Subscribe in a reader

histonotas: LÚCULO – EL GENERAL SIBARITA

martes, 1 de febrero de 2011

LÚCULO – EL GENERAL SIBARITA


Lucio Licinio Lúculo, político, militar y bon vivant romano nacido en 118 AC, era hijo de Lucio Licinio Lúculo y nieto de Lucio Licinio Lúculo. También políticos y militares. Esta encantadora falta de originalidad en los nombres hace que el trabajo de historiador sea a veces una pesadilla. ¿De quién estamos hablando? La madre se llamaba (con perdón) Cecilia Metela Calva.
LUCULO

La única ayuda que nos brinda la antigüedad es la biografía que el historiador griego Plutarco hace de Lúculo en sus Vidas Paralelas. El otro que lo menciona, Apiano de Alejandría, sólo lo hace de paso, al relatar las guerras en que participó.
PLUTARCO
Nos quedamos entonces sólo con Plutarco, que escribió unos 150 años después de los hechos. Aclaro que no me parece una fuente muy fiable (ya lo verán cuando transcriba algo) a causa de que en tiempos pasados (y aún no tan remotos) los historiadores acomodaban los hechos o directamente los inventaban para demostrar alguna tesis o simplemente por afecto o aversión a las ideas o compromisos políticos de sus biografiados. Por otra parte, tengo un prejuicio contra Plutarco debido a que fue durante un tiempo sacerdote de Apolo en el oráculo de Delfos, y como tal interpretaba las predicciones de la pitonisa. Aunque en su época (aprox. 100 DC) el oráculo ya estaba bastante en decadencia y casi sin clientes, las funciones de Plutarco debían requerir bastante engaño y matices de farsa. Malas credenciales para un futuro biógrafo.

 

Volvamos a Lúculo. Pese a algunos inconveniente en su niñez (su padre había sido, condenado en causa de soborno, y su madre, Cecilia etcétera, estaba notada de vivir con poco recato) era de esas personas que tienen la vida resuelta. Fortuna, educación, relaciones muy poderosas y según parece, inteligencia y capacidad administrativa. Por nacimiento e inclinación pertenecía a los optimates, o sea clase alta, conservadora y, como diríamos ahora, de extrema derecha.
Por esos años (aprox. 90 AC) la situación en Roma estaba candente. Dos peso pesados, Mario (enfermizo sediento de poder, de origen humilde) y Sila (cruel, frío y calculador aristócrata) se enfrentaron en lucha a muerte apoyándose respectivamente en las facciones de los populares y los optimates.

Además del dominio de Roma, lo que estaba en juego era el mando del ejército para llevar la guerra a Mitridates VI, rey del Ponto (Asia Menor, cercanías del Mar Negro) que había cometido el error de ejecutar a 80.000 ciudadanos romanos habitantes de su reino. Perfecto pretexto para inva
CAYO MARIO
dirlo. Incidentalmente, los generales romanos se habían percatado desde lo de Cartago que invadir un reino se traducía en enorme enriquecimiento para quien lo llevara a cabo, ya fuese por rapiñas, rescates, cohechos, saqueos y apropiación de impuestos y gastos de guerra. 
LUCIO SILA
 Sila ganó la puja en Roma por lo que, luego de una sangrienta purga, marchó lo más campante a Asia Menor para purgar a Mitridates y llenarse los bolsillos.

Nuestro amigo Lúculo olfateó a tiempo de dónde soplaría el viento y se adhirió a Sila desde los comienzos. Cuando éste tuvo que volver urgentemente a Roma porque los partidarios de Mario estaban levantando cabeza (el propìo Mario había muerto años antes en medio de descomunales borrachera, probablemente de cirrosis) encargó al servicial y capaz Lúculo que continuara la guerra. Sila ya se había enriquecido lo suficiente, y ahora le tocaba a Lúculo.


MITRIDATES
Plutarco y otros se encargaron de relatar en extenso esta fase de la guerra. En particular, Plutarco se deshace en elogios acerca de la inteligencia, bravura y humanidad de Lúculo (cosa esta última que nos resulta inexplicable, ya que liquidó a 300.000 enemigos). En cuanto a sus invariables triunfos, nos cuenta Plutarco sin que se le mueva un pelo que en una batalla, en que los romanos eran inferiores en proporción de 1 a 20, de los soldados de Mitridates murieron más de cien mil hombres, y de los 50.000 de a caballo se salvaron muy pocos. Los Romanos tuvieron cien heridos y cinco muertos. Bueno, Plutarco…..

La guerra se fue haciendo larga, ahora también contra Tigranes, rey de Armenia, pero ya su fin estaba a la vista. Y ahí se le empezaron a complicar las cosas a Lúculo. Por un lado los soldados no eran estúpidos, y empezaron a sospechar que su general estaba prolongando la guerra para embolsar oro

a paladas. Por otra parte, Lúculo era un militar riguroso, que exig
CNEO POMPEYO
ía a sus soldados al máximo y no les admitía las usuales licencias en cuanto a saqueos y violaciones. Se sumó a esto que desde Roma Pompeyo, otro general ambicioso, consideraba que había llegado su turno de llenarse los bolsillos. En resumen, se le amotinaron los soldados y Lúculo tuvo que volverse a Roma con el rabo entre las piernas, aunque con una enorme fortuna.

Ya en casa, con mucha sabiduría, se dedicó a disfrutar de la buena vida. Se hizo construir una enorme mansión de verano, no igualada hasta la época de Neron, la proveyó de doce comedores, dedicados uno a cada dios, le agregó una nutrida biblioteca que puso a libre disposición de estudiosos y amigos, instaló baños, construyó piscinas para peces, diseñó paseos y jardines y se dedicó a dar fiestas de gran lujo y abundancia, para sus amigos y para sí mismo, sobre todo.

Algunas anécdotas, contadas por el inevitable Plutarco:



Pompeyo le censuró el que, habiendo dispuesto aquella quinta con tanta comodidad para el verano, la hubiera hecho inhabitable para el invierno, a lo que, sonriéndose, le contestó: “Pues qué, ¿me haces de menos talento que las grullas y las cigüeñas, para no haber proporcionado las viviendas a las estaciones?” Hablando claramente, tenía otro palacio para el invierno.

Cenaba un día solo, y no se le puso sino una mesa, y, una cena moderada; molesto por ello, hizo llamar al mayordomo; y como éste le respondiese que no habiendo ningún convidado creyó no querría una cena más abundante: “¡Pues cómo!- le dijo-. ¿No sabías que hoy Lúculo tenía a cenar a Lúculo?”

Se encontró un día Lúculo con Pompeyo y Cicerón en la plaza y para tenderle una trampa, le pidieron que los invitara a cenar en su casa con lo que hubiera dispuesto, sin hacer ningún preparativo especial. Procuró Lúculo excusarse, rogándoles que fuese en otro día; pero le dijeron que no convenían en ello, ni le permitirían hablar a ninguno de sus criados, para que no diera la orden de que se hiciera mayor prevención, y sólo, a su ruego, condescendieron con que dijese en su presencia a uno de aquellos: “Hoy se ha de cenar en el comedor de Apolo”, que era el nombre de uno de los más ricos salones de la casa. Lo que no advirtieron es que cada comedor tenía arreglado su particular gasto en manjares, en música y en todas las demás prevenciones, y así, con sólo oír los criados dónde quería cenar, sabían ya qué era lo que habían de preparar y con qué orden y aparato se había de disponer la cena, y en Apolo la tasa del gasto eran cincuenta mil dracmas como mínimo. Concluida la cena, se quedó pasmado Pompeyo de que en tan breve tiempo se hubiera podido disponer un banquete tan costoso.

Y así pasó este precursor de Adriá el resto de su vida. Engordó enormemente, por supuesto, y le importaron tres pimientos los tumultos en Roma, el crecimiento de Julio Cesar, que ya había conseguido una guerra para enriquecerse, y la crisis de la República. A los 62 años, bastante anciano para su época, Calistenes, su esclavo para todo servicio, le preparó una especie de Viagra para mutua satisfacción, pero aparentemente se pasó de dosis y se le aflojaron las tuercas. Murió, loco, poco tiempo después. No hay noticias de Calistenes.
Buen provecho, y hasta mediados de febrero. Chau


0 comentarios: