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histonotas: 1/6/11 - 1/7/11

martes, 28 de junio de 2011

ARTURO – EL FIN DE LA CABALLERIA

Quedamos con Arturo recién casado, y ya empiezan los problemas. Cito a Malory, (Le Morte D'Arthur, comienzos del siglo XV):

“Inmediatamente después de la boda de Arturo y Ginebra, el rey tuvo que dejar la corte y en su ausencia el rey Meleagant (Melvas) se llevó a la reina hasta su feudo, del cual, según decían, ningún viajero regresaba jamás... Nadie osó llegar hasta ella excepto Lanzarote, que emprendió su camino a través de un país desconocido hasta que llegó cerca del refugio que Meleagant había hecho edificar para la reina. Entonces cruzó el puente de las espadas y sufrió por ello graves heridas, pero rescató a la reina y más tarde, en presencia del rey Arturo y de la corte, luchó con Meleagant y le mató”

Ya aparece aquí Lanzarote, joven caballero de la Tabla Redonda que ulteriormente crearía serios problemas a Arturo. El rey creyó (o fingió creer) las historias que le contó Ginebra acerca de su pureza y fidelidad durante el rapto y el rescate, y la restableció en trono y lecho, como si nada. No sería la última pifia de Arturo.

Más o menos por esa época sucedió la aparición del Grial y su posterior búsqueda. Aprovechan los narradores para relatar infinidad de aventuras de los caballeros de la Tabla Redonda en esta empresa, muy del gusto de la gente de la época pero plagadas de detalles fantásticos, gigantes, dragones, hadas buenas y de las otras, duelos individuales, reflexiones morales y religiosas, tanto es así que la historia de la búsqueda del Grial parece el manual del perfecto caballero cristiano. Por eso hay quien sospecha una influencia directa de los monjes de la orden del Cister en su redacción. La omito aquí por su extensión y complejidad. Algo de ella resumo en la entrada "El Grial - De los celtas a Dan Brown"


Volvamos a Lanzarote. Descuella entre los seguidores de Arturo, tanto que se gana el renombre de “el mejor caballero del mundo” Pese a su lealtad y admiración hacia Arturo, es mayor su admiración hacia Ginebra. Lanzarote nunca perdió un encuentro cuerpo a cuerpo, y este tampoco. Ginebra cae vencida, muy a su gusto. Se habla de un “loco amor” en contraposición al amor cortés casi platónico habitual y aceptado en esa época, lo que significa que de platónico no tenía nada, y estaban apasionados hasta las entretelas. Otra alternativa (hipótesis mía, ni mencionada en las leyendas) es que Ginebra fuese algo ligera de cascos, o Arturo un plomazo. Empezó con el “rapto”, siguió con Lanzarote...

Entre suspiros y citas, y fogosos encuentros cuando Lanzarote no estaba metido en alguna aventura, herido o prisionero, la cosa duró varios años. Arturo en babia. El optimista de Lanzarote se metió en la búsqueda del Grial, olvidando las condiciones del concurso. Vamos, que de puro y virgen no tenía nada. A fuerza de buen caballero alcanzó a ver al Grial, pero cuando quiso acercarse...nada, lo expulsaron por adúltero, a pesar de jurar arrepentimiento y prometer no volver a las andadas.

Defraudado, vuelve a Camelot y, por supuesto, a las andadas. No importa que Morgana, la hermanastra bruja, maligna e incestuosa de Arturo, muestre “ingenuamente” a éste los dibujos realizados en las paredes de su celda por Lanzarote cuando estuvo prisionero y hechizado en poder de la encantadora, dibujos que ilustran detalladamente su relación con Ginebra, no importa que algunos caballeros enemigos de Lanzarote adviertan repetidamente que la reina adornaba la real cabeza de Arturo. Éste, ciego y obstinado, no veía lo que no quería ver. A la postre, tendieron una trampa. Crearon las condiciones para que la pareja se sintiera confiada y, asegurándose que los amantes estuvieran encerrados en la habitación de Ginebra en plena cabalgata amorosa, se amontonaron frente a la puerta e intentaron derribarla.
Lanzarote apenas tuvo tiempo de colocarse a las apuradas los calzoncillos, las bragas, la túnica o lo que fuera que se usara en esa época, manotear una espada y salir repartiendo mandobles. Liquidó a un par de descuidados y salió de atropellada.
Al fin despertó Arturo. Supongo que habrá dicho: ¡Oh! ¡Cuernos! o algo así y, decidido por una vez, mandó encarcelar a Ginebra. (Años hace que tendría que haberlo hecho).

