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histonotas: 1/4/12 - 1/5/12

lunes, 30 de abril de 2012

LA MANZANA, ESA IMPOSTORA



Hoy se presenta la manzana como personaje histórico. Aparte de su valor culinario y dietético, la manzana devino en un símbolo de salud (nunca he oído decir que alguien está rozagante como un higo, o una uva) y hasta erótico (la granada también se las trae en ese rubro; ver El Cantar de los Cantares). En la historia, y sobre todo en las leyendas, tiene un papel preponderante. Enumeremos:


La Biblia
Leemos en la Toráh, o Antiguo Testamento, Génesis, 2 y 3:

2:9
Yahveh Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles deleitosos a la vista y buenos para comer, y en medio del jardín, el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal.

2:16 – 17
Y Dios impuso al hombre este mandamiento: «De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio.»

2:25
Estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, pero no se avergonzaban uno del otro

3: 4 – 5
Replicó la serpiente a la mujer: «De ninguna manera moriréis.
Es que Dios sabe muy bien que el día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal.»

3: 6 – 7
Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, que igualmente comió.
Entonces se les abrieron a entrambos los ojos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos; y cosiendo hojas de higuera se hicieron unos ceñidores

3:21 – 23
 Yahveh Dios hizo para el hombre y su mujer túnicas de piel y los vistió.
Y dijo Yahveh Dios: «¡He aquí que el hombre ha venido a ser como uno de nosotros, en cuanto a conocer el bien y el mal! Ahora, pues,
cuidado, no alargue su mano y tome también del árbol de la vida y comiendo de él viva para siempre.»
Y le echó Yahveh Dios del jardín de Edén

Y aquí empezó todo lo del pecado original (que no es chiste, es un dogma de la Iglesia), la necesidad de trabajar (eso del sudor de la frente), los dolores del parto, y sigue la serie de desgracias.


¿Y la manzana? ¿Ustedes leyeron algo acerca de la manzana en todo este relato? Se habla de la fruta de un árbol genérico, cuanto más de dos (el del bien y del mal y el de la vida). Aparentemente, la fruta mágica del árbol prohibido se convirtió en manzana en la edad media. Injusticia que clama al cielo.

Mitología. La manzana de la discordia

Se casaron Peleo y Tetis (los futuros padres de Aquiles) y Zeus les organizó la fiestita pero, pese a ser el padre de los dioses, se olvidó de invitar a la diosa Discordia. Masticando rencor, Discordia cumplió con el obligado presente: una manzana de oro con una breve esquela: “para la más bella” (kalistés). Tres diosas reclamaron la manzana para sí: Hera, Atenea y Afrodita. Zeus decidió que Paris de Troya determinase quién debía ser la legítima propietaria de la manzana. Cada una de las diosas ofreció a Paris un soborno: Hera le otorgaría el gobierno de toda Asia , Atenea la victoria de todos sus combates y Afrodita le prometió el amor de la mujer más bella del mundo, Helena. Paris eligió a Afrodita y Helena abandonó a su marido, Menelao, precipitando así la Guerra de Troya.
Este fue un caso en el que la manzana resultó indigesta.



Fábula: Blanca Nieves
No repetiré el conocido cuento, pero recordemos que la malvada madrastra “espejito, espejito” le da a comer una manzana envenenada, que se le queda atorada en la garganta, por lo que la protagonista no muere, sino queda sumida en profundo sueño. Pasando por alto los siete enanitos, protagonistas de la versión porno para adultos, el príncipe la encuentra casualmente, se enamora y, al trasladarla dormida al castillo, un oportuno tropezón hace que Blanca Nieves expulse la manzana de su garganta y reviva. Alegría, casamiento y castigo de la malvada. Aquí el papel de la manzana no es muy destacado, y no le encuentro mucha simbología.


