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histonotas: 2011

miércoles, 14 de diciembre de 2011

JULIO CESAR – PROBLEMAS MATRIMONIALES


Protagonistas (en el momento de la acción):

Cayo Julio Cesar: 37 años. Muy buen mozo, aunque con una incipiente calvicie que lo preocupa. Muy inteligente, enormemente ambicioso y totalmente inescrupuloso. Todas las condiciones para dedicarse a la política, lo que hizo desde su primera juventud. De familia patricia, aunque empobrecida. Sus pasiones son, además de la carrera por el poder, el lujo y las mujeres. Todas actividades que le requieren importantes sumas de dinero, que no posee. En consecuencia, se endeuda, ya que en Roma el soborno es la base de la política.

A la fecha (año 63 AC), luego de haber desempeñado el cargo de edil curul (cargo municipal reservado a los patricios, primer escalón de la carrera pública) y luego cuestor en España (lo que le permitió agenciarse con algo de dinero ilegal, una gota en el océano) fue nombrado, enorme soborno mediante, sumo pontífice (Pontifex Maximus), cargo religioso que le aportó una pátina de dignidad y autoridad. El cargo trae aparejado, además del mantenimiento a expensas del estado, la residencia en la domus publica, en la Vía Sacra.

Pompeya Sila: 25 años aproximadamente. Hermosa y estúpida. Nieta del feroz dictador Sila, enemigo de Cesar, casada con éste desde hace cinco años. No merece más comentarios.

Publio Clodio: se supone que unos 30 años. Agitador
político, totalmente pervertido. Desde niño era incestuoso con sus hermanas. Le encantaba destacarse por actos revoltosos, insólitos, amorales, escandalosos y así. Gran ascendiente entre la plebe. Un asco de tipo. Tan patricio que se cambió el nombre para no parecerlo.

Acontecimientos: Ese año se decidió celebrar en diciembre la fiesta de la Bona Dea en residencia oficial de Cesar, recientemente nombrado Pontifex Maximus.

Bona Dea era la Diosa Buena, tan antigua como la propia Roma. Tenía nombre, pero nunca se pronunciaba, pues era demasiado sagrado. Lo que ella significaba para las mujeres romanas ningún hombre podía entenderlo. Su culto quedaba completamente fuera de la religión oficial del Estado, y no estaba relacionado con ningún hombre ni ningún grupo de hombres. Las vírgenes vestales cuidaban de ella, pues no tenía sacerdotisas propias.

A principios de diciembre, Bona Dea se retiraba a dormir, pero no públicamente, porque lo que ella soñaba en invierno era su secreto. Los ritos estaban abiertos sólo a las mujeres romanas de más alta cuna. En dicha noche ningún hombre ni niño varón podía permanecer en la domus publica, incluidos los esclavos.

Fueron arribando las mujeres a la domus publica. Las recibían las anfitrionas, Aurelia, madre de Cesar, noble, digna y severa matrona, y Pompeya, esposa del pontífice.

Debido al extremo secreto impuesto, no se conocen los detalles del culto, pero trascendieron indicios que sugieren rituales báquicos, consumo de respetables cantidades de vino, rituales orgiásticos de matiz oriental, flagelaciones y oraciones antiquísimas.

En ese escenario de clausura se le ocurrió introducirse a Publio Clodio. No se supo con claridad por qué; sea, como se afirmó sin pruebas, que Clodio y Pompeya eran amantes y les pareció excitante reunir el adulterio con el sacrilegio; sea que la violación de la sagrada ceremonia resultó tentación irresistible para Clodio, afecto a ese tipo de acciones extravagantes, lo cierto es que Clodio se disfrazó cuidadosamente de mujer (era especialmente aficionado a ello) y, con la complicidad de una esclava, se introdujo en la mansión. No pudo allí comportarse con discreción, sino que entró a deambular confiado en su disfraz, aprovechando para satisfacer su curiosidad sobre los misterios.

En su rondar se encontró con una esclava de la casa que, atraída por su lujosa apriencia femenina, como dice púdicamente Plutarco, “lo provocó a juguetear”. Clodio, desconcertado, la rechazó bruscamente con un grito. Espantada por la voz, la esclava dio la alarma y, entre corridas, desmayos, clamores de ayuda y una indescriptible confusión Clodio consiguió huir, siendo reconocido a medias a través de su disfraz.

Aurelia tomó enérgicamente las riendas: disolvió la reunión, mandó a sus casas a las participantes, interrogó a Pompeya y a las esclavas, hizo avisar a Cesar (que, por supuesto, no estaba en casa) y a las vírgenes vestales para purificar el recinto y restableció un poco el orden.

El suceso consternó a toda Roma. El sacrilegio, se presumía, atraería sobre la ciudad la maldición de la diosa, convocando a toda clase de calamidades. El culpable, Clodio, había actuado, según la vox populi, para seducir a la mujer de Cesar, ¡nada menos que del sumo pontífice! La connivencia de Pompeya Sila no estaba demostrada, pero la madre de Cesar, Aurelia y su hermana, Julia, la condenaban en base a declaraciones de esclavas.

Cesar repudió inmediatamente a su esposa, pero en el juicio que se celebró al poco tiempo no acusó a Clodio, alegando ignorancia. Se le preguntó entonces por qué, si no encontraba culpable a Clodio, se había divorciado, a lo que Cesar dio una respuesta que se volvió famosa: “Porque la mujer de Cesar no sólo debe ser honesta, sino también parecerlo”. Unos dicen que César dio esta respuesta porque realmente pensaba de aquel modo, y otros, que quiso con ella congraciarse con el pueblo, al que veía empeñado en salvar a Clodio.

Tengo una hipótesis diferente. Cesar, con su carácter de futuro dictador, no debía jamás quedar en ridículo como marido engañado. Negó, en consecuencia, el adulterio, pero tampoco podía convivir con una mujer sospechada de adulterio, lo que lo haría blanco de burlas. Se divorció, entonces, para salvar la “dignidad”

Sea como fuere, Cesar cayó de pie: se libró de una mujer más que sospechosa y conquistó el agradecimiento de Clodio, que no olvidó el favor, y del populacho, que adoraba a Clodio y quedó reconocido a Cesar.

El proceso se arrastró por varios meses, y fue más escandaloso que el mismo sacrilegio. Las amenazas de la plebe reunida frente al tribunal, el descarado soborno y los falsos testimonios contrastaron contra la aplastante evidencia en contra del acusado. Clodio apenas consiguió salvarse. Veinticinco de los del jurado votaron contra Clodio y treinta y uno por su absolución.

