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histonotas: 1/8/12 - 1/9/12

viernes, 31 de agosto de 2012

FREDEGUNDA – BARBAROS ERAN LOS DE ANTES



Estamos en los años 500 d.C., plena alta edad media (esto no significa que la gente era más alta, sino que es una mala traducción del alemán, donde “alte” significa viejo, antiguo). Sería el período más antiguo de la edad media. Y el más bárbaro, en todos los sentidos. Hagamos dos aclaraciones, para que esto sea algo comprensible. Primero la geografía: aún no existían Francia, Alemania ni nada de eso. Nos encontramos con Neustria (aproximadamente lo que es hoy el norte de Francia) y Austrasia (idem, de Alemania). Segunda: ambas regiones estaban ocupadas por los francos, una de las pocas tribus de bárbaros sobrevivientes del caos que trajo aparejado la caída del Imperio Romano.


Los jefes de tribus, llamémoslos reyes, eran Chilperico I (Neustria) y Sigiberto I (Austrasia), hermanos y, como corresponde, enemigos a muerte.

Para buscar aliados contra su hermano, Sigiberto se casó con Brunilda, hija de un poderoso rey vecino. Chilperico ya estaba casado, pero tenía buenas relaciones con la incipiente iglesia de Roma, y despachó a su mujer, Audovera, a un convento (obviamente sin consultarla), con lo que se consideró soltero. La Iglesia aprobó la fechoría. Libre al fin, Chilperico tomó por esposa a Galsuinda, hermana de Brunilda (perdón por los nombres estrafalarios. Son difíciles de recordar, pero así era la cosa. Hagan un esfuerzo). Con esto los dos hermanos estaban casados con dos hermanas, y el suegro no sabía a quién apoyar. Desorientado, el común suegro optó por morirse y sus sucesores se masacraron mutuamente. El doble matrimonio no sirvió para nada políticamente.
Las cosas se complicaron porque mientras Sigiberto Austrasia se llevaba razonablemente bien con su Brunilda, Chilperico Neustria maldecía la hora en que se había casado. No sólo Galsuinda era bastante horrible e intratable, sino que Chilperico tenía desde hacía tiempo una concubina, Fredegunda, hermosa, apasionada, y todo eso, a quien realmente quería.

Ya tenemos planteado el conflicto. Hace su aparición la protagonista, Fredegunda. Esta dama, antigua sirvienta de palacio, pensó con razón que una vez enviada Audovera al convento Chilperico se casaría con ella. El matrimonio con Galsuinda le cayó pésimo, pero supo comprender, buena chica, los motivos políticos. La muerte del suegro indeciso la hizo entrar en acción. ¡Fuera Galsuinda! Una mañana del año 568, la reina Galsuinda fue hallada estrangulada en su lecho. El rey lloró amargamente su muerte y a los pocos días se casó con Fredegunda (tercera esposa en corto tiempo), quien se hizo la distraída. Todavía no la conocían bien. Ya lo harían.

Brunilda se sintió personalmente ultrajada por el asesinato de su hermana, y no era persona de olvidar ni siquiera un agravio muy inferior a ése. De inmediato se dedicó a atizar a su esposo Sigiberto contra el hermano. Por consiguiente, Sigiberto exigió que Chilperico devolviese la dote que había recibido al casarse con la reina asesinada (una demanda razonable, ciertamente). Chilperico se negó, y estalló la guerra entre las dos potencias francas.

Parecía que Brunilda quedaría vindicada, porque las fuerzas de Austrasia arrollaron a Chilperico y lo colocaron en situación crítica. Pero entonces intervino Fredegunda, que tenía sus armas particulares y las puso en juego. Había allí dos asesinos pagados, cuyos puñales envenenados se clavaron en Sigiberto, y éste cayó muerto. Brunilda fue hecha cautiva. y es notable el hecho de que no fuese ejecutada de inmediato por orden de Fredegunda. Al parecer, se enamoró de ella Meroveo, un hijo del primer matrimonio de Chilperico, la ayudó a escapar y ambos huyeron de las iras de Fredegunda. Técnicamente eran tía y sobrino, pero eso fue pasado por alto por el obispo que los casó. Recuerden a este obispo, Pretextato, porque reaparece en un acto siguiente. Fredegunda no perdonaba.

Para Meroveo, su matrimonio fue fatal. Sin duda, Fredegunda lo tenía en su lista, de todos modos, pero su temporal casamiento con la mortal enemiga de su madrastra aceleró su fin. Ella lo hizo asesinar, al igual que a otros dos hijos de Chilperico con su primera esposa. Para evitar remordimientos de Chilperico, también hizo asesinar a la mencionada primera esposa, Audovera, quien vegetaba tranquila en un convento. Así, sólo quedó el mismo Chilperico, quien en 584 murió en circunstancias misteriosas. Naturalmente, los primitivos cronistas supusieron que Fredegunda también lo hizo asesinar, y quizá fue así.

