretación. Se dice que este Papa tuvo que hacer frente a herejías y conversiones al protestantismo, que su escudo estaba dominado por un dragón y un águila, tenidos por perversos, pero no se ha encontrado una relación que lo identifique plenamente con su lema.

80. In tribulatione pacis (En la tribulación de la paz): Gregorio XV (1621-1623). Tampoco se entiende demasiado este lema, puesto que aunque actuó de mediador en algunos conflictos internacionales, era algo frecuente en todos los Papas.

81. Lilium et rosa (El lirio y la rosa): Urbano VIII (1623-1644). En su época se vivieron los fuertes conflictos entre Francia e Inglaterra.

82. Jucunditas crucis (La exaltación de la cruz): Inocencio X (1644-1655). Su elección parece estar relacionada con el día de la Exaltación de la Cruz
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96. Peregrinus apostolicus (El peregrino apostólico): Pío VI (1775-1799). Tampoco tiene una identificación sencilla con el Papa al que se dedica. El hecho de su pontificado más relacionado es que durante un viaje apostólico empleó la divisa “Peregrinus apostolicus”, aunque como las profecías ya se conocían bastante, es hasta posible que la tomara para acercarse a su lema.

97. Aquila rapax (El águila rapaz): Pío VII (1800-1823). Parece que más que al propio Papa, esta profecía se puede referir a la figura contemporánea más destacada de su tiempo como fue Napoleón Bonaparte, cuyo símbolo era el águila, que sometió a presiones al Papa.

98. Canis et coluber (El perro y la serpiente): León XII (1823-1829). Otro de los lemas que no tienen una relación directa con el Papa al que hace referencia. Se dice que fue un gran perseguidor de algunos movimientos de liberación, por lo que se le considera un perro guardián que lucha contra las serpientes que desestabilizan la iglesia.

99. Vir religiosus (El varón religioso): Pío VIII (1829-1830). No parece que este Papa fuera especialmente más religioso que otros antecesores o sucesores suyos, a no ser por el nombre, Pío=piadoso, religioso.

100. De balnes Etruriæ (De los baños de Etruria): Gregorio XIV (1831-1846). Miembro de la orden Camaldulense fundada en Balneum (=baños) en Etruria.

101. Crux de cruce (La cruz de las cruces): Pío IX (1846-1878). Es el pontificado más largo de la historia, que podría destacarlo entre los demás Papas (cruz de las cruces).

102. Lumen in cælo (Luz en los Cielos): León XIII (1878-1903). En su escudo puso un cometa, pero es posible que fuera para hacer buena la profecía. Su relación con el lema es muy ambigua.

103. Ignis Ardens (Fuego Ardiente): Pío X (1903-1914). Nació el día de San Dominico, cuya orden tiene una antorcha encendida como escudo.

104. Religio Depopulata (Religión Devastada): Benedicto XV (1914-1922). Durante su pontificado, se desarrolló la Revolución Rusa y la Primera Guerra Mundial.

105. Fides Intrepida (Fe Intrépida): Pío XI (1922-1939). Si no es por la creación de misiones y similares, como ejemplo de fe intrépida, no hay otros indicios que puedan relacionar a este Papa con su lema.

106. Pastor Angelicus (El Pastor Angélico): Pío XII (1939-1958). Hombre muy piadoso, encargó una película sobre sí mismo que se llamaba Pastor Angelicus, aunque seguramente eligió este título por ser uno de los grandes creyentes de la profecía

107. Pastor et nauta (Pastor y navegante): Juan XIII (1958-1963). Patriarca de Venecia y pastor de joven. Artífice del Concilio Vaticano II .

108. Flos florum (Flor de las flores): Pablo VI (1963-1978). Nació en Florencia, cuyo símbolo es la flor de lis. Su escudo tenía tres flores de lis, aunque pudo elegirlo para adecuarse a la profecía.

109. De Medietate Lunæ (De la Mitad de la Luna): Juan Pablo I (1978). Nació cerca de Belluno(=luna bella), su pontificado fue muy corto (algo más de medio mes). Fue nombrado Papa cuando había media luna.

110. De Labore Solis (De la labor del Sol): Juan Pablo II (1978-2005). Nació un día de eclipse total de Sol. Se considera que la profecía realza su capacidad de trabajo.