La condena fue inevitable, y la pena indiscutible: muerte en la hoguera.
Y aquí la tenemos a la dulce Ginebra, ya con más de cincuenta añitos,
parada sobre la pira esperando la cerilla. Aparece Lanzarote y sus adictos, al galope y lanza en ristre, y se llevan a Ginebra con poste y todo, hasta encerrarse en un castillo inexpugnable.

Comienza la lucha fatal prevista por Merlín. Arturo cerca el castillo, hay batallas como para fascinar a la audiencia hasta que Lanzarote, que paradójicamente amaba y admiraba a Arturo, en un rapto de caballerosidad ofreciera devolver a Ginebra, con tal de que no se la sancionara, asegurando que “si la amara con loco amor, tal como se le acusa, no la devolvería y se la quedaría para sí”. Este argumento no lo creyó nadie, pero Arturo fingió quedar convencido y se volvió con Ginebra aún en buen uso, después de todo. Lanzarote se exilió en Francia, donde tenía posesiones.

Pero este no es un final digno de una epopeya. Como resultado de la reyerta habían quedado varios difuntos a manos de Lanzarote, y los deudos clamaban venganza. Tanto le llenaron la cabeza a Arturo que el rey emprendió una campaña punitiva en tierras de Francia. Ya había estado allí luchando contra los romanos imperiales (el anacronismo no asustó a los formadores de epopeyas), donde venció siempre, ocupó Francia, Alemania, Italia y se hizo coronar emperador por el papa. Ni Hitler hizo otro tanto.

El caso es que esta vez partió contra Lanzarote. Dejó como regente en Inglaterra (¡enorme insensato!) nada menos que a Mordred (ya recordarán: era su hijo habido de relaciones incestuosas con Morgana), más maligno que la peste y lleno de turbios proyectos.

Nuevas narraciones de batallas y lances individuales, a Arturo le van matando a sus principales campeones y la situación se empantana.

Mordred, mientras tanto, difunde la falsa noticia de la muerte de Arturo, compra voluntades, se proclama rey y aspira a la mano de Ginebra (que a esta altura ya debía andar por los sesenta años largos). La supuesta viuda se refugia en un convento y envía mensajeros a Arturo, a quien presume vivo. Recibe Arturo los mensajes, hace rápidamente las paces y vuelve para poner orden en casa.

Más luchas y batalla decisiva en Salesbieres (Salisbury). Gran matanza y encuentro final entre Arturo y Mordred. Muere éste y queda Arturo fatalmente herido.

Acompañado de uno de los últimos caballeros de la Tabla Redonda que quedaron vivos, el rey se hace llevar a las orillas de un lago y pide que devuelvan la espada Excalibur a las aguas. Se alza una mano, toma la espada y se hunde con ella.
Mientras Arturo agoniza, aparece una barca tripulada por hadas que embarcan a Arturo y se alejan hacia la mágica isla de Avalon. Una leyenda posterior predice que Arturo, quien no ha muerto, ha de volver para auxiliar a Inglaterra cuando se encuentre en su mayor peligro.

Arbitrariamente concluyo aquí. La leyenda es interminable, relatando el fin de Lanzarote y Ginebra, la muerte de los hijos de Mordred y un sinfín de incidentes imposibles de condensar. Espero haber brindado al menos un básico esbozo del ciclo de Arturo. En otra oportunidad hablaré de Merlín, su vida, milagros, amores y humillante muerte.

Nos volveremos a encontrar, espero, a mediados de julio

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martes, 14 de junio de 2011

ARTURO REY


Ya lo tenemos al adolescente Arturo coronado como rey, pero con grandes problemas para afianzar su reinado. Con un pequeño núcleo de reyes aliados más o menos autónomos se empeñó en una incesante serie de batallas en varios frentes, ya sea contra reyes que no admitían su supremacía como contra los siempre agresivos sajones, pictos, anglos y demás indeseables. Contaba a su favor con la inestimable ayuda de Merlín, una mezcla de primer ministro, consejero, ingeniero, mago y vidente. En alguna ocasión esta joya de colaborador intervino con su magia para definir una batalla complicada, pero siempre su sola presencia infundía valor y confianza a las tropas.