Gracias a ya saben quién, el único candidato vivo al trono de Neustria era, ¡oh sorpresa!, el pequeño hijo de Fredegunda.

La nobleza de Neustria expresó abiertamente dudas sobre la legitimidad del pequeño. Para acallar esas dudas, Fredegunda tuvo que pasar por la indignidad de presentar obispos y nobles que jurasen que su hijo lo era también de Chilperico. Ya consolidada en la regencia, ordenó en 586 el asesinato del obispo Pretextato, quien le disgustaba particularmente (ver más arriba el caso del casamiento clandestino de Brunilda). Como el obispo -apuñalado en su catedral- había quedado malherido, Fredegunda, simulando gran preocupación y consternación, lo visita en su lecho de muerte y le envía a sus propios médicos para asegurarse de que no reciba atención. Cuando el obispo poco antes de morir la acusa de su muerte y le profetiza el castigo de Dios, ella simplemente no se da por aludida, como si el moribundo se hubiera dirigido a otra persona. No dejaba cabos sueltos, esta mujer.

Pasaron varios años y en Austrasia gobernaba el hijo de Brunilda y Meroveo (difunto hijastro de Fredegunda). Este rey, Childeberto, falleció bruscamente. Imaginen cuáles fueron las hipótesis de los cronistas. La ya anciana Fredegunda arrastraba tal fama de asesina serial que resultaba sospechosa de toda muerte de persona encumbrada. Por otra parte, una reina como Fredegunda debía a estas alturas inspirar gran temor en una sociedad supersticiosa como era la franca de aquella época; hasta es posible que muchos de sus contemporáneos le hayan tenido por una poderosa bruja. Tal vez no fuese para tanto; algunas personas morían de muerte natural.

Muerto Childeberto, quedó en Austrasia su pequeño hijo, con la también temible Brunilda como regente. Se vieron así frente a frente las dos enemigas, ambas regentes de sendos reinos, por supuesto en guerra entre sí. Finalmente, en el año 597, Fredegunda murió en su palacio de París, sorprendentemente en su cama y de disentería. Esperemos que en el otro mundo haya rendido cuentas, porque lo que es en este...se salió siempre con la suya.

Dejó en Neustria a su hijo quien, luego del presumible suspiro de alivio, continuó la guerra con implacable crueldad, lo cual demostró que, fuese o no hijo de Chilperico, ciertamente lo fue de Fredegunda. Finalmente, obtuvo una completa victoria, pues capturó a Brunilda y a sus pequeños bisnietos. Mató a los niños (aunque se supone que perdonó a uno por piedad, sentimiento raro entre los merovingios).

Brunilda era ahora una anciana de alrededor de ochenta años. Había pasado casi medio siglo desde que su hermana fue asesinada y comenzó su querella con Fredegunda. Estaba en poder del hijo de Fredegunda, y éste no fue infiel al fantasma de su madre. La anciana reina fue sometida a tormentos de los que no se muere durante tres días; luego fue exhibida sobre un camello para la mofa del ejército y, finalmente, atada a la cola de un caballo que la arrastró hasta morir.

Como detalle adicional digamos que quien ordenó tal salvajada era técnicamente su nieto político, como se demuestra si siguen atentamente el intrincado árbol genealógico.

Todas estas costumbres de asesinatos, torturas, traiciones y atrocidades amenizan la decadencia de la dinastía merovingia, que poco tiempo después de nuestro relato fue desplazada por los Mayordomos de Palacio y finalmente por Carlomagno, quien enderezó considerablemente las costumbres y allanó la salida de este caos hacia el orden feudal que, pese a todos sus defectos, representó un notable avance respecto a estas edades oscuras.

Espero encontrarnos nuevamente a mediados de septiembre, con otra historia. Saludos.



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miércoles, 15 de agosto de 2012

EL MARQUES DE SADE – PEGUE SIN CULPAS – PARTE II


Estando Sade aún huido, otro escándalo, aparentemente en una visita clandestina a su castillo de Lacour: Renée contrata seis adolescentes de ambos sexos, La mayoría de los actuales biógrafos de Sade dan por hecho que tras los muros del castillo de La Coste Donatien Sade utilizó a los adolescentes en prácticas sexuales. Incluso han llegado a insinuar la colaboración de su esposa Renèe; quizá, única posibilidad de haberse producido los hechos. Al hacer cábalas sobre las bacanales celebradas en La Coste durante esas semanas de invierno, sólo cabe remitirse a las coreografías realizadas en primeras fiestas del marqués, así como a las proezas realizadas en los burdeles y preferencias de los nobles de la época: Flagelación con látigo y azotes de tiras; una buena dosis de sodomía, tanto homosexual como heterosexual; unas cuantas penetraciones en cadena (por primera vez hay muchas participantes lo bastante jóvenes para obedecer sin ofrecer resistencia). Hay que añadir otro elemento fundamental del erotismo que todavía no había quedado registrado en el repertorio sexual de Sade: el desfloramiento de cinco vírgenes.