111. De Gloria Olivæ (De la Gloria del Olivo): Benedicto XVI (2005- ). De momento la única relación que se encuentra con la profecía es el nombre elegido para ser Papa, ya que los benedictinos tienen como símbolo la rama de olivo. La elección de este nombre puede deberse a varias razones, entre ellas, cumplir con su lema.

112. En persecución extrema [de] la Santa Iglesia Romana reinará. Pedro Romano, quien entre muchas tribulaciones, alimentará a su rebaño y después la ciudad de las siete colinas será destruida y un Juez Terrible juzgara a su pueblo. Fin

La lista completa se puede consultar en Lista completa de papas de la profecia


Lo que vuelve inquietante a esta “profecía” es que ya estamos en el reinado de Pedro el Romano, que ni se llama Pedro ni tiene nada de Romano (Francisco el Argentino, más bien) y se nos vendría la persecución extrema, las tribulaciones, la destrucción de Roma y el juicio final. Casi nada, Malaquías.

Dejo a juicio de cada uno la opinión de estas profecías (la mía es bastante transparente) y los espero a fines de julio, salvo juicio final mediante. Cuídense.




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jueves, 30 de mayo de 2013

ANTIGUO RAPTO MASIVO – LAS SABINAS


En la última entrada dejamos a Rómulo y sus amigos reponiéndose de un fratricidio dentro de su recién fundada ciudad de Roma. Lo de amigos es un eufemismo; en realidad, según muchos historiadores, lo  más probable es que fueran una banda de ladrones de ganado, malandrines y gente de avería.

La leyenda nos dice que eran todos hombres y, por consiguiente, carecían de mujeres. Primera inexactitud. Contradiciendo a la leyenda, opino que un grupo de varones enriquecidos por sus rapiñas inexorablemente se verán rodeados de mujeres a corto plazo. Putas, hablando con claridad. Sus necesidades inmediatas se verían por el momento satisfechas, y podrían dedicarse a construir viviendas, templos, foros y atractivos
turísticos.
Pero nadie aprecia su felicidad presente. Al tiempo comenzaron ¡insensatos! a sentir la necesidad de esposas e hijos. Con la mala fama que cargaban, los habitantes de localidades vecinas no se sentían inclinados a confiarles sus hijas y hermanas, de modo que los romanos maquinaron una de sus fechorías para salir de solteros.
Anunciaron por toda la comarca la realización de una "gran fiesta gran" en honor de Neptuno, dios muy respetable, nada de la Venus casquivana o el belicoso Marte. Masiva publicidad mediante, cursaron invitaciones a las poblaciones vecinas. Carreras de caballos, competencias atléticas, juegos, atracciones, tenedor y canilla libre. Para la aldea de Sabinia en particular, damas solteras gratis.

Llegó el día de la fiesta. Gran concurrencia. Las sabinas arribaron en masa, acompañadas de sus padres y hermanos, ante la perspectiva de comida gratis. En determinado momento, a una señal de Rómulo, los hombres se apoderaron de las sabinas y, de malos modos, las encerraron en las viviendas, mientras que otro grupo ponía en fuga a punta de espadas a los desgraciados varones.

















De esta forma expeditiva los romanos solucionaron su soltería. Se casaron debidamente y, por si acaso, no expulsaron a las putas. Nunca se sabe...

Lo curioso fue el comportamiento de los sabinos. Aparentemente les resultó un alivio sacarse de encima a las mujeres, porque durante un par de años no dieron señales de venganza. Al cabo, el honor los obligó a presentarse ante Roma en son de guerra. Según se cuenta, una de las raptadas, de nombre Tarpeya, reveló a los invasores un camino escondido para entrar en la ciudad. Se dirigió a Tarquino, rey y jefe de los sabinos, ofreciéndole el secreto “a cambio de lo que éste llevaba en su brazo izquierdo”, refiriéndose a su brazalete de oro. Tarquino aceptó, y una vez dentro de la ciudad aplastó a Tarpeya con su escudo, que también portaba en el brazo izquierdo. Otra versión de la leyenda cuenta que los romanos descubrieron su traición, y que la arrojaron al vacío por un precipicio, que pasó a llamarse la roca Tarpeya, inaugurando así la costumbre de castigar a los traidores a la patria lanzándolos desde ese punto. Diferencias de interpretación.

