La pregunta, irónica
por supuesto, tiene un fondo válido. Por un lado, los romanos se habían
fabricado una versión heroica y patriótica, totalmente falsa de punta a punta, Los
etnólogos y arqueólogos, siempre dispuestos a hacerse un nombre buscando pelos
al huevo, descartaron desdeñosamente la versión romana y se lanzaron a divagar.
Dado que las gentes de esa época y cultura eran poco y nada partidarios de la escritura, no se sabe absolutamente nada de lo que sucedió. Quedó así campo libre
para que los científicos sacaran de la galera a pueblos insólitos y les
atribuyeran la fundación de lo que después fue Roma. Etruscos,
pelasgos, sabinos,
volscos, ecuos, rútulos, ausonios y muchos otros fueron candidatos más o menos
firmes, solos o en sociedad.
Personalmente, como debido a mi ignorancia no sé distinguir a un rútulo de un
ecuo cuando los veo, me resulta absolutamente insubstancial quién haya puesto
la primera piedra de la ciudad, si es que alguien se tomó la molestia de
hacerlo.
La versión (o
versiones, porque hay varias) que los papás romanos le contaban a sus hijos
tienen la ventaja del componente poético, y fueron evolucionando. Por supuesto,
a las primeras generaciones les importaba un pito quién había sido el primer
romano, lo que probablemente tenían bastante presente porque sus abuelos habían
sido testigos del hecho. Pero al pasar
el tiempo, al olvidarse sus orígenes y tener que demostrar su superioridad
frente a ciudades vecinas, los romanos tuvieron que fabricarse una historia.
Entre otras, podemos
rescatar la que atribuye la fundación a un etrusco llamado Rumon o Ramon.
Rápidamente cayó en desuso por pedestre.
Se recurrió entonces a
Troya. Sobrevivientes de la caída de esta ciudad se lanzaron al mar y llegaron
al río Tiber. Allí encallaron y las mujeres, hartas de navegar, dirigidas por
una tal Roma, incendiaron los barcos. Como es de imaginar, a los maridos les cayó muy mal, y Roma y sus secuaces tuvieron que emplearse a fondo para
calmarlos.
Con el tiempo, las cosas
les fueron mejor de lo esperado, de modo que erigieron una ciudad y le pusieron
por nombre Roma en honor a la incendiaria. De entonces dicen que viene lo que todavía se practica, que las mujeres saludan con ósculo a los deudos y a sus propios maridos, porque también aquellas saludaron así a los hombres después de la quema de las naves, por miedo y para aplacarles el enojo. Por lo visto, estas niñas fueron las inventoras del beso. (Y no critiquen, que lo dice Plutarco, nada menos)
No gustó del todo. Se
trató de encontrar a la ciudad un origen heroico y, de ser posible, divino. Eso
siempre ayuda.
Vino de perillas un
héroe de la guerra de Troya, con bastante buena prensa. Este personaje,
casualmente hijo de Afrodita (¡perfecto!) escapó de la destrucción de Troya
cargando en hombros a su padre Anquises (hijo ejemplar) y llevando en brazos a
su hijo Ascanio. Así abrumado se embarcó con algunos compañeros y
salió pitando.
En su viaje, hizo las mil y una (lean
Perfecto, pero el bulo
era demasiado grande. Troya cayó muchos siglos antes de la fundación de Roma, y
ni Eneas ni Iulo podían ser tan longevos.
Pongamos un parche, entonces.
Puesto a fundar ciudades, Iulo fundó Alba Longa. Sucesivos descendientes
reinaron allí durante trescientos años (con lo que se cubrió la incongruencia), llegando a dos de ellos, Numitor y Amulio, que estaban aún en el
trono. Desgraciadamente, dos en un trono están muy apretados. Y así, un día,
Amulio echó al hermano para reinar solo, y le mató todos los hijos, menos una:
Rea Silvia. Mas, para que no pudiese poner al mundo algún hijo a quien, de
mayor, se le pudiese antojar vengar al abuelo, la obligó a hacerse sacerdotisa
de la diosa Vesta, o sea monja.
Un día, Rea tomaba el fresco a orillas del
río y se quedó dormida. Por casualidad pasaba por aquellos parajes el dios
Marte, que bajaba a menudo a la
Tierra , un poco para organizar una guerrilla que otra, que era
su oficio habitual, y otro poco en busca de chicas, que era su pasión favorita.
Vio a Rea Silvia. Se enamoró de ella. Y sin despertarla siquiera, la dejó
encinta. Sueño pesado, el de Silvia.
Amulio se encolerizó muchísimo cuando lo
supo. Más no la mató. Aguardó a que pariese, no uno, sino dos chiquillos
gemelos. Después, ordenó meterlos en una pequeñísima balsa que confió al río para que se los llevase, al
filo de la corriente, hasta el mar, y allí se ahogasen. Mas no había contado
con el viento, que aquel día soplaba con bastante fuerza, y que condujo la
frágil embarcación no lejos de allí, encallando en la arena de la orilla, en
pleno campo (Notar la analogía con Moisés. ¿Quién copió a quién?). Allí, los dos
desamparados llamaron la atención de una loba que acudió para amamantarlos. Y
por eso este animal se ha
convertido en el símbolo de Roma, que fue fundada
después por los dos gemelos.
Los maliciosos dicen que aquella loba no
era en modo alguno una bestia, sino una mujer de verdad, Acca Laurentia. Como
en latín vulgar se llamaba lupas (lobas) a las prostitutas, se imaginan cuál
era la profesión de doña Laurentia. Mas acaso todo eso no son más que
chismorreos.
Los dos gemelos completaron su crianza con un pastor y de él recibieron, uno el nombre de
Rómulo, el otro el de Remo. Crecieron, y al final supieron su historia.
Entonces, volvieron a Alba Longa, organizaron una revolución, mataron a Amulio
y repusieron en el trono a Numitor. Después, impacientes por hacer algo
importante, reunieron algunos adictos y se fueron a construir otra ciudad un
poco más lejos. Y eligieron el sitio donde su balsa había encallado, en medio
de las colinas entre las que discurre el Tíber, cuando está a puntó de
desembocar en el mar. En aquel lugar, como a menudo sucede entre hermanos,
litigaron sobre el nombre que darían a la ciudad. Luego decidieron que ganaría el
que viera volar más buitres (ave consagrada a Marte, antecesor de ambos). Remo
vio seis sobre el monte Aventino. Rómulo, sobre el Palatino, vio doce: la
ciudad se llamaría, pues, Roma. Uncieron dos blancos bueyes, excavaron un surco
y delimitaron así el
circuito de las futuras murallas, según un sagrado rito
etrusco. Comenzó la discusión sobre el nombre. Remo se consideró ganador,
porque había visto los buitres en primer lugar, pero Rómulo argumentó haber
visto más aves. Remo, falto de argumentos, saltó despectivamente sobre el surco
trazado, pecado horrible según la costumbre porque las murallas resultaban así
violadas, y Rómulo, sin dudarlo, mató a Remo. Después se arrepintió, claro, pero
igualmente se proclamó rey y llamó a la ciudad con su nombre.
Todo esto, dícese, aconteció setecientos
cincuenta y tres años antes de que Jesucristo naciese, exactamente el 21 de
abril, que todavía se celebra como aniversario de la ciudad, nacida, como se
ve, de un fratricidio.
Naturalmente, las cosas no acontecieron
precisamente así. Pero durante muchos siglos los romanos lo creyeron y les
halagaba mucho el hecho de poder mezclar los dioses influyentes como Venus
y Marte y personalidades de elevada posición como Eneas, al nacimiento de su
Urbe. Cuando se fueron volviendo escépticos y dejaron de creerlo comenzó la
decadencia de Roma. Ahora creen que la fundó Berlusconi. Así les va.
En otra ocasión les contaré (porque esto
continúa) cómo se hicieron los fundadores, todos varones, de mujeres para
poblar la ciudad y llenarla de romanos.
Hasta mediados de mayo. Saludos
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