Estamos en Tebas, ciudad de Grecia (no confundir con Tebas de Egipto, ni de Asia Menor. Nada originales, los antiguos). Cerca de 1.000 años antes de Cristo, casi en la época de Troya, cuando la gente todavía se mataba con espadas de bronce, reinaba un tal Layo. Su casta esposa Yocasta (chiste muy malo) no quería descendencia (cosas de mujeres con problemas) pero Layo, como todo rey, necesitaba urgentemente un heredero. Allá fue Layo, preocupado, a consultar al Oráculo que funcionaba en Delfos.
Como este oráculo será uno de los protagonistas de esta historia, vamos a describirlo. Se llamaba Oráculo a un santuario donde los dioses daban respuesta, a través de sus sacerdotes o sacerdotisas, a las preguntas de los fieles. Había oráculos en varios parajes, siendo el más prestigioso de Grecia el que estaba en Delfos. La sacerdotisa de Delfos fue luego conocida como pitonisa, y sus sacerdotes/ ayudantes le formulaban las preguntas de los fieles. La pitonisa se inclinaba e inspiraba una nube de humo (que debería ser hierba de la buena, sin mezclar), entraba en trance (se “fumaba”, diríamos hoy) y comenzaba a farfullar cosas incomprensibles. Los sacerdotes interpretaban los balbuceos a gusto de los clientes, quienes pagaban todo lo que podían y se retiraban impresionados. Había hablado el Dios, y nada más que decir. Cada tanto, mandaban a la pitonisa a una clínica de rehabilitación de drogadictos.
Con Layo estuvieron trágicos: “Tu hijo te matará y se desposará con su madre”. Del susto, a Layo se le pasaron las ganas de acercarse siquiera al lecho conyugal, actitud deplorada por Yocasta, a quien justo entonces le dieron ansias de reproducirse. ¡Quién las entiende! Recurrió entonces a la química, convidando a Layo con un trago de bebedizo capaz de inspirar a las momias. Y lo inspiró nomás, pues a los nueve meses nació el que luego sería Edipo.
Como este oráculo será uno de los protagonistas de esta historia, vamos a describirlo. Se llamaba Oráculo a un santuario donde los dioses daban respuesta, a través de sus sacerdotes o sacerdotisas, a las preguntas de los fieles. Había oráculos en varios parajes, siendo el más prestigioso de Grecia el que estaba en Delfos. La sacerdotisa de Delfos fue luego conocida como pitonisa, y sus sacerdotes/ ayudantes le formulaban las preguntas de los fieles. La pitonisa se inclinaba e inspiraba una nube de humo (que debería ser hierba de la buena, sin mezclar), entraba en trance (se “fumaba”, diríamos hoy) y comenzaba a farfullar cosas incomprensibles. Los sacerdotes interpretaban los balbuceos a gusto de los clientes, quienes pagaban todo lo que podían y se retiraban impresionados. Había hablado el Dios, y nada más que decir. Cada tanto, mandaban a la pitonisa a una clínica de rehabilitación de drogadictos.
Con Layo estuvieron trágicos: “Tu hijo te matará y se desposará con su madre”. Del susto, a Layo se le pasaron las ganas de acercarse siquiera al lecho conyugal, actitud deplorada por Yocasta, a quien justo entonces le dieron ansias de reproducirse. ¡Quién las entiende! Recurrió entonces a la química, convidando a Layo con un trago de bebedizo capaz de inspirar a las momias. Y lo inspiró nomás, pues a los nueve meses nació el que luego sería Edipo.
Ante lo irreparable, Layo decidió deshacerse del bebé, y se lo confió a un soldado de confianza para que lo estrellara contra cualquier cosa. El soldado, poco convencido, interpretó la orden abandonando al infante colgado de un árbol con un gancho que le atravesaba los pies, donde lo encontró un providencial pastor que paseaba por allí. Descolgó al niño y se lo llevó de regalo a los reyes de Corinto, Polibo y Merope, estériles ellos, que lo recibieron encantados y le pusieron por nombre Edipo, que significa algo así como pies hinchados, en vista del deterioro de la criatura por el trato recibido. Deterioro físico (presumiblemente quedó cojo de por vida, aunque la historia no lo dice) y psíquico (hijo no deseado, adoptivo sin saberlo, víctima de intento de filicidio. Como para no desarrollar complejos, el pobre Edipo)
Creció entonces en Corinto, hasta que un día un grupo de compañeros comenzó a fastidiarlo con el tema de que no se parecía en nada a Polibo ni a Merope. Vuelta a recurrir al oráculo. Otra vez la misma respuesta: “Si vuelves a tu patria, matarás a tu padre y te casarás con tu madre”. Otro susto, esta vez de Edipo, y otra decisión equivocada: alejarse de Corinto y de quienes creía su patria y sus padres. Y se fue justamente rumbo a Tebas, autoexiliado.
En el camino se topó con unos viajeros que casi lo atropellan con su carro tirado por caballos. Devolviéndoles la cortesía, Edipo les arrojó una gran piedra. En una clásica escalada de violencia, Layo, que iba en el carro, se bajó para pelear y resultó muerto a manos de Edipo, igual que todos sus acompañantes. Un incidente de tránsito de la antigüedad, debido a la congestión en las rutas.
Siguió Edipo su camino como si nada, creyendo haber liquidado a un grupo de salteadores. Y aquí interviene la esfinge. Otra digresión.
Era la esfinge un demonio con cabeza y pecho de mujer, cuerpo de león y alas de águila (no confundir con la conocida esfinge egipcia, que no tenía alas ni era un demonio). Fue enviada por un dios a las cercanías de Tebas para castigar ciertas fechorías de índole sexual cometidas por Layo (¿Y qué culpa tenían los pobres tebanos?) Desde ahí se dedicó a asolar la campiña destruyendo las siembras y matando a todos los que no fueran capaces de resolver sus enigmas, que proponía cantando.
El que estaba vigente en esos días era: “¿Qué ser provisto de voz es de cuatro patas, de dos y de tres?”
Los transeúntes contestaban cualquier cosa y morían como moscas. Edipo se encontró con esta calamidad y, como en el mejor quiz show, respondió sin dudar:
“Escucha, aun cuando no quieras, Musa de mal agüero de los muertos, mi voz, que es el fin de tu locura. Te has referido al hombre, que cuando se arrastra por tierra, al principio, nace del vientre de la madre como indefenso cuadrúpedo y, al ser viejo, apoya su bastón como un tercer pie, cargando el cuello doblado por la vejez.”
Frustrada y furiosa, la esfinge se suicidó tirándose por un barranco. Mala perdedora.
En Tebas se enteraron al mismo tiempo de las muertes de Layo y de la esfinge. Juntando ambas cosas, decidieron nombrar rey a Edipo, que los había librado de esa peste y, para consolidar su reinado, propusieron el matrimonio del héroe con la reciente viuda Yocasta. Edipo aceptó el cargo de inmediato, pero lo de Yocasta lo pensó un poco. La diferencia de edad era significativa, y la novia ya no estaba para cocinarse de un hervor. Pero el destino estaba echado. Tenía que cumplirse lo dicho reiteradamente por el oráculo. Se casaron nomàs, y a su debido tiempo tuvieron dos nenas y dos nenes, con el consiguiente embrollo genealógico. Yocasta resultó abuela de sus hijos, éstos hermanos de su padre, y para complicar ¡tíos de sí mismos! Una familia imposible.
Pasaron los años. Asoló a Tebas una peste diezmando a la población. Como se recurre ahora a los médicos, los afligidos habitantes apelaron al todopoderoso rey Edipo. ¿Cuál fue el recurso? El habitual. ¡Al oráculo!
La pobre pitonisa, ya cansada de los problemas tebanos, contestó que la sangre de Layo estaba clamando venganza, y seguirían las defunciones mientras no se castigara al asesino.
Reducido a un simple problema policial, Edipo enfrentó las investigaciones “hasta las últimas consecuencias” y poco a poco, por declaraciones de testigos protegidos, va asomando la horrible verdad. Los diarios insinúan culpabilidad del poder ejecutivo, la primera dama comienza a desaparecer de los actos públicos, y finalmente el último en enterarse, el culpable, no puede negar la evidencia testimonial: ¡El de la encrucijada de caminos era Layo!
Cuando no le quedaron dudas, a Yocasta se le hizo un nudo en la garganta, es decir se ahorcó colgándose de una viga del dormitorio (Parece que el dormitorio le traía recuerdos desagradables). Edipo, que andaba a los gritos por los alrededores, al ver a su madre/ esposa colgada se acercó, le sacó un broche de la túnica y lo usó para pincharse los ojos con lo que, obviamente, quedó ciego, víctima de la maldición que al fin lo alcanzó.
La leyenda original termina aquí, con el problema de la sucesión presidencial y un tole tole cívico militar que lleva al poder al hermano de Yocasta, en perjuicio de los hijos de Edipo descartados por filiación complicada.
Con el paso de los años aparecieron varios aprovechados, como siempre. En primer lugar los grandes dramaturgos griegos, con Sófocles a la cabeza, que intentaron llevar agua para su molino inventando un desenlace donde Edipo, viejo y ciego, recorre el país como un mendigo guiado por su hija Antigona hasta que encuentra hospitalidad en Atenas, es juzgado por dioses y reyes, y alcanza por fin la paz, siendo sepultado, “casualmente” en Atenas (Sófocles era ateniense). Esta versión tuvo un éxito tremendo, sobre todo en Atenas.