Ya el enemigo dentro, comenzó la escabechina, pero las sabinas, sensatas y rápidas de mente, se dieron
cuenta que de todas formas ellas serían las perdedoras. Hersilia, la esposa de Rómulo, se interpuso entre los combatientes de forma decidida y vehemente, diciendo, según relata Plutarco: “Os suplicamos que nos devolváis, de entre vosotros, a nuestros padres y hermanos, sin privarnos, de entre los romanos, de nuestros maridos y nuestros hijos”. Los combatientes tardaron un rato en comprender qué les quería decir Hersilia (eran algo duros de entendimiento) pero finalmente depusieron las armas y firmaron la paz. Inevitablemente se celebró un banquete para festejar la reconciliación. El rey de Sabinia Tito Tacio y Rómulo formaron una diarquía en Roma hasta la muerte de Tito
Con esta leyenda ilustraban los romanos que su ciudad había nacido de la unión de dos pueblos: latinos y sabinos, a los que pronto se sumó un tercer elemento: los etruscos, un pueblo muy avanzado, que poblaba la actual Toscana y que poseía importantes intereses comerciales en la región del Lacio.

Esta aleccionadora fábula curiosamente fue creída como cierta por los romanos durante mucho tiempo. La relataron Tito Livio y Plutarco, y formó parte del patriotismo. Cuando empezaron a dudar de su veracidad se empezó a derrumbar el imperio. ¿Será que los mitos son necesarios para sostener la idea de la Patria?
  

Hasta la próxima, que espero sea a fines de junio. Saludos.


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martes, 30 de abril de 2013

¿SE FUNDÓ ROMA ALGUNA VEZ?



La pregunta, irónica por supuesto, tiene un fondo válido. Por un lado, los romanos se habían fabricado una versión heroica y patriótica, totalmente falsa de punta a punta, Los etnólogos y arqueólogos, siempre dispuestos a hacerse un nombre buscando pelos al huevo, descartaron desdeñosamente la versión romana y se lanzaron a divagar. Dado que las gentes de esa época y cultura eran poco y nada partidarios de la escritura, no se sabe absolutamente nada de lo que sucedió. Quedó así campo libre para que los científicos sacaran de la galera a pueblos insólitos y les atribuyeran la fundación de lo que después fue Roma. Etruscos,
pelasgos, sabinos, volscos, ecuos, rútulos, ausonios y muchos otros fueron candidatos más o menos firmes, solos o  en sociedad. Personalmente, como debido a mi ignorancia no sé distinguir a un rútulo de un ecuo cuando los veo, me resulta absolutamente insubstancial quién haya puesto la primera piedra de la ciudad, si es que alguien se tomó la molestia de hacerlo.

La versión (o versiones, porque hay varias) que los papás romanos le contaban a sus hijos tienen la ventaja del componente poético, y fueron evolucionando. Por supuesto, a las primeras generaciones les importaba un pito quién había sido el primer romano, lo que probablemente tenían bastante presente porque sus abuelos habían sido testigos del hecho.  Pero al pasar el tiempo, al olvidarse sus orígenes y tener que demostrar su superioridad frente a ciudades vecinas, los romanos tuvieron que fabricarse una historia.

Entre otras, podemos rescatar la que atribuye la fundación a un etrusco llamado Rumon o Ramon. Rápidamente cayó en  desuso por pedestre.
Se recurrió entonces a Troya. Sobrevivientes de la caída de esta ciudad se lanzaron al mar y llegaron al río Tiber. Allí encallaron y las mujeres, hartas de navegar, dirigidas por una tal Roma, incendiaron los barcos. Como es de imaginar, a los maridos les cayó muy mal, y Roma y sus secuaces tuvieron que emplearse a fondo para calmarlos.
Con el tiempo, las cosas les fueron mejor de lo esperado, de modo que erigieron una ciudad y le pusieron por nombre Roma en honor a la incendiaria. De entonces dicen que viene lo que todavía se practica, que las mujeres saludan con ósculo a los deudos y a sus propios maridos, porque también aquellas saludaron así a los hombres después de la quema de las naves, por miedo y para aplacarles el enojo. Por lo  visto,  estas niñas fueron las inventoras del beso. (Y no critiquen, que lo dice Plutarco, nada menos)