Todas estas batallas son detallada y extensamente relatadas (y exageradas) por los cronistas o recopiladores de hechos y leyendas. Las omito, pese a su belleza, en bien de la brevedad.
Entre batalla y batalla Arturo se permitía algunas licencias. Fue así que en uno de sus castillos se encontró con una bella dama en plan de provocativa, y Arturo no eludía ningún desafío. Procedió con decisión y firmeza y sin anticonceptivos, lo que le generó una situación embarazosa, y a la dama más aún. Aquí los cronistas se tornan confusos. Algunos dicen que la “seducida” fue Morgana, y otros aluden a Morgause. Coinciden en que ambas eran expertas en brujería, aunque una de ellas era maligna (la que tuvo el affaire con Arturo) mientras que la otra era leal. Cosa importante: ambas eran hermanas, e hijas de Igraine y Gorlois (ver mi post anterior) lo que las convertía en hermanastras de Arturo, y a éste en incestuoso. En su descargo, diremos que no tenía idea de con quién se estaba acostando. Por supuesto, Morgana actuó con deliberada mala fe para complicarle la vida a Arturo, a sabiendas del parenteso y todo eso.

Para no complicar, postulemos que la “colaboradora” fue Morgana, quien gracias a su ciencia mágica sabía los problemas que le iba a traer a Arturo. Esta vez Merlín falló miserablemente, porque advirtió a Arturo cuando la cosa ya estaba consumada. Le dijo que era una porquería, que se había acostado con la propia hermana, que la había dejado embarazada y que el hijo que nacería le iba a ocasionar la muerte. Todo de sopetón y sin anestesia. Arturo encajó, hizo el signo contra la mala suerte y volvió a la guerra, que era lo más urgente.

Adelantándonos a los hechos, digamos que a los correspondientes nueve meses nació el retoño, a quien Morgana llamó Mordred, y que Arturo se enteró por el bocón de Merlín, sin darle demasiada importancia. Hay quien dice que Arturo ordenó matar a todos los niños de la provincia nacidos en los últimos meses, pero aquí se nota la interpolación de la fábula de Herodes.


 Entre tantas batallas, desafíos individuales y lances de honor, en uno de ellos se le partió a Arturo la espada extraída de la piedra, y nuevamente debió intervenir Merlín. Llevó a Arturo junto a un hermoso lago, en medio del cual sobresalía un brazo vestido con brocado blanco que sostenía una hermosa espada en la mano. Al mismo tiempo, se acercó a Arturo una hermosa dama, quien le ordenó que subiera a una barca allí atracada, se acercara al brazo con la espada y tomara la misma, sin olvidar la vaina. Así lo hizo Arturo, se hizo de espada y vaina y el brazo se sumergió en el lago.

Aclaró como siempre Merlín diciendo que la dama que se había acercado era la Dama del Lago, y que la espada, que tenía por nombre Excalibur, era un don de las hadas del lago, forjada en la mágica isla de Avalon. La vaina era de tal virtud que protegía a su dueño de heridas graves y de pérdida de sangre, lo que la hacía más valiosa que la espada.

A todo esto, el país ya estaba satisfactoriamente pacificado, por lo que Arturo consideró oportuno establecerse. Con la ayuda (cuándo no) de Merlín esta vez en su calidad de agrimensor e ingeniero, eligió un lugar de fácil defensa y proyectó un fuerte castillo, alrededor del cual crecería una ciudad. El nombre de ese castillo y ciudad fue Camelot, y se convirtió en la corte de Arturo y capital de su reino. Ya con vivienda propia, Arturo estaba listo para el casamiento, y lo hizo con Ginebra, bella e inteligente joven, hija del rey Lodegrance.

El regalo de bodas del nuevo suegro fue un poco de compromiso: se sacó de encima una mesa redonda que le había regalado Uther Pendragon hacía tiempo y que realmente era un trasto: tenía capacidad para ciento cincuenta ocupantes y se supone que ya estaba algo usada. Para mejorar la cosa, el rey Lodegrance agregó las correspondientes sillas y cien caballeros como primeros ocupantes. ¿Qué podía decir Arturo? Agradeció, dijo que justamente estaba necesitando una mesa de ceremonias, y encargó a Merlín que eligiera los cincuenta mejores caballeros de su reino para completar el elenco. Eran épocas duras; Merlín sólo consiguió veintiocho dignos de tal honor. Se grabaron en oro los nombres de los ciento veintiocho en los respaldos y se fueron llenando las vacantes con el tiempo.