Con este ejemplo de justicia romana, lamentablemente aplicable a nuestros días (¿Qué tal, Strauss Kahn?) me despido hasta fin de año. Temo que el 31 de diciembre no estaré en condiciones de publicar algo coherente, pero en esos días prometo hacerlo. Felices fiestas.

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lunes, 14 de noviembre de 2011

SEXO PECADOR EN ESPAÑA – SIGLO XIII


¡Vaya tema en el que me metí! Voy a tratar de, por lo menos, emplear términos eufemísticos, dejando las expresiones malsonantes sólo en las citas, a las que respeto textualmente.

Empecemos por lo clásico: la prostitución.

Definiciones: El término prostitución proviene del término latino, prostituere, que significa literalmente "exhibir para la venta", con lo que quedan eliminadas de la categoría las aficionadas o “amateurs”.

Las prostitutas, así como hoy ocultan sus negocios haciéndolos pasar por casas de masajes o los anuncian con luces rojas, en la Edad Media (ss.XII - XIII) los disimulaban como si se tratara de tabernas, colgando en su puerta un ramo. Por esa razón, las comadres empezaron a llamarlas “rameras”, una palabra que les sonaba más púdica que “prostituta”.

Como en todas las épocas, sus atractivos no eran precisamente los de una púdica matrona, pero viene a cuento enumerar los cánones de belleza de la época, expresados nada menos que por un clérigo con sospechas de amancebado, el arcipreste de Hita.

“ Busca mujer esbelta, de cabeza pequeña,
cabellos amarillo no teñidos de alheña;
las cejas apartadas, largas, altas, en peña;
ancheta de caderas, ésta es talla de dueña.
Ojos grandes, hermosos, expresivos, lucientes
y con largas pestañas, bien claras y rientes;
las orejas pequeñas, delgadas; para mientes
si tiene el cuello alto, así gusta a las gentes.
La nariz afilada, los dientes menudillos,
iguales y muy blancos, un poco apartadillos,
las encías bermejas, los dientes agudillos,
los labios de su boca bermejos, angostillos
La su boca pequeña, así, de buena guisa
su cara sea blanca, sin vello, clara y lisa,
conviene que la veas primero sin camisa
pues la forma del cuerpo te dirá: ¡esto aguisa!
Si tiene los sobacos un poquillo mojados (¡ajj!!!!)
y tiene chicas piernas y largos los costados,
ancheta de caderas, pies chicos, arqueados,
¡tal mujer no se encuentra en todos los mercados!”

O también, según un romance:

“las teticas agudicas,
que el brial quieran hender”
















El oficio se ejercía predominantemente en las ciudades, en calles o casas especializadas, en albergues y tabernas, y también en los baños públicos. En la Edad Media habían sobrevivido los baños, heredados de las termas romanas y de los baños árabes, y cada ciudad tenía uno o más establecimientos con agua fría, caliente y de vapor; y el hecho de que esos baños fueran mixtos y que los clientes de ambos sexos solieran bañarse desnudos, hizo que poco a poco la jerarquía eclesiástica consiguiera prohibir su uso y hasta su existencia. Como resultado, los contemporáneos del siglo XVI ya no se lavarán, sustituirán el uso del agua y del jabón por el de los perfumes, destinados a ocultar otros olores.

Contrariamente a siglos anteriores y posteriores, en el siglo XIII no se perseguía con severidad a la prostitución; se consideraba que el hombre debe actuar según se lo pida su naturaleza. Los teólogos distinguían entre pecados carnales y pecados espirituales, declarando a estos últimos como más peligrosos. La 'fornicación simple' (diversión entre solteros) era permitida, más no la 'fornicación cualificada" (rapto, homosexualidad, adulterio, incesto, entre otros). La fornicación simple era permitida con la condición de que se efectuase con mujeres libres de vínculo, solteras -y mejor si eran extranjeras- a quienes se marcaba con una cinta para poder diferenciarlas de las mujeres honorables, y evitar así enojosas confusiones.

Por otra parte, ya lo había afirmado San Agustín: "Expulsad las cortesanas y enseguida las pasiones lo confundirán todo, ya que llevan una vida impura, pero las leyes del orden les asignan un lugar, por más vil que sea" (claro que San Agustín era un santo bastante tolerante, que escribió: “Señor, hacedme casto, pero aún no”). También se afirmaba galantemente que "la mujer pública es en la sociedad lo que la sentina en el mar y la cloaca en el palacio. Quita esa cloaca y todo el palacio quedará infectado".

Esta relativa tolerancia estimuló el “comercio”, floreciendo los intermediarios que lucraban con la prostitución. Alfonso X el Sabio, con su manía legisladora, clasificó así a estos individuos en sus Partidas:


“Y son cinco maneras de alcahuetes, la primera es de los bellacos malos que guardan las putas que están públicamente en la putería, tomando su parte de los que ellas ganan, la segunda es de los que andan por trujamanes que de ellos reciben; la tercera es cuando los hombres crían en sus casas cautivas u otras mozas a sabiendas porque hagan maldad de sus cuerpos, tomando de ellas lo que así ganaren, la cuarta es cuando algún hombre es tan vil que él mismo alcahuetea a su mujer; la quinta es si alguno consiente que alguna mujer casada u otra de buen lugar haga fornicio en su casa por algo que le den, aunque no ande él por trujamán entre ellos. Y nace muy gran daño de estos tales pues, por la maldad de ellos, muchas mujeres que son buenas se vuelven malas, y aun las que hubiesen comenzado a errar, hácense por el bullicio de ellos peores.“

La definición, como se ve, abarca desde el “chulo” o “cafisho” de hoy hasta el posadero comprensivo, pasando por el “cabrón” clásico.

Los que la pasaban comparativamente peor eran los homosexuales, denigrados y perseguidos literalmente a muerte. El omnipresente Alfonso el Sabio los fulmina en las Partidas:

“Sodomitico dizen al pecado en que caen los omes yaziendo unos con otros contra natura, e costubre natural. E porque de tal pecado nacen muchos males en la tierra, do se faze, e es cosa q[ue] pesa mucho a Dios con el [...] Queremos aquí dezir apartadamente deste [...] e quien lo puede acusar, e ante quien. Et que pena merescen los fazedores e los consentidores.

