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histonotas: 2008

martes, 30 de diciembre de 2008

ALBIGENSES - UNA CRUZADA DE ENTRECASA

Allá por el año 1000, década más o menos, la Iglesia Católica comenzó a padecer de miedos recurrentes. Todo comenzó con el Islam, que irrespetuosamente se autoproclamó la única religión verdadera (cosa que venía haciendo la iglesia de Roma desde hacía siglos) y, lo que era peor, lo hizo con un libro en una mano y una espada en la otra. Con tan contundentes razones tuvo un éxito meteórico. Conquistó naciones, reinos, imperios y lo que quiso. Hasta llegó a ocupar Tierra Santa, sepulcro incluido.

El papado aprendió rápidamente. Olvidó aquello de ofrecer la otra mejilla, ya que se la iban a rebanar seguramente, y optó por el más antiguo “ojo por ojo”.
Así, hija del miedo y la avaricia, nació la cruzada. Al principio los ejércitos convocados tuvieron éxito (aunque poco después se dio vuelta la cosa) justificando a los halcones y relegando al olvido a la original mansedumbre predicada por Cristo. Nació la iglesia militante (Qué todavía está bastante difundida, dicho sea de paso).

Cuando Roma perdió el miedo a los musulmanes, o por lo menos logró un cierto equilibrio, apareció otro monstruo: se rebelaban las bases y comenzaban a pensar por su cuenta.

Ya desde el comienzo de la prosperidad eclesiástica hubo gente que se indignaba ante la flagrante contradicción entre lo que el clero predicaba y lo que practicaba.. ¿Cómo Dios todopoderoso permitía esa descomposición? ¿Respetaba la Iglesia las enseñanzas de Cristo? De la desconfianza se pasó a la herejía. Renacieron viejas teorías acerca de la creación y el espíritu ya enunciadas por los gnósticos (herejes de los primeros tiempos del cristianismo).
Sus nuevos seguidores las modificaron de acuerdo al contexto, y rápidamente se propagaron por las cercanías del siglo X. Se los llamó de muchas maneras, según la región donde florecían y sus variantes: bogomilos, paulicianos, patarines…, los más conocidos, cátaros (del griego, “puros”) o albigenses (por la localidad de Albi, en Provenza, sur de Francia).

No poseemos documentos doctrinales cátaros, pero la creencia más extendida es que todo lo material era impuro y malo por naturaleza, y no podía de ningún modo haber sido creado por un Dios de bondad. Por consiguiente, toda la creación era obra del demonio, a quien asimilaban con el Jehová del Antiguo Testamento, mientras que Jesús, el Dios del bien, era el responsable de la parte espiritual, residente en el alma humana.

Partiendo de esa base, se fueron desbarrancando a creencias y costumbres cada vez más heréticas y anticatólicas. Rechazaban los dogmas y los sacramentos de la Santa Madre Iglesia, enospreciaban a los sacerdotes, llamaban a Roma la Ramera de Babilonia y a su obispo el Anticristo. Predicaban la igualdad de los sexos que el papa decía ser contraria a la Biblia. También poseían su propia versión vernácula de las Sagradas Escrituras, que leían con atención.

Detestaban el ritual católico. Imágenes, reliquias, la sagrada comunión, eran emanaciones del mundo letal de la materia. El cuerpo era algo maligno y el sexo, a partir del cual los cuerpos se multiplicaban, también era negativo. El fruto prohibido del jardín del Edén era el placer sexual. El embarazo era pecado; la mujer embarazada portaba el demonio en su interior; si moría antes de dar a luz, no tendría remisión posible. El matrimonio era una forma de pecado; el sexo en el matrimonio no era mejor que el incesto. Tan grande era su odio por el cuerpo que el suicidio, la endura, era un acto heroico de virtud, la manera de acceder al cielo.

Como vemos, sus teorías eran bastante extremas y ya algo delirantes.

Lo más imperdonable desde el punto de vista de la Iglesia era que con la pureza de sus vidas y el ejemplo de mansedumbre los albigenses estaban granjeándose la simpatía de la gente y la Iglesia perdía feligreses a montones. Si bien la población no era completamente cátara, por no poder alcanzar el exigente nivel moral de los “perfectos” había cada vez más simpatizantes de los albigenses. La Iglesia estaba perdiendo terreno rápidamente, y eso la asustó más aún que la herejía en sí misma.

Las primeras medidas del papado fueron mesuradas. En 1147, el papa Eugenio III envió un legado a los distritos más afectados, el sur de Francia, la Provenza y Languedoc. El legado, un famoso predicador, obtuvo algunos éxitos iniciales, pero sus continuadores fracasaron. Por lo visto, los albigenses querían seguir siendo cátaros.

Continuaron las tratativas pacíficas. Se convocaron coloquios con ministros de ambas partes, pero sin resultado. Los albigenses, como todos nuevos conversos, eran extremadamente tozudos y despreciaban al adversario. Obviamente, se la estaban buscando.

Aquí empezaron a entreverarse los nobles feudales. Por interés o por legítima piedad, algunos señores de la región optaron por proteger a sus vasallos cátaros frente a los legados papales. Uno de los legados, Pedro de Castelnau, conocido por excomulgar sin contemplaciones a los nobles que protegían a los cátaros, llegó a la cima excomulgando al conde de Tolosa, Raimundo VI (1207) como cómplice de la herejía. A los pocos dias, el legado fue asesinado por un escudero de Raimundo de Tolosa.

Y esto fue la gota que colmó el vaso. Castelnau fue proclamado “mártir de la Cristiandad”. El nuevo papa, Inocencio III, ordenó que se mostrara el hábito manchado de sangre del nuevo santo en todas las iglesias del Languedoc para promover una cruzada. Ésta no tendría como objetivo ir contra los infieles que ocupaban los Santos Lugares, sino contra los discípulos de Cristo que tenían la desfachatez de negar la autoridad del papa. ¿No saben -preguntó- que sin mí no hay Iglesia, no hay piedra, no hay fe, no hay salvación?
Los nuevos cruzados gozarían de los mismos privilegios que los caballeros que partieron hacia Jerusalén. Inocencio, como Mahoma, combinaba religión y guerra. Matando a los albigenses, prometió, obtendrían el más alto lugar en los cielos.

Palabras de Inocencio: “Despojad a los herejes de sus tierras. La fe ha desaparecido, la paz ha muerto, la peste herética y la cólera guerrera han cobrado nuevo aliento. Os prometo la remisión de vuestros pecados a fin de que pongáis coto a tan grandes peligros. Poned todo vuestro empeño en destruir la herejía por todos los medios que Dios os inspirará. Con más firmeza todavía que a los sarracenos, puesto que son más peligrosos, combatid a los herejes con mano dura.”

La cruzada de Inocencio contra los albigenses se situó dentro de esos parámetros. Al amparo del estandarte de la cruz, sería la campaña más sangrienta de la Edad Media. Prácticamente, sus soldados inventaron la política de tierra arrasada. Por primera vez, provocaron la muerte sin hacer distinciones. Por cada crimen del que tenía noticia, Inocencio pedía más energía en el desempeño de la misión. El final justificaba todos los medios. Resultaba mucho más sencillo matar a los herejes que reformar la vida y costumbres de los clérigos.

La cruzada logró la adhesión de prácticamente toda la nobleza del norte de Francia, la cual acudió motivada por la promesa papal de que podrían apoderarse de las fértiles tierras de los nobles del sur que apoyaban a los cátaros y porque su participación en la contienda les granjearía el perdón de sus pecados. El negocio era redondo: se garantizaba el saqueo, no había que endeudarse como para viajar a Tierra Santa, ya que el campo de batalla estaba prácticamente a la vuelta de la esquina, los enemigos a combatir no eran feroces guerreros turcos sino pacíficos aldeanos y soldados aficionados en su mayoría, el clima era agradable, nada que ver con Palestina. Verdaderamente una provechosa excursión.

El rey Felipe II Augusto de Francia, ocupado en problemas internos, declina participar en la expedición, pero da libertad a sus súbditos para que acudan libremente.

El ejército cruzado debido a la gran afluencia de nobles franceses estaba compuesto por unos 30.000 hombres, un tamaño inmenso para la costumbre de la época. La dirección de la cruzada correspondía en su aspecto religioso al legado papal, el sanguinario abad Arnaud Amalric y en su aspecto militar estaba dirigida por Simón IV de Montfort, debido a la larga experiencia militar de este noble, que había participado en la Cuarta Cruzada y había peleado en Tierra Santa.

Sería largo y aburrido relatar detalladamente las operaciones de esta “guerra de exterminio” que duró 20 años. Entre los nobles atacados hubo resistencias desesperadas, traiciones, cambios de bando, negociaciones, y toda la complicada trama de la guerra medieval. Los cátaros profesos murieron en su casi totalidad, sin defenderse (su culto les prohibía la violencia). Los que no morían en los asaltos eran prolijamente asesinados o, como se empezó a acostumbrar, quemados vivos. Los eternos perdedores fueron los campesinos: sus viviendas destruídas, sus cosechas quemadas, aldeas arrasadas, hombres salvajemente asesinados por las turbas que acompañaban a los ejércitos, mujeres violadas y esclavizadas, no se les ahorró nada.

Algunas “acciones de guerra”:

Bézieres, rica ciudad. Plaza fuerte albigense. Bien fortificada, cayó por la inexperiencia de sus defensores que salieron a alardear frente al ejército cruzado. En ella se albergaban cerca de 200 albigenses profesos, “perfecti”. Los demás eran simpatizantes, sacerdotes católicos y habitantes sin relación alguna con albigenses.

Simón de Montfort atacó la ciudad, tomándola rápidamente y masacrando horriblemente a la población, sin importarle si eran cátaros o no. Alrededor de 8.000 personas murieron en la ciudad de Béziers, pasando a la historia la famosa frase (probablemente falsa):”Matadlos a todos, que Dios reconocerá a los suyos”, atribuida por la mayoría de fuentes al legado papal Arnaud Amalric. La gente era asesinada en las calles, las casas, las iglesias. Hasta los perros fueron exterminados.

Esta matanza deliberada sobrecogió a la población de la zona y tuvo un efecto devastador sobre los nobles defensores y sus tropas, capitulando sin resistencia la mayoría de fortalezas y ciudades que acogían a los cátaros.

Otro episodio: En Bram, tras apoderarse de su castillo, Monfort no mató a los prisioneros. Los muertos son malos mensajeros. Ordenó a su soldadesca que les cercenaran las narices y les vaciaran los ojos. Se dejó que un hombre conservase un solo ojo para que guiase a los demás. Cada uno de ellos puso su manos sobre el hombro del compañero que tenía delante y, como un gigantesco insecto ensangrentado y quejumbroso, se encaminaron a Cabaret para llevar el temor de Dios a los allí acampados. Por supuesto, Cabaret se rindió.

Junio de 1210. Monfort puso sitio a Minerve. Tras su rendición, Monfort ordenó que ciento cuarenta “perfecti” salieran de la ciudad y se reunieran en un prado. No los acusaron; no hubo juicio, ni sentencia. Se prendió fuego a un gigantesco montón de leña. La soldadesca obligó a los herejes a lanzarse sobre las llamas. Sin embargo, como diría un cronista: «No fue necesario que nuestros hombres los echaran a las llamas; de ninguna manera, todos fueron tan obstinados en su maldad que se arrojaron ellos mismos por su libérrima voluntad». Los herejes fueron al encuentro de su muerte con serenidad, en actitud orante. Esta fue la primera gran quema de herejes, ante los ojos de la Iglesia y con su anuencia.

La guerra terminó definitivamente con el tratado de París de 1229, un tratado mediante el cual, el rey de Francia asumió la mayor parte de los feudos en conflicto, pese a no haber participado directamente.

Uno de los principales núcleos cátaros que sobrevivieron a la guerra era el núcleo del Castillo Montsegur, una fortaleza que servia de refugio y templo de oración, En 1242, unos 60 soldados del noble Pierre Roger de Mirepoix, defensor de los cátaros, parten del castillo de Montsegur para asesinar al tribunal de la Inquisición que tenía sede en Avignonet, como venganza por sus iniquidades. Esta acción hará que al año siguiente, en 1243, el Concilio de Beziers decida la destrucción de Montsegur.

En el castillo se encuentran, además de “prefecti” no combatientes, 150 soldados y algunos aldeanos voluntarios. Los atacantes son 6.000.

El castillo, por su excepcional ubicación, resiste durante meses, hasta que finalmente es escalado por un grupo de montañistas y debe rendirse. Según las condiciones pactadas, la guarnición sale en paz, mientras los cátaros con su maestro Bertrand Marty a la cabeza se lanzan por si mismos a la hoguera. Finalmente 225 cátaros serán quemados vivos en la hoguera. Como de costumbre.

Reflexiones: no hace falta enfatizar las atrocidades, no sólo convalidadas, sino ordenadas por la Iglesia. Sin duda los tiempos eran sanguinarios y la Iglesia estaba en pánico ante un real peligro de desaparición o fragmentación.

En cuanto a los cátaros, no se preocupen. Ya no queda ninguno. Cada tanto reaparecen en las páginas de algún best seller, llenando el bolsillo de su imaginativo autor. Se los relaciona con los templarios, con los masones, con cualquier sociedad secreta que ande por ahí. Pura fantasía.

Buen comienzo de año. Hasta el 15 de enero. Les prometo algo más ameno, para tratar de suavizar esta vergüenza

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lunes, 15 de diciembre de 2008

EDIPO - UN MUCHACHO COMPLEJO


Estamos en Tebas, ciudad de Grecia (no confundir con Tebas de Egipto, ni de Asia Menor. Nada originales, los antiguos). Cerca de 1.000 años antes de Cristo, casi en la época de Troya, cuando la gente todavía se mataba con espadas de bronce, reinaba un tal Layo. Su casta esposa Yocasta (chiste muy malo) no quería descendencia (cosas de mujeres con problemas) pero Layo, como todo rey, necesitaba urgentemente un heredero. Allá fue Layo, preocupado, a consultar al Oráculo que funcionaba en Delfos.

Como este oráculo será uno de los protagonistas de esta historia, vamos a describirlo. Se llamaba Oráculo a un santuario donde los dioses daban respuesta, a través de sus sacerdotes o sacerdotisas, a las preguntas de los fieles. Había oráculos en varios parajes, siendo el más prestigioso de Grecia el que estaba en Delfos. La sacerdotisa de Delfos fue luego conocida como pitonisa, y sus sacerdotes/ ayudantes le formulaban las preguntas de los fieles. La pitonisa se inclinaba e inspiraba una nube de humo (que debería ser hierba de la buena, sin mezclar), entraba en trance (se “fumaba”, diríamos hoy) y comenzaba a farfullar cosas incomprensibles. Los sacerdotes interpretaban los balbuceos a gusto de los clientes, quienes pagaban todo lo que podían y se retiraban impresionados. Había hablado el Dios, y nada más que decir. Cada tanto, mandaban a la pitonisa a una clínica de rehabilitación de drogadictos.

Con Layo estuvieron trágicos: “Tu hijo te matará y se desposará con su madre”. Del susto, a Layo se le pasaron las ganas de acercarse siquiera al lecho conyugal, actitud deplorada por Yocasta, a quien justo entonces le dieron ansias de reproducirse. ¡Quién las entiende! Recurrió entonces a la química, convidando a Layo con un trago de bebedizo capaz de inspirar a las momias. Y lo inspiró nomás, pues a los nueve meses nació el que luego sería Edipo.

Ante lo irreparable, Layo decidió deshacerse del bebé, y se lo confió a un soldado de confianza para que lo estrellara contra cualquier cosa. El soldado, poco convencido, interpretó la orden abandonando al infante colgado de un árbol con un gancho que le atravesaba los pies, donde lo encontró un providencial pastor que paseaba por allí. Descolgó al niño y se lo llevó de regalo a los reyes de Corinto, Polibo y Merope, estériles ellos, que lo recibieron encantados y le pusieron por nombre Edipo, que significa algo así como pies hinchados, en vista del deterioro de la criatura por el trato recibido. Deterioro físico (presumiblemente quedó cojo de por vida, aunque la historia no lo dice) y psíquico (hijo no deseado, adoptivo sin saberlo, víctima de intento de filicidio. Como para no desarrollar complejos, el pobre Edipo)

Creció entonces en Corinto, hasta que un día un grupo de compañeros comenzó a fastidiarlo con el tema de que no se parecía en nada a Polibo ni a Merope. Vuelta a recurrir al oráculo. Otra vez la misma respuesta: “Si vuelves a tu patria, matarás a tu padre y te casarás con tu madre”. Otro susto, esta vez de Edipo, y otra decisión equivocada: alejarse de Corinto y de quienes creía su patria y sus padres. Y se fue justamente rumbo a Tebas, autoexiliado.

En el camino se topó con unos viajeros que casi lo atropellan con su carro tirado por caballos. Devolviéndoles la cortesía, Edipo les arrojó una gran piedra. En una clásica escalada de violencia, Layo, que iba en el carro, se bajó para pelear y resultó muerto a manos de Edipo, igual que todos sus acompañantes. Un incidente de tránsito de la antigüedad, debido a la congestión en las rutas.

Siguió Edipo su camino como si nada, creyendo haber liquidado a un grupo de salteadores. Y aquí interviene la esfinge. Otra digresión.



Era la esfinge un demonio con cabeza y pecho de mujer, cuerpo de león y alas de águila (no confundir con la conocida esfinge egipcia, que no tenía alas ni era un demonio). Fue enviada por un dios a las cercanías de Tebas para castigar ciertas fechorías de índole sexual cometidas por Layo (¿Y qué culpa tenían los pobres tebanos?) Desde ahí se dedicó a asolar la campiña destruyendo las siembras y matando a todos los que no fueran capaces de resolver sus enigmas, que proponía cantando.

El que estaba vigente en esos días era: “¿Qué ser provisto de voz es de cuatro patas, de dos y de tres?”
Los transeúntes contestaban cualquier cosa y morían como moscas. Edipo se encontró con esta calamidad y, como en el mejor quiz show, respondió sin dudar:

“Escucha, aun cuando no quieras, Musa de mal agüero de los muertos, mi voz, que es el fin de tu locura. Te has referido al hombre, que cuando se arrastra por tierra, al principio, nace del vientre de la madre como indefenso cuadrúpedo y, al ser viejo, apoya su bastón como un tercer pie, cargando el cuello doblado por la vejez.”

Frustrada y furiosa, la esfinge se suicidó tirándose por un barranco. Mala perdedora.

En Tebas se enteraron al mismo tiempo de las muertes de Layo y de la esfinge. Juntando ambas cosas, decidieron nombrar rey a Edipo, que los había librado de esa peste y, para consolidar su reinado, propusieron el matrimonio del héroe con la reciente viuda Yocasta. Edipo aceptó el cargo de inmediato, pero lo de Yocasta lo pensó un poco. La diferencia de edad era significativa, y la novia ya no estaba para cocinarse de un hervor. Pero el destino estaba echado. Tenía que cumplirse lo dicho reiteradamente por el oráculo. Se casaron nomàs, y a su debido tiempo tuvieron dos nenas y dos nenes, con el consiguiente embrollo genealógico. Yocasta resultó abuela de sus hijos, éstos hermanos de su padre, y para complicar ¡tíos de sí mismos! Una familia imposible.

Pasaron los años. Asoló a Tebas una peste diezmando a la población. Como se recurre ahora a los médicos, los afligidos habitantes apelaron al todopoderoso rey Edipo. ¿Cuál fue el recurso? El habitual. ¡Al oráculo!

La pobre pitonisa, ya cansada de los problemas tebanos, contestó que la sangre de Layo estaba clamando venganza, y seguirían las defunciones mientras no se castigara al asesino.

Reducido a un simple problema policial, Edipo enfrentó las investigaciones “hasta las últimas consecuencias” y poco a poco, por declaraciones de testigos protegidos, va asomando la horrible verdad. Los diarios insinúan culpabilidad del poder ejecutivo, la primera dama comienza a desaparecer de los actos públicos, y finalmente el último en enterarse, el culpable, no puede negar la evidencia testimonial: ¡El de la encrucijada de caminos era Layo!

Cuando no le quedaron dudas, a Yocasta se le hizo un nudo en la garganta, es decir se ahorcó colgándose de una viga del dormitorio (Parece que el dormitorio le traía recuerdos desagradables). Edipo, que andaba a los gritos por los alrededores, al ver a su madre/ esposa colgada se acercó, le sacó un broche de la túnica y lo usó para pincharse los ojos con lo que, obviamente, quedó ciego, víctima de la maldición que al fin lo alcanzó.

La leyenda original termina aquí, con el problema de la sucesión presidencial y un tole tole cívico militar que lleva al poder al hermano de Yocasta, en perjuicio de los hijos de Edipo descartados por filiación complicada.

Con el paso de los años aparecieron varios aprovechados, como siempre. En primer lugar los grandes dramaturgos griegos, con Sófocles a la cabeza, que intentaron llevar agua para su molino inventando un desenlace donde Edipo, viejo y ciego, recorre el país como un mendigo guiado por su hija Antigona hasta que encuentra hospitalidad en Atenas, es juzgado por dioses y reyes, y alcanza por fin la paz, siendo sepultado, “casualmente” en Atenas (Sófocles era ateniense). Esta versión tuvo un éxito tremendo, sobre todo en Atenas.

Más de dos mil años después otro aprovechado contador de historias, un tal Freud, vio el filón y postuló que en todos los hijos varones de la humanidad se esconde un Edipo, con la conclusión de que todos los preadolescentes sueñan con liquidar a sus papás y practicar sexo intensivo ¡con sus mamás! Algunos (los menos) lo consiguen, otros se quedan con las ganas por el resto de su vida y otros se resignan o gastan fortunas en el psicoanalista. En los tres casos, el pobre varón se ve bien fastidiado, víctima del complejo de Edipo.

Incidentalmente, tanto Sófocles como Freud y sus seguidores se llenaron de oro con la explotación de la leyenda.




Perdonen que termine algo abruptamente, pero tengo cita con mi analista y estoy demorado. Nos veremos a fin de año, si mamá así lo permite. Un abrazo.

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domingo, 30 de noviembre de 2008

MESALINA - LA IMPERFECTA CASADA


Quienes no frecuentan la historia de Roma sin duda desconocerán este nombre. Es una injusticia, porque esta señorita de quien hablaremos tuvo gran popularidad, fue emperatriz de Roma y actuó de tal modo que 2000 años después de su muerte su nombre se aplica con justicia a las mujeres de vida más que liviana y carácter adúltero.

Hace casi 100 años que murió Cesar. A la cabeza del Imperio está Calígula, un loco total del que escribí algo en agosto. Como corresponde a tal cabeza, la corte es un delirio de depravación. En ese ambiente tenemos a una muchacha normal, de familia noble, padre y hermano ex cónsules, sobrina biznieta del emperador Octavio Augusto (el padre se llamaba Marco Mesala Barbado, pero a ella se la conoce por Valeria Mesalina, dejando de lado el apellido paterno por razones comprensibles) Linda por los cuatro costados, parece ser que nada malo había que decir de su infancia y primera juventud. Por lo menos, nadie lo dijo. Un día al desequilibrado de Caligula se le ocurrió que a los 13 años ya estaba madura para el matrimonio y la hizo casar con Claudio, que a su vez era tío de Caligula. (En realidad, los personajes históricos de Roma eran casi todos parientes en mayor o menor grado. Una verdadera clase dirigente familiar, y un laberinto para la biografía).

Este Claudio merece un futuro post. Los historiadores son unánimes en dotarlo de una estupidez irremediable y mayúscula. Actuaba como el hazmerreír de la corte, y probablemente por eso salvó la vida en épocas inseguras como las que corrían. A Caligula le pareció una buena broma casar a este estúpido, con 50 años y dos matrimonios y divorcios a cuestas, con una ricurita como Mesalina. Se ignora la reacción de la dama, pero Claudio quedó encantado y baboso. Era tonto, pero no ciego, y lo que vio le encantó.

¡Sorpresa! El matrimonio funcionó, por lo menos al comienzo. En los primeros tres años, mientras vivió Caligula, Mesalina tuvo una hija y un hijo, insólitamente parecidos a Claudio. De pronto murió Caligula, por un asunto de puñaladas, y en el caos que siguió los soldados de la guardia encontraron a Claudio escondido tras las cortinas de una sala de palacio, muerto de miedo. Lo gracioso es que los soldados también estaban asustados de la barbaridad que habían hecho y, recordando que Claudio era el pariente vivo más cercano del extinto, se postraron a sus pies y lo aclamaron emperador suplicando perdón. Claudio no quiso saber nada, pero sospecho que ahí intervino Mesalina y lo convenció, zamarreándolo por tonto.

Y ya tenemos a nuestra heroína, emperatriz a los 16 años. Inexplicablemente, en ese momento se produjo un click en Mesalina. O bien perdió instantáneamente la chaveta o los historiadores “redondearon” los sucesos para impactar al público. Lo cierto es que la niña, que ya tenía un enorme ascendiente sobre Claudio por su hermosura, lo fue influenciando de tal manera que se metió a decidir sobre asuntos de estado. Se hizo del sello imperial y repartió condenas de muerte y destierro entre sus quienes, real o imaginariamente, amenazaban su posición. Para ello inventaba conspiraciones y los denunciaba ante Claudio, que además de creerla le agradecía su celo. Llovieron falsas acusaciones de adulterios, incestos, complots para asesinar al emperador, y Claudio cada vez más engañado. El nuevo emperador la favoreció haciendo que se le concediesen varios honores. Su cumpleaños era celebrado con un festival, se erigieron muchas estatuas de ella y se le otorgó, en el teatro, un asiento en la fila de las vírgenes vestales.

De ahí pasó a darse otros gustos. Desde chica estaba enamorada de un tal Apio Silano, quien nunca le correspondió, sobre todo ahora que estaba casada (Silano era uno de los pocos honrados que quedaban en Roma) Gracias a la desdeñada, terminó acusado de un complot para asesinar al emperador, y ejecutado sumariamente. Fin del casto Silano.

Otro caso: Gneo Pompeyo, descendiente de Pompeyo el Grande, cometió el error de estar casado con una dama que Mesalina tenía en mente para casarla con su hermanastro. Como Pompeyo, entre otras cosas, era homosexual (como muchos romanos; era la costumbre) Mesalina desenterró una antigua ley en desuso que fijaba pena de muerte a los homosexuales. Lo encontraron en la cama con su amante favorito y ejecutaron a ambos.

Hay muchos ejemplos más, que sería fatigoso enumerar. Pero no se limitó a sembrar las ejecuciones, sino que adquirió una desmesurada afición por los ejercicios sexuales. Miembros de la nobleza romana, así como con soldados, actores, gladiadores y otros, no bastaban a satisfacer su lujuria. Cuando no conseguía nada mejor, narra el poeta Juvenal, corría a prostituirse en burdeles de los barrios bajos bajo el nombre de Lycisca (la mujer perra). (Ver nota al pie)

Para consolidar su fama, lanzó un desafío al gremio de las prostitutas, consistente en competir sobre quién podía atender a más hombres en una noche. La candidata oficial era, por supuesto, Mesalina, y la oposición estaba representada por Escila, la más famosa prostituta de Roma. También se anotaron algunas voluntarias, entre ellas damas de la nobleza. Lo que se dice una animada reunión. ¿Y Claudio? De viaje. Les dejó el palacio.
Al fin de la noche, Escila había sido poseída por 25 hombres, y se declaró exhausta. Mesalina siguió dale que dale, alcanzando la respetable cifra de 70 vehementes compañeros. Como todavía tenía restos, quiso continuar de día, Hay versiones que llegó a 200 asaltos. Por lo visto, le gustaban las cifras redondas. El comentario de Escila: “Esta infeliz tiene las entrañas de acero”

Esto ya era la comidilla de toda Roma, excepto de Claudio. Hay versiones revisionistas que dicen que Claudio no era estúpido en modo alguno, siendo todo invención de los historiadores sensacionalistas, basadas en que en general su gobierno fue sensato y exitoso, pero resultan difíciles de justificar.

Para llegar a la cúspide, Mesalina ideó casarse con su amante de turno, asesinar a Claudio y compartir el imperio con Cayo Silio, que así se llamaba el favorecido. Pequeño detalle: Mesalina estaba casada. Mostrándose a la altura de las circunstancias, la dulce esposa hizo firmar a Claudio las escrituras de divorcio, mezclándolas entre otros papeles (después quieren sostener que Claudio no era tan tonto como parecía. Cierto: ¡Era más tonto!). Con los papeles en mano, aprovechando otro viaje de su ahora ex esposo, Mesalina trasladó mobiliario de Palacio a una casa en las afueras, donde organizó una gran fiesta de casamiento con Silio.

Y aquí intervinieron los libertos (ex esclavos) secretarios de Claudio. Temiendo por sus cabezas ante un cambio de emperador, o más aún a las venganzas de Mesalina, salieron al encuentro de Claudio y lo enteraron de todo, a través de unas prostitutas relacionadas con el emperador. Por supuesto, Claudio entró en pánico y se vio ya depuesto y asesinado. Tuvieron que llevarlo casi a rastras para mostrarle la fiesta de casamiento de su esposa. Esta había huido justo a tiempo, pero luego fue apresada, lo mismo que el novio y los participantes de la fiesta.

Todos fueron ejecutados inmediatamente, salvo Mesalina, para quien Claudio pidió un poco de tiempo para estudiar el asunto. Conociendo la falta de seso de su amo, los libertos fraguaron una orden de ejecución y mataron a Mesalina frente a su madre.

Al día siguiente informaron a Claudio, quien estaba comiendo. Sólo pidió que le llenaran el vaso de vino. Y aquí lo dejamos, consolándose con el alcohol.

Curriculum de este portento de depravación llamado Mesalina:

Se casó a los 13 años.
Fue madre a los 15
Emperatriz a los 16
La decapitaron a los 23

Vivían rápido en esa época.

Nota: Generalmente no lo hago, pero por parecerme curioso transcribo un párrafo acerca de la organización de los prostíbulos o lupanares:




Los lupanares generalmente eran identificados en la calle con un gran falo que era iluminado por la noche, generalmente eran decorados con murales alusivos al sexo y en las puertas de las habitaciones era habitual encontrar una lista de precios y servicios. Existen referencias de algunos prostíbulos que eran frecuentados por las mujeres de las clases sociales más elevadas que acudían para mantener relaciones sexuales con chicos jóvenes

Fuente: http://www.imperioromano.com/index.php?id=156


Hasta el 15 de diciembre. Veremos quién aparece.



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sábado, 15 de noviembre de 2008

FANTASMAS - LA VIDA CONTINÚA


Me pregunto qué es lo que hace que muertos famosos, y algunos no tanto, en lugar de quedarse tranquilitos en donde Dios y sus actos los han puesto se empeñen en incordiar a su posteridad asustando a la gente y promoviendo el turismo.
Parece que hubieran dejado algo sin hacer aquí y se obstinaran en completarlo, generalmente sin éxito, debido a la incurable ausencia de cuerpo físico.

Entonces: ¿qué son? La palabra “fantasma” proviene de un vocablo griego que significa “aparición”, lo que excluye a los poltergeist, (espíritus invisibles que se comportan como niños molestos y mal educados en crisis, haciendo volar cosas o estrellando vajilla como matrimonio desavenido), a las voces de ultratumba y a sonidos sin identificación visible.

A diferencia de las manifestaciones espiritistas o de las evocaciones mágicas, donde los espíritus aparecen al ser convocados, los fantasmas propiamente dichos se manifiestan donde se les da la gana, pero tienen sus hábitos. Por ejemplo, son rarísimas las apariciones a la luz del día. Los espectros prefieren la penumbra o la oscuridad, donde algunos parecen disponer de generadores o baterías propias para rodearse de una suave luminiscencia y llamar la atención.

Me resultan inexplicables los fantasmas que chillan, gritan, gruñen, gimen….Al ser inmateriales no comprendo cómo pueden desplazar aire para producir sonidos, y ¿con qué garganta?

Son muy discretos. Sólo se presentan ante grupos reducidos de personas. Es inimaginable un fantasma en una tribuna de fútbol protestando por un penal mal cobrado, o arrojando almohadones en medio de un domingo de toros.

¿Qué buscan estos sujetos? Por de pronto, conquistar notoriedad. Son unos exhibicionistas incorregibles; de lo contrario se quedarían en sus tumbas. Además les encanta meter miedo. Aparecen ensangrentados, sin cabeza, acongojados, rara vez agresivos. Fingen indiferencia ante su público. Y aquí debo destruir un mito: eso de las sábanas flotantes pertenece a la historieta. Se la pasarían lava que te lava, y eso no es vida, o no es muerte, mejor dicho.

En épocas violentas estos espectros venían a reclamar venganza (Hamlet padre) o a aterrorizar a sus asesinos (Macbeth, fantasma de Banquo). En nuestros tiempos se pacificaron, y pretenden dar lástima. Son unos incurables autocompasivos.

La Iglesia vino a poner orden en esta incertidumbre (y de paso a traer agua para su molino) al dictaminar que se trata de almas del purgatorio en libertad condicional que vienen a pedir oraciones para acelerar su entrada al paraíso. Dada su antigüedad (María Antonieta, Ana Bolena…) parece que tenían bastantes pecados veniales por purgar. Según esta teoría, los que residen en el infierno no tienen permiso para exhibirse en la tierra, ya que las eventuales oraciones no mejorarían su estado. Malo para ellos.
Con perdón de la jerarquía eclesiástica, esta explicación me suena bastante pavota.

Voy a concluir con algunos fantasmas famosos, con mucha prensa y aplauso del público. La mayoría son ingleses, ya que parece que el clima y la niebla forman una escenografía apropiada. Solamente en la Torre de Londres habitan y circulan diez fantasmas de personajes históricos de primera línea, varios anónimos y hasta el fantasma de un escuadrón de guardias marchando por el parque. Una considerable congestión de espectros.



Ana Bolena


Segunda esposa de Enrique VIII de Inglaterra. Decapitada en la torre de Londres por orden de éste bajo el cargo, probablemente infundado, de traición (una forma elegante de decir adulterio).

En el invierno de 1864 un guardia de la Torre fue acusado por quedarse dormido en su turno y sometido a juicio. El mismo relató que se topó con una especie de espectro blanco. Cuando se le acercó para comprobar quién era se dio cuenta de que la figura no tenía cabeza y ante una acción refleja intentó atravesarla con su alabarda; el guardia recibió una descarga eléctrica y quedo inconsciente (¡insensato! ya les dije que algunos fantasmas llevaban un generador para proporcionarse energía eléctrica y luminosidad. El pobre guardia provocó un cortocircuito). Lógicamente el tribunal no creyó la historia hasta que otros guardias confesaron haber visto la misma figura en la ventana del castillo que correspondería a la habitación donde Ana Bolena pasó su última noche antes de ser decapitada. Después de estos testimonios, la corte decidió dejar libre al guardia. Se dice que la última vez que el fantasma fue visto fue en el año 1933. Ya es hora de que aparezca nuevamente. Su público la reclama.


Catalina Howard

Catalina Howard, prima de Ana Bolena, fue la quinta esposa de Enrique VIII. Ya a los doce años comenzó su carrera amatoria. Enrique se encaprichó con ella, sin conocer su pasado, y la desposó. A poco de casada, Catalina volvió a las andadas, decepcionada por el aspecto del rey (ya estaba gordísimo). Lo engañó repetidamente. Tuvieron que poner al tanto a Enrique, quien seguía en babia. Hizo cortar la cabeza a Catalina, a sus amantes, y hasta a los cómplices del engaño. El fantasma de la reina infiel deambula por el castillo de Hampton Court. Allí fue filmado por una de las cámaras de seguridad, y aunque este video conmocionó a Inglaterra, su veracidad es puesta en duda debido a la nitidez de la imagen, ya que el supuesto fantasma no aparece como un espíritu sino más bien como una figura humana envuelta en una capa y con el rostro tapado por la misma.


La dama marrón de Raynham Hall, Norfolk

Famosa por ser uno de los fantasmas más fielmente fotografiados de la historia. Aunque no se la ha visto desde 1936, se dice que se trata de lady Dorothy Walpole, quien vivió en la histórica mansión. Oficialmente murió de viruela, pero existen rumores de que rodó por las escaleras empujada por su esposo luego de ser descubierta en adulterio. Fue vista por primera vez en 1835 por un huésped de la casa, el coronel Loftus. Relató que el fantasma llevaba un largo vestido o capa de satén marrón (el coronel conocía de telas, por lo visto, aún en penumbras) y que sus ojos eran dos huecos vacíos.

Años después otro huésped también fue sorprendido por la aparición, pero estaba armado, y disparó repetidas veces contra la figura (este hombre no sabía nada sobre fantasmas. ¿Desde cuándo tiene sentido balearlos?). Por supuesto, las balas atravesaron inofensivamente al fantasma.

En 1936 dos fotógrafos de la revista Country Life obtuvieron la famosa foto de La Dama Marrón, mientras descendía por la escalera mortal.


Borley Rectory

En el solar de la rectoría existió originariamente un monasterio benedictino. A fines de siglo XIX se construyó una nueva rectoría sobre las ruinas del monasterio. A partir de ese momento, comenzaron a suceder cosas extrañas.
Uno de los espectros que recorre los jardines es el de una monja, que en el siglo XIII se enamoró de un monje (ya en ese entonces ocurrían estas cosas) y trató de fugarse con su amado. De acuerdo a la leyenda, la monja y el monje fueron atrapados en su huída. Como castigo, el monje fue ahorcado y la monja emparedada viva. Algunas personas manifiestan haber visto, además de la monja, la forma espectral del caballo y el carruaje en que intentó la fuga.

Infortunadamente, la rectoría se incendió en 1939. En 1945 se hallaron en el lugar restos humanos que se atribuyeron a la monja pecadora, a los que se dio apropiada sepultura (¿Restos del siglo XIII? ¿A qué profundidad? ¿Qué eran? Cenizas, con suerte)


La llorona

Es la leyenda de una mujer que perdió a sus hijos, quien puede ser oída, y a veces vista, sollozando en la noche. En la mayoría de los relatos se dice que La Llorona es mejicana, aunque a veces es una mujer que vivió en el sudoeste de América. La mujer perdió sus hijos, generalmente atribuido a que ella misma los mató porque quería casarse con un hombre que no soportaba ninguna criatura. Ella quedó tan angustiada por sus hechos que terminó matándose también, y desde entonces fue condenada a recorrer eternamente su tierra natal, gimiendo y retorciéndose las manos.


El holandés errante (El buque fantasma)

Este es un fantasma grupal. Es el mundialmente más conocido fantasma no humano. Se trata de una nave del siglo XVIII condenada a vagar perpetuamente por alta mar.
De acuerdo a las leyendas marinas el barco, que en muchos casos aparece como una imagen confusa o una extraña luz, es considerado como una señal de mala suerte y maldición.
El buque y su tripulación fueron eternamente malditos cuando su capitán, un holandés, rehusó buscar refugio en un puerto seguro durante una tempestad, pese a los ruegos de la tripulación y los pasajeros. En cambio, el blasfemo holandés desafió a Dios a hundir su barco. El buque fantasma ha sido visto en el océano de tiempo en tiempo, inclusive frente a las costas de Sudáfrica en 1923.


Juana de Arco

Desde comienzos del siglo XX se han registrado apariciones fantasmales atribuidas a Juana de Arco en la basílica de le Bois-Chenu, Domremy, lugar de nacimiento de la Doncella. En la conocida foto de lady Palmer que se acompaña, se pueden observar dos figuras a la derecha ¡que no se perciben a simple vista!




Finalmente, aludiremos a tres lugares de Inglaterra con sus correspondientes fantasmas:
La Abadía Newstead congregó entre sus muros una media docena de fantasmas. Por ejemplo, el Temible Demonio Byron (supuesto tío del famoso escritor); una anónima Dama Blanca, que camina pensativa por la casa y un Fraile Negro, anunciador macabro de muertes cercanas. No podía faltar también el espectro de un perro que corre por los jardines, ladrándole a la luna.

Del mismo modo, Watton Priory, un convento fundado en siglo VIII, pasó al acervo folklórico inglés como un lugar poblado de lamentos y jardineros fantasmas.

En competencia con él, la Abadía Whitby sigue manteniendo una pequeña congregación de monjas que, desde el Más Allá, continúan respetando los votos de castidad que juraron en vida.

Hay muchos, muchísimos fantasmas que no he mencionado y que me están amenazando a gritos por su no inclusión, pero debo poner punto final y atenerme a las consecuencias. Después de todo esto, no me pregunten si creo en fantasmas. No creo, pero existen.

Hasta fines de noviembre con otro tema, salvo que me vea condenado a escribir el mismo post por toda la eternidad. Saludos

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viernes, 31 de octubre de 2008

RASPUTIN - EL MONJE LOCO


En un pueblito perdido de nombre impronunciable, en la zona de los Urales, Siberia Occidental, en 1869 el hogar de los Rasputin (en ruso se pronuncia Rashpútin) se vio alegrado (es un decir) por la llegada del pequeño Grigori Efimovich. Los papás eran muy campesinos, y ser campesino (mujik) en Rusia en esa época era preocupante. Resultaba difícil diferenciar entre los mujiks y los animales, física y mentalmente.
El pequeño Grigori asimiló cumplidamente esas influencias, pero estaba complicado con una veta de religiosidad, tal como se la entendía en ese ambiente. A los 18 años se cansó de los animales e ingresó a un monasterio para encontrar a Dios. Tres meses le bastaron. Se fue y, apariciones de la Virgen mediante, perdió la poca cordura que tenía y se hizo místico errante. Como los locos se juntan solos, se unió a una secta de flagelantes que recorrían el país azotándose con entusiasmo para complacer a Dios. También con ese objetivo, y con igual vehemencia, armaban fogosas orgías en las que Grigori descollaba, más que en los latigazos. Para castigarse aún más, Rasputin se casó, en dos años tuvo tres hijos con su esposa y varios con otras señoras, pero al parecer tampoco encontró a Dios porque se fugó del hogar y se dedicó a viajar por Grecia y Asia Menor. Observando la foto de lo que fue su hija (no se conservan fotos de su esposa) se comprende por qué huyó de la casa.

Cansado de vagar, en 1903 recaló en San Petersburgo, ya con una consumada fama de santo. No es broma, en Rusia existió desde siempre una veta mística, y a estos chiflados, que decían ser monjes u hombres de Dios, se les profesaba respeto religioso. Con su currículum de beato, su vehemencia, grosería, lascivia y carácter violento (su temprana formación lo había marcado) vagaba por la ciudad atrayendo la atención de cada vez más gente. Lo ayudaba su aspecto: alto, sucio, melenudo y barbudo, con expresión furibunda y unos extraños ojos amarillentos de mirada hipnótica.

Se dedicó a adivino y sanador, y fue tal su habilidad o suerte que fue llamado a palacio por la familia imperial.

La situación en ella era la siguiente: el zar Alejandro II era un buen tipo, cariñoso con su familia, buen padre, amaba a su pueblo, pero como gobernante era una calamidad. Justo en el momento en que estaban metidos en dificultades, con agitación social, pesos pesados como Lenin y Trotsky moviendo el bote y dos guerras en puerta, a Rusia le tocó un zar que era defensor del derecho divino por herencia, pero sin firmeza de decisiones. Tímido e irresoluto, dependía de lo último que le decían. ¿Hay algo peor que un autócrata indeciso? Su esposa, la zarina, lo influía en todos los sentidos, pero ella misma tenía una marcada confusión mental. Crédula, más que creyente, y dispuesta a aconsejar (decirle lo que tenía que hacer) al irresoluto de su marido. El resto de la familia imperial estaba conformado por cuatro jóvenes hijas, grandes duquesas ellas, hermosas nulidades, y por el heredero, el zarevich Alexei, niño aún y, lo que resultó nefasto, hemofílico.

La enfermedad resultó particularmente grave en el pequeño, que se encontraba frecuentemente al borde de la muerte por derrames internos. Los médicos, como suele suceder, perdidos en la niebla.

En un acceso crítico, con toda la familia real trastornada, una amiga de la zarina sugirió a Rasputin como recurso desesperado. La zarina aceptó y ¡milagro! Fue llegar el monje loco, sentarse a los pies de la cama, empezar a farfullar y a la mañana siguiente el niño estaba como nuevo.

De ahí en adelante, Rasputin se hizo indispensable. A cada paso, la zarina lo llamaba y Rasputin aliviaba al zarevich.

Gradualmente, la zarina fue cayendo bajo el influjo de Rasputin. Lo creía el santo enviado por Dios para salvación de su hijo y también de Rusia. Esta insensata comenzó a consultarlo sobre asuntos de estado y, dada la influencia que ella ejercía sobre el zar, éste decretaba lo que sugería Rasputin. De sugerencias pasó a dar órdenes y a imponer funcionarios, siempre con la amenaza de marcharse si no le obedecían.

Como Rasputin, brujo, santo o hipnotizador, era en el fondo una bestia irracional, comenzó a alardear de su poder sobre la familia reinante. Muchos cortesanos, sobre todo las mujeres, lo adoraban ciegamente, lo seguían a todas partes y caían a sus pies literalmente. Él las trataba como se merecían, como trapos. Había que ver a rancias y orgullosas aristócratas seguir humildemente los mandatos de ese sujeto despreciable. Transcribo comentarios atribuidos a Rasputin

"Las mujeres, querido, son peores que los hombres y hay que comenzar por ellas. Sí; yo procedo así: las llevo al baño a todas esas damas y les digo: «ahora desnudaros y lavad al mujik». Si no se deciden, las convenzo pronto y... el orgullo, querido, no dura."

Comenzaron los rumores, verdaderos o exagerados, de orgías de todo tipo.. Rasputin tenía dos originales teorías. La primera era que había que pecar mucho y seguido, para dar a Dios la oportunidad de demostrar su infinita capacidad de perdón (¡Bravo! ¡Estos son filósofos a mi gusto!) y la segunda era que se podía ir con él sin pecar a todas partes, porque Dios lo acompañaba. Sin comentarios.

¿Qué opinaban los hombres? Algunos, acomodaticios, no ponían reparos a que Rasputin hiciera lo que se le diera la gana con tal de aprovechar su influencia. Otros, principalmente nobles indignados de que se humillase (o algo peor) a sus esposas, echando la culpa además al taumaturgo de la desastrosa marcha de los asuntos del Estado (en este caso sin fundamento, la culpa era del inepto del zar) llegaron a odiarlo a la rusa, mascullando sombrías intenciones.

Un joven pariente del zar, el príncipe Félix Yusupov, junto con otros nobles y funcionarios decididos, organizó una conspiración con el loable objeto de sacar del medio definitivamente al odiado favorito. Las malas lenguas dicen que en realidad Yusupov, que era bisexual, le tenía ganas a Rasputin, a quien todo le venía bien. Nos queda entonces la duda de si Yusupov quería quitar el pellejo a Rasputin por honorables motivos patrióticos o por cuestiones menos transparentes.

El relato de la conjura y su culminación lo contó Yusupov en forma detallada con la mayor frescura y conciencia tranquila en “Cómo maté a Rasputin”, un librito que les recomiendo (lo pueden bajar de Internet).

En síntesis, después de un largo y discreto coqueteo, Rasputin aceptó una invitación de Yusupov y lo acompañó a su palacio. Y acá empiezan las cosas incomprensibles: En primer lugar, la habitación del encuentro estaba en un lóbrego sótano, en lugar de en el palacio en sí. Extrañamente Rasputin, que era un zorro astuto y desconfiado, no puso objeciones. Ya en tema, el asesino en proceso empezó a servirle a su víctima pastelitos con una cantidad de cianuro como para matar a varias personas (lo afirma Yusupov): Rasputin comió uno tras otro sin que se manifestara ningún efecto. Yusupov, presa del estupor y muy nervioso, recurrió a la bebida. Comenzó a servirle vino en vasos también preparados con cianuro. Rasputin bebía como un camello sin evidenciar nada más que una picazón en la garganta. Por lo demás, estaba muy animado y quería ir a ver bailar a los gitanos. Había estado tomando veneno durante dos horas.

Desesperado, Yusupov salió de la habitación en busca de sus cómplices. Les pidió un revólver y volvió a entrar. Para terminar con el asunto, disparó al pecho de Rasputin, quien cayó ensangrentado. Uno de los conjurados, médico, se acercó, lo auscultó, reconoció que la bala había atravesado la región cardíaca, y lo declaró muerto. El muerto abrió un ojo, luego el otro, se levantó penosamente y se prendió al cuello de Yusupov. Éste consiguió zafar, y salió disparado de la habitación pidiendo auxilio. Cuando volvió, acompañado de sus cómplices vio con horror que Rasputin se arrastraba hacia la calle. Allí lo siguieron, disparándole cuatro tiros más. Cayó, finalmente. Yusupov, para estar seguro, lo aporreó hasta cansarse con una cachiporra. Finalmente, entre todos lo envolvieron en una lona y lo tiraron al río.

Días más tarde, el resultado de la autopsia fue que ¡había muerto ahogado!

Esta es la historia oficial, escrita por el asesino, nada menos que un príncipe. Personalmente, creo que se trata de una sarta de embustes, con el fin de resaltar el carácter demoníaco de Rasputin y lo plausible del asesinato. Opino (sin ningún fundamento histórico) que le dieron unos buenos golpes a traición y lo tiraron al agua sin más vueltas.

Con esto los conjurados pensaron haber salvado a Rusia, pero los bolcheviques tenían otras ideas. Al año siguiente (1917) sublevaron a las masas, organizaron una revolución y obligaron a renunciar al zar. Meses después lo arrestaron y lo ametrallaron, junto con toda su familia, su médico, tres sirvientes y sus perros. Fin de la dinastía imperial rusa.

Se dice que Rasputin lo habría predicho:

“Zar de la tierra de Rusia, si tú oyes el tañido de las campanas, que te anuncian que Grigori (Rasputin) ha sido asesinado, debes saber esto: Si han sido tus parientes quienes han provocado mi muerte, entonces ninguno de tu familia, o sea ninguno de tus hijos o de tus parientes, quedará vivo durante más de dos años. Ellos serán asesinados por el pueblo ruso...”

Bueno, en esto acertó, y con esa base algunos le han forjado fama de vidente: Si quieren juzgar por ustedes mismos lean aquí los despropósitos que se le acreditan como profecías.

Para finalizar: Yusupov, por supuesto, no fue castigado por su delito (era pariente del zar, como vimos) y tuvo luego la suerte de escapar a las matanzas de la revolución bolchevique. Huyó de Rusia llevándose una cuantiosa fortuna en joyas, vivió con gran lujo entre Londres y París, donde falleció en 1967, aparentemente sin remordimientos.

Este es el fin de una encantadora historia rusa. Veré qué preparo para el 15 de noviembre. Hasta entonces.





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