Guillermo Tell
Aunque se suele vender como histórico, este es con toda probabilidad un cuento suizo.
Allá por el siglo XIII, Suiza estaba sometida a los emperadores Habsgurgo, y no les gustaba nada. En un pueblo de esa región vivía un tal Guillermo Tell, famoso por su puntería con la ballesta. Paseaba un día Guillermo con su hijo cuando se hartó de saludar respetuosamente al sombrero expuesto en la plaza, que representaba al emperador. No lo saludó. El gobernador, tipo cabrero, le obligó a disparar su ballesta contra una manzana colocada sobre la cabeza de su propio hijo, el cual fue situado a 80 metros de distancia. Si Tell acertaba, sería librado de cualquier cargo. Por supuesto, Tell acertó, como en un concurso de TV. Al gobernador le cayó pésimo, sobre todo cuando se enteró que Tell había reservado otra fecha para, si fallaba, disparársela al mismísimo gobernador. ¡A la cárcel con este terrorista! Y se sublevaron los vecinos, revuelta que se extendió y se convirtió en el origen de la independencia suiza. Bastante inverosímil, pero a los suizos les gusta, y algunos hasta se la creen.

 Newton
Un tal Mr. Stukeley escribió en 1752 una biografía de Isaac Newton (1643-1727), rescatada del olvido recién en el 2010. Stukeley era amigo de Newton y fue testigo de sus reflexiones en torno a la teoría de la gravedad cuando ambos estaban sentados bajo la sombra de los manzanos que el científico tenía en el jardín de su casa.

En un extracto de su libro La vida de sir Isaac Newton, Stukeley escribió: "Me dijo que había estado en esta misma situación cuando la noción de la gravedad le asaltó la mente. Fue algo ocasionado por la caída de una manzana mientras estaba sentado en actitud contemplativa. ¿Por qué esa manzana siempre desciende perpendicularmente hasta el suelo?, se pregunto a sí mismo". Y ahí nomás encontró la punta del ovillo. Terminó formulando la Teoría de la Gravitación Universal, nada menos. Y todo gracias a la inmortal manzana.
Hasta ahora, esta anécdota se consideraba una fábula, que gracias a Mr. Stokeley adquiere visos de verdad. ¿O no?

Apple
Quiero cerrar esta limitada antología manzanar con el emblema de la compañía Apple, popular manzana mordida que ostentan innumerables ordenadores. Se cierra el círculo desde el mordisco de Eva y Adán al de Apple. La serpiente se muerde la cola.

Hasta mediados de mayo, amigos. Salud.


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domingo, 1 de abril de 2012

CARLOMAGNO, EMPERADOR A PESAR SUYO


Cuando nació, Carlomagno no se llamaba así, por supuesto; era simplemente Carlos, hijo de Pipino y Bertrada. Por cuestiones de estatura, Pipino pasó a la historia como Pipino el breve, y Bertrada se inmortalizó como Berta la de los Pies Grandes, por motivos obvios.

Nació Carlos en siete ciudades (nadie se puso aún de acuerdo en cuál) y en tres fechas, lo que ya es un logro. Franceses y alemanes se disputan hoy su origen. Inútilmente. Ni Francia, ni Alemania existían por ese entonces, pero los estudiosos suponen que nació en Herstal, cerca de Lieja, en el año 747. Se puede decir que era belga. Empate.

Lo único que sabemos con cierta certeza es lo que escribió Eguinardo, un sabio y cronista de la corte, muy apreciado y favorecido por Carlomagno. Eguinardo escribió una biografía de su protector donde, muy agradecido, lo pone por lo cielos. Y eso es lo que nos quedó. Una imagen de Carlomagno idealizada como un monarca bueno, justo, sabio, y todo así. Los miles de enemigos que mató en combate o fuera de él probablemente opinarían otra cosa, pero no escribieron nada.

De la cantidad de invasiones bárbaras que se abalanzaron sobre el imperio romano y aprovecharon de su caída para establecerse y pasar de tribus a reinos quedaron las sobrevivientes de las guerras internas, entre ellas la de los francos, ubicada en Francia y el norte de Alemania. En los años 700, luego de intrigas y caídas de dinastías, estaba regida por Pipino, que sería breve pero no estúpido, y aprovechó las dificultades del papado para negociar su apoyo moral y espiritual a cambio de soporte militar. Lo cierto es que se estableció una sociedad de apoyo mutuo que fortaleció a los francos.