Lei I. Onde tomo este nome el pecado que dize sodomitico, e quantos males vienen del. Sodoma, e Gomorra fueron dos ciudades antiguas pobladad de muy male gente, e tanta fue la maldad de los omes que bivian en ellas q[ue] porq[ue] usavan aq[eu]l pecado q[ue] es contra natura, los aborrecio nuestro señor dios, de guisa que sumio ambas las ciudades con toda la gente que hi moraba [...] E de aq[ue]lla ciudad Sodoma, onde Dios fizo esta maravilla tomo este nombe este pecado, que llaman sodomitico [...] E debese guardar todo ome deste yerro, proque nacen del muchos males, e denuesta, e deffama así mismo el q[ue] lo faze [...] por tales yerros embia nuestro señor Dios sobre la tierra, hambre e pestilencia, e tormentos, e otros males muchos que non podria contar


Lei II. Quien pude acusar a los que hazen el pecado sodomitico, e ante quien, e que pena merecen aver los sacedores del, e los consentidores. Cada uno del pueblo puede acusar a los omes que hiziessen pecado contra natura, e este acusamiento puede ser hecho delante del judgador do hiziessen tal yerro. E si le fuere provado deve morir: también el que lo haze, como el que lo consiente [...] fueras ende, si alguno dellos lo oviere a hazer por fuerça, o fuesse menor de catorze años [...] non deve recebir pena, porque los que son forçados no son en culpa, otro si los menores non entienden que es tan gra[ve] yerro como es aquel que hazen. Esta misma pena deve aver todo ome, o toda muger, que yoguiere con bestia, deven de mas matar la bestia para amortiguar la remembrança del hecho”


En el Fuero Juzgo se los trata aún más expeditivamente: “Establecemos en esta ley que cualquier hombre, lego o religioso, de linaje grande o pequeño, que fuere probado que hiciese el pecado contra natura, el príncipe o el rey los mande castrar de inmediato.” Este castigo, añadirá el Fuero Real, se hará en público, y el condenado quedará colgado de las piernas hasta que muera.

No cabe duda que hemos progresado: hoy se casan ante oficial público, con flores, lluvia de arroz y beso nupcial ante la TV.

Los dejo con esta nota optimista. Y advierto que, por motivos de viaje, la próxima entrega será a mediados de diciembre. Un abrazo



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lunes, 31 de octubre de 2011

CATON EL REACCIONARIO


Existen sujetos tozudos, pero a mi entender Catón se lleva la palma. Supongo que desde su nacimiento en Tusculum, a 25 km de Roma, en el año 234 AC fue un chico de carácter difícil.
Eran tiempos de transición, en los que Roma todavía conservaba las características austeras y bélicas que le permitieron anexarse toda Italia, pero ya despuntaban las costumbres que a la larga ocasionaron su decadencia. Sobre todo en el campo (y la familia Catón vivía en la campiña) aún se dedicaban al trabajo de la tierra como sus antepasados, alternándolo con la milicia. Esclavos, pocos, por lo que desde niños se deslomaban con la azada y de adolescentes hacían de soldados de tiempo parcial. Con esta vida no les quedaba tiempo ni energía para vicios, y crecían fuertes, sanos y brutos. También frugales, ahorrativos (avaros, vamos) y bastante analfabetos.

La cultura se limitaba a hacer rendir la tierra y a los esclavos, mantener sujetas a las mujeres y atemorizar a los pueblos vecinos, para conquistar más tierra para trabajar y hacerla rendir, etcétera. Esas eran las antiguas virtudes romanas en las que el pequeño Catón fue educado y a las que adhería firmemente.

Este joven fornido, rubio y de ojos azules (cosa rara para un romano) comenzó haciéndose una fama como negociador en los pleitos de la comarca. Agresivo, honrado, mordaz, orador vehemente, adquirió experiencia en manejar asuntos civiles y administrativos.

Ingresó al ejército a los diecisiete años. Valiente y, sobre todo, frugal y aguantador, ardiente en el ataque, insultaba a gritos, enfurecido, a sus adversarios.

Y así hubiera quedado, como un destacado abogado de provincias y ciudadano ejemplar si no hubiese recibido la indispensable ayuda o “palanca” de un vecino, noble y con influencias. Valerio Flaco apreció sus virtudes y lo instó a trasladarse a Roma. Bajo su patronazgo, comenzó Catón la clásica carrera política. Fue sucesivamente tribuno, cuestor y, ya con el franco apoyo de Valerio, se hizo de una fama y fue elegido para las más altas magistraturas, como cónsul y finalmente censor.

Como censor encontró el cargo que más se adecuaba a su carácter. Era el censor el encargado de velar por la moral pública, comprobar que los funcionarios se mantuvieran honorables y de acuerdo a las famosas “virtudes romanas” ya mencionadas, y eventualmente castigar con multas o sanciones más graves a quienes no hicieran caso de sus reprimendas. El empleo justo para el cascarrabias de Catón. Cierto es que muchos de los censores electos hacían poco caso de sus atribuciones, se limitaban a sentarse cómodamente en el senado y no se metían con nadie. Vivir y dejar vivir. Censores simpáticos y poco molestos. Catón, no. Malhumorado como era, ya antes de llegar a censor comenzó a atacar al ilustre general y héroe de guerra, Escipión.

Escipion el Africano
No podían darse figuras más opuestas. Escipión, noble (Catón era plebeyo), culto (Catón desconfiaba de la cultura), despilfarrador (Catón era avaro), admirador de La cultura griega (Catón la aborrecía; opinaba que arruinaba el carácter). Lo cierto es que Escipión, actuando como general, había permitido a sus tropas ciertas licencias y ¡horror! había repartido dinero para que se divirtieran. El estricto moralista de Catón estalló en santa ira y siguió, machacando y machacando, hasta que se envió una comisión investigadora al dandy de Escipión. Un enemigo de por vida.

Muchas fueron las oportunidades en que Catón mostró lo que era. En una ocasión dijo por ejemplo en pleno senado: que “en toda su vida, de tres cosas solamente había tenido que arrepentirse: primera, de haber confiado un secreto a su mujer; segunda, de haberse embarcado para un viaje que pudiera haber hecho por tierra, y tercera, de haber pasado un día sin hacer nada”. Simpático, el muchacho.