Quedó un solo asiento vacío por orden de Arturo: sería destinado al mejor caballero del mundo, que a su vez fuera casto, puro, inocente y libre de pecado. Si se sentara alguno sin reunir esos requisitos, quedaría fulminado en el acto. Se lo llamó el Asiento Peligroso. Por motivos obvios, los caballeros del reino se mostraron renuentes de ocupar tal asiento, hasta que luego de muchos años lo ocupó Galahad (o Galaz). Pero esa es otra historia.

En adelante, Arturo y sus ciento y pico de caballeros de la Mesa redonda solían sentarse alrededor en ocasiones especiales para relatar sus hazañas en defensa de las doncellas y oprimidos (de aquí la manía de don Quijote) o simplemente para meditar.

En el día de Pentecostés se produjo un acontecimiento sobrenatural: estando en meditación apareció un grial (algunos lo llamaron graal) envuelto en resplandores y se paseó alrededor de la mesa suspendido en el aire para luego desvanecerse. Los caballeros atónitos se sintieron confortados y alimentados en grado sumo en alma y cuerpo. Inmediatamente Arturo incitó a aquellos de sus caballeros que se considerasen dignos a recorrer el mundo en busca del grial, para conquistarlo y traerlo a Camelot.

Así se originó la más prodigiosa aventura de los caballeros de la Tabla Redonda, conocida como la búsqueda del grial. Esa epopeya, y los acontecimientos que se sucedieron hasta la muerte de Arturo, será tema de la próxima entrada, a fines de junio.

Habrán notado cómo, desde el nacimiento de Arturo en los años 400, la leyenda evolucionó hasta los caballeros y su demanda del grial, en pleno siglo de la caballería (aproximadamente por el 1200). Al tronco original se fueron agregando actualizaciones cronológicas con cada relator para adecuarse al público, lo que generó los anacronismos evidentes.

Me despido hasta la próxima. Un saludo a todos.

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miércoles, 1 de junio de 2011

REY ARTURO – DEL NACIMIENTO A LA ESPADA EN LA PIEDRA




San Gildas
Vamos a sumergirnos en la llamada edad oscura de la historia de Inglaterra, los siglos V y VI. Se la considera oscura porque, aunque muchos escritores, bardos y monjes han escrito sobre esa época, algunos contemporáneos y otros distantes en el tiempo, la mayoría se contradicen entre sí, y sus datos son imprecisos. No voy a cansarlos con la lista completa, desde San Gildas (cerca de AD 550 ), el bardo Aneirin (siglo VI), el fantasioso y poco creíble Geoffrey de Monmouth (siglo XII), Sir Thomas Malory (siglo XV), etc, etc. Todos ellos se refieren directa o tangencialmente al rey Arturo, sus antecesores y sus gestas.
Lo cierto es que a comienzos del siglo V el Imperio Romano se desentendió de la llamada Britania, retiró paulatinamente sus ejércitos, magistrados y presencia. Aparentemente tenía demasiados problemas con su propio desmoronamiento como para ocuparse de tan lejanas comarcas.

Quedaron los habitantes britanos, celtas apenas romanizados, debilitados militarmente frente a los inevitables invasores que, aprovechando el vacío de poder, se abalanzaron sobre Britania (llamémosle Inglaterra, anacrónicamente, para simplificar). Los malos de la película fuero los anglos, los sajones y los jutos, provenientes del norte de Europa. Y allí estamos, con batallas y escaramuzas desorganizadas un poco por todos lados, brutales y salvajes, por todos los bandos.

Esta es la época en que, según los primeros y más fiables cronistas, se ubica la historia de Arturo, sus antecesores y sus compañeros,. Todos ellos del bando britano, en lucha contra los invasores. Nada de brillantes armaduras, lanzas y torneos, sino armas heredadas de los romanos, por un lado, y palos, piedras, mazas, espadas y escudos de madera y cuero por el otro. Mucho salvajismo, violación y rapiña por ambos lados.

La leyenda se apoderó de esos luchadores celta-romano-britanos y cristalizó, a lo largo del tiempo, en lo que nos ha llegado por los tradicionales escritores y trovadores de la edad media, Monmouth, Chretien de Troyes, el pseudo Gautier de Map (la llamada vulgata), Malory y muchos otros de los siglos XII en adelante. Arturo, sus asistentes y sus hechos se transformaron en novelas de caballería, con damas suspirantes, valientes campeones y coloridos torneos. Y así quedaron, lejos de la realidad.