No gustó del todo. Se trató de encontrar a la ciudad un origen heroico y, de ser posible, divino. Eso siempre ayuda.
Vino de perillas un héroe de la guerra de Troya, con bastante buena prensa. Este personaje, casualmente hijo de Afrodita (¡perfecto!) escapó de la destrucción de Troya cargando en hombros a su padre Anquises (hijo ejemplar) y llevando en brazos a su hijo Ascanio. Así abrumado se embarcó con algunos compañeros y
salió pitando. En su viaje, hizo las mil y una (lean la Eneida, si pueden soportarla) y finalmente llegó a Italia, al Lacio para ser exactos. Allí él (o su hijo rebautizado Iulo, para dar linaje a Julio César) fundaron Roma.
Perfecto, pero el bulo era demasiado grande. Troya cayó muchos siglos antes de la fundación de Roma, y ni Eneas ni Iulo podían ser tan longevos.
Pongamos un parche, entonces. Puesto a fundar ciudades, Iulo fundó Alba Longa. Sucesivos descendientes reinaron allí durante trescientos años (con lo que se cubrió la incongruencia), llegando a dos de ellos, Numitor y Amulio, que estaban aún en el trono. Desgraciadamente, dos en un trono están muy apretados. Y así, un día, Amulio echó al hermano para reinar solo, y le mató todos los hijos, menos una: Rea Silvia. Mas, para que no pudiese poner al mundo algún hijo a quien, de mayor, se le pudiese antojar vengar al abuelo, la obligó a hacerse sacerdotisa de la diosa Vesta, o sea monja.
Un día, Rea tomaba el fresco a orillas del río y se quedó dormida. Por casualidad pasaba por aquellos parajes el dios Marte, que bajaba a menudo a la Tierra, un poco para organizar una guerrilla que otra, que era su oficio habitual, y otro poco en busca de chicas, que era su pasión favorita. Vio a Rea Silvia. Se enamoró de ella. Y sin despertarla siquiera, la dejó encinta. Sueño pesado, el de Silvia.
Amulio se encolerizó muchísimo cuando lo supo. Más no la mató. Aguardó a que pariese, no uno, sino dos chiquillos gemelos. Después, ordenó meterlos en una pequeñísima balsa  que confió al río para que se los llevase, al filo de la corriente, hasta el mar, y allí se ahogasen. Mas no había contado con el viento, que aquel día soplaba con bastante fuerza, y que condujo la frágil embarcación no lejos de allí, encallando en la arena de la orilla, en pleno campo (Notar la analogía con Moisés. ¿Quién copió a quién?). Allí, los dos desamparados llamaron la atención de una loba que acudió para amamantarlos. Y por eso este animal se ha
convertido en el símbolo de Roma, que fue fundada después por los dos gemelos.
Los maliciosos dicen que aquella loba no era en modo alguno una bestia, sino una mujer de verdad, Acca Laurentia. Como en latín vulgar se llamaba lupas (lobas) a las prostitutas, se imaginan cuál era la profesión de doña Laurentia. Mas acaso todo eso no son más que chismorreos.
Los dos gemelos completaron su crianza con un pastor y de él recibieron, uno el nombre de Rómulo, el otro el de Remo. Crecieron, y al final supieron su historia. Entonces, volvieron a Alba Longa, organizaron una revolución, mataron a Amulio y repusieron en el trono a Numitor. Después, impacientes por hacer algo importante, reunieron algunos adictos y se fueron a construir otra ciudad un poco más lejos. Y eligieron el sitio donde su balsa había encallado, en medio de las colinas entre las que discurre el Tíber, cuando está a puntó de desembocar en el mar. En aquel lugar, como a menudo sucede entre hermanos, litigaron sobre el nombre que darían a la ciudad. Luego decidieron que ganaría el que viera volar más buitres (ave consagrada a Marte, antecesor de ambos). Remo vio seis sobre el monte Aventino. Rómulo, sobre el Palatino, vio doce: la ciudad se llamaría, pues, Roma. Uncieron dos blancos bueyes, excavaron un surco y delimitaron así el 
circuito de las futuras murallas, según un sagrado rito etrusco. Comenzó la discusión sobre el nombre. Remo se consideró ganador, porque había visto los buitres en primer lugar, pero Rómulo argumentó haber visto más aves. Remo, falto de argumentos, saltó despectivamente sobre el surco trazado, pecado horrible según la costumbre porque las murallas resultaban así violadas, y Rómulo, sin dudarlo, mató a Remo. Después se arrepintió, claro, pero igualmente se proclamó rey y llamó a la ciudad con su nombre.

Todo esto, dícese, aconteció setecientos cincuenta y tres años antes de que Jesucristo naciese, exactamente el 21 de abril, que todavía se celebra como aniversario de la ciudad, nacida, como se ve, de un fratricidio.
Naturalmente, las cosas no acontecieron precisamente así. Pero durante muchos siglos los romanos lo creyeron y les halagaba mucho el hecho de poder mezclar los dioses influyentes como Venus y Marte y personalidades de elevada posición como Eneas, al nacimiento de su Urbe. Cuando se fueron volviendo escépticos y dejaron de creerlo comenzó la decadencia de Roma. Ahora creen que la fundó Berlusconi. Así les va.

En otra ocasión les contaré (porque esto continúa) cómo se hicieron los fundadores, todos varones, de mujeres para poblar la ciudad y llenarla de romanos.

Hasta mediados de mayo. Saludos

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lunes, 1 de abril de 2013

JUANA DE CASTILLA, LA BELTRANEJA



¡Ay de Juana! Le colgaron el mote sin compasión, y le quedó para siglos y siglos.

Retrocedamos un poco. El padre de la aún no nacida Juana era Enrique IV, rey de Castilla. Habría mucho

para decir de este sujeto. Para empezar, era un pobre infeliz influenciable y veleta, con ínfulas de rey pero sin tripas para ello. De buena estampa, pero nada más. Se apoyaba demasiado en los favoritos. Más de lo razonable, lo que a las mal pensados lo hacía sospechoso de inclinaciones irregulares.


En 1440, con 15 años, lo casaron con Blanca de Navarra. Pasan los
años (trece, para ser exactos) y los críos no llegan. Enrique le echa la culpa a su mujer afirmando que le había lanzado un hechizo (textualmente “le había anudado la bragueta”). Por consiguiente, repudia a su esposa. Ofendida, Blanca proclama a los cuatro vientos que no ha sido por su culpa, sino por la de su marido, que no ha podido consumar el matrimonio.  Los médicos dicen que su esposa todavía es virgen y que él tiene un miembro viril inservible para poder realizar un acto sexual.

Para demostrar que la culpa era de la princesa Blanca, los consejeros de Enrique trajeron dos prostitutas de Segovia, “con las que el príncipe tuvo relaciones íntimas” y que juraron que era viril ante la corte eclesiástica. Quién es más creíble: ¿el Papa o dos prostitutas? La cuestión quedó en empate.

Dos años después, Enrique probó suerte nuevamente. La novia, Juana de Portugal, de 16 años, era alegre, provocativa y vehemente.La noche de bodas fue probablemente un fracaso. Los funcionarios de la corte, según la tradición, revolotearon delante del dormitorio esperando que el novio saliera a mostrar las sábanas ensangrentadas. No fue así. A la mañana siguiente la novia abandonó el dormitorio “tal como había entrado a él” es decir, virgen.  Más rumores.

Transcurrieron años sin novedad. Isabel (la futura Isabel la Católica) y su hermano Alfonso, hermanastros del rey Enrique, fueron a vivir a la corte, niños aún, y quedaron espantados ante el desenfreno reinante. La reina Juana se dedicaba a los coqueteos, la frivolidad y las escaramuzas sexuales, entre celebraciones y banquetes cortesanos. Comenzó a circular el rumor de que
la reina tenía un amante, Beltrán de la Cueva, un apuesto y enjoyado favorito de Enrique. Por supuesto no había pruebas, pero la conducta de ambos era reveladora. 
Finalmente, luego de siete años de matrimonio,  nació la princesa Juana de Castilla. Se reunieron las Cortes en Madrid para jurar a la princesa Juana como heredera legítima de Enrique. Entre los que juraron se encontraban los hermanos Isabel y Alfonso.

No pasó mucho tiempo sin que hicieran crisis las rivalidades existentes entre la nobleza. La débil política de Enrique y su apoyo a los favoritos provocaron agrios rencores. El valido del momento era, justamente, el inseparable Beltrán de la Cueva, sospechado padre de Juana. El anterior preferido, Juan Pacheco, se transformó en enemigo  acérrimo de Enrique. Juntó aliados entre los nobles descontentos y planeó su venganza.
El plan requería como primer paso sostener que Juana era bastarda (cosa fácil). En consecuencia, no podría heredar la corona de Castilla. ¿Quién sería entonces el sucesor natural? Por supuesto, Alfonso, al igual que Isabel, hermanastros del rey Enrique. Por su edad, se suponía a Alfonso fácilmente influenciable. En cuanto a Enrique, llegado el momento se lo haría abdicar o se “rogaría” a Dios que lo llevara consigo.