Más de dos mil años después otro aprovechado contador de historias, un tal Freud, vio el filón y postuló que en todos los hijos varones de la humanidad se esconde un Edipo, con la conclusión de que todos los preadolescentes sueñan con liquidar a sus papás y practicar sexo intensivo ¡con sus mamás! Algunos (los menos) lo consiguen, otros se quedan con las ganas por el resto de su vida y otros se resignan o gastan fortunas en el psicoanalista. En los tres casos, el pobre varón se ve bien fastidiado, víctima del complejo de Edipo.
Incidentalmente, tanto Sófocles como Freud y sus seguidores se llenaron de oro con la explotación de la leyenda.
“Escucha, aun cuando no quieras, Musa de mal agüero de los muertos, mi voz, que es el fin de tu locura. Te has referido al hombre, que cuando se arrastra por tierra, al principio, nace del vientre de la madre como indefenso cuadrúpedo y, al ser viejo, apoya su bastón como un tercer pie, cargando el cuello doblado por la vejez.”
Frustrada y furiosa, la esfinge se suicidó tirándose por un barranco. Mala perdedora.
En Tebas se enteraron al mismo tiempo de las muertes de Layo y de la esfinge. Juntando ambas cosas, decidieron nombrar rey a Edipo, que los había librado de esa peste y, para consolidar su reinado, propusieron el matrimonio del héroe con la reciente viuda Yocasta. Edipo aceptó el cargo de inmediato, pero lo de Yocasta lo pensó un poco. La diferencia de edad era significativa, y la novia ya no estaba para cocinarse de un hervor. Pero el destino estaba echado. Tenía que cumplirse lo dicho reiteradamente por el oráculo. Se casaron nomàs, y a su debido tiempo tuvieron dos nenas y dos nenes, con el consiguiente embrollo genealógico. Yocasta resultó abuela de sus hijos, éstos hermanos de su padre, y para complicar ¡tíos de sí mismos! Una familia imposible.
Pasaron los años. Asoló a Tebas una peste diezmando a la población. Como se recurre ahora a los médicos, los afligidos habitantes apelaron al todopoderoso rey Edipo. ¿Cuál fue el recurso? El habitual. ¡Al oráculo!
La pobre pitonisa, ya cansada de los problemas tebanos, contestó que la sangre de Layo estaba clamando venganza, y seguirían las defunciones mientras no se castigara al asesino.
Reducido a un simple problema policial, Edipo enfrentó las investigaciones “hasta las últimas consecuencias” y poco a poco, por declaraciones de testigos protegidos, va asomando la horrible verdad. Los diarios insinúan culpabilidad del poder ejecutivo, la primera dama comienza a desaparecer de los actos públicos, y finalmente el último en enterarse, el culpable, no puede negar la evidencia testimonial: ¡El de la encrucijada de caminos era Layo!
Cuando no le quedaron dudas, a Yocasta se le hizo un nudo en la garganta, es decir se ahorcó colgándose de una viga del dormitorio (Parece que el dormitorio le traía recuerdos desagradables). Edipo, que andaba a los gritos por los alrededores, al ver a su madre/ esposa colgada se acercó, le sacó un broche de la túnica y lo usó para pincharse los ojos con lo que, obviamente, quedó ciego, víctima de la maldición que al fin lo alcanzó.
La leyenda original termina aquí, con el problema de la sucesión presidencial y un tole tole cívico militar que lleva al poder al hermano de Yocasta, en perjuicio de los hijos de Edipo descartados por filiación complicada.
Con el paso de los años aparecieron varios aprovechados, como siempre. En primer lugar los grandes dramaturgos griegos, con Sófocles a la cabeza, que intentaron llevar agua para su molino inventando un desenlace donde Edipo, viejo y ciego, recorre el país como un mendigo guiado por su hija Antigona hasta que encuentra hospitalidad en Atenas, es juzgado por dioses y reyes, y alcanza por fin la paz, siendo sepultado, “casualmente” en Atenas (Sófocles era ateniense). Esta versión tuvo un éxito tremendo, sobre todo en Atenas.
Más de dos mil años después otro aprovechado contador de historias, un tal Freud, vio el filón y postuló que en todos los hijos varones de la humanidad se esconde un Edipo, con la conclusión de que todos los preadolescentes sueñan con liquidar a sus papás y practicar sexo intensivo ¡con sus mamás! Algunos (los menos) lo consiguen, otros se quedan con las ganas por el resto de su vida y otros se resignan o gastan fortunas en el psicoanalista. En los tres casos, el pobre varón se ve bien fastidiado, víctima del complejo de Edipo.
Incidentalmente, tanto Sófocles como Freud y sus seguidores se llenaron de oro con la explotación de la leyenda.
Perdonen que termine algo abruptamente, pero tengo cita con mi analista y estoy demorado. Nos veremos a fin de año, si mamá así lo permite. Un abrazo.
1 comentarios:
Te dejé un premio en mi blog!
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