Existen sujetos tozudos, pero a mi entender Catón se lleva la palma. Supongo que desde su nacimiento en Tusculum, a 25 km de Roma, en el año 234 AC fue un chico de carácter difícil.
Eran tiempos de transición, en los que Roma todavía conservaba las características austeras y bélicas que le permitieron anexarse toda Italia, pero ya despuntaban las costumbres que a la larga ocasionaron su decadencia. Sobre todo en el campo (y la familia Catón vivía en la campiña) aún se dedicaban al trabajo de la tierra como sus antepasados, alternándolo con la milicia. Esclavos, pocos, por lo que desde niños se deslomaban con la azada y de adolescentes hacían de soldados de tiempo parcial. Con esta vida no les quedaba tiempo ni energía para vicios, y crecían fuertes, sanos y brutos. También frugales, ahorrativos (avaros, vamos) y bastante analfabetos.
La cultura se limitaba a hacer rendir la tierra y a los esclavos, mantener sujetas a las mujeres y atemorizar a los pueblos vecinos, para conquistar más tierra para trabajar y hacerla rendir, etcétera. Esas eran las antiguas virtudes romanas en las que el pequeño Catón fue educado y a las que adhería firmemente.
Este joven fornido, rubio y de ojos azules (cosa rara para un romano) comenzó haciéndose una fama como negociador en los pleitos de la comarca. Agresivo, honrado, mordaz, orador vehemente, adquirió experiencia en manejar asuntos civiles y administrativos.
Ingresó al ejército a los diecisiete años. Valiente y, sobre todo, frugal y aguantador, ardiente en el ataque, insultaba a gritos, enfurecido, a sus adversarios.
Y así hubiera quedado, como un destacado abogado de provincias y ciudadano ejemplar si no hubiese recibido la indispensable ayuda o “palanca” de un vecino, noble y con influencias. Valerio Flaco apreció sus virtudes y lo instó a trasladarse a Roma. Bajo su patronazgo, comenzó Catón la clásica carrera política. Fue sucesivamente tribuno, cuestor y, ya con el franco apoyo de Valerio, se hizo de una fama y fue elegido para las más altas magistraturas, como cónsul y finalmente censor.
Como censor encontró el cargo que más se adecuaba a su carácter. Era el censor el encargado de velar por la moral pública, comprobar que los funcionarios se mantuvieran honorables y de acuerdo a las famosas “virtudes romanas” ya mencionadas, y eventualmente castigar con multas o sanciones más graves a quienes no hicieran caso de sus reprimendas. El empleo justo para el cascarrabias de Catón. Cierto es que muchos de los censores electos hacían poco caso de sus atribuciones, se limitaban a sentarse cómodamente en el senado y no se metían con nadie. Vivir y dejar vivir. Censores simpáticos y poco molestos. Catón, no. Malhumorado como era, ya antes de llegar a censor comenzó a atacar al ilustre general y héroe de guerra, Escipión.
Escipion el Africano |
Muchas fueron las oportunidades en que Catón mostró lo que era. En una ocasión dijo por ejemplo en pleno senado: que “en toda su vida, de tres cosas solamente había tenido que arrepentirse: primera, de haber confiado un secreto a su mujer; segunda, de haberse embarcado para un viaje que pudiera haber hecho por tierra, y tercera, de haber pasado un día sin hacer nada”. Simpático, el muchacho.
En tiempos de crisis, se había dictado una ley que restringía el derroche femenino. Estaban prohibidas las joyas auténticas, los adornos de oro, vestidos costosos y viajes en litera para trayectos cortos (taxi para 10 cuadras, por ejemplo). Las mujeres soportaron durante un tiempo, pero al fin se rebelaron. Marchas de protesta, interpelaciones a los senadores en plena calle, un escándalo total para exigir la derogación de la ley. Veamos la opinión de Catón en el senado, según nos la transmite Tito Livio:
“¿Qué forma es ésta de precipitaros fuera de vuestras casas, bloquear las calles e interpelar a unos hombres que no conocéis? Cada una de vosotras podría haber formulado esta demanda en su casa, ante su marido
¿Corresponde a una mujer saber si una ley es buena o no?... ¿Qué no intentarán luego si consiguen esa victoria? ¿Y por qué esta revuelta? ¿Acaso para suplicar que rescaten a sus padres, maridos o hijos, prisioneros en Cartago? No, es para brillar con oro y púrpura y para pasear en sus carros; para que no haya límite a nuestros gastos ni a la profusión de lujo".
"Si cada uno de nosotros, señores, hubiese mantenido la autoridad y los derechos del marido en el interior de su propia casa, no hubiéramos llegado a este punto. Ahora, henos aquí: la prepotencia femenina, tras haber anulado nuestra libertad de acción en familia, nos la está destruyendo también en el Foro. Recordad lo que nos costaba sujetar a las mujeres y frenar sus licencias cuando las leyes nos permitían hacerlo. E imaginad qué sucederá de ahora en adelante, si esas leyes son revocadas y las mujeres quedan puestas, hasta legalmente, en pie de igualdad con nosotros. Vosotros conocéis a las mujeres: hacedlas vuestros iguales. Al final veremos esto: los hombres de todo el mundo, que en todo el mundo gobiernan a las mujeres, están gobernados por los únicos hombres que se dejan gobernar por las mujeres: los romanos."
Pese a esta diatriba (que más de uno suscribiría hoy día con entusiasmo), la odiada ley fue derogada. Las mujeres, para celebrar su éxito desfilaron en procesión por las calles de la capital luciendo las joyas y los vestidos más voluptuosos posibles, los cuales eran por fin legales
Finalmente, el famoso asunto Cartago. Desde que Roma tomó preponderancia, existió una sorda competencia con Cartago por el dominio del mediterráneo. Cartago era, desde siempre, una fuerte potencia naval situada incómodamente cerca de Roma. Ésta pretendía el monopolio del comercio, y cuando se hizo fuerte militarmente emprendió una seria campaña propagandística contra su rival. Los cartagineses eran crueles, su gobierno despótico y traicionero, sus dioses aborrecibles y constituían una amenaza para Roma. Todo o gran parte inventado, como preparación para una guerra “justa”.
No se atribuyeron a Cartago armas de destrucción masiva ni bacteriológicas porque eso estaba reservado a siglos posteriores. El resultado fue previsible; guerra. Fueron dos, en realidad, y se las conoce como guerras púnicas. Ambas las ganó Roma, imponiendo a los vencidos unas condiciones durísimas. Prácticamente Cartago quedaba anulada, sin naves, sin murallas ni ejército.
Pero Catón no estaba satisfecho. Portavoz del militarismo imperialista más extremo, insistía en que se debía acabar con la existencia de Cartago. Todos sus discursos en el senado, cualquiera fuese el tema de que tratasen, los terminaba con la frase: "Ceterum censeo Carthaginem esse delendam" (Además, opino que Cartago debe ser destruida).
Logró su propósito: hubo una tercera guerra púnica, Cartago fue arrasada, su población trasladada y su emplazamiento arado y sembrado con sal para consagrarlo a los dioses infernales. Catón, feliz.
Catón contrajo matrimonio con una aristócrata romana con quien tuvo un único hijo. No obstante, y pese a su estricta moral que lo llevó a degradar a un magistrado por haber besado a su esposa en presencia de una hija, a la muerte de su primera esposa Catón se volvió un viudo alegre y, a pesar de encontrarse en una edad muy avanzada, tomó una nueva esposa de entre sus esclavas con edad casadera. La elegida por el anciano fue una joven de gran belleza, con la que tuvo un hijo (¡bravo, vejete!). El hijo de su primer matrimonio retiró a su padre la palabra.
Con este final de comedia me despido hasta el 15 de noviembre. Hasta entonces.
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