Y así nació el despectivo apodo de “Beltraneja” aplicado a Juana. Se difundió rápidamente por mercaderes y juglares y sirvió a su propósito.

A la liga rebelde se le fueron incorporando grandes linajes nobiliarios, e incluso el rey Juan II de Aragón. Redactaron un manifiesto en Medina del Campo, en el que se acusaba al monarca de favorecer a judíos y musulmanes, perjudicar a los nobles en beneficio de gente de baja extracción social, aplicar impuestos excesivos, y sobre todo se responsabilizaba a Beltrán de la Cueva de los males del reino; se exigía que Alfonso (de 11 años), fuera reconocido como heredero, y fuese educado por Juan Pacheco, y la salida de la Corte de Beltrán de la Cueva. 
El rey se tambaleó, con su característica indecisión, cedió a las exigencias y claudicó finalmente ante las demandas de la nobleza: Alfonso fue jurado como heredero (¿no era que Juana había sido proclamada heredera a su nacimiento?) con la condición de que se casase con Juana. Pacheco recuperó su poder y Beltrán de la Cueva fue alejado de la corte.

Siguiente paso: destituir al rey. Se montó una ceremonia que después se conoció como La Farsa de Ávila. Sobre un gran tablado los conjurados colocaron una estatua de madera que representaba al rey vestido de luto y ataviado con la corona, el bastón y la espada reales. En la ceremonia estaban presentes los nobles conjurados, el príncipe Alfonso y multitud de curiosos.

Se celebró una misa y, una vez terminada, los rebeldes subieron al tablado y leyeron una declaración con  
todos los agravios de los que acusaban a Enrique IV. Tras el discurso, el arzobispo de Toledo le quitó a la efigie la corona, símbolo de la dignidad real. Luego el conde de Plasencia le quitó la espada, símbolo de la administración de justicia, y el conde de Benavente le quitó el bastón, símbolo del gobierno. Por último, Diego López de Zúñiga, hermano del conde de Plasencia, derribó la estatua gritando “¡A tierra, puto!”

Seguidamente subieron al infante Alfonso al tablado, lo proclamaron rey al grito de “¡Castilla, por el rey don Alfonso!” y procedieron a la ceremonia del besamanos. ¿Y Juana la Beltraneja? Para esa fecha tenía tres años.

Castilla tenía dos reyes. Se tejieron alianzas en vista de la guerra inminente. Poderosos nobles cambiaban de bando según su interés. A los tres años de su proclamación el príncipe Alfonso moría de peste (por supuesto, se sospechó veneno).

Los rebeldes se quedaron sin candidato. Reivindicaron entonces a Isabel, hermana de Alfonso y hermanastra de Enrique, como heredera del trono. Enrique, acorralado, aceptó, pero tuvo que enfrentarse con la furia de su esposa, Juana, que defendía los derechos de la Beltraneja.Marcha atrás de Enrique.

Isabel da muestras de firmeza y no resulta fácil de manejar. Está firmemente convencida de ser la sucesora
de Enrique así como de la bastardía de Juana. Para zanjar las diferencias se reúnen Enrique, Isabel y sus respectivos partidarios en un campo llamado Toros de Guisando. Allí se declaró heredera a Isabel (Juana fue nuevamente sacada de en medio) reservándose Enrique el derecho de acordar su matrimonio. La razón esgrimida para defenestrar a Juana no fue su condición de hija de otro hombre (lo que hubiera significado admitir los cuernos de Enrique) sino la falta de dispensa papal para el enlace, por motivos de consanguinidad (la dispensa existía, pero se la tachó de nula).

Todos aparentemente felices (salvo Juana) pero era todo falso. Mientras tanto, la madre de Juana, nominalmente aún esposa de Enrique, había sido separada de su hija y confinada en un castillo, donde no tardó en hacerse embarazar. Inauguró así una vida de escándalo desembozado. El rey miraba para otro lado.