Ya a esta altura Sade parece haber dejado de ser un libertino con aficiones prostibularias para derivar en un verdadero sexópata, lo que hoy día se llama sádico en su nombre (quien experimenta placer sexual torturando física o síquicamente a su acompañante). Ya veremos en qué se basa esta sospecha, y si tiene fundamento..

Castillo de Vicennes
La infatigable suegra había ¡nuevamente! Conseguido del rey una orden de arresto real contra Sade. Cuando el marqués pasó por París para visitar a su madre agonizante, fue detenido y encerrado en el castillo de Vincennes. Allí pasará trece años, sin saber la causa de su arresto (¡orden del rey!). De esa larga estadía datan la mayoría de sus libros, los que transmitieron a la posteridad su infamia o, para algunos espíritus afines, su gloria. Son también una importante prueba objetiva de su patología sexual.

Aunque existía en la época una importante producción de libros licenciosos, los publicados por Sade exceden toda descripción. Estuvieron prohibidos hasta mediados del siglo XX, por supuesto condenados por la Iglesia, y fueron causa de las últimas detenciones de su autor.

Me resisto a describirlos, pero les advierto que en ellos se encuentran las más viciosas, crueles y repugnantes desviaciones sexuales, descriptas con todo detalle. No sólo lo que se llamó sadismo, sino toda la línea de perversiones. Aparentemente, el autor las justifica como un rasgo de independencia del pensamiento, necesario para justificar las injusticias a que el destino somete a la virtud y premia al vicio. También en su abundante producción literaria (obras de teatro, ensayos filosóficos o sociológicos) aborda y defiende el ateísmo (con argumentos pueriles, dignos de una conversación de café) las libertades individuales, a las que no reconoce ningún tipo de límite, el ejercicio irrestricto de la razón y muchos otros temas, pero siempre vuelve con las obsesiones sexuales. Inexplicablemente, un grupo de escritores del siglo XIX lo erigió como ídolo, titulándolo “el divino marqués”. Tales los existencialistas, Rimbaud, Apollinaire, Flaubert, André Breton y otros.

Volviendo a sus prisiones, lo dejamos en Vincennes. Debido al cierre de esta prisión, lo trasladaron a la Bastilla. Pocos días antes de que esta prisión fuese tomada por los revolucionarios, fue transferido al manicomio de Charenton, que también funcionaba como prisión. Finalmente, de allí es liberado por las autoridades de la Revolución francesa, ya que había sido encerrado por una orden personal del rey, quien ya no existía.

Durante sus largos años de encierro, Sade fue frecuentemente visitado y confortado por su esposa Renèe, quien le demostró una incansable lealtad, vaya a saber por qué. Hasta leía y admiraba sus infames escritos, estimándolos como ensayos morales. Esta mujer debía tener los tornillos desajustados.

Cuando Sade salió en libertad, viejo, gordo y enfermo, su esposa no lo quiso recibir. Poco después huyó de París y fue a reunirse con su madre. La temible suegra consiguió por fin su venganza. Por supuesto, son sólo hipótesis, porque Renée no le dejó ni una mísera nota. No contenta con eso, la esposa fugitiva tramitó la separación —uno de los primeros divorcios en Francia, luego de que la Revolución los instituyera— y Sade tuvo que devolver la dote con sus correspondientes intereses, cantidad que no pudo pagar, por lo que sus posesiones quedaron hipotecadas a favor de Renée, con la obligación de pasarle 4.000 libras anuales que tampoco pudo asumir, dado que sus propiedades fueron saqueadas y quedaron improductivas. Malos tiempos para el marqués.

Para ver si puede obtener algún dinero para sus necesidades más inmediatas, se acerca al teatro, ofreciendo alguna de sus obras. No tiene éxito. Finalmente, logra estrenar una de sus obras, El conde Oxtiern o Los efectos del libertinaje. Aún siendo su estreno un éxito de público y crítica, un altercado protagonizado por algunos espectadores en su segunda representación provocó su suspensión.

No se va con las manos vacías de las tablas. Conoce a Constance Quesnet, actriz de cuarenta años de edad, con un hijo, a la que había abandonado su marido. Pocos meses después se van a vivir juntos en una relación que parece ser de apoyo mutuo. Constance permanecerá junto a él hasta el fin de sus días y Sade contará con su apoyo en sus más duros momentos.

Sade se adhirió y participó activamente en el proceso revolucionario. En 1790 se le ve en la celebración del 14 de julio, y en enero de 1791 se le invita a la asamblea de «ciudadanos activos» de la plaza de Vendôme, confirmándosele como «ciudadano activo» en junio de ese mismo año. Colabora escribiendo diversos discursos, como Idea sobre el modo de sanción de las leyes o el discurso pronunciado en el funeral de Marat; se le asignan tareas para la organización de hospitales y asistencia pública, pone nuevos nombres a diferentes calles y es nombrado secretario de su sección.

No duró mucho. Según sus palabras: «querían que sometiera a voto un horror, una inhumanidad. Me negué en redondo. ¡Gracias a Dios, ya me he librado!».

En 1793 es encarcelado sin que se conozcan las causas (caso bastante común en esa época del terror). Lo encierran durante seis semanas en las letrinas de la cárcel de la Madelonette. Pasa por tres distintas cárceles, donde es visitado por Constance, quien trabaja para su liberación. Llega a figurar en las listas de la guillotina, salvándose a último momento probablemente por las gestiones (sobornos) de Constance. En 1794 queda finalmente en libertad, pero en la más abyecta miseria. El otrora orgulloso y libertino se vio obligado a mendigar para comer.

Irónicamente, comienzan a popularizarse sus novelas con el consiguiente escándalo. Ya gobierna Napoleón y la moral es totalitaria. El propio Napoleón considera a Justine, una de las obras obscenas del marqués, “el libro más abominable jamás engendrado por la imaginación más depravada”. Consecuencia: encerrado nuevamente, trasladado de cárceles a manicomios, y finalmente recluido en el de Charenton con el diagnóstico de “demencia libertina” hasta su muerte.

Los últimos años de su vida los vive en el asilo para locos gracias a la asistencia de su familia (aparentemente Renèe se compadeció), que se encarga de pagar su estancia y su manutención, y los pasará en compañía de Constance, gracias a que las autoridades hacían la vista gorda.
La estadía en Charenton para este anciano destruido fue relativamente tranquila; disponía de dos habitaciones, trasladó su biblioteca, se le permitió formar con los internos una compañía de teatro y hacer representaciones exitosas a las que solían concurrir actores profesionales invitados y la alta sociedad de París. Este estado de cosas no podía durar mucho bajo Bonaparte. Las representaciones se suspendieron por orden ministerial.
Muere el marqués de Sade de infame notoriedad el 2 de diciembre de 1814, habiendo pasado veintisiete de los setenta y cuatro años de su vida en la cárcel.

¿Fue Sade tan perverso como su fama? Se ha escrito mucho a favor y en contra. Actualmente hay grandes dudas sobre sus perversiones y crímenes, atribuyéndolos en su gran mayoría a rumores exagerados hasta la morbosidad. Fue sin duda un libertino que despreció la moral en uso. Incluso, las prácticas sexuales de la aristocracia de la época incluían situaciones mucho más comprometedoras que aquellas por las que Sade fue juzgado. Como ejemplo se pueden citar las célebres orgías de Carlos de Borbón, conde de Charolais, o las del rey Luis XV en el Parque de los ciervos. El predecesor de Luis XV, el regente duque Felipe de Orleans, llevó una vida absolutamente licenciosa. Los escándalos tiñeron la regencia, con la organización de continuas bacanales y fiestas desenfrenadas en los salones del Palacio.


Lámina de Alina y Valcour
 En cuanto a sus libros, son absolutamente hijos de la imaginación (con muy pocos toques autobiográficos) y hasta con situaciones abiertamente imposibles. Lo curioso del caso es que Sade manifiesta pretender, con su repugnante prosa, llevar un mensaje de moral o transmitir su filosofía de vida.

Algunas de sus obras más famosas, por si se les ocurre consultarlas (cosa que no aconsejo; no merece la pena) son: Justine; Alina y Valcour; La filosofía en el tocador, Julieta o las prosperidades del vicio; Los 120 días de Sodoma; Diálogo entre un sacerdote y un moribundo, y muchas más. No son fáciles de conseguir ni de leer.

Terminamos con el amigo Donatien. No fue precisamente una vida ejemplar. Queda la duda de si fue un pervertido cínico, un sicótico, ambas cosas o un moralista a su manera (dudoso).



Nos reencontraremos a fines de agosto. Saludos.


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