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histonotas: 2010

martes, 14 de diciembre de 2010

AGAMENON – FAMILIA DE CRIMINALES

Puede parecer impropio que me meta en el campo de la mitología. Me justifico con que hay fundadas sospechas arqueológicas de que este personaje verdaderamente existió, aunque es dudoso que haya hecho todas las perrerías que se le atribuyen. Lo podemos considerar entonces como moderadamente histórico, si es que eso significa algo.

Para comprender su destino nefasto, nos remontaremos a sus antecesores (la cosa viene de lejos).

El banquete de los dioses
 El bisabuelo, Tántalo, hijo de Zeus, tenía veleidades de cocinero, y para lucirse invitó a los dioses a un festín. Nada censurable, salvo que el plato principal era su hijo, Pélope, asadito con guarnición de verduras. Los ilustres invitados olieron el Pélope a la parrilla y lo rechazaron horrorizados, salvo Demetria que, distraída por problemas personales, paladeó un hombro y lo vomitó de inmediato.

Indignados los dioses, luego de maldecir a Tántalo y a todos sus descendientes, se llevaron al Olimpo el estofado de Pélope. Allí lo resucitaron más hermoso que antes, y Demetria para compensar le proporcionó un hombro de marfil.
Tan bonito quedó Pélope que Poseidón se enamoró de él y lo empleó como “conductor de su carro” (parece que ese era el eufemismo en Grecia).

Por una trifulca, se le acaba a Pélope la estadía en el Olimpo. Lo bajan a la tierra y el hombre, cansado de manejar el carro de Poseidón todas las noches, decide casarse, para variar. Tiene tan buen ojo que elige a una chica cuyo padre tiene proyectos incestuosos, lo que lo lleva a matar a los pretendientes de la nena desafiándolos a mortales carreras de carros.

Prevenido. Pélope soborna al cochero de su criminal suegro y le hace aflojar las ruedas del vehículo. Chau suegro. Voló por los aires. Cuando el cochero quiere cobrar su reintegro, que no era otro que pasar la primera noche con la novia, Pélope lo asesina expeditivamente. El cochero agonizante lo maldice, sumando otra condenación a la familia (ya van dos).

Pélope engendra tres hijos y, luego de otras muchas peripecias, se muere, dando su nombre al Peloponeso. Previamente, había tenido que desterrar a dos de sus hijos, que por un tema de herencia habían asesinado al tercero.

Los hijos sobrevivientes, fratricidas y desterrados, Atreo y Tiestes, comenzaron por apoderarse de un trono más o menos vacante, el de Micenas y lo disfrutaros por varios años, pero no pudieron con el genio (y con su destino). Tiestes sedujo alegremente a la esposa de su hermano y éste, al enterarse, resolvió la cosa al típico modo familiar: secuestró a los cinco hijos de Tiestes, los hirvió y se los sirvió al papá. Las manos y las cabezas se las mostró a los postres, para que se enterara. Otra maldición (¡la tercera!), esta vez de Tiestes contra Atreo y su descendencia. Cauto, Tiestes consultó a un oráculo acerca de la mejor venganza.

Asesinato de Atreo

La sorprendente respuesta fue que, si Tiestes engendraba un hijo con su propia hija (la mayor, sobreviviente por ser seguramente ya muy dura para el cocido) éste mataría a Atreo.
Obediente, Tiestes siguió el consejo (¡vaya oráculo!) y nació Egisto, quien puntualmente, años después asesinó al tío y todos contentos.

Delicada alusión a Menelao
 Todo este largo preámbulo era necesario para, además de ofrecer una pintoresca imagen de la clase gobernante en los tiempos homéricos, comprender que con la carga hereditaria y las sucesivas maldiciones a los hijos de Atreo no les podía ocurrir nada bueno, hicieran lo que hicieran. Los hijos fueron Agamenón y Menelao, ambos famosos. Algún día nos ocuparemos de Menelao, el cornudo más famoso de la historia, pero vamos ahora a Agamenón.

Al morir Atreo de mala manera a manos de Egisto, los hermanos Agamenón y Menelao salieron pitando de Micenas por motivos de salud, y se dieron a recorrer el Peloponeso en busca de algún reino de que apoderarse. Guerra va, batalla viene, los muchachos demostraron su valía (su crueldad, digamos) Agamenón, en particular, se fue forjando un dominio apreciable y la consiguiente fama.

Idealización de Clitemnestra
 En una de esas trifulcas, Agamenón mató a Tántalo, rey de Pisa (no confundir con el otro Tántalo arriba mencionado, o se les hará un lío) y, en plan de demostrar su hombría, arrancó violentamente al pequeño hijo de Tántalo del pecho de su madre y lo estrelló de cabeza contra el suelo. Habiendo dejado a la señora viuda y sin hijos, y tal vez para reparar el daño, Agamenón le propuso matrimonio. Lo curioso es que la damnificada aceptó, y ya volveremos a oír de ella. Se llamaba Clitemnestra.

El padre de Clitemnestra, Tindareo, rey de Esparta, tenía otro problema. Su hija menor, Helena, era una belleza incomparable, y el pobre Tindareo no sabía con quién casarla, porque preveía problemas. Cuando oyó que el salvaje de Agamenón tenía un hermano soltero, pensó acertadamente que nadie se animaría a adornarle la cabeza al hermano de semejante bestia, y allí nomás casó a Helena con Menelao, que era un buenazo. Le falló el cálculo a Tindareo, y allí se armó Troya, pero esa es otra historia, y ya la conté.

Mientras tanto, Agamenón volvió a Micenas, su antiguo hogar, y no solo, sino con multitud de secuaces. Egisto, que oficiaba de rey, huyó prudentemente y ya lo tenemos a Agamenón rey de Micenas y anexos.

Tan grande era su poder que cuando fue lo de Troya y hubo que mandar un ejército de toda Grecia para supuestamente vengar el honor de Menelao mancillado por Helena y un troyano raptor, nadie dudó en poner a Agamenon y sus huestes a la cabeza de los confederados.

Casandra
Les resumo lo contado en otro post: luego de diez años, ganaron los griegos por destrozo. Agamenón se mostró como un jefe prepotente, dictatorial, arbitrario y rapaz, y en el momento de volverse a casa cargó en su barco, además de innumeras riquezas, a una de las hijas del rey de Troya (tenía cincuenta), Casandra, quien además era adivina.
Lo que le pasó a Casandra en manos de este cavernícola nadie lo contó, pero lo cierto es que antes de llegar a Micenas ya Casandra era mamá.

Lo que había sucedido en Micenas durante los años de guerra ya lo relaté detalladamente en el post dedicado a Electra, una de las hijas de Agamenón y Clitemnestra. En resumen, apenas Agamenón se fue a la guerra apareció por Micenas el emboscado Egisto, quien comenzó a hacer arrumacos a Clitemnestra (además, eran primos) y terminó calentando el trono y la cama de Agamenón.

Muerte de Casandra
Era sabido que éste no era Menelao, y resultaba peligroso hacerle esas cosas, por lo que los adúlteros tomaron sus precauciones. Apenas llegado el ausente, Egisto se escondió (digamos que bajo la cama) y Clitemnestra, como bienvenida, envolvió a Agamenón en una red y lo machacó a hachazos. De paso, también se cargaron a Casandra y al bebé. Por cierto que a Clitemnestra y a Egisto los mató luego Orestes, hijo de Agamenón, pero en algún momento hay que poner punto final.

Los antiguos afirmaban que todas las desdichas de Agamenón ocurrieron a causa de las maldiciones que la familia cargaba desde generaciones atrás. Es la opinión clásica, pero lo cierto es que, sin necesidad de maldiciones, Agamenón había hecho méritos suficientes para los hachazos.

Resumiendo, según los arqueólogos, parece probable que esta gente haya existido (cuanto mayor es la antigüedad, menor la probabilidad): El descubrimiento de las ruinas de Troya tapó la boca a los racionalistas incrédulos, pero lo que resulta inverosímil son los hechos que se les atribuyen. Con el paso de los siglos, los cuentistas y poetas han agregado copiosamente y deformado mucho a los hechos reales, de modo que hoy resulta imposible distinguir la historia del mito. Lamentablemente, eso es lo que hay. Quedémonos con el mito a la espera de que surja la historia.

Afectuosos saludos a todos, venturosas fiestas y hasta comienzos del año que viene











Mascarilla funeraria, conocida como "Máscara de Agamenón"

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martes, 30 de noviembre de 2010

RAMÓN Y ALMODIS – PASIÓN Y ESCÁNDALO EN BARCELONA

¿Quién hubiera pensado que en el siglo XI, plena edad media, se vivieran estas novelas de amor?

Los protagonistas:

Almodis de la Marche

Almodis de la Marche
 Nacida (presumiblemente) en 1020, descendiente de Carlomagno. Se supone que hermosa (los cortesanos cronistas mienten con frecuencia) e inteligente, como lo demostró a lo largo de su vida.

Casó a los 18 años con Hugo V de Lusignan, “el piadoso”, pretendido descendiente del hada Melusina, nada menos. Puntualmente, al año siguiente tuvo un hijo que luego fue llamado, para diferenciarlo del padre, Hugo VJ “el diablo”.

Dicen las malas lenguas que el piadoso Hugo sólo se casó para quedarse con el condado de la Marche que, al no haber heredero varón reclamó (y obtuvo) como esposo de Almodis. Lo cierto es que, al año de su casamiento, se dio cuenta con horror de que era pariente de Almodis en un grado tal que hacía su matrimonio canónicamente inválido, y por lo tanto anulable.

Las leyes de la Iglesia sólo permitían que se celebrara un matrimonio si los novios no tenían ningún pariente consanguíneo común en las últimas siete generaciones. La nobleza europea estaba tan entremezclada entre sí que casi todos los matrimonios entre nobles eran ilegítimos a los ojos del derecho canónico.
Luego, si alguien quería divorciarse, no tenía más que pedir a la Iglesia que declarase nulo el matrimonio por consanguinidad. Era sólo cuestión de precio. Si uno era rico, podía divorciarse siempre que quisiera.

Eso es lo que hizo el Piadoso con su mujer, y de paso se quedó con la Marche. Haciendo honor a su apodo, le consiguió un nuevo novio a la ex, el conde Pons de Tolosa, un viudo de cincuenta y cuatro años (ella tenía veinticinco) con un hijo. Se casaron en 1045
Obediente, Almodis proporcionó a Pons cuatro vástagos más. Y llegamos al fatídico año de 1052

Ramón Berenguer I – Llamado “el Viejo” (cuando se hizo viejo, claro),

Conde Ramon Berenguer I
 Conde de Barcelona y Gerona, de Osona, de Carcasona y Rasés. Viudo, con tres hijos, se volvió a casar en 1051 con Blanca de Carbona. Buen mozo, vehemente y arrojado.


Recién casado, al conde Don Ramón se le ocurre viajar a Roma. Negocios, placer o las dos cosas. Viaja solo. En el camino, hace escala en Narbona, donde lo reciben con gran homenaje el bueno de Pons de Tolosa y su señora Almodis. Los cronistas no lo dicen, pero no hay dudas de que Ramón Berenguer y Almodis quedaron fulminados. Siguió viaje Ramón, llegó a Roma, y a su vuelta se detuvo “casualmente” en Narbona, los días suficientes para embarazar a Almodis y consolidar la conquista. Planearon entonces la delirante idea de un rapto consentido, tipo helena de Troya.

Al llegar a Barcelona, Ramón , en primer lugar, se separó de su mujer Blanca (llevaba un año de casado) con el habitual cuento de la consanguinidad Recurrió luego a la comunidad judía de Barcelona para que, contactándose con sus cofrades de Narbona, armaran la logística y las comunicaciones, y finalmente, dado que a la sazón no poseía buques, requirió la flota de su aliado el príncipe andaluz Ah ibn Mudhajid, señor de Denia, Tortosa y las islas Baleares.

Entre el árabe y los judíos secuestraron a la complacida Almodis y la trajeron a Barcelona.

La cosa hizo bastante ruido. No se podía alegar locuras de adolescente porque ambos ya andaban por la treintena, casados y con hijos. Los cónyuges engañados lo tomaron muy a mal, por supuesto. Pons repudió de inmediato a Almodis por abandono del hogar y adulterio agravado (Recientemente Almodis había alumbrado dos bebés, mellizos, idénticos a Ramón Berenguer). En cuanto a Blanca, fue con el cuento al Papa quien, sintiéndose burlado por lo de la consanguinidad, excomulgó a los amantes. El año siguiente repitió su excomunión, y un año después los maldijo por tercera vez. Los vasallos del conde fueron eximidos de todos sus juramentos de fidelidad y sus obligaciones feudales

Como primera providencia, los pecadores formalizaron la cosa casándose. Seguidamente bautizaron a los críos, con mucha originalidad, como Ramón Berenguer al mayor y Berenguer Ramón al menor. Teniendo en cuenta que el padre también se llamaba Ramón Berenguer, es de suponer que los progenitores estaban de chunga. Previsiblemente, al mayor se lo llamó por su apodo “Cap d’estopa” (cabeza de estopa) a causa de su enmarañado cabello amarillo.

Los felices tortolitos se dedicaron a calmar las aguas y adquirir un barniz de respetabilidad.

En primer lugar, el Papa. Además de cuantiosos regalos, Ramón insinuó que estaba pensando en colocar el condado de Barcelona en dependencia feudal de la Santa Sede. El Papa olvidó inmediatamente las maldiciones, levantó las excomuniones y bendijo a la pareja. Blanca se tuvo que conformar con palabras de consuelo y esperar justicia en el Otro Mundo.

A continuación, el tendal de maridos e hijos que Almodis había dejado: La dama demostró hábilmente el más profundo cariño por sus ex familias desperdigadas. Intervino como pacificadora de sus rencillas, viajó para el casamiento de su hija, y a la larga terminaron por olvidar sus desvaríos y devolverle su amor.

El hijo de Ramón Berenguer y su primera mujer, Pere Ramón, destinado a la sucesión paterna, tomó gran cariño a Almodis, quien lo crió como un hijo propio.

En fin, la ahora condesa de Barcelona se interesó por el bienestar de sus súbditos, intervino con moderados consejos en las medidas de gobierno y figuró al lado de su marido con modestia y buen criterio. En el Fuero Urbano da Barcelona se la menciona como “la muy juiciosa Almodis” lo que, tratándose del medioevo y de Barcelona, ya es mucho

Y este sería el final feliz de una romántica historia de amor, pero los hechos no siempre son consecuentes.
Sepulcros de Ramón y Almodis -
Catedral de Barcelona


Cuando Pere Ramón alcanzó la mayoría de edad sospechó, tal vez con razón de que su madrastra estaba maniobrando para reemplazarlo en la sucesión a favor de sus propios hijos. Expeditivo, Pere Ramón la hizo estrangular, pensando resolver el problema. El hecho ocurrió en 1071 (Almodis tenía 51 años) y tuvo un resultado totalmente opuesto al previsto: El asesino fue excomulgado por el papa Gregorio VII, eliminado de la sucesión y expulsado del país. No se lo volvió a ver. Desapareció de la historia.

Ahora sí los mellizos se convirtieron en herederos. Pero el destino aún reservaba tragedias,


Sepulcro de Cap d'Estopa
 Pocos años después fallecía el conde Ramón Berenguer.- En su testamento, dando muestras de insensatez política, designó como sucesores a ambos mellizos, Cada hijo recibía la mitad de los bienes, y debían turnarse el gobierno de Barcelona cada seis meses. Era un arreglo que, vistas las pautas de la época, sólo podía terminar con un fratricidio. Cuando Cap d’estopa murió durante una cacería, no faltaron los nobles que aseguraron que su hermano lo había hecho asesinar.

Para dilucidar el caso se celebró, según la costumbre judicial de la época, una justa en la corte de Alfonso VI de León a finales de 1096 o principios de 1097, que perdió, por lo que fue considerado culpable y se ganó el apodo de “el Fratricida” con el que se lo conoce.

La historia continúa; el Cid Campeador lucha con el Fratricida y lo toma prisionero dos veces, pero lo dejaremos aquí.

Nos veremos a mediados de noviembre, entonces. Un saludo a todos


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lunes, 15 de noviembre de 2010

GILLES DE RAIS – EL SADICO AMIGO DE JUANA DE ARCO

Cuando se encara un relato, lo más dificultoso es entrar en tema. Empecemos formalmente por presentar a este personaje de nombre tan poco conocido. Gilles de Montmorency-Laval, barón de Rais fue, como se infiere de su nombre, de familia nobilísima. Laval, Montmorency, Craon (apellido de su madre) figuran entre los grandes linajes de Francia.

En 1404, año de nacimiento de Gilles, Francia e Inglaterra se encontraban en medio de lo que se llamó la Guerra de los Cien Años, con el sistema feudal en su apogeo y una nobleza omnipotente, orgullosa y despótica.

Tempranamente huérfano y a cuidado de su negligente abuelo de Craon, Gilles apuntaba como un niño modelo. Hasta le gustaba la lectura. Salvo un pequeño detalle; sus lecturas preferidas eran el Apocalipsis y Los Doce Césares, de Suetonio. Para quienes no lo leyeron, les aclaro que Los Doce Césares es la base para nuestro prejuicio de que la corte de los Césares fue un pozo de perversiones e inmundicias. La descripción que hace Suetonio de las vidas de Tiberio, Calígula y Nerón roza la pornografía explícita. Y ahora: ¡a leerlo!

Perdón, me aparté del tema. Decía que ya desde pequeño el niñito Gilles daba malos pronósticos. Según sus biógrafos (tuvo muchos, aunque ninguno de su época, lo que los hace sospechosos de “fabricantes de best sellers”) jugando a la lucha con machetes con un amiguito se le fue la mano y le clavó el suyo en el cuello. En vez de ayudarle en salvarle la vida, Gilles observó como su amigo se desangraba y disfrutó con la escena. Tenía 15 años y fue su primer asesinato. Bueno, una travesura de adolescencia. Por supuesto, quedó impune. Era un noble.

A los 17 años se casó con una vecina adinerada. Mejor dicho, la secuestró y luego se casó. También secuestró a la suegra y la tuvo un tiempo a pan y agua (buena y recomendable medida), por cuestiones de unos castillos que entendía eran parte de la dote. Su forma de argumentar era irresistible.

Noble y con ese carácter, era inevitable que se dedicase a la guerra. Intervino primero en unas contiendas domésticas entre señores feudales, de las que nunca faltaban en esos tiempos. Peleó como un demonio, al frente de sus tropas. Su coraje, arrojo y ferocidad hicieron que su gente lo siguiera con entusiasmo en los combates. Se distinguió y fue un líder sanguinario.

CARLOS VII
Siguió su camino guerrero al servicio del Delfín de Francia, luego Carlos VII, que estaba pasando por un muy mal momento frente a los ingleses durante la Guerra de los Cien Años. En 1929, a los 25 años, conoció a Juana de Arco y fue su teniente en la reconquista de Orleáns. Luchó junto a ella, le salvó la vida en una oportunidad y la reverenció sin límites. Tanto fue así que, cuando Juana cayó prisionera de quienes al fin la quemarían, Gilles reunió un cuerpo de jinetes para rescatarla. Por motivos desconocidos, esto no pudo llevarse a cabo.

JUANA DE ARCO
Siguió sin embargo luchando como solía y se ganó el título de Mariscal de Francia, algo así como jefe de estado mayor.

Luego de la muerte de Juana, su mundo se derrumbó y se sumió en el abatimiento. Abandonó todo y se retiró a sus castillos.

Hasta aquí todo un modelo. Salvo las inclinaciones infantiles y el asunto del machete y los secuestros, todo bien. Su sanguinario comportamiento guerrero era más bien un mérito en esos duros tiempos. Pero de repente todo cambió abruptamente.

¿Qué le sucedió? ¿Un brote sicótico? ¿Amargura por la muerte de Juana? ¿El afloramiento de tendencias perversas? Lo cierto es que, encerrado en su castillo, Gilles se dedicó a las peores atrocidades imaginables.

Y aquí me veo en un dilema. Si me pongo a detallar los hechos de este sujeto me clausuran el blog por pornográfico (lo que nunca sucederá, en vista de las cosas que se publican impunemente), y si las paso por alto pierdo el interés de los lectores. Le dejo la palabra entonces al mismísimo Gilles de Rais, que en el juicio a que fue sometido cantó como un ruiseñor. Transcribo lo registrado (expurgado de las partes más repugnantes):

“Yo, Gilles de Rais, confieso que todo de lo que se me acusa es verdad. Es cierto que he cometido las más repugnantes ofensas contra muchos seres inocentes –niños y niñas- y que en el curso de muchos años he raptado o hecho raptar a un gran número de ellos –aún más vergonzosamente he de confesar que no recuerdo el número exacto- y que los he matado con mi propia mano o hecho que otros mataran, y que he cometido con ellos muchos crímenes y pecados".


"Confieso que maté a esos niños y niñas (se hallaron 50 cadáveres en su castillo. Se calcula que el total de víctimas está entre 15 y 200) de distintas maneras y haciendo uso de diferentes métodos de tortura: a algunos les separé la cabeza del cuerpo, utilizando dagas y cuchillos; con otros usé palos y otros instrumentos de azote, dándoles en la cabeza golpes violentos; a otros los até con cuerdas y sogas y los colgué de puertas y vigas hasta que se ahogaron. Confieso que experimenté placer en herirlos y matarlos así. Gozaba en destruir la inocencia y en profanar la virginidad. Sentía un gran deleite al estrangular a niños de corta edad incluso cuando esos niños descubrían los primeros placeres y dolores de su carne inocente".


"Contemplaba a aquellos que poseían hermosa cabeza y proporcionados miembros para después abrir sus cuerpos y deleitarme a la vista de sus órganos internos y muy a menudo, cuando los muchachos estaban ya muriendo, me sentaba sobre sus estómagos (es un eufemismo; en realidad los sodomizaba en su agonía y aún después de su muerte) y me complacía ver su agonía...".

"Me gustaba ver correr la sangre (también la bebía en ocasiones); me proporcionaba un gran placer. Recuerdo que desde mi infancia los más grandes placeres me parecían terribles.

Empecé matando porque estaba aburrido y continué haciéndolo porque me gustaba desahogar mis energías. En el campo de batalla el hombre nunca desobedece y la tierra empapada de sangre es como un inmenso altar en el cual todo lo que tiene vida se inmola interminablemente, hasta la misma muerte de la muerte en sí. La muerte se convirtió en mi divinidad, mi sagrada y absoluta belleza. He estado viviendo con la muerte desde que me di cuenta de que podía respirar. Mi juego por excelencia es imaginarme muerto y roído por los gusanos."

Aparentemente, loco de atar. Tenía sus cómplices y ayudantes, no obstante. Conseguía niños y adolescentes de los alrededores de ambos sexos de entre 7 y20 años contratándolos como pajes. A algunos los pervertía transformándolos en acólitos de sus crímenes y orgías. Al resto los mataba entre torturas.

Para completar, se dedicaba a la alquimia y al satanismo, mezclándolos con sus crímenes sexuales.

Comenzaron a circular rumores. Los campesinos no tenían noticias de sus hijos después que entraban al castillo y sospechaban. Pero, claro, eran simples villanos poco creíbles e insignificantes. Hasta que un día el barón de Rais, por una disputa de intereses, atacó en uno de sus impulsos la iglesia donde sui oponente, un eclesiástico, celebraba misa y lo secuestró en su castillo de Tiffauges, escenario de sus crímenes. Métodos repetitivos, por lo visto, sólo que esta vez no se trataba de villanos, sino de gente de iglesia, y con eso no se jugaba.

RUINAS DEL CASTILLO DE TIFFAUGES
En nombre del obispo, un grupo armado se presentó a las puertas del castillo para liberar al sacerdote y detener a Gilles e interrogarlo. La partida se encontró con nada menos que los cuerpos despedazados de 50 adolescentes. Recién entonces se hicieron averiguaciones en los alrededores, con el resultado de que el duque de Bretaña le hizo comparecer ante la justicia acusado de haber asesinado e inmolado entre 140 y 200 niños en prácticas diabólicas.

Puesto a declarar, comenzó negando, tal vez pensando que su nobleza e historial guerrero lo salvarían, pero cuando vio que la cosa iba en serio optó por la colaboración: confesó, con todos los detalles, y manifestó profundo arrepentimiento y sentimientos cristianos (!!).
JUICIO DE GILLES DE RAIS

Fue tanto el horror que provocó su confesión que durante el juicio, uno de los presentes cubrió el crucifijo que presidía la sala por la vergüenza que generaban sus palabras. Según crónicas de la época las paredes emanaron sangre que lentamente se deslizó hacia el piso como buscando redención (bastante sensacionalistas, las crónicas. Aparentemente, en esa época la gente era más crédula).

El 25 de octubre de 1440, la corte eclesiástica dictó una sentencia de excomunión contra Gilles de Rais, seguida en el mismo día por la condena de la corte secular. Dentro de los cargos imputados a Gilles de Rais se dice lo siguiente: "... hereje, reincidente, brujo, sodomita, conjurador, espíritu malvado, adivino, asesino de inocentes, apóstata, servidor de fetiches desviado de la fe y su enemigo, además del vaticinador y maestro brujo que era y es" a lo cual como mejor argumento para su defensa, Gilles de Rais pronunció la siguiente frase: "La estrella bajo la que he nacido me ha destinado a cumplir hechos que nadie había podido entender". En resumen, el hombre se creía un incomprendido.

EJECUCION
Como resultado de su arrepentimiento y expresión de cristianos sentimientos durante el juicio, Rais obtuvo un castigo menos severo de parte de la Iglesia permitiéndole la confesión, pero la pena secular permaneció en su sitio y Gilles de Rais, fue colgado (algunas versiones dicen que decapitado) el 26 de Octubre, a los 36 años. Sus restos fueron quemados.

Y este es un resumen de lo más verosímil de las andanzas del barón Gilles de Rais. Se ha escrito, fantaseado y agregado mucho a los hechos que protagonizó. Por razones de espacio y de concisión me reduje a un breve compendio de su vida. Hay suficiente información, real e imaginaria, en Internet como para satisfacer al más curioso.

Basándose en las andanzas de este encantador personaje, Charles Perrault publicó en 1697 su cuento Barba Azul, (es fama que Gilles de Rais ostentaba una cerrada barba, tan negra que poseía reflejos azules). Lo suavizó un poco para uso de los niños, pero de todos modos resultó bastante espantoso. Ya no se le cuenta ni a niños de hospicio.

Hasta fines de noviembre, amigos. Veré qué otro monstruo saco de la galera (es broma, no ha de ser para tanto).

BLASON DE GILLES DE RAIS

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sábado, 30 de octubre de 2010

EL JUDIO ERRANTE – INMORTAL A PESAR SUYO

Se trata de una leyenda, pero… parece que no tanto. El suceso se pretende haber ocurrido en los tiempos de la Pasión de Cristo, pero sus primeras versiones sólo aparecen en el año 1228 cuando, y no es casualidad, la peste del antisemitismo hacía estragos en Europa.

La primera referencia escrita es del cronista Roger de Wendover (quien también relató la historia de lady Godiva, lo que nos da una idea de su credibilidad).

Según don Roger, un arzobispo armenio que visitaba Inglaterra le contó que se había encontrado con José de Arimatea, tío abuelo de Jesús, nada menos, que viajaba bajo el nombre de Cartaphilus; éste le confesó que había apurado de manera brusca a Jesús durante el camino al Calvario, quien le respondió «iré más rápido, pero tú deberás esperar hasta que yo regrese».


Como eso del empujón entre parientes resultaba poco convincente, otro monje cronista, Mateo de París,  recogió la historia pocos años después, convenientemente retocada. Conserva al obispo armenio, pero el encuentro ya no es con José de Arimatea sino con un ermitaño que había sido criado de Pilatos.

El sentido es doble: Por un lado, un judío maltrata a Jesús durante su suplicio y Éste lo condena a vagar por el mundo hasta Su regreso, al final de los tiempos, para el Juicio Final. Bastante poco verosímil que en medio de su agonía Jesús, con los latigazos encima, cargando la pesada cruz y con la muerte inminente, se ponga a discutir por un empujón.
Como alegoría, en cambio, las palabras aluden claramente al pueblo judío en su totalidad. Por la inmensa culpa de haber matado a Dios, deberán padecer dispersos por el mundo y sin patria hasta el fin de los tiempos, cuando la ira de Cristo los condene al infierno en su totalidad. “Encantadoramente” antisemita, como les adelanté.

Quienes buscan antecedentes bíblicos para esta historia citan las palabras encontradas en el Evangelio de Mateo 16:28: «De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino».

Esto, sin embargo, según mi humilde criterio, significa que, como se expresa en varios lugares de los Evangelios, el fin del mundo y el retorno de Cristo se anuncian próximos, creencia común en los tiempos bíblicos.

Hay variantes. En vista del éxito de don Cartaphilus, surgieron réplicas. En Hamburgo se presentó un domingo de 1547 un hombre de unos 50 años, vestido modestamente y descalzo, quien asistió piadosamente a misa en la catedral (por lo visto se había convertido al catolicismo en sus andanzas). Preguntado por el obispo Pablo de Eizen, que quién era, respondió que judío, por nombre Asuero (Ahseverus), zapatero de profesión, que había sido testigo de la crucifixión de Cristo, desde cuya época andaba errante. Decía que había conocido a los Apóstoles, y contaba con admirable precisión todos los acontecimientos acaecidas en la serie de siglos de su larga existencia. Cuando Jesús marchaba al Calvario, cargado con la cruz, quiso descansar un poco delante de la tienda de Asuero, quien lo rechazó con violencia brutal, "fuera de aquí”, le dijo, a lo que repuso Jesús: «no descansaré en este lugar; pero tú no cesarás de andar hasta el último día »

Cuando se le invitaba a comer, comía y bebía muy parcamente; si se le ofrecía dinero, sólo aceptaba ocho sueldos (la tradición sostiene que este personaje no posee nunca más de cinco monedas de cobre de que disponer a la vez, pero que encuentra siempre esta mezquina suma en su bolsillo), que distribuía entre los pobres (que vaya ahora a entregar cinco monedas de cobre a un pobre, y verá la contestación que recibe. Las leyendas no toman en cuenta la inflación), diciendo que aquel que Dios cuida de nada tiene necesidad. Además, cargado con el enorme pesar de su culpa, nunca reía y prorrumpía en frecuentes gemidos.

Indudablemente la gente es muy imaginativa, o bien este personaje camina más que un camello.
Se dice que el judío errante fue visto en Hamburgo en 1547; en España en 1575; en Viena en 1599; en Lübeck en 1601 y 1603; en Praga en 1602; Baviera en 1604; en Bruselas en 1640 y 1774; en Leipzig en 1642; en París en 1644; en Stamford en 1658; en Astracán en 1672; en Munich en 1721; en Altbach en 1766 y Newcastle en 1790. Otra aparición mencionada parece haber sido en los Estados Unidos en el año 1868, visitando al mormón llamado O'Grady. También fue visto por 1910 en la Villa Imperial de Carlos V (Potosí –Bolivia). En la Navidad de 1993 un fraile toledano tuvo una visión y afirma que bajo el nombre de Asuero se había afincado en Toledo, muy cerca de su abadía. El Abad le ordenó silencio y no habla desde entonces. Posteriormente y esta vez bajo el nombre Catáfilo fue visto en Miami, Quito, Bogotá, Tunja y Pereira (Colombia) y Estambul .

Con relación a Pereira (Colombia), cuentan las Gutiérrez, las Parras, y tres Beatas más, que en una Semana Santa, concretamente un Jueves Santo observaron un viajero vestido extrañamente, que caminaba como un autómata y que dirigiéndose a una de las estatuas de los judíos que participaban en el martirio de Jesús que se hallaban prestas a salir en la procesión de la Iglesia Catedral se dirigió hacia ella increpándole “¿Me conoces?” ¡Asheverus! Exclamó la estatua. “El mismo soy”. Las beatas casi se mueren del susto y fueron a contárselo al padre Nelson Giraldo, pero cuando regresaron Asheverus ya no estaba. Lástima. La estatua fue confiscada, supongo.

En vista de este itinerario mundial, aconsejo a mis lectores que, si en la calle los aborda un sujeto pobremente vestido, farfullando un idioma incomprensible y gimiendo constantemente, no lo tomen por un turista despistado; llamen a alguna autoridad, porque tal vez se trate de uno de los judíos errantes. Lo que es peor, hasta puede que les entregue cinco monedas de cobre.

Hasta mediados de noviembre, amigos.


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jueves, 14 de octubre de 2010

OLIMPIADAS ERAN LAS DE ANTES


Y ya comienzo con una corrección. Estrictamente hablando, una olimpíada es una unidad de medida de tiempo, y significa los cuatro años que median entre un juego olímpico y el siguiente. A partir del año 776 A.C. los griegos venían diciendo, por ejemplo, “ocurrió el tercer año de la olimpíada 27a y tan frescos. Inconvenientes: lo de antes de Cristo ni se les ocurría, por la sencilla razón de que Cristo no había nacido. Otro: cada región tenía su propio calendario, con su propio “año cero”, lo que complicaba enormemente las cosas cuando se encontraban un griego y un persa. Como para saber en qué año estaban.

Lucha - A la izquierda, el juez
Hecha esta aclaración, al asunto. Ya desde tiempos inmemoriales los griegos eran fanáticos del deporte, dado que lo consideraban como una adecuada preparación para un buen guerrero. Nos refiere Homero, en sus relatos de la guerra de Troya, que a la muerte de un caudillo, y para honrar su memoria, se celebraban competencias atléticas de distintos deportes, con importantes premios. Algo así como organizar un campeonato de fútbol como complemento del velatorio de un crack y en su honor.

Templo de Zeus en Olimpia
En el año arriba mencionado decidieron organizarse. En la ciudad de Olimpia, al pie del monte Olimpo, centro de un antiquísimo culto de Zeus, se celebraron los primeros juegos, disputados por integrantes de diversas ciudades – estado. Con el tiempo, y al establecerse la costumbre, los juegos olímpicos adquirieron una importancia casi sagrada. Cada cuatro años, para permitir su celebración, un pregonero recorría las ciudades proclamando la paz olímpica; se permitía a lo competidores de ciudades en guerra entre sí trasladarse libremente hasta Olimpia y participar sin ser molestados.

Brotó la locura olímpica; los griegos se volvieron fanáticos: «Así como el aire es el mejor de los elementos, como el oro es el más precioso de los tesoros, como la luz del sol sobrepasa cualquier otra cosa en esplendor y en calor, así también no hay victoria más noble que la de Olimpia», escribía Plutarco. Aplicable a cualquier Mundial de Fútbol.

Fue en parte por culpa de los Juegos Olímpicos que se disputaron por esos días que el pobre Leónidas se quedó abandonado, solo, con sus Trescientos, en las Termopilas, donde él y los suyos dejaron el pellejo. «Por los dioses —gritó con acento de admiración un soldado persa a su general —, ¿qué clase de hombres son esos griegos que, en vez de estar aquí defendiendo su país están en Olimpia defendiendo tan sólo su honor?»

Interioricémonos un poco de este fenómeno: Como dijimos, los Juegos se celebraban cada cuatro años, entre mayo y junio, lo que garantizaba buen tiempo para las pruebas y facilitaba los traslados.

Las competencias en sí duraban seis días, pero la festividad era mucho más que eso. La ciudad no daba abasto para la enorme concurrencia, y los alrededores se poblaban de tiendas de campaña donde se codeaban toda clase de concurrentes de Grecia y de sus colonias. Convivían en paz políticos, militares, prostitutas, poetas y actores, ciudadanos en general, en una total algarabía.
La festividad se prolongaba con espectáculos musicales, teatro, ferias, cabildeos políticos y diversiones. Había también muchas mujeres como en los concursos hípicos, que, más que a ver, iban a hacerse ver, porque de los espectáculos de competiciones estaban excluidas reglamentariamente.

Sólo hubo .un caso de trasgresión; el de Ferénika de Rodas, la cual, por ser hija de un gran campeón de lucha y madre de otro campeón, pasaba por descendiente de Hércules. El ansia maternal la impulsó a disfrazarse de entrenador y a colarse en el estadio con un grupo de atletas, para asistir al match de su hijo. Pero su partidismo la delató. Precipitándose, desgreñada, hacia el ring , se le cayó el disfraz y fue reconocida. La ley era formal: la mujer pescada en falta tenía que ser pasada por las armas. Pero en favor de Ferénika acudió a testimoniar desde el cielo el mismísimo Hércules, que era campeón del mundo y que la reconoció como de su progenie. La acusada fue absuelta. Mas, para impedir que el caso se repitiese, quedó prescrito que a partir de entonces, todos, atletas y entrenadores, se preesentasen desnudos.
Esto, por supuesto, es una leyenda, pero lo de la desnudez de los participantes es cierto. La excusa es que con la desnudez se podía apreciar mejor la armonía física de los ejercicios, pero lo cierto es que a muchos griegos les atraía el espectáculo de las nalgas juveniles en movimiento. Hay gustos para todo.

Por lo que se pudo reconstruir, parece ser que el primer día de los juegos se dedicaba al concurso de heraldos y de trompeteros. Más tarde se agregaron concursos musicales.

Competencia de cuadrigas
El segundo día estaba destinado a las competiciones de los jóvenes. El tercer día se dedicaba a las carreras de carros, bigas (dos caballos) y cuadrigas (cuatro caballos). El circuito era endemoniado, y los accidentes frecuentes, para alimentar el morbo del público. Ese mismo día tenía lugar el pentatlón (carrera de velocidad, salto de longitud, lanzamientos de disco, jabalina y lucha) considerado el rey de las competencias.

El día siguiente se dedicaba a los dioses, y constituía el núcleo del festival olímpico. Se realizaba el solemne ritual en honor a Zeus y el sacrificio de 100 bueyes en su templo.

Carrera
El quinto día se reservaba al atletismo. Se competía en carreras: el diaulo (carrera de velocidad de 192 metros y vuelta), el dolico (carrera de resistencia, que llegó a ser de 4600 metros) y la hoplitodromia, o carrera de hoplitas (soldados) donde los concursantes corrían entre 384 y 768 metros armados con escudo y casco.
Pancracio
Se finalizaba con la lucha libre, el pugilato (con las manos vendadas de cuero con láminas de hierro. Es de imaginar los estragos, mandíbulas y maxilares rotos que causaban semejantes “guantes”) y el pancracio donde había que vencer al rival pudiendo golpear con cualquier parte del cuerpo al adversario. Una especie de “valetodo” También eran válidas cualquier tipo de luxación y tomas de dolor. El combate finalizaba con la rendición e incluso la muerte, alcanzando con el tiempo gran brutalidad.

Atleta premiado
El sexto día: gran final y entrega de premios. El premio en sí era sencillo; una rama de olivo o una banda de lana en la frente. El efecto moral, en
cambio, era enorme: el ganador de cada prueba se volvía inmensamente popular, su nombre, el de su padre, su lugar de nacimiento y su linaje se inscribían en un registro. El que conseguía vencer en todas las pruebas del pentatlón, tenía derecho a una estatua en el templo de Zeus. Poetas como Simonides y Pindaro componían versos en su alabanza, los pintores lo retrataban, famosos escultores como Praxiteles y Miron lo inmortalizaban.

Cabe decir que entre las varias competiciones que se disputaban en Grecia, no existía el maratón. El cazador Fidípides que, para llevar la noticia de la victoria de Maratón a Atenas corrió 39 kilometros y dejó la piel en la hazaña, fue el único campeón del mundo que no percibió premios, que no fue ensalzado por la Prensa, que no fue inmortalizado por la estatuaria, y que no dio nombre ni a una Olimpíada ni a ninguna especialidad atlética. Por lo visto, lo de Fidipides es obra de algún escritor imaginativo. Por lo pronto Herodoto, que relató con detalle la batalla deMaratón, ni lo menciona. Otro mito que se derrumba.

A mediados del siglo III D,C. comienza una decadencia progresiva. Los resultados de las competencias fueron corrompiéndose por presiones y sobornos. Los últimos Juegos Olímpicos se realizaron en el 393. Tras la adopción del cristianismo como religión oficial del imperio el emperador Teodosio I los prohibió por tildarlos de paganos, con gran influencia en su decisión de San Ambrosio de Milán (con la Iglesia hemos topado).
En el año 395 d.C. las hordas godas invadieron y saquearon Olimpia y en el 408. Teodosio II y Honorio,  emperadores de los imperios romanos de occidente y oriente, decretaron la destrucción de los templos y lugares dedicados a dioses paganos.
Niké
 Sorprendentemente, hay un hilo invisible entre los antiguos Juegos Olímpicos y las actuales Olimpíadas.
La diosa Niké, representada como la victoria alada tema de innumerables artistas, ha dado su nombre a ¡una zapatilla deportiva!







Y no sólo su nombre, sino que el logotipo de la misma está inspirado en un ala de la diosa.

Como de costumbre, los espero a fines de octubre con otro relato. Hasta entonces.




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