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histonotas: 1/4/08 - 1/5/08

domingo, 27 de abril de 2008

ODISEO, ALIAS ULISES - NARRACIÓN


Es por casi todos sabido que un rey llamado Odiseo (en adelante, Ulises, que es más conocido) anduvo haciendo descalabros con una banda de griegos frente a Troya a quien, cuando terminó el asunto y hubo que volverse, le tocó en suerte un viaje agitadísimo hasta que finalmente llegó a su casa y se reencontró con su esposa Penelope que lo había esperado veinte años tejiendo y rechazando pretendientes. Por supuesto, esas son leyendas. Puedo imaginar qué estuvo haciendo Penelope realmente durante esos años, entre tejido y tejido. Pero ya lo contaré.

Lo que no es tan sabido es qué hizo Ulises antes de la guerra y de su tour de retorno, y eso es lo que voy a contar primeramente, dejando para la próxima el consabido crucero mediterráneo.

A.T. (ANTES DE TROYA)
Estamos en el año 1200 antes de Cristo, más o menos. Homero, quinientos años después contó en la Iliada y en la Odisea que en la isla de Itaca, frente a Grecia, vivía un rey llamado Ulises.

Detengámonos y veamos: la isla de Itaca existía y, de hecho, todavía existe, porque las islas suelen quedarse inmóviles. Ulises, el rey, es otra cosa. En primer lugar, en esos años se llamaba rey a cualquier mandamás que se imponía a los habitantes de lo que hoy llamaríamos un poblado o un grupo de poblados y se perpetuaba generalmente por las malas. Para mantener a la gente tranquila, alegaba un origen divino; no es lo mismo echar a patadas al señor Ulises que a un descendiente del propio Zeus. Quedamos entonces en que Ulises decía ser vástago de Zeus (o Júpiter, si prefieren).

Se creyó durante siglos que Ulises era un personaje imaginado por Homero, pero también se pensaba que Troya era un invento, hasta que vino un alemán y encontró, creo que once ciudades, una encima de la otra, donde Homero decía. Así que no me extrañaría que un día aparecieran los huesos de Ulises, prolijamente guardados dentro de un jarrón

Digámoslo de entrada: Ulises, como héroe griego era un mal ejemplo. Homero lo llama astuto, ingenioso, fecundo en ardides, pero hablando sinceramente era un falso, traidor, mentiroso y acomodaticio sujeto. En cuanto a coraje, era valiente pero no descollaba. Prefería dar consejos ¿me entienden?

La mayoría de sus hazañas, si no todas, se debieron a la especial relación que cultivaba con la poderosa diosa Palas Atenea. A cambio de adulación constante y sacrificios abundantes, la diosa lo sacaba de todos los enredos en los que se metía, ya sea con consejos o con la acción directa.

Ya verán en los ejemplos que siguen cómo el carácter de Ulises es bastante cuestionable, por más que Homero lo trate de embellecer por motivos políticos.

Novio de Helena

Ya desde chiquita Helena (la que se hizo famosa como Helena de Troya) era una belleza infartante y uno de los primeros en postularse como novio fue el joven Ulises.


Claro, cuando el candidato vio que llovían pretendientes como moscas a mermelada ya le perdió el gusto a la cosa, tanto por la encarnizada competencia que preveía como por el futuro que imaginó con semejante mujer como esposa. Renunció a su candidatura el astuto Ulises y pacificó a los exacerbados pretendientes e hizo bien, ya que se salvó de los cuernos con que iba a ser obsequiado Menelao, el ganador del concurso “llévese a Helena”. A cambio (porque no hacía nada gratis) se consiguió el patrocinio del influyente papá de Helena para casarse con Penélope, otra beldad también codiciada pero menos espectacular y más hogareña.


Esquivando la guerra

Como habrán leído en entradas anteriores, la señora Helena de Menelao pronto tiró la chancleta e hizo abandono del hogar con un troyano. Su marido, para disimular lo inocultable, sostuvo que Helena había sido raptada y convocó a todos los parientes y ex pretendientes para secundarlo en una guerra de reivindicación contra Troya, auxiliándolo como habían jurado al celebrarse el matrimonio.

Ulises estaba de lo más tranquilo en Itaca cuando le llegó la “invitación” y no le causó ni medio de gracia dejar su reino, su mujer y su hijo recién nacido para arreglar asuntos que había previsto y que pensaba superados. Lo del juramento prefirió pasarlo por alto.

Otra vez la astucia. Para no ser convocado a la milicia se fingió loco, poniéndose a arar sus campos con un buey y un asno y a sembrar sal en lugar de semillas.

El enviado de Menelao, no menos listo, colocó a Telemaco, el pequeño hijo de Ulises, frente al arado. Ulises no pudo continuar haciendo el surco por encima de su hijo y se detuvo, demostrando que no estaba tan loco. Le falló la picardía, y no tuvo más remedio que ir a la guerra. Contado así, no suena muy heroico ni aguerrido.