A la muerte de Pipino el reino se dividió entre los hermanos Carlos y Carlomán. Comenzaron las inevitables fricciones pero Dios colaboró llevándose a Carlomán. Se sospecha que Carlos también colaboró activamente. Lo cierto es que el reino franco tenía otra vez un solo dueño (Carlomán dejó esposa y herederos, pero fueron amablemente invitados por Carlos a huir inmediatamente).

Al fin solo, Carlos miró a su alrededor y decidió terminar una guerra contra los aquitanos, que Pipino había dejado inconclusa. Loa aquitanos eran sus vecinos, y corría un refrán que decía: «Si tienes al franco como amigo, no lo tienes como vecino» y viceversa. Solucionó a su manera las cosas en Aquitania, y de paso se hizo también de Gascuña.

A continuación recibió las súplicas del papa Adriano I, amenazado por los lombardos (o longobardos) que le estaban tomando ciudades y avanzaban sobre Roma. Ya Pipino había ayudada militarmente al papa anterior contra los mismos lombardos, a los que venció y trató magnánimamente, contentándose con pedir rehenes y juramentos de paz, pero está visto que no se puede confiar en el juramento de un lombardo. Carlos cruzó los Alpes, sitió a Pavía, venció en Verona y enclaustró al rey de los lombardos en un monasterio. Su hijo huyó a Constantinopla, por lo que Carlos no vio obstáculo para ceñirse la corona de hierro de los lombardos, y de paso hacerse del control de otras regiones de Italia, que le parecieron sospechosas de rebelarse contra el papa. Éste, agradecido, le confirmó todo lo actuado, aprobó las ampliaciones de territorio logradas por Carlos y todos contentos.

Resuelto este tema, Carlos notó con desagrado que tenía vecinos paganos, los sajones, cosa que como fiel campeón de la Iglesia lo irritaba muchísimo. Guerra con ellos, entonces.
Ahí aparecieron reales dificultades. Los sajones no sólo eran más aguerridos que los lombardos, sino que peleaban en un terreno impenetrable que sólo ellos conocían: año tras año las fuerzas de Carlos lograban difíciles triunfos. Los sajones juraban lealtad, entregaban rehenes y se convertían al catolicismo,  y año tras año quebrantaban sus juramentos y volvían a la carga. Treinta y tres años duró esta guerra de desgaste, hasta que Carlos expatrió a diez mil sajones y los trasladó en pequeños grupos a lejanos territorios. Los sajones que quedaron se rindieron, y convirtieron, esta vez definitivamente, y pasaron a formar parte del ejército franco. Consecuente ampliación del territorio, que ya adquiría características de imperio.

Mientras sus lugartenientes se las entendían con los sajones, Carlos no se estaba ocioso. Se encaprichó, por ejemplo en convertir musulmanes (por la espada, por supuesto, que era su método favorito de convencimiento). Caramba; ¿dónde hay musulmanes para convertir? En España, vamos, que casualmente era territorio vecino al de la recién anexada Aquitania, y ya sabemos lo que pasaba con los vecinos de Carlos.

Allá fue personalmente al frente de un considerable ejército, y mientras sitiaba a Zaragoza se enteró que los sajones estaban sublevados. Levantó el sitio, emprendió el retorno con su ejército y arrasó de paso las murallas de Pamplona, pero en el desfiladero de la actual Valcarlos, cerca de Roncesvalles, en plenos Pirineos, estaba emboscado un numeroso contingente de vascos, gente expeditiva, de fácil y peligrosa ira, apenas civilizados en esa época. Ocultos, dejaron pasar a la avanzada del ejército y cuando desfiló bajo ellos la retaguardia, unos 20.000 hombres con los bagajes e impedimenta, dejaron caer una lluvia de rocas y dardos que convirtieron el despeñadero en un infierno. Se alzaron los vascos con un cuantioso botín y desparecieron rápidamente. Cuando la vanguardia, advertida, llegó al lugar, sólo le quedó enterrar a los muertos. Fue la única derrota de Carlomagno, cuando él mismo estaba al frente de sus fuerzas.

Sería monótono detallar todas las guerras de los francos. Contra los ávaros (a los que borró de la historia), los bretones, los bávaros, los eslavos, los bohemios, los normandos... en la mayoría de los casos con anexión de territorio. Con ellas amplió tan generosamente el reino de los francos, ya recibido de su padre Pipino grande y poderoso, que casi lo aumentó al doble. Pasó también a Italia para socorrer al papa León, atacado por facciones romanas.

Como agradecimiento, el papa, en ocasión de estar rezando junto con Carlos lo coronó sorpresivamente como emperador, resucitando la ficción del Imperio de los Césares. La sorpresa desagradó mucho a Carlos, ya que encerraba un astuto fondo político: al conceder la corona imperial a Carlomagno, el papa se arrogaba a sí mismo el derecho de nombrar al emperador de los romanos, haciendo de la corona imperial un regalo personal suyo, y al mismo tiempo arrogándose de forma implícita una cierta superioridad sobre un emperador al que él mismo había creado. Esto originó siglos de conflictos y guerras.

Vayamos al aspecto físico del ahora emperador, con 52 años. Era de cuerpo amplio y robusto. Su estatura, según Eguinardo, era de siete veces la medida de su pie (si había heredado los pies de su madre, doña Berta de los pies grandes, debería ser un gigante), cabeza redonda, ojos grandes, narigón, panza imponente (apetito magno, debería ser su apodo), cabello blanco y voz de tenor, que desentonaba con su físico. Un rasgo simpático: hacía casi todo siguiendo más su criterio que el de los médicos, a los que odiaba, porque le aconsejaban que dejara los alimentos asados, a los que estaba habituado, y se acostumbrara a los hervidos. Sorprendentemente para su época y ambiente, era extremadamente moderado en la bebida, y detestaba la ebriedad.

Era un entusiasta de la educación. Se rodeó de sabios y su corte era prácticamente una escuela, donde obligaba a concurrir a toda su familia. Personalmente, se empeñó en aprender a escribir, y para ello solía tener en el lecho, bajo las almohadas, tablillas y pliegos de pergamino, a fin de acostumbrar la mano a trazar las letras, cada vez que tuviera tiempo libre; pero este esfuerzo, comenzado demasiado tarde, tuvo poco éxito. Su mano estaba más acostumbrada a la espada que a la pluma.

En los matrimonios fue múltiple, fructífero y ecléctico entre legalidad, concubinato y uniones de hecho. Se le registran diez esposas o concubinas y veinte hijos. Semejante familia resiste a la enumeración; citaré sólo por la curiosidad de sus nombres a parejas como Himiltruda, Hildegarda, Fastrada, Gersuinda, Madelgarda, e hijos como Pipino el Jorobado, Rotruda, Hiltruda, Amaudru, Drogo y otros.

Este hiperactivo emperador no sólo se dedicó a hacer guerras e hijos; en sus cuarenta y siete años de reinado dio comienzo a obras civiles como puentes, carreteras, abadías, iglesias y catedrales. Ya conocemos sus esfuerzos en pro de la educación.

Un chismorreo familiar; siendo sus hijas muy hermosas, y amándolas como las amaba, es extraño que nunca quisiera darlas en matrimonio, a ninguna, a alguien de los suyos o a un extranjero; por el contrario, las retuvo a todas consigo en su casa hasta el momento de su fallecimiento, diciendo que no podía privarse de su compañía. Y a causa de ello experimentó la malignidad de comentarios malintencionados. Sin embargo, disimuló, como si jamás hubieran corrido rumores sobre  ellas o hubiese surgido sospecha alguna sobre su deshonor. Un viejo pícaro.
Mientras pasaba en su palacio el invierno, atacado por una fuerte fiebre, tuvo que guardar cama. De inmediato, como solía hacer en los casos de fiebre, se prescribió una dieta, pero al añadirse a la fiebre un dolor del costado, y persistiendo él en seguir la dieta, sin sustentar su cuerpo más que con poquísimas bebidas ni consultar a los médicos, al séptimo día de guardar cama murió. Contaba entonces setenta y dos años de edad, edad sumamente avanzada para la época. (Su longevidad puede deberse a su negativa a acudir a los médicos. Sabia precaución.)

Por motivos personales, no les prometo una próxima entrada a mediados de abril; lo postergaré hasta fines del mes. Hasta entonces.






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