A despecho de Enrique, que tenía otros planes, Isabel se casó en secreto y sin autorización con el príncipe
Fernando de Aragón.
Gran rabieta de Enrique, que pega otra voltereta  y proclama a su hija Juana como .heredera al trono, jurando públicamente que de nuevo era hija legítima. Le restituye el rango de princesa y le busca un matrimonio en consecuencia.

Resulta elegido el duque de Guyena, hermano del Rey de Francia. Se celebra el matrimonio por poderes. Desgraciadamente, al año siguiente fallece el duque de Guyena y Juana queda viuda (virgen, por supuesto) a los ocho años.

Dos años después muere el rey Enrique, presuntamente envenenado con arsénico. Dos días más tarde, la infanta Isabel se autoproclama Reina de Castilla.

Como recurso desesperado, los partidarios de Juana ofrecen la mano de ésta al rey Alfonso de Portugal, tío suyo y 31 años mayor que ella.
El portugués aparentemente acepta, ya que invade Castilla, tal vez para buscar a la novia. Se casa en 1475, pero espera la dispensa del Papa para consumar la cosa con su sobrina.
Juana intenta evitar la posible guerra civil escribiendo las siguientes frases a  las ciudades:
"Luego por los tres estados de estos dichos mis reinos,
e por personas escogidas dellos de buena fama
e conciencia que sean sin sospecha, 
se vea libre e determine por justicia a quien estos dichos mis reinos pertenecen;
porque se excusen todos rigores e rompimientos de guerra
"

Inútil intento. La llamada Guerra de Sucesión había iniciado. En mayor o menor grado, intervinieron Fernando e Isabel, Aragón, Portugal, y Francia.

En Toro tenía Juana su corte con gran magnificencia, y, al decir de sus parciales, desplegaba grandes cualidades de reina, aunque solo tuviera entonces trece años.

Después de un año de guerra el grueso del ejército portugués regresa a su tierra, marchando Juana con ellos. La guerra continúa cada vez más en favor de Isabel y Fernando.
Como reflejo de la situación, el Papa revoca la dispensa del matrimonio entre Juana y Alfonso.

Finalmente, cuatro años después de iniciada la guerra, se firman los tratados de Alcaçovas (política) y Tercerías de Moura (cuestiones sucesorias). Por estas últimas el Rey de Portugal renunciaba a la mano de su sobrina Juana, se obligaba a no apoyar las pretensiones de esta al trono de Castilla y se daba a Juana un plazo de seis meses para que eligiese entre casarse con el infante Juan, hijo de Fernando e Isabel luego de que el infante llegase a una edad  proporcionada (tenía un año de edad) o retirarse a un convento y tomar el velo. Juana elige el convento, y, con apenas 18 años,  pronuncia sus votos en un monasterio de Portugal. El
confesor de la reina Isabel le endulza el destino felicitándola por “haber elegido el mejor partido según los evangelistas”  y patochadas semejantes. ¡Para historias estaba Juana! ¡La querían casar con un bebé de un año!

Pese a estar profesa, dos años después recibe una insólita proposición de matrimonio de Francisco Febo,  heredero al trono navarro (¡vasco tozudo!). Queda en la nada, por fallecimiento del candidato al año siguiente.

En 1504 muere Isabel la Católica. Según ciertas fuentes, poco después el viudo Felipe propone matrimonio a Juana (!!!!!) para afirmarse como rey de Castilla. Por supuesto, recibe terminantes calabazas.

Y así transcurre la vida de la infortunada Beltraneja. Goza de gran libertad en el convento, sale con frecuencia y los reyes de Portugal terminan alojando a la Excelente Senhora, como la llaman, en el castillo de San Jorge, con grandes comodidades y ceremonial. A los 68 años, se dio el gusto de sobrevivir ampliamente a su gran rival, Isabel. Hasta el fin de sus días, firmaba sus cartas como Yo, la Reina.

Infortunadamente, el 1755 se  produjo en Lisboa un gran terremoto con la casi destrucción de la ciudad. Se perdieron allí los restos de Juana, impidiéndose así cualquier prueba de ADN que hubiera podido esclarecer su auténtica paternidad.
                                                                                                                                                                   
La trágica historia de Juana pierde notoriedad frente a la inmensa  sombra de Isabel la Católica, pero analizada aisladamente refleja un destino infortunado y heroico no exento de grandeza.

Hasta mediados de abril, amigos.



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