Cuando hace años me asomé a la historia de Francia de la mano de Alejandro Dumas me llamó la atención una aparente discontinuidad.
Teníamos a Luís XVI, el rey guillotinado, luego la Revolución, a continuación Napoleón y finalmente la Restauración monárquica, con Luis XVIII. ¿Qué había pasado con Luis XVII? ¿Por qué esa omisión? ¿Se trataba de una superstición ligada al número diecisiete, en lugar del trece? Finalmente, aquí ofrezco la lamentable historia de Luis XVII, tal vez la más trágica jamás referida a un rey.
Recordamos que Luis XVI fue un rey mediocre, buena persona pero de carácter débil y consecuentemente cabezadura y absolutista. Cuando los acontecimientos lo sobrepasaron, contemporizó públicamente pero a escondidas trató de huir de París con su mujer, la odiada María Antonieta, y sus dos hijos, mas algunos sirvientes. El plan era reunirse en la frontera con un ejército que le era adicto para aplastar a esos inmundos revolucionarios.
Pero los inmundos resultaron más pícaros que Luis y lo reconocieron (su cara estaba en todas las monedas) en Varennes, sólo a 6 km de la frontera y del ejército salvador. Rodeada de Guardias Nacionales, la familia real fue de inmediato conducida a Paris y alojada en la prisión del Temple, antiguamente casa matriz de la Orden del Temple.
De allí salió Luis camino a la guillotina, acusado de traición y alianza con el enemigo. Y le cortaron la cabeza, nomás, el 21 de enero de 1793.
Cuando la familia real cautiva confirmó la muerte de Luis XVI y pasados los primeros momentos de dolor, su viuda pensó en dar la solemnidad debida a la conversión de su hijo en Rey de Francia. Hay indicios (¿?) de que la reina, el mismo día, ahogada de dolor levantó a su hijo que, rezando, se abrazaba a sus rodillas y lo saludó como Rey de
Francia, Y aquí tenemos a Luis XVII, ya que el niño, de 8 años, se llamaba Louis- Charles de Bourbon. Claro, estaba preso, por lo que no hubo ni coronación, ni misa, ni fiesta, y menos aún júbilo popular, pero en teoría era rey, y como tal fue reconocido por las potencias extranjeras, incluso por la reciente república de los Estados Unidos (se jugó George Washington).
El pequeño Luis comenzó su reinado de manera desastrosa (luego empeoraría, sin embargo). A los seis meses lo separaron de su madre y hermana, confinándolo en otro calabozo. El régimen revolucionario, en esos momentos dominado por Robespierre, le designó un “tutor” para educarlo en las virtudes republicanas. Dicho tutor, el infame de Antoine Simon. entre palizas y torturas lo forzaba a beber grandes cantidades de alcohol y lo obligó a cantar La Marsellesa portando un bonete de sans-culotte. Era amenazado repetidas veces con la guillotina, lo que le causaba desmayos. Le dijeron que sus padres aún vivían, pero que ya no le amaban. A los pocos meses, después de la partida de Simon, fue aislado en una celda secreta sin contacto humano alguno y con unas nefastas condiciones higiénicas.
Mientras tanto se había llevado a juicio a María Antonieta. En la parodia de proceso que se le siguió, el fiscal Tinville hizo declarar a Luis contra su madre. Delante del tribunal, el niño acusó a su madre y a su tía de haberle incitado a la masturbación y haberle obligado a ciertos juegos sexuales. Indignada, María Antonieta, pidió a las mujeres del público que la defendieran. El motín fue evitado por poco. Pese a todo, María Antonieta fue decapitada en octubre de 1793, acusada entre otras cosas de incesto.
A causa de sus pésimas condiciones de reclusión, Luis enfermó, presumiblemente de tuberculosis, y murió en la prisión del Temple el 8 de junio de 1795, a los 10 años.
Durante la autopsia se observó que su cuerpo estaba consumido por tumores y sarna y que había sufrido una total desnutrición, manifestada en una extrema delgadez. El cuerpo fue inhumado en una fosa del cementerio de Santa Margarita de París, sin indicativo alguno de que allí reposaba. Su corazón, conservado en alcohol y desecado y petrificado al aire libre por el médico legista Philippe-Jean Pelletan, pasó por muy diversos custodios, hasta que finalmente descansó en 1975 en la cripta de la basílica de Saint-Denis, donde se guarda en una urna de cristal.