En tiempos de crisis, se había dictado una ley que restringía el derroche femenino. Estaban prohibidas las joyas auténticas, los adornos de oro, vestidos costosos y viajes en litera para trayectos cortos (taxi para 10 cuadras, por ejemplo). Las mujeres soportaron durante un tiempo, pero al fin se rebelaron. Marchas de protesta, interpelaciones a los senadores en plena calle, un escándalo total para exigir la derogación de la ley. Veamos la opinión de Catón en el senado, según nos la transmite Tito Livio:

“¿Qué forma es ésta de precipitaros fuera de vuestras casas, bloquear las calles e interpelar a unos hombres que no conocéis? Cada una de vosotras podría haber formulado esta demanda en su casa, ante su marido
¿Corresponde a una mujer saber si una ley es buena o no?... ¿Qué no intentarán luego si consiguen esa victoria? ¿Y por qué esta revuelta? ¿Acaso para suplicar que rescaten a sus padres, maridos o hijos, prisioneros en Cartago? No, es para brillar con oro y púrpura y para pasear en sus carros; para que no haya límite a nuestros gastos ni a la profusión de lujo".
"Si cada uno de nosotros, señores, hubiese mantenido la autoridad y los derechos del marido en el interior de su propia casa, no hubiéramos llegado a este punto. Ahora, henos aquí: la prepotencia femenina, tras haber anulado nuestra libertad de acción en familia, nos la está destruyendo también en el Foro. Recordad lo que nos costaba sujetar a las mujeres y frenar sus licencias cuando las leyes nos permitían hacerlo. E imaginad qué sucederá de ahora en adelante, si esas leyes son revocadas y las mujeres quedan puestas, hasta legalmente, en pie de igualdad con nosotros. Vosotros conocéis a las mujeres: hacedlas vuestros iguales. Al final veremos esto: los hombres de todo el mundo, que en todo el mundo gobiernan a las mujeres, están gobernados por los únicos hombres que se dejan gobernar por las mujeres: los romanos."
Pese a esta diatriba (que más de uno suscribiría hoy día con entusiasmo), la odiada ley fue derogada. Las mujeres, para celebrar su éxito desfilaron en procesión por las calles de la capital luciendo las joyas y los vestidos más voluptuosos posibles, los cuales eran por fin legales

Finalmente, el famoso asunto Cartago. Desde que Roma tomó preponderancia, existió una sorda competencia con Cartago por el dominio del mediterráneo. Cartago era, desde siempre, una fuerte potencia naval situada incómodamente cerca de Roma. Ésta pretendía el monopolio del comercio, y cuando se hizo fuerte militarmente emprendió una seria campaña propagandística contra su rival. Los cartagineses eran crueles, su gobierno despótico y traicionero, sus dioses aborrecibles y constituían una amenaza para Roma. Todo o gran parte inventado, como preparación para una guerra “justa”.
No se atribuyeron a Cartago armas de destrucción masiva ni bacteriológicas porque eso estaba reservado a siglos posteriores. El resultado fue previsible; guerra. Fueron dos, en realidad, y se las conoce como guerras púnicas. Ambas las ganó Roma, imponiendo a los vencidos unas condiciones durísimas. Prácticamente Cartago quedaba anulada, sin naves, sin murallas ni ejército.

Pero Catón no estaba satisfecho. Portavoz del militarismo imperialista más extremo, insistía en que se debía acabar con la existencia de Cartago. Todos sus discursos en el senado, cualquiera fuese el tema de que tratasen, los terminaba con la frase: "Ceterum censeo Carthaginem esse delendam" (Además, opino que Cartago debe ser destruida).

Logró su propósito: hubo una tercera guerra púnica, Cartago fue arrasada, su población trasladada y su emplazamiento arado y sembrado con sal para consagrarlo a los dioses infernales. Catón, feliz.

Catón contrajo matrimonio con una aristócrata romana con quien tuvo un único hijo. No obstante, y pese a su estricta moral que lo llevó a degradar a un magistrado por haber besado a su esposa en presencia de una hija, a la muerte de su primera esposa Catón se volvió un viudo alegre y, a pesar de encontrarse en una edad muy avanzada, tomó una nueva esposa de entre sus esclavas con edad casadera. La elegida por el anciano fue una joven de gran belleza, con la que tuvo un hijo (¡bravo, vejete!). El hijo de su primer matrimonio retiró a su padre la palabra.

Con este final de comedia me despido hasta el 15 de noviembre. Hasta entonces.


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viernes, 14 de octubre de 2011

RAFAEL SANZIO, PINTOR Y CORTESANO DE URBINO


Es frecuente que los artistas geniales se vean afectados de locura o por lo menos de aspereza de ánimo. Desde Miguel Ángel y Beethoven a van Gogh y Wagner tenemos múltiples ejemplos. Su tortura mental y genio tumultuoso se reflejan en sus obras.
MIGUEL ANGEL - NOE

Por el contrario en el pintor y arquitecto Raffaelo Sanzio, o simplemente Rafael, nacido en Urbino, Italia, el 28 de marzo de 1483, viernes santo , pese a haber alcanzado las cumbres de su arte resplandecían todas las virtudes de la mente, acompañadas de mucha tolerancia, estudio, belleza, modestia y buenas costumbres. Lo que se dice un hombre equilibrado y encantador, así como lo son sus pinturas.

RAFAEL - RETRATO DE B. ALTOVITI
 En adelante utilizaré ampliamente la historia de Ludovico Vasari, (sin importarme los derechos de autor, ya que murió en 1574). Tiene la ventaja de ser un testimonio invalorable, puesto que Vasari es prácticamente contemporáneo de Rafael.

Dejaremos de lado sus promisorios comienzos como aprendiz y ayudante en el taller de Pietro Perugino. De allí viajó a Siena y luego a Florencia, atraído por los trabajos de Leonardo y Miguel Ángel. En estos lugares ejecutó varias obras, algunas por encargo y otras para obsequiar a sus amigos (además de ser muy cortés, Rafael tenía grandes dotes para lo que hoy llamaríamos relaciones públicas). Tal vez a causa de esto, uno de sus amigos lo recomendó para presentarse en Roma ante el papa Julio II, quien quería decorar los salones (stanze) del palacio apostólico del Vaticano.

En la primera de ellas, la Stanza Della Signatura, se encuentran sus pinturas más afamadas, la Escuela de Atenas, El Parnaso y La Disputa del Sacramento, ampliamente descriptas y comentadas por Vasari.
RAFAEL - LA ESCUELA DE ATENAS
Tanto apreció su trabajo el papa que extendió sus encargos a tres Stanze, todas con pinturas en sus muros y a menudo también en los techos. Sin embargo, la inmensidad del trabajo asumido le obligó a delegar la ejecución práctica de sus detallados diseños (que siempre realizó en persona) en los miembros del numeroso taller que había formado.

