“Inmediatamente después de la boda de Arturo y Ginebra, el rey tuvo que dejar la corte y en su ausencia el rey Meleagant (Melvas) se llevó a la reina hasta su feudo, del cual, según decían, ningún viajero regresaba jamás... Nadie osó llegar hasta ella excepto Lanzarote, que emprendió su camino a través de un país desconocido hasta que llegó cerca del refugio que Meleagant había hecho edificar para la reina. Entonces cruzó el puente de las espadas y sufrió por ello graves heridas, pero rescató a la reina y más tarde, en presencia del rey Arturo y de la corte, luchó con Meleagant y le mató”
Ya aparece aquí Lanzarote, joven caballero de la Tabla Redonda que ulteriormente crearía serios problemas a Arturo. El rey creyó (o fingió creer) las historias que le contó Ginebra acerca de su pureza y fidelidad durante el rapto y el rescate, y la restableció en trono y lecho, como si nada. No sería la última pifia de Arturo.
Más o menos por esa época sucedió la aparición del Grial y su posterior búsqueda. Aprovechan los narradores para relatar infinidad de aventuras de los caballeros de la Tabla Redonda en esta empresa, muy del gusto de la gente de la época pero plagadas de detalles fantásticos, gigantes, dragones, hadas buenas y de las otras, duelos individuales, reflexiones morales y religiosas, tanto es así que la historia de la búsqueda del Grial parece el manual del perfecto caballero cristiano. Por eso hay quien sospecha una influencia directa de los monjes de la orden del Cister en su redacción. La omito aquí por su extensión y complejidad. Algo de ella resumo en la entrada "El Grial - De los celtas a Dan Brown"
Volvamos a Lanzarote. Descuella entre los seguidores de Arturo, tanto que se gana el renombre de “el mejor caballero del mundo” Pese a su lealtad y admiración hacia Arturo, es mayor su admiración hacia Ginebra. Lanzarote nunca perdió un encuentro cuerpo a cuerpo, y este tampoco. Ginebra cae vencida, muy a su gusto. Se habla de un “loco amor” en contraposición al amor cortés casi platónico habitual y aceptado en esa época, lo que significa que de platónico no tenía nada, y estaban apasionados hasta las entretelas. Otra alternativa (hipótesis mía, ni mencionada en las leyendas) es que Ginebra fuese algo ligera de cascos, o Arturo un plomazo. Empezó con el “rapto”, siguió con Lanzarote...
Entre suspiros y citas, y fogosos encuentros cuando Lanzarote no estaba metido en alguna aventura, herido o prisionero, la cosa duró varios años. Arturo en babia. El optimista de Lanzarote se metió en la búsqueda del Grial, olvidando las condiciones del concurso. Vamos, que de puro y virgen no tenía nada. A fuerza de buen caballero alcanzó a ver al Grial, pero cuando quiso acercarse...nada, lo expulsaron por adúltero, a pesar de jurar arrepentimiento y prometer no volver a las andadas.
Defraudado, vuelve a Camelot y, por supuesto, a las andadas. No importa que Morgana, la hermanastra bruja, maligna e incestuosa de Arturo, muestre “ingenuamente” a éste los dibujos realizados en las paredes de su celda por Lanzarote cuando estuvo prisionero y hechizado en poder de la encantadora, dibujos que ilustran detalladamente su relación con Ginebra, no importa que algunos caballeros enemigos de Lanzarote adviertan repetidamente que la reina adornaba la real cabeza de Arturo. Éste, ciego y obstinado, no veía lo que no quería ver. A la postre, tendieron una trampa. Crearon las condiciones para que la pareja se sintiera confiada y, asegurándose que los amantes estuvieran encerrados en la habitación de Ginebra en plena cabalgata amorosa, se amontonaron frente a la puerta e intentaron derribarla.
Lanzarote apenas tuvo tiempo de colocarse a las apuradas los calzoncillos, las bragas, la túnica o lo que fuera que se usara en esa época, manotear una espada y salir repartiendo mandobles. Liquidó a un par de descuidados y salió de atropellada.
Al fin despertó Arturo. Supongo que habrá dicho: ¡Oh! ¡Cuernos! o algo así y, decidido por una vez, mandó encarcelar a Ginebra. (Años hace que tendría que haberlo hecho).
La condena fue inevitable, y la pena indiscutible: muerte en la hoguera.
Y aquí la tenemos a la dulce Ginebra, ya con más de cincuenta añitos,
parada sobre la pira esperando la cerilla. Aparece Lanzarote y sus adictos, al galope y lanza en ristre, y se llevan a Ginebra con poste y todo, hasta encerrarse en un castillo inexpugnable.
Comienza la lucha fatal prevista por Merlín. Arturo cerca el castillo, hay batallas como para fascinar a la audiencia hasta que Lanzarote, que paradójicamente amaba y admiraba a Arturo, en un rapto de caballerosidad ofreciera devolver a Ginebra, con tal de que no se la sancionara, asegurando que “si la amara con loco amor, tal como se le acusa, no la devolvería y se la quedaría para sí”. Este argumento no lo creyó nadie, pero Arturo fingió quedar convencido y se volvió con Ginebra aún en buen uso, después de todo. Lanzarote se exilió en Francia, donde tenía posesiones.
