LUCULO |
La única ayuda que nos brinda la antigüedad es la biografía que el historiador griego Plutarco hace de Lúculo en sus Vidas Paralelas. El otro que lo menciona, Apiano de Alejandría, sólo lo hace de paso, al relatar las guerras en que participó.
PLUTARCO |
Nos quedamos entonces sólo con Plutarco, que escribió unos 150 años después de los hechos. Aclaro que no me parece una fuente muy fiable (ya lo verán cuando transcriba algo) a causa de que en tiempos pasados (y aún no tan remotos) los historiadores acomodaban los hechos o directamente los inventaban para demostrar alguna tesis o simplemente por afecto o aversión a las ideas o compromisos políticos de sus biografiados. Por otra parte, tengo un prejuicio contra Plutarco debido a que fue durante un tiempo sacerdote de Apolo en el oráculo de Delfos, y como tal interpretaba las predicciones de la pitonisa. Aunque en su época (aprox. 100 DC) el oráculo ya estaba bastante en decadencia y casi sin clientes, las funciones de Plutarco debían requerir bastante engaño y matices de farsa. Malas credenciales para un futuro biógrafo.
Volvamos a Lúculo. Pese a algunos inconveniente en su niñez (su padre había sido, condenado en causa de soborno, y su madre, Cecilia etcétera, estaba notada de vivir con poco recato) era de esas personas que tienen la vida resuelta. Fortuna, educación, relaciones muy poderosas y según parece, inteligencia y capacidad administrativa. Por nacimiento e inclinación pertenecía a los optimates, o sea clase alta, conservadora y, como diríamos ahora, de extrema derecha.
Por esos años (aprox. 90 AC) la situación en Roma estaba candente. Dos peso pesados, Mario (enfermizo sediento de poder, de origen humilde) y Sila (cruel, frío y calculador aristócrata) se enfrentaron en lucha a muerte apoyándose respectivamente en las facciones de los populares y los optimates.
Además del dominio de Roma, lo que estaba en juego era el mando del ejército para llevar la guerra a Mitridates VI, rey del Ponto (Asia Menor, cercanías del Mar Negro) que había cometido el error de ejecutar a 80.000 ciudadanos romanos habitantes de su reino. Perfecto pretexto para inva
CAYO MARIO |
LUCIO SILA |
Nuestro amigo Lúculo olfateó a tiempo de dónde soplaría el viento y se adhirió a Sila desde los comienzos. Cuando éste tuvo que volver urgentemente a Roma porque los partidarios de Mario estaban levantando cabeza (el propìo Mario había muerto años antes en medio de descomunales borrachera, probablemente de cirrosis) encargó al servicial y capaz Lúculo que continuara la guerra. Sila ya se había enriquecido lo suficiente, y ahora le tocaba a Lúculo.
MITRIDATES |
La guerra se fue haciendo larga, ahora también contra Tigranes, rey de Armenia, pero ya su fin estaba a la vista. Y ahí se le empezaron a complicar las cosas a Lúculo. Por un lado los soldados no eran estúpidos, y empezaron a sospechar que su general estaba prolongando la guerra para embolsar oro
CNEO POMPEYO |
Ya en casa, con mucha sabiduría, se dedicó a disfrutar de la buena vida. Se hizo construir una enorme mansión de verano, no igualada hasta la época de Neron, la proveyó de doce comedores, dedicados uno a cada dios, le agregó una nutrida biblioteca que puso a libre disposición de estudiosos y amigos, instaló baños, construyó piscinas para peces, diseñó paseos y jardines y se dedicó a dar fiestas de gran lujo y abundancia, para sus amigos y para sí mismo, sobre todo.
Algunas anécdotas, contadas por el inevitable Plutarco:
Pompeyo le censuró el que, habiendo dispuesto aquella quinta con tanta comodidad para el verano, la hubiera hecho inhabitable para el invierno, a lo que, sonriéndose, le contestó: “Pues qué, ¿me haces de menos talento que las grullas y las cigüeñas, para no haber proporcionado las viviendas a las estaciones?” Hablando claramente, tenía otro palacio para el invierno.
Cenaba un día solo, y no se le puso sino una mesa, y, una cena moderada; molesto por ello, hizo llamar al mayordomo; y como éste le respondiese que no habiendo ningún convidado creyó no querría una cena más abundante: “¡Pues cómo!- le dijo-. ¿No sabías que hoy Lúculo tenía a cenar a Lúculo?”
Se encontró un día Lúculo con Pompeyo y Cicerón en la plaza y para tenderle una trampa, le pidieron que los invitara a cenar en su casa con lo que hubiera dispuesto, sin hacer ningún preparativo especial. Procuró Lúculo excusarse, rogándoles que fuese en otro día; pero le dijeron que no convenían en ello, ni le permitirían hablar a ninguno de sus criados, para que no diera la orden de que se hiciera mayor prevención, y sólo, a su ruego, condescendieron con que dijese en su presencia a uno de aquellos: “Hoy se ha de cenar en el comedor de Apolo”, que era el nombre de uno de los más ricos salones de la casa. Lo que no advirtieron es que cada comedor tenía arreglado su particular gasto en manjares, en música y en todas las demás prevenciones, y así, con sólo oír los criados dónde quería cenar, sabían ya qué era lo que habían de preparar y con qué orden y aparato se había de disponer la cena, y en Apolo la tasa del gasto eran cincuenta mil dracmas como mínimo. Concluida la cena, se quedó pasmado Pompeyo de que en tan breve tiempo se hubiera podido disponer un banquete tan costoso.
Y así pasó este precursor de Adriá el resto de su vida. Engordó enormemente, por supuesto, y le importaron tres pimientos los tumultos en Roma, el crecimiento de Julio Cesar, que ya había conseguido una guerra para enriquecerse, y la crisis de la República. A los 62 años, bastante anciano para su época, Calistenes, su esclavo para todo servicio, le preparó una especie de Viagra para mutua satisfacción, pero aparentemente se pasó de dosis y se le aflojaron las tuercas. Murió, loco, poco tiempo después. No hay noticias de Calistenes.
Buen provecho, y hasta mediados de febrero. Chau
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