Semejante éxito le atrajo enemistades. Señalada fue la disputa que tuvo con Miguel Ángel, quien a la sazón se encontraba pintando la bóveda de la Capilla Sixtina. Según relata Vasari, hay sospechas de que Rafael copió ideas y técnicas de Miguel Ángel valiéndose del más abierto espionaje. Textualmente:

"En Roma Rafael había adquirido renombre por su agradable comportamiento y sus maneras. Había estudiado las antigüedades continuamente en la ciudad, sin embargo no tenían aún las figuras que dibujaba la majestad y tamaño que más delante les dio.

MIGUEL ANGEL - SIXTINA - CREACION (detalle)
 De esto nació el rumor de los hechos ocurridos en la capilla Sixtina. Se comentó que Bramante, que tenía la llave de la capilla, se la facilitó a su amigo Rafael para que tuviera la posibilidad de comprender el estilo de Miguel Ángel y su modo de hacerlo. Fue tal que en San Agustín en Roma rehizo al momento al profeta Isaías, que había ya terminado, la cual mejoró, con los conocimientos de Miguel Ángel, dándole más majestad.. Cuando éste vio la obra de Rafael, intuyó que Bramante le había traicionado, comenzando a detestar a Rafael."

Los proyectos en el Vaticano, a los que se agregaron trabajos de arquitectura en varias capillas, ocuparon la mayor parte de su tiempo, pero aun así pintó algunos retratos, incluyendo los de sus mecenas, los papas Julio II y León X, el primero de los cuales es considerado como uno de sus mejores figuras. 
RAFAEL - JULIO II
 Como ejemplo de la descripción que hace Vasari de sus obras, copio la de la Transfiguración de Cristo, su último cuadro y el que fue expuesto a la cabecera de su féretro en ocasión de su funeral:

"Pintó una tabla con la transfiguración de Cristo para el vicecanciller y Cardenal de Médicis para enviar a Francia, hecha por su mano en la que trabajaba de continuo, llevándola a última perfección. En el monte Tabor está la escena con Cristo transfigurado y los once discípulos que permanecen al pie esperando abajo; está un adolescente temeroso, pálido, con el gesto forzado, con el espíritu contaminado de malignidad hasta el pulso de las venas. Cristo desciende para liberar al adolescente poseído, con los ojos extraviados gritando en actitud contorsionada como sufriendo en sus carnes. Un viejo lo abraza mientras lo sostiene. Hizo esta figura, con la luz en el centro, asombro en los ojos, levantando las cejas, colérico y temeroso al mismo tiempo. Está mirando a los Apóstoles como esperando y dándose ánimos a sí mismo. Entre muchas figuras está una mujer arrodillada como principal en el cuadro, volviendo la cara hacia ellos y los brazos hacia el poseído como mostrando la  adversidad. Los Apóstoles que están sentados, otros arrodillados o en pie muestran enorme compasión ante tanta desdicha. Las figuras y cabezas son de extraordinaria belleza y tiene como novedad una gran variedad y hermosura, los artistas la juzgan como la mas aclamada bella y divina de las que hizo. Quien quiera conocer como se pinta la divinidad y transfiguración de Cristo se avenga y observe esta pintura donde aparece translúcido sobre un monte y con éste Moisés y Elías, iluminados por la claridad y esplendor del aire. Postrados están en el suelo Pedro, Jacob y Juan, en aptitudes diversas haciéndose sombra en los ojos o con la cabeza agachada por el resplandor y la luz inmensa que emite Cristo; Él vistiendo níveo con los brazos abiertos, eleva la cabeza al Padre, Rafael muestra a la perfección unidas las tres personas en una deidad de esencia. El cuál muestra con la virtud del arte y el esfuerzo la cara de Cristo con toda su fuerza, acabado como última obra que iba a hacer. No volvió a tocar los pinceles pues le sobrevino la muerte."

 Como pueden apreciar, Vasari es valioso como testigo contemporáneo, pero es un anodino crítico de pintura. Artísticamente sus descripciones son pobres, limitándose a describir la escena pintada.

RAFAEL - AUTORRETRATO
En cuanto a su vida personal, fue Rafael individuo muy amoroso y aficionado a las mujeres, siempre dispuesto a ponerse a su servicio. En sus placeres carnales fue respetado y complacido por sus amigos, más de lo conveniente quizá. Así, cuando Agostino Chigi, su entrañable amigo, le encargó la decoración de la primera galería de su palacio, viendo que Rafael no atendía mucho a su trabajo a causa de sus amores con una mujer, se desesperó tanto, que mediante intermediarios y personalmente consiguió instalar a aquella dama en su casa, para que estuviera continuamente en las habitaciones en que Rafael trabajaba. Y de este modo logró que el artista terminara la obra, para la cual ejecutó todos los lienzos y pintó al fresco con su propia mano muchas figuras.

RAFAEL - LA FORNARINA
Mientras vivió en Roma gozó de una relación permanente con Margherita Luti, «La Fornarina», llamada así por ser hija de un panadero (fornaio en italiano), a quien retrató en varios cuadros. El más difundido y famoso es el que se ilustra, sobre el que se ha tejido una curiosa leyenda. Si se observa con cuidado, puede apreciarse que la modelo está tocándose el seno izquierdo en una posición de auscultación mamaria. Se aprecia además un bulto (encima del índice de la modelo), una retracción de la mama bajo el mismo, la decoloración de la piel, una ligera protuberancia en la axila y una hinchazón del brazo. Todos esos detalles llevan a pensar que Rafael está indicando que su modelo y amante padece de un tumor en ese lugar. Los cronistas imaginativos afirman que la Fornarina, que sobrevivió a Rafael, se recluyó en un convento y falleció de cáncer, años después, pero no hay pruebas.

