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histonotas: MARIA ESTUARDO – REINA SIN CABEZA (I)

jueves, 15 de noviembre de 2012

MARIA ESTUARDO – REINA SIN CABEZA (I)


La historia de María Estuardo puede interpretarse como una larga contienda entre el gato y el ratón. Vamos a los protagonistas.

Isabel I
Por un lado, la gata. La reina Isabel I de Inglaterra, hija de Enrique VIII Tudor, el de las múltiples esposas, y de Ana Bolena, la descabezada. Toda una reina; inescrupulosa, muy inteligente, tortuosa, calculadora, a menudo exasperantemente indecisa. Tuvo que hacerse camino desde sus precarios comienzos como proclamada bastarda por su padre, a fuerza de habilidad y astucia, hasta afirmarse como dueña indiscutida del afecto de su pueblo. Supo rodearse de capaces colaboradores, pero nunca se vio libre de peligros internos y externos. Como cabeza de un pueblo mayoritariamente volcado hacia el protestantismo debió contener a los extremistas religiosos de ambos bandos y soportar los embates desestabilizadores de Francia, España, el Papa y la minoría católica de sus súbditos.
María Estuardo
El ratón estaba personificado por María Estuardo. Nieta de una hermana de Enrique VIII, y por consiguiente prima segunda de Isabel, también tenía genes tumultuosos. Además de los Tudor, que tenían lo suyo, colaboraban por parte de padre los Estuardo y por parte de su madre los Guisa, facciosos nobles franceses. Era diez años menor que Isabel y considerablemente más hermosa (cosa que a Isabel, con su aspecto de ave de rapiña, sacaba de sus casillas).

 Y aquí comienzan mis dificultades. Los documentos, actas, expedientes, cartas y relatos conservados ascienden a miles y decenas de miles: desde hace tres siglos los expertos han analizado esta documentación, pero para cada interpretación surge un desmentido, convirtiendo sus actos en un misterio. Se la considera, ora como asesina, ora como mártir, ora como necia intrigante, ora como santa celestial. La causa radica en que María era, por su madre María de Guisa, católica y pro francesa, e Isabel protestante y profundamente inglesa. La verdad, entonces, naufraga en una guerra de facciones. Téngase presente esto en el relato.

María de Guisa
María nació el 8 de diciembre de 1542, y a la temprana edad de 6 días se convirtió en reina de Escocia, dado que su padre, cansado de quemar protestantes, decidió morirse el 14 del mismo mes. Alcanzó a lamentarse de que hubiera nacido una hija.

Con su característica astucia e ímpetu, Enrique VIII se apresuró a “proponer” a su hijo Eduardo como esposo del bebé María. La cosa fue en principio aceptada por los escoceses aunque, lentos de entendederas, al tiempo se dieron cuenta que la intención de Enrique era almorzarse a Escocia, y rehusaron. Enrique empleó su característica persuasión invadiendo Escocia, matando, incendiando y saqueando.
Aprovechando el río revuelto, los franceses también presentaron su candidato matrimonial, Francisco, el delfín heredero del trono de Francia. Manejos de los Guisa franceses.

Para furia de Enrique, los escoceses aceptaron al Delfín y Francia envió un ejército para buscar a la novia. Enrique recordó que tenía cosas urgentes que hacer en Londres y desapareció.

Francisco y María
Se trasladó entonces María a París, a la edad de seis años. El Delfín Francisco era un niño apático, débil y de mala salud, pero por el momento las cosas fueron bastante tolerables, con agasajos y fiestas continuas. Oportunamente, el rey de Francia murió en un accidente de torneo trece años después (casualmente una lanza astillada penetró en su visera y a través del ojo llegó al cerebro; delicias de los deportes de riesgo), y María se encontró reina de Escocia y de Francia a los diecinueve años. Poco le duró. La salud de su esposo, el joven rey, empeoraba. Se supuso que tenía lepra, y fue untado con sangre de niños (remedio insuperable) pero fue inútil. Se le declaró un absceso en el oído, con otitis infecciosa y, sin antibióticos, pasó a la tumba un año después, a los dieciséis años.

La joven viuda fue despachada rápidamente a Escocia para hostigar a los ingleses. Ya María, al asumir Isabel, había comenzado las provocaciones declarándose legítima heredera del trono de Inglaterra (cosa bastante  cierta, si se consideraba a Isabel como bastarda). Por de pronto, agregó a su escudo las armas de Inglaterra y se tituló “reina de Escocia, Francia e Inglaterra”. Salvo Escocia, lo demás bastante discutible.

Durante los años que pasó en Francia, la Reforma logró penetrar en Escocia. Ahora, una parte de la nobleza es protestante, la otra católica, las ciudades se vuelven a la nueva fe, el campo a la antigua. Clan contra clan, estirpe contra estirpe, y sacerdotes fanáticos atizando constantemente el odio de ambas partes, con el apoyo político de potencias extranjