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histonotas: EL AMOR CABALLERESCO – UNA LOCURA ERÓTICA (III)

miércoles, 31 de octubre de 2012

EL AMOR CABALLERESCO – UNA LOCURA ERÓTICA (III)



Nuestro héroe Ulrich von Liechtenstein, el campeón de la estupidez caballeresca, culminó finalmente sus andanzas de travestido venusino con armadura. Su eterna amada frívola condescendió esta vez a un premio por sus locuras: le envió un anillo y un mensaje a través de un intermediario: “Ella comparte la alegría de vuestra gloria”, decía el mensaje, “y ahora acepta vuestros servicios, y como voto os envía el anillo”. ¡Al fin! Ulrich experimentó el éxtasis... pero por poco tiempo. Si hubiera conocido las reglas y la perfidia de su amada habría previsto el próximo movimiento: a los pocos días apareció nuevamente el intermediario con cara sombría. “Vuestra dama ha descubierto que os entretenéis con otras mujeres; esta fuera de sí de cólera, y reclama la devolución del anillo, pues os considera indigno de llevarlo”.

Confiesa sin pudor Ulrich en sus memorias que rompió en llanto incontrolable, confortado por su barbado y también lloroso mayordomo (delicioso espectáculo). Típicamente, volcó su desesperación en amargos versos que previsiblemente envió a su cruel dueña. Y luego, dice en su relato: “Me separé dolorido de mi mensajero; y visité a mi querida esposa, a quien amo más que a nadie en el mundo, a pesar de que elegí por señora a otra dama. Y con ella pasé diez días felices, antes de continuar viaje bajo mi carga de aflicción”. Incomprensible y, si no fuese una autobiografía, increíble. De este tipo se puede esperar cualquier cosa. La esposa debía ser una santa (o una zorra).

Finalmente, la cumbre: otro mensaje de la dama manifestándose conmovida por los versos y citándolo, felicidad suprema, a una entrevista personal. Las condiciones eran duras: Ulrich debía acudir disfrazado y, para evitar ser descubierto, había de mezclarse con los mendigos que se apiñaban al pie de las murallas del castillo hasta ser llamado. A todo accedió el caballero. Se vistió de harapos, soportó su asco y sufrió privaciones durante días hasta que llegó la ansiada señal: a determinada hora de la noche debería apostarse bajo la ventana de los aposentos con una antorcha en  la mano. Se quitó las ropas de mendigo y, en camisa y aterido, vio bajar una plataforma sostenida por sábanas anudadas. El caballero puso el pie en ella y se sintió elevado hasta la ventana por gentiles pero firmes manos femeninas. Apenas entró en la cámara le echaron sobre los hombros una capa de seda recamada de oro, y lo llevaron a presencia de la dama. Después de tantos años de fatigas, estaban al fin en el umbral de la bienaventuranza.

Allí perdió Ulrich el tino y exigió de inmediato la recompensa a su constancia. Nada menos que el beiligen auf Glauben. En esencia, consistía en lo siguiente: se permitía al caballero acostarse junto a su dama durante una noche entera, ambos desnudos... pero sólo “dentro de los límites de la virtud y del honor”. Debía jurar que no intentaría lesionar la castidad de la dama, y generalmente se cumplía el juramento. Una retorcida tortura, más que una recompensa.
Sorprendentemente, la dama aceptó encantada pero el caballero debería demostrar primero su lealtad. Para ello debería subir nuevamente a la plataforma, ser bajado un trecho y mantenerse así por unos instantes como muestra de perseverancia. Más estúpido que de costumbre, Ulrich se prestó aún a esta burda condición. Sucedió lo previsible; una vez colgado el incauto, soltaron las sábanas y allí fue a dar con sus huesos al foso el enamorado galán.

¡Y ni siquiera esta experiencia enfrió su ardor! La dama inventó una explicación, y Ulrich continuó escribiendo versos, hasta que llegó el desastre final. El diario no explica qué hizo la dama, pero debió haber sido algo terrible, porque el propio Ulrich afirma que fue imposible perdonarla. Sospecho además que tras todos estos años  la dama debía haber perdido gran parte de sus encantos y ganado arrugas variadas, pero Ulrich, siempre caballero, no lo dice.

Y así acabó su servicio a la dama, pues (según propias palabras de Ulrich), sólo un loco podía servir indefinidamente sin ninguna esperanza de recompensa”.
Lo cual, en todo caso, demuestra que este idiota del amor se creía hombre discreto.

Esta historia es, por supuesto, extrema. No todos los caballeros llegaban a tales niveles de imbecilidad, pero el principio era válido. El “fine amour” se basaba en estos extremos. No debe confundirse con el “loco amor” que usualmente terminaba en la cama (nada de beiligen) y por eso se consideraba casi de mal gusto y pecaminoso, como un desvarío de los sentidos, y que corresponde al violento enamoramiento que hoy sufrimos con frecuencia. Las consecuencias eran usualmente trágicas.

Para quien haya leído los tres post y la historia completa de este caballero, les parecerá una invención de punta a punta. Es imposible que un hombre sea tan imbécil y que la sociedad lo acompañe y lo aplauda. El comportamiento de los protagonistas es típico de novela cómica. Sin embargo, existen las mayores seguridades de que se trata de hechos reales en su totalidad. La biografía existe, y fue citada como verídica en su época, o sea que hubo gente que conocía personalmente a Ulrich y no lo desmintió. Es como si los personajes de una comedia satírica salieran a la calle para alternar con el público. Fascinante.

Para finalizar, los que hayan leído el Quijote (cada vez menos, por desgracia) se darán cuenta de dónde sacó Cervantes el argumento. Las gansadas que ejecuta el manchego por Dulcinea son del mismo caletre que las de Ulrich  “von la Mancha”, lo que garantiza la credibilidad de ambos. La realidad imita a la ficción. O a la inversa, en este caso.

Alégrense. Hoy fui breve. Veremos cómo me portaré a mediados de noviembre, en el próximo post. Hasta entonces.


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