Volviendo a Rafael existen indicios de que el papa León X, que lo apreciaba muchísimo, pensaba concederle el birrete rojo, pues cardenales con menos méritos ya había nombrado el papa. Esto justificaría su renuencia a casarse, pese a las instancias del cardenal de Medici que le insistía en un enlace con su sobrina, a lo que Rafael daba largas. Él a escondidas seguía con los amores suyos, pues tomando esposa perdería el cardenalato, pero amantes podría tener sin dudas, siendo uso común de los príncipes de la iglesia. Y enamorado de los placeres y abusando de la práctica, Fornarina de por medio, tanto castigó al colchón que su salud se resintió, y contrajo unas fiebres que los médicos creían que era una insolación por imprudencia suya, no confesando por vergüenza el exceso que se lo provocó. Le sangraron cuando más falta le hacía para recuperarse de la debilidad en que se zambulló. Por lo que hizo testamento como honrado y cristiano disponiendo medios para vivir a su amada la envió fuera, y repartiendo las cosas suyas entre sus discípulos, tomó disposiciones referentes a su estado y finalmente falleció tras quince días de fiebres, a poco de cumplir los 38 años, en el día de viernes santo, igual que cuando nació,

Bizarra causa esta de muerte, también atribuida al deceso de Juan, príncipe de Castilla y Aragón, hijo de los reyes católicos.

En ambos casos hay dudas (¿desde cuándo el ajetreo sexual provoca fiebre persistente?). Al español se le atribuye tuberculosis, y a Rafael se le achaca, contradiciendo a Vasari, el siguiente episodio:

"Rafael era de naturaleza muy delicada; su vida pendía de un hilo demasiado débil por lo que respectaba a su cuerpo, ya que era todo espíritu. Sus fuerzas habían decrecido mucho; y es extraordinario que le hayan podido sostener durante su corta vida. Hallándose muy debilitado, un día, recibió orden de acudir a la corte inmediatamente. Echó a correr para no incurrir en retraso; y mientras hablaba allí, largamente, acerca de la construcción de San Pedro, se le secó el sudor encima. Súbitamente, se sintió enfermo. Marchó a su casa; y se vio acometido por una fiebre perniciosa...". Más verosímil, pero menos romántico.

Todos fueron elogios y lamentaciones. Su caballerosidad, bonhomía y amabilidad fueron exaltados hasta la exageración. En cuanto a su valor artístico, se lo menciona comparable al de Leonardo y Miguel Ángel. Dejo a los críticos o entendidos en arte la tarea de evaluar su mérito relativo.

Los espero a fines de octubre. Hasta entonces.




 

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viernes, 30 de septiembre de 2011

LUIS XVII – EL REY ROBADO

Cuando hace años me asomé a la historia de Francia de la mano de Alejandro Dumas me llamó la atención una aparente discontinuidad.
Teníamos a Luís XVI, el rey guillotinado, luego la Revolución, a continuación Napoleón y finalmente la Restauración monárquica, con Luis XVIII. ¿Qué había pasado con Luis XVII? ¿Por qué esa omisión? ¿Se trataba de una superstición ligada al número diecisiete, en lugar del trece? Finalmente, aquí ofrezco la lamentable historia de Luis XVII, tal vez la más trágica jamás referida a un rey.

Recordamos que Luis XVI fue un rey mediocre, buena persona pero de carácter débil y consecuentemente cabezadura y absolutista. Cuando los acontecimientos lo sobrepasaron, contemporizó públicamente pero a escondidas trató de huir de París con su mujer, la odiada María Antonieta, y sus dos hijos, mas algunos sirvientes. El plan era reunirse en la frontera con un ejército que le era adicto para aplastar a esos inmundos revolucionarios.

Pero los inmundos resultaron más pícaros que Luis y lo reconocieron (su cara estaba en todas las monedas) en Varennes, sólo a 6 km de la frontera y del ejército salvador. Rodeada de Guardias Nacionales, la familia real fue de inmediato conducida a Paris y alojada en la prisión del Temple, antiguamente casa matriz de la Orden del Temple.

De allí salió Luis camino a la guillotina, acusado de traición y alianza con el enemigo. Y le cortaron la cabeza, nomás, el 21 de enero de 1793.

Cuando la familia real cautiva confirmó la muerte de Luis XVI y pasados los primeros momentos de dolor, su viuda pensó en dar la solemnidad debida a la conversión de su hijo en Rey de Francia. Hay indicios (¿?) de que la reina, el mismo día, ahogada de dolor levantó a su hijo que, rezando, se abrazaba a sus rodillas y lo saludó como Rey de

Francia, Y aquí tenemos a Luis XVII, ya que el niño, de 8 años, se llamaba Louis- Charles de Bourbon. Claro, estaba preso, por lo que no hubo ni coronación, ni misa, ni fiesta, y menos aún júbilo popular, pero en teoría era rey, y como tal fue reconocido por las potencias extranjeras, incluso por la reciente república de los Estados Unidos (se jugó George Washington).

El pequeño Luis comenzó su reinado de manera desastrosa (luego empeoraría, sin embargo). A los seis meses lo separaron de su madre y hermana, confinándolo en otro calabozo. El régimen revolucionario, en esos momentos dominado por Robespierre, le designó un “tutor” para educarlo en las virtudes republicanas. Dicho tutor, el infame de Antoine Simon. entre palizas y torturas lo forzaba a beber grandes cantidades de alcohol y lo obligó a cantar La Marsellesa portando un bonete de sans-culotte. Era amenazado repetidas veces con la guillotina, lo que le causaba desmayos. Le dijeron que sus padres aún vivían, pero que ya no le amaban. A los pocos meses, después de la partida de Simon, fue aislado en una celda secreta sin contacto humano alguno y con unas nefastas condiciones higiénicas.

Mientras tanto se había llevado a juicio a María Antonieta. En la parodia de proceso que se le siguió, el fiscal Tinville hizo declarar a Luis contra su madre. Delante del tribunal, el niño acusó a su madre y a su tía de haberle incitado a la masturbación y haberle obligado a ciertos juegos sexuales. Indignada, María Antonieta, pidió a las mujeres del público que la defendieran. El motín fue evitado por poco. Pese a todo, María Antonieta fue decapitada en octubre de 1793, acusada entre otras cosas de incesto.

A causa de sus pésimas condiciones de reclusión, Luis enfermó, presumiblemente de tuberculosis, y murió en la prisión del Temple el 8 de junio de 1795, a los 10 años.
Durante la autopsia se observó que su cuerpo estaba consumido por tumores y sarna y que había sufrido una total desnutrición, manifestada en una extrema delgadez. El cuerpo fue inhumado en una fosa del cementerio de Santa Margarita de París, sin indicativo alguno de que allí reposaba. Su corazón, conservado en alcohol y desecado y petrificado al aire libre por el médico legista Philippe-Jean Pelletan, pasó por muy diversos custodios, hasta que finalmente descansó en 1975 en la cripta de la basílica de Saint-Denis, donde se guarda en una urna de cristal.
Ni después de muerto terminaron los vaivenes del desdichado Luis XVII. Las circunstancias dudosas y oscuras de su muerte dieron pie a que distintos intereses (dinásticos, económicos o simplemente fantasiosos o enfermizos) trataran de modificar la historia oficial.