Ni después de muerto terminaron los vaivenes del desdichado Luis XVII. Las circunstancias dudosas y oscuras de su muerte dieron pie a que distintos intereses (dinásticos, económicos o simplemente fantasiosos o enfermizos) trataran de modificar la historia oficial.
Por un lado, monárquicos fanáticos (que aún los hay), con el objeto de infamar a los también fanáticos revolucionarios, sostienen que el niño rey fue asesinado en prisión. Puestos en eso, dan detalles, circunstancias, indicios… pero ninguna prueba.
Más pintorescos son los “supuestos Luis XVII”. Ya en 1796 había en circulación. A lo largo del siglo XIX no menos de cien pretendientes dijeron ser Luis XVII. Algunos ni siquiera hablaban francés y hasta un mestizo se presentó en Francia reclamando sus “derechos”. Hasta Mark Twain se burló de estos episodios describiendo a un bribón de Mississippi que se hacía pasar por Luis XVII en “Las Aventuras de Huckleberry Finn”.
Muchas teorías surgieron, y entre ellas cobró fuerza la de la sustitución. En algún momento el pequeño rey habría sido adormecido con opio, sustituido por otro niño y puesto a salvo en lugar seguro y secreto tras haber sido sacado del Temple en una cesta de ropa sucia. Se decía que el niño muerto entonces tenía más edad que los diez años que entonces tenía Luis XVII. Y también que el certificado de defunción era falso.
Entre todos los sedicentes Luis XVII, quizás no hubo ninguno como Karl Wilhelm Naundorff, curioso personaje que, tras diversas peripecias y después de trabajar como relojero en Alemania, llega un buen día de mayo de 1833 a París y consigue convencer a algunos –como a Madame de Rambaud, institutriz del pequeño Delfín - de su presunto origen real .
El rey Luis Felipe, sin embargo, le hace retomar el camino del exilio tres años después. Elige Inglaterra, donde funda una nueva religión, la "Doctrine Céleste" de la que se erige en "Príncipe Protector” y muere en 1845, según sus incondicionales, envenenado. Es enterrado con el epitafio: “Aquí yace Luis XVII, rey de Francia”.
En 1863 las autoridades holandesas permitieron a sus hijos el uso del apellido "de Bourbon", que aún llevan legalmente sus descendientes.
Otra figura famosa fue la de Paul Benoit
Según la confesión de un miembro del Directorio, en París, el pequeño LuisXVII fue raptado del Temple en 1794 y confiado a una familia de pescadores de Calais, al norte de Francia, fue educado por maestros particulares, aprendió cinco idiomas y estudió navegación, arquitectura y pintura. En julio de 1818, desembarcó en Buenos Aires con una carta de recomendación firmada por el mismísimo Napoleón Bonaparte (¿? Para esa fecha, Napoleón ya estaba en Santa Elena, a punto de morir, y sin ánimo de recomendar a nadie). Usaba el apellido de su familia adoptiva: Benoit. Siempre daba una fecha de nacimiento diferente, no decía el nombre de sus padres y había prohibido que le preguntaran sobre el pasado, asegura una de sus descendientes. Según ella, Pierre Benoit temía que lo mataran. En 1852 un personaje desconocido lo visitó en su casa. Hablaron en francés, a solas, pero las criadas alcanzaron a escuchar que Benoit -que llevaba 14 años en cama, postrado por un problema en la cadera- lo llamaba doctor. Al irse, el visitante dijo que no molestaran al dueño de casa, que se había quedado dormido. Benoit no se despertó nunca más. En 1996, los restos de Benoit fueron localizados por sus descendientes en un rincón olvidado del cementerio de la Recoleta. Las muestras de huesos enviadas a un laboratorio permitieron detectar arsénico.
Para concluir, recientemente dos profesores universitarios europeos consiguieron determinar, gracias al análisis de ADN y a unas muestras de cabello de María Antonieta y de sus hermanas, que el corazón que se guarda en una urna en la basílica de Saint Denis realmente perteneció a Luis XVII y, que, por lo tanto, éste había muerto en el Temple. Por supuesto, los descendientes del pretendido Luis XVII raptado niegan validez a lo actuado y a sus conclusiones.
El 8 de junio del 2004 se celebró un funeral en honor del pequeño Luis XVII, en el que se colocó la urna con su corazón en un mausoleo construido para tal fin, emplazado en la cripta real del templo. Es de desear que finalmente este pequeño rey sin reinado pueda descansar en paz.
Hasta mediados de octubre, amigos.
viernes, 30 de septiembre de 2011
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