Aquiles desenmascarado

Ante los rumores de guerra, la mamá del belicoso adolescente Aquiles, sabiendo, porque era una diosa, que su hijo sería muerto frente a Troya, lo envió a una isla disfrazado de mujer. A Ulises le encargaron descubrirlo y reclutarlo, para lo cual se disfrazó de mercader (parece que mucha gente andaba disfrazada en esa época) y se dedicó a recorrer las islas con dos carros, uno cargado de vestidos y perfumes y el otro de armas.

Cuando llegó a la isla donde estaba Aquiles, todas las mujeres se precipitaron al carro de los vestidos, salvo una que con los ojos brillantes corrió hacia el de las armas., y así fue descubierto por Ulises.

Esta vez no estuvo tan mal, y nuestro héroe demostró su inteligencia proverbial sin hacer daño a nadie (salvo a Aquiles, claro, a quien envió a la muerte, y a su madre, que quedó desconsolada).

Y a Troya fue Ulises con sus compañeros. No muy convencido, pero contando con la ayuda de Palas Atenea y la protección de Agamenon, el general en jefe del ejército griego, a quien Ulises se ocupó de caer bien en todo momento. Un acomodaticio, bah.




En la próxima, a mediados de Mayo, veremos algo de lo que hizo este hombre frente a Troya, y a continuación lo acompañaremos en su largo retorno a casa.

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lunes, 14 de abril de 2008

MADAME POMPADOUR, AMANTE TITULAR



A preparar las críticas, porque en esta entrega nos dedicaremos a las habladurías, cotilleos, cholulismo, chismes y demás sinónimos, ya que trataremos de asuntos de alcoba.


Él

Comencemos por el caballero: Luis XV “el bienamado” (tal vez por el record de mujeres que dijeron amarlo), rey de Francia.

Luis era bisnieto de Luis XIV y por consiguiente, sobrino bisnieto del hombre de la máscara de hierro (ver entrada “El vizconde de Bragelonne”). De su bisabuelo heredó un reino floreciente, funcionarios devotos, pero no el talento. Digamos más bien que fue un gran gozador, cosechó unas cuantas derrotas, le importó bastante poco su país (fue el que, al enterarse de un revés militar, dijo, sin duda encogiéndose de hombros: “Después de mí, el diluvio”). Diluvio fue el que le donó a sus sucesores, tanto es así que dejó firmemente sentadas las bases para la Revolución Francesa y la guillotina. Sin embargo, al comienzo de su reinado lo adoraron, sin duda porque había dinero, y con dinero se tapa todo, tanto en Francia como en otros países, entonces y ahora.

Nuestro héroe fue coronado rey a los cinco años. A los quince, ya convertido en un hermoso adolescente, se le organizó un matrimonio político con la princesa polaca María Leczinska, ocho años mayor que él y muy poco entusiasmada. Ella cumplió con su deber dándole nueve hijos, pero después de esa maratón le pidió amablemente que la excusara de sus atenciones conyugales, no se sabe si por cansancio o por celos. Luis, encantado. Parecería que hay algo en el aire de Francia que hace que sus gobernantes se cansen de sus esposas y se busquen amantes, con las que a veces hasta se casan (cualquier semejanza con la actualidad es pura coincidencia).

Que Luis reinaba era una manera de decir; en realidad, en esos días estaba ocupadísimo en ofrecer increíbles bacanales a sus amigos y entregarse a excesos sexuales de todo tipo. Tenía fundada fama de insaciable sexual; no sólo agotó a su esposa, sino que se dedicaba incansablemente a sus amantes. Entre otros records, “cumplió” con tres hermanas simultáneamente y finalmente se hizo instalar un burdel en las cercanías del palacio para no ostentar el incesante desfile de sus aventuras (era discreto). Para completar, existía en la corte un verdadero cargo oficial, el de “amante titular”, público y reconocido. Este cargo fue ocupado sucesivamente por varias señoritas y/o señoras deseosas de completar su educación y mejorar su posición (horizontal, por lo
general). No había remuneración fija. La retribución era según los méritos demostrados.

La actitud de la corte ante esta realidad era pragmática: si la favorita de turno no causaba problemas ni afectaba los intereses del entorno del rey, que Su Majestad se la llevara a la cama todo lo que le viniese en ganas. Pero, si por el contrario, se metía adonde no debía o pisaba pies demasiado sensibles, pasaba automáticamente a la categoría de prostituta de la peor calaña y todo el mundo se unía detrás de un objetivo común: reemplazarla lo más pronto posible.

Finalmente, Luis murió en su ley. Buscando nuevas sensaciones, hizo traer a su lecho a una niña apenas salida de la infancia. Estaba enferma de viruelas y lo contagió. Falleció el 10 de mayo de 1774, a los 64 años. Su cadáver hedía tan espantosamente que fue inhumado de urgencia en el pudridero de St. Denis. El pueblo de París lo despidió con brutales sarcasmos. Le sucedió su nieto, Luis XVI, un hombre débil de carácter, corpulento, tímido, mediocre y extremadamente frío.