Por un lado, monárquicos fanáticos (que aún los hay), con el objeto de infamar a los también fanáticos revolucionarios, sostienen que el niño rey fue asesinado en prisión. Puestos en eso, dan detalles, circunstancias, indicios… pero ninguna prueba.

Más pintorescos son los “supuestos Luis XVII”. Ya en 1796 había en circulación. A lo largo del siglo XIX no menos de cien pretendientes dijeron ser Luis XVII. Algunos ni siquiera hablaban francés y hasta un mestizo se presentó en Francia reclamando sus “derechos”. Hasta Mark Twain se burló de estos episodios describiendo a un bribón de Mississippi que se hacía pasar por Luis XVII en “Las Aventuras de Huckleberry Finn”.

Muchas teorías surgieron, y entre ellas cobró fuerza la de la sustitución. En algún momento el pequeño rey habría sido adormecido con opio, sustituido por otro niño y puesto a salvo en lugar seguro y secreto tras haber sido sacado del Temple en una cesta de ropa sucia. Se decía que el niño muerto entonces tenía más edad que los diez años que entonces tenía Luis XVII. Y también que el certificado de defunción era falso.

Entre todos los sedicentes Luis XVII, quizás no hubo ninguno como Karl Wilhelm Naundorff, curioso personaje que, tras diversas peripecias y después de trabajar como relojero en Alemania, llega un buen día de mayo de 1833 a París y consigue convencer a algunos –como a Madame de Rambaud, institutriz del pequeño Delfín - de su presunto origen real .

El rey Luis Felipe, sin embargo, le hace retomar el camino del exilio tres años después. Elige Inglaterra, donde funda una nueva religión, la "Doctrine Céleste" de la que se erige en "Príncipe Protector” y muere en 1845, según sus incondicionales, envenenado. Es enterrado con el epitafio: “Aquí yace Luis XVII, rey de Francia”.

En 1863 las autoridades holandesas permitieron a sus hijos el uso del apellido "de Bourbon", que aún llevan legalmente sus descendientes.

Otra figura famosa fue la de Paul Benoit

Según la confesión de un miembro del Directorio, en París, el pequeño LuisXVII fue raptado del Temple en 1794 y confiado a una familia de pescadores de Calais, al norte de Francia, fue educado por maestros particulares, aprendió cinco idiomas y estudió navegación, arquitectura y pintura. En julio de 1818, desembarcó en Buenos Aires con una carta de recomendación firmada por el mismísimo Napoleón Bonaparte (¿? Para esa fecha, Napoleón ya estaba en Santa Elena, a punto de morir, y sin ánimo de recomendar a nadie). Usaba el apellido de su familia adoptiva: Benoit. Siempre daba una fecha de nacimiento diferente, no decía el nombre de sus padres y había prohibido que le preguntaran sobre el pasado, asegura una de sus descendientes. Según ella, Pierre Benoit temía que lo mataran. En 1852 un personaje desconocido lo visitó en su casa. Hablaron en francés, a solas, pero las criadas alcanzaron a escuchar que Benoit -que llevaba 14 años en cama, postrado por un problema en la cadera- lo llamaba doctor. Al irse, el visitante dijo que no molestaran al dueño de casa, que se había quedado dormido. Benoit no se despertó nunca más. En 1996, los restos de Benoit fueron localizados por sus descendientes en un rincón olvidado del cementerio de la Recoleta. Las muestras de huesos enviadas a un laboratorio permitieron detectar arsénico.

Para concluir, recientemente dos profesores universitarios europeos consiguieron determinar, gracias al análisis de ADN y a unas muestras de cabello de María Antonieta y de sus hermanas, que el corazón que se guarda en una urna en la basílica de Saint Denis realmente perteneció a Luis XVII y, que, por lo tanto, éste había muerto en el Temple. Por supuesto, los descendientes del pretendido Luis XVII raptado niegan validez a lo actuado y a sus conclusiones.

El 8 de junio del 2004 se celebró un funeral en honor del pequeño Luis XVII, en el que se colocó la urna con su corazón en un mausoleo construido para tal fin, emplazado en la cripta real del templo. Es de desear que finalmente este pequeño rey sin reinado pueda descansar en paz.

Hasta mediados de octubre, amigos.



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domingo, 18 de septiembre de 2011

CONSTANTINO Y JULIANO – DEL CRISTIANISMO AL PAGANISMO Y VUELTA



Todos conocemos cómo fue el nacimiento del cristianismo. La Pasión, la Ascensión, la dispersión de los discípulos, y sobre todo Pablo con su enorme labor organizativa y catequística. Inevitablemente, la prédica tenía que llegar a Roma, la Nueva York de la época. Allí terminaron (y murieron, según la tradición) san Pedro y san Pablo. Ya en los tiempos de Nerón, es decir treinta años después de la muerte de Jesús, existían grupos de cristianos en Roma, tanto es así que Nerón hizo condenar y supliciar a cierto número de cristianos por el incendio de Roma con el solo objeto de desviar las sospechas de la gente contra su propia persona. Fue la suya una maniobra de diversión que no se apoyaba en ningún resentimiento serio del pueblo y del Estado contra aquella comunidad religiosa que, por lo demás, era de las más pacificas y poco conocidas y que, como todas las demás, gozaba en Roma de amplia tolerancia


Los conflictos comenzaron cuando se incrementó el número de cristianos y los romanos comenzaron a notar su presencia. Como una medida para ellos lógica, las autoridades exigieron que los cristianos adoraran a los emperadores endiosados, cosa a lo que éstos se negaron con horror. Esto los colocó al margen de la ciudadanía y prácticamente considerados como subversivos. Los ciudadanos empezaron a sentir desconfianzas que hábiles propagandistas explotaban debidamente, como más tarde se ha hecho contra los judíos. Se empezó a decir que hacían exorcismos y magias, que bebían sangre romana, que veneraban a un asno, que traían mal de ojo. Profesar la nueva fe se convirtió en delito capital. Por el año 200 comenzaron las persecuciones en serio, y se hicieron sistemáticas durante todo ese siglo. Por supuesto, los cristianos contraatacaron a través de sus predicadores, calificando a Roma de nueva Babilonia y negando la autoridad del Cesar.
Semejante enfrentamiento dio fuerza a los cristianos, multiplicó su número y los prestigió por su valor y costumbres rectas y honradas.