Pero este no es un final digno de una epopeya. Como resultado de la reyerta habían quedado varios difuntos a manos de Lanzarote, y los deudos clamaban venganza. Tanto le llenaron la cabeza a Arturo que el rey emprendió una campaña punitiva en tierras de Francia. Ya había estado allí luchando contra los romanos imperiales (el anacronismo no asustó a los formadores de epopeyas), donde venció siempre, ocupó Francia, Alemania, Italia y se hizo coronar emperador por el papa. Ni Hitler hizo otro tanto.
El caso es que esta vez partió contra Lanzarote. Dejó como regente en Inglaterra (¡enorme insensato!) nada menos que a Mordred (ya recordarán: era su hijo habido de relaciones incestuosas con Morgana), más maligno que la peste y lleno de turbios proyectos.
Nuevas narraciones de batallas y lances individuales, a Arturo le van matando a sus principales campeones y la situación se empantana.
Mordred, mientras tanto, difunde la falsa noticia de la muerte de Arturo, compra voluntades, se proclama rey y aspira a la mano de Ginebra (que a esta altura ya debía andar por los sesenta años largos). La supuesta viuda se refugia en un convento y envía mensajeros a Arturo, a quien presume vivo. Recibe Arturo los mensajes, hace rápidamente las paces y vuelve para poner orden en casa.
Más luchas y batalla decisiva en Salesbieres (Salisbury). Gran matanza y encuentro final entre Arturo y Mordred. Muere éste y queda Arturo fatalmente herido.
Acompañado de uno de los últimos caballeros de la Tabla Redonda que quedaron vivos, el rey se hace llevar a las orillas de un lago y pide que devuelvan la espada Excalibur a las aguas. Se alza una mano, toma la espada y se hunde con ella.
Mientras Arturo agoniza, aparece una barca tripulada por hadas que embarcan a Arturo y se alejan hacia la mágica isla de Avalon. Una leyenda posterior predice que Arturo, quien no ha muerto, ha de volver para auxiliar a Inglaterra cuando se encuentre en su mayor peligro.
Arbitrariamente concluyo aquí. La leyenda es interminable, relatando el fin de Lanzarote y Ginebra, la muerte de los hijos de Mordred y un sinfín de incidentes imposibles de condensar. Espero haber brindado al menos un básico esbozo del ciclo de Arturo. En otra oportunidad hablaré de Merlín, su vida, milagros, amores y humillante muerte.
Nos volveremos a encontrar, espero, a mediados de julio
Comienza la lucha fatal prevista por Merlín. Arturo cerca el castillo, hay batallas como para fascinar a la audiencia hasta que Lanzarote, que paradójicamente amaba y admiraba a Arturo, en un rapto de caballerosidad ofreciera devolver a Ginebra, con tal de que no se la sancionara, asegurando que “si la amara con loco amor, tal como se le acusa, no la devolvería y se la quedaría para sí”. Este argumento no lo creyó nadie, pero Arturo fingió quedar convencido y se volvió con Ginebra aún en buen uso, después de todo. Lanzarote se exilió en Francia, donde tenía posesiones.
Pero este no es un final digno de una epopeya. Como resultado de la reyerta habían quedado varios difuntos a manos de Lanzarote, y los deudos clamaban venganza. Tanto le llenaron la cabeza a Arturo que el rey emprendió una campaña punitiva en tierras de Francia. Ya había estado allí luchando contra los romanos imperiales (el anacronismo no asustó a los formadores de epopeyas), donde venció siempre, ocupó Francia, Alemania, Italia y se hizo coronar emperador por el papa. Ni Hitler hizo otro tanto.
El caso es que esta vez partió contra Lanzarote. Dejó como regente en Inglaterra (¡enorme insensato!) nada menos que a Mordred (ya recordarán: era su hijo habido de relaciones incestuosas con Morgana), más maligno que la peste y lleno de turbios proyectos.
Nuevas narraciones de batallas y lances individuales, a Arturo le van matando a sus principales campeones y la situación se empantana.
Mordred, mientras tanto, difunde la falsa noticia de la muerte de Arturo, compra voluntades, se proclama rey y aspira a la mano de Ginebra (que a esta altura ya debía andar por los sesenta años largos). La supuesta viuda se refugia en un convento y envía mensajeros a Arturo, a quien presume vivo. Recibe Arturo los mensajes, hace rápidamente las paces y vuelve para poner orden en casa.
Más luchas y batalla decisiva en Salesbieres (Salisbury). Gran matanza y encuentro final entre Arturo y Mordred. Muere éste y queda Arturo fatalmente herido.
Acompañado de uno de los últimos caballeros de la Tabla Redonda que quedaron vivos, el rey se hace llevar a las orillas de un lago y pide que devuelvan la espada Excalibur a las aguas. Se alza una mano, toma la espada y se hunde con ella.
Mientras Arturo agoniza, aparece una barca tripulada por hadas que embarcan a Arturo y se alejan hacia la mágica isla de Avalon. Una leyenda posterior predice que Arturo, quien no ha muerto, ha de volver para auxiliar a Inglaterra cuando se encuentre en su mayor peligro.
Arbitrariamente concluyo aquí. La leyenda es interminable, relatando el fin de Lanzarote y Ginebra, la muerte de los hijos de Mordred y un sinfín de incidentes imposibles de condensar. Espero haber brindado al menos un básico esbozo del ciclo de Arturo. En otra oportunidad hablaré de Merlín, su vida, milagros, amores y humillante muerte.
Nos volveremos a encontrar, espero, a mediados de julio
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