Ella Jeanne Antoinette Poisson (traducción literal, Juana Antonieta Pescado) nació en Paris en 1721.

Su padre oficial (el marido de su madre, bah) el prestamista François Poisson, tuvo que escapar de Francia por un escándalo financiero, pero quedó en su lugar un amable y rico señor que la esposa tenía como reemplazo desde hacía un tiempo. Este quería tanto a Jeanne que se convirtió en su tutor. (dicen las malas lenguas que era su padre biológico, dados los antecedentes de la mamá).



El “tutor/ papá”, viendo que la nena era lindísima, con su pequeña boca y un rostro ovalado animado por su vivacidad, la casó a lo veinte años con un sobrino, Charles-Guillaume Le Normant d´ Étoiles, recaudador general de impuestos. Todo quedaba en familia.

Pero al tonto del marido, enamorado como un caballo, no se le ocurrió nada mejor que presentarla en la corte para que luciera su belleza, y Jeanne Antoinette lo hizo tan a conciencia que en un baile de máscaras que se celebró en Versailles con ocasión de la boda del hijo del rey éste le puso el ojo encima (para algo Luis era el padre del novio) y ella se resistió más o menos 10 minutos, supongo. A los veinticuatro años, después de cuatro de matrimonio, estaba cansada de respetabilidad, y la corte era un desenfreno.

Favorecida por el rey, sus visitas a palacio menudearon hasta que Luis XV la instaló en el Palacio de Versailles para tenerla más a mano. Pronto le concedió el dominio de Pompadour, acompañado del título de marquesa, y la separó legalmente de su marido. (El descartado fue a componer su destrozado corazón con una bailarina. Murió a los 74 años, no creo que de pena). El 14 de septiembre de 1745 fue presentada, oficialmente, en la corte, como amante titular, ya como la marquesa de Pompadour en lugar de la señorita Pescado.


En realidad, el cargo no estaba vacante, pues lo ocupaba Madame Dubarry, pero eso no preocupaba a Luis. Sí le preocupó a la Dubarry, que se vio desplazada por una advenediza más joven, contra quien sintió de inmediato un odio casi criminal. Los cortesanos disfrutaban mucho mientras Madame Dubarry engendraba un resentimiento que crecía al ritmo de las humillaciones. Por supuesto, se impuso la Pompadour.


Se dice que Madame de Pompadour triunfó gracias a su atractivo físico y a su inteligencia, pero curiosamente todas las fuentes y chismes aseguran que la favorita era torpe o tal vez frígida para los juegos sexuales. Una crónica de la época nos cuenta: “la señora era fría para el amor hasta el exceso y trató de despertar su helada naturaleza tomando sopa de trufas y apio bañados en tazas de chocolate ambarino calentando los espíritus y las pasiones” (tomen nota, chicas).
Además propició el consumo del champagne el cual decía que aumentaba su belleza. Se dice que la copa de champagne fue modelada sobre el pecho perfecto de la marquesa. (Recuerden el tamaño y la forma de las antiguas copas de champagne y se llevarán una idea muy lamentable de los atributos físicos de la marquesa).

Pasados pocos años (cinco, según parece) la Pompadour abandonó la cama del rey, posiblemente con el hígado estropeado de tanto chocolate. Ahí llegó el momento de recurrir a su olvidada inteligencia. Se dedicó a las actividades culturales y políticas, en las que brilló. Fue una distinguida servidora de Francia. Considerando cómo empezó, con un baile de casamiento, la evolución fue sorprendente. De calentadora de sábanas del rey a estadista en pocos años.
Durante su "reinado" de veinte años, mantuvo unas relaciones muy cordiales con la reina Maria Leczinska. Nunca perdió su condición de favorita, de "amiga necesaria", de confidente hasta el final de su vida. Además de asistir a Luis en temas de estado, le proporcionó constantemente amantes jóvenes, lindas y estúpidas, que nunca le hicieron sombra.

En sus ratos de ocio se dedicó a las inversiones inmobiliarias. Se le antojó una casa tan modesta que hoy es la residencia del presidente de Francia. El palacio del Elíseo, nada menos. Sólo amueblarlo costó una fortuna.

El 15 de abril de 1764, agotada por veinte tantos años de vida en la corte, se apagó en Versailles, a la edad de 43 años. Mirando la lluvia al momento de la salida del ataúd de su amante de Versalles, se dice que Luis XV tuvo estas palabras cínicas: "La marquise n'aura pas beau temps pour son voyage." ("La marquesa no tendrá buen tiempo para su viaje."). Como agradecimiento por veinte años de dedicación, fue vergonzoso.

Con esta nota de tristeza, los dejo hasta fin de abril.

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