Así llegamos a comienzos del siglo IV. La desorganización del imperio era tal que llegaron a existir siete emperadores simultáneos, cada uno con un adjunto. Para no complicarlos con este galimatías, diremos que Flavio Valerio Aurelio Constantino, por supuesto al frente de su ejército, fue eliminando por el combate, el simple asesinato o la suerte a toda esa maraña de emperadores y se vio como único dueño del imperio. Su mando duró 31 años, los que aprovechó para ordenar el caos existente. Entre otras cosas, trasladó la capital del imperio de Roma a Bizancio, a la que llamó Nueva Roma (qué original) y que más tarde se llamó Constantinopla (más originalidad). Aparte de su obra como gobernante, lo que nos interesa es su simpatía por el cristianismo.

No sabemos exactamente a qué se debió su convencimiento. Se aduce que su madre era cristiana, aunque los historiadores religiosos relatan un pintoresco episodio. Se dice que antes de una de sus batallas por la conquista del imperio frente a Majencio, su oponente de turno, vio en el cielo una cruz frente al sol. Tras esto, tuvo un sueño en el que se le ordenaba poner un nuevo símbolo en su estandarte, con la inscripción «In hoc signo vinces» («Con
este signo vencerás»). Mandándolo pintar de inmediato en los escudos de su ejército, venció a Majencio. Agradecido por la carnicería producida con la ayuda de la cruz, Constantino comenzó a mirar con buenos ojos esto del cristianismo. No se bautizó, sin embargo, hasta su lecho de muerte, y llevó una vida bastante poco cristiana. Por ejemplo, no dudó en asesinar a su mujer y a su hijo por una cuestión de celos pero, cosa fundamental, levantó las interdicciones que trababan a los cristianos, y a través del edicto de Milán declaró al cristianismo religión lícita, con lo que restablecía a los seguidores en sus derechos de ciudadanos. Ahora llegó el turno para los cristianos de saciar su resentimiento de larga data. De perseguidos pasaron a perseguidores, dándose casos de verdadera ferocidad.

No contento con eso, Constantino se entremetió en asuntos de la incipiente iglesia católica, de los que no entendía un pito, aunque convocó y supervisó un concilio en Nicea, donde prácticamente se definió la esencia y los
dogmas de la religión católica como hoy la conocemos. Hacía falta, porque las herejías hacían estragos.

A su muerte se produjo el consiguiente caos sucesorio. Aunque los aspirantes a emperadores eran ahora católicos, no tuvieron escrúpulos en asesinarse empeñosamente y en cantidad, no respetando a familias ni parientes. De este desastre quedó como único sobreviviente Flavio Claudio Juliano, que asumió como Juliano. Había tenido una juventud retirada (por eso se salvó de la degollina), dedicándose a los estudios de filosofía griega y aficionándose grandemente a los poetas clásicos. Parece ser que era en general una buena persona, mesurado y libre de los acostumbrados arrebatos de crueldad. Un filósofo, en suma.

Probablemente impactado por los asesinatos mafiosos cometidos por sus cristianos parientes, e influido por los ideales clásicos, le tomó ojeriza no tanto al cristianismo como a los cristianos, viéndolos fanáticos, sectarios y violentos. Volvió a desposeerlos de sus derechos, los combatió por medio de persecuciones (incruentas, eso sí), les quitó los subsidios que había otorgado Constantino; en una palabra les hizo la vida imposible. El error de Juliano fue el de querer dar marcha atrás al reloj de la historia. Los cristianos ya estaban suficientemente
consolidados y organizados, en parte gracias a Constantino, como para soportar sin grandes problemas estos ataques.

Un ejemplo de la relativa impotencia de Juliano lo constituyó su intento de reconstruir el templo de Salomón en Jerusalén. El templo había sido construido por Salomón y destruido por el romano Tito en el año 70 DC. Sus ruinas constituían un objeto de veneración para los judíos, y Jesús había profetizado que no quedaría piedra sobre piedra del templo y no se levantaría jamás. Tanto como para burlarse de los cristianos desautorizando las palabras de Jesús, Juliano ordenó reconstruir el templo.

Y aquí comienzan las fábulas: según el historiador pagano Amiano Marcelino terribles bolas de fuego salieron de las proximidades de los cimientos y quemaron a los obreros; según el cristiano Ambrosio, aquellos que estaban quitando los escombros entre los restos del templo fueron quemados por un fuego divino. Cien años más tarde, el también cristiano Teodoreto menciona el fuego que salió de los cimientos y que quemó a los obreros, pero no se contenta con esto, y habla también de la tierra retirada durante el día que volvía a su lugar por sí misma durante la noche, de vientos violentos y de un gran terremoto que precedió a la salida del fuego de la tierra, de la caída de un pórtico bajo el cual algunos trabajadores estaban durmiendo y de la aparición en el cielo de una cruz luminosa y de cruces negras en los vestidos de los judíos. Aquí presumo la mano “piadosa” de algunos interpoladores.

Por supuesto, Juliano desistió de sus proyectos edilicios y se dedicó a lo que sabía hacer: la guerra. Partió contra los persas y le iba bastante bien hasta que un día de mucho calor se le ocurrió la peregrina idea de sacarse la coraza. Prontamente fue alcanzado en la espalda por la jabalina de un soldado al servicio de los persas. La tradición histórica posterior no tuvo inconveniente en aceptar la versión de que el soldado que dio muerte al Emperador era cristiano.

Y así murió Juliano, con el hígado atravesado. Por supuesto, los “historiadores” posteriores echaron a rodar la leyenda de que, antes de morir, Juliano arrancó la lanza de su cuerpo y la arrojó hacia el cielo, exclamando “¡Venciste, galileo!” Ya esto pasa de increíble y roza lo ridículo.

Posteriormente a Juliano se retomó el apoyo a los cristianos, hasta que el emperador Teodosio, en el año 380, declaró al cristianismo católico la única religión imperial legítima.

Como la historia la escriben los vencedores, a Constantino y a Teodoro se le otorgó el título de “el grande” y a Juliano el de “el apóstata” y así pasaron a la posteridad.

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