Por supuesto, me ceñiré a la historia oficial caballeresca, porque relato una leyenda. Tengan sin embargo en cuenta lo anterior, porque es lo que más se aproxima a la realidad.

Comenzamos con los orígenes de Arturo.

Los sobrevivientes de los devastadores ataques sajones se unieron bajo el liderazgo de Ambrosius Aureliano, un noble guerrero romano-britano. Éste contuvo momentáneamente la marea sajona y consiguió llegar a un statu quo aceptable. Su mayor contribución a la leyenda fue la existencia de su hijo (presunto) Merlín y su hermano Uther Pendragon. Del primero contaremos en esta oportunidad sólo algunas hazañas, pues espero sea protagonista de entradas futuras. En cuanto a Uther, sucedió a Ambrosius a su muerte.

A la coronación de Uther acudieron nobles aliados y compañeros. Uno de los asistentes fue el conde Gorlois de Cornualles con su bella esposa Igraine. Ver Uther a Igraine y enamorarse como un demente fue todo uno. Como buen guerrero, Uther atacó inmediatamente con ímpetu, sin lograr rendir la plaza. Igraine procedió como una buena esposa, contando a su marido las intenciones del dueño de casa. Huyamos inmediatamente –le dijo- porque este bestia se me va a venir encima en cualquier momento y habrá problemas.

Reunió Gorlois a su gente y salieron pitando rumbo a Cornualles. Se enfureció Uther al advertirlo y envió mensajeros perentorios exigiendo la vuelta de Gorlois y, sobre todo, de Igraine. Gorlois apretó el paso de su cabalgata y encerró a Igraine en el inexpugnable castillo de Tintagel, Por su parte, se atrincheró en el próximo castillo de Dimilioc. Uther, furioso, sitió inmediatamente Dimilioc, manteniendo a Gorlois y a sus tropas bloqueados allí, mientras que buscaba algún medio de llegar a Tintagel para raptar a Ygraine.

Y aquí interviene Merlín, consejero, ingeniero jefe y mago oficial. Tranquilo, Uther –le dijo- deja a tu ejército aquí en Dimilioc inmovilizando a Gorlois y mientras tanto nos hacemos una escapada a Tintagel aprovechando la noche y la tormenta. Allí, con mi magia, te transformo y te hago idéntico a Gorlois. Entras al castillo, haces lo que tienes que hacer y al amanecer nos volvemos silbando bajito. Te pongo una condición: el resultado de esta aventura será que engendrarás un hijo, el cual será un gran rey y la salvación de Inglaterra. Te demando que me lo entregues hasta su adolescencia para que me encargue de su educación.

En ese momento a Uther le importaba un bledo la educación de su eventual hijo. Estaba obcecado en educar a la madre en ciertos temas urgentes. Cerró trato, y magia mediante se metió en Tintagel y en la habitación de Igraine, con quien holgó aquella noche, y ésta no le negó ningún deseo, aunque se sorprendió del fuego que poseía a su habitualmente apático marido. En eso estaban cuando llegó a Tintagel la noticia de la actual muerte en batalla de Gorlois (el verdadero). Igraine quedó pasmada, y Uther, aún disfrazado, saltó por la ventana como don Juan Tenorio.

Con la muerte de Gorlois terminó la guerra. Ganó Uther por abandono y le pareció una idea excelente casarse con la viuda Igraine, aún no repuesta del susto. Imagino que Igraine habrá sido enterada por su marido en algún momento de la verdad del embarazo fantasma. Nació felizmente el niño, que fue llamado Arturo y entregado a Merlín, según lo convenido.

Pasaron algunos años. Uther continuó batallando contra sajones y nobles turbulentos. Para variar, murió de enfermedad (el mago Merlín debía estar mirando para otro lado) dejando a su heredero encubierto en manos de Merlín, que mientras tanto lo había confiado en adopción sin revelar su identidad. Una telenovela.

Sin rey, el país se sumió en el caos. Guerras, guerrillas y bandas armadas por doquier. Algo tenía que suceder, y así fue.

Merlín decidió que había llegado el momento. Pidió al obispo de Canterbury que citara a toda la nobleza de Inglaterra en la catedral para Navidad. Allí fueron todos y, oh sorpresa, encontraron ante el altar mayor, una gran piedra cuadrada, semejante a una piedra de mármol, en medio de la cual había como un yunque de acero de un pie de alto, e hincada en él de punta, una hermosa espada desnuda, y en ella letras escritas en oro que decían: QUIENQUIERA QUE SAQUE ESTA ESPADA DE ESTA PIEDRA Y YUNQUE, ES LEGÍTIMO REY NATO DE TODA INGLATERRA.

Ahí fueron de ver los tirones que todos y cada uno de los nobles dieron a la espada. Nada. Para decepción de muchos, la espada estaba como soldada a la piedra. Para ganar tiempo, convinieron en reunirse para Año Nuevo para un nuevo intento.

Llegó Año Nuevo. Los barones, previamente a la prueba, celebraron un torneo, como para entrar en calor. Entre otros participó el padre adoptivo de Arturo, sir Héctor, con sus hijos, pero uno de ellos notó que había olvidado la espada en la posada. Enviaron a Arturo, el menor, a que fuese a buscarla, pero éste halló todo cerrado por la fiesta. Disgustado, se dijo: conseguiré para mi hermano la espada que se encuentra en la iglesia, hincada en la piedra, y se la llevaré. Entró a la iglesia, desierta por el torneo, tomó la espada por el puño y la extrajo fácilmente. La entregó a sir Héctor sin darle importancia, pero todos reconocieron la espada de la piedra y se produjo un alboroto mayúsculo. Arturo debió volver la espada a la piedra y extraerla en público, no pudiendo hacerlo ningún otro de los presentes.

Dado que Arturo no era aparentemente de sangre real, como supuesto hijo de sir Héctor, los barones no aceptaron la validez de la prueba, y se convocaron a otra reunión para Reyes.

Se repitió la experiencia con idéntico resultado. Renuentes, los nobles quisieron repetir la tentativa en Pascua, luego en Pentecostés, con el mismo desenlace.

Ya se estaba haciendo monótona la cosa y los barones no cejaban. Se imponía la intervención de Merlín, quien se adelantó y reveló que Arturo no era de modo alguno hijo de sir Héctor, sino de sangre real. Contó toda la historia del disfraz y el asalto a la virtud de Igraine, y reclamó para Arturo la corona de Inglaterra.

El pueblo presente rompió en aclamaciones, y expresó: «Queremos tener a Arturo por rey; no queremos aplazarlo más, pues vemos que es voluntad de Dios que sea él nuestro rey, y mataremos al que se oponga» Y seguidamente se arrodillaron todos a un tiempo, ricos y pobres, y suplicaron a Arturo merced, por haberle postergado tanto tiempo. Los perdonó Arturo, tomó la espada con ambas manos, y la ofrendó sobre el altar donde estaba el arzobispo, y fue hecho caballero por el mejor hombre que allí estaba.

Seguidamente se llevó a cabo la coronación. Y allí juró a sus señores y comunes ser rey verdadero, y mantener la justicia en adelante los días de su vida.

Su primera tarea fue ordenar el desastre en que se había transformado el reino por los años de anarquía. Recorrió el país corrigiendo injusticias, atendiendo quejas, nombrando colaboradores y otorgando cargos y prebendas a quienes le resultaron más fieles.

Y así llegamos a Arturo rey. En la próxima entrada, el 15 de junio, ocurrirá su matrimonio, la invención de la tabla redonda y la búsqueda del Grial.

Para poner las cosas en su perspectiva, aclaro que mi relato es una mera sinopsis destinada a quienes desconocen el tema. Ni por asomo pretendo alcanzar la riqueza de contenido ni la fuerza de los relatos originales.

Para quienes estén interesados les recomiendo:

Geoffrey de Monmouth: Historia de los reyes de Britania

Chrétien de Troyes: El caballero de la carreta, El caballero del león, Erec y Enid, El cuento del Grial

Lanzarote-Grial, también conocido como el ciclo de La Vulgata.

Thomas Malory: La muerte de Arturo (Le Morte d'Arthur)

y entre los novelistas modernos:

Marion Zimmer Bradley: Las nieblas de Avalón (1982)

John Steinbeck: Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros 1976)

Mary Stewart : Trilogía de Merlín: La cueva de Cristal, Las colinas huecas y El último encantamiento (1972)

Todos ellos se pueden bajar de Internet.

Hasta mediados de junio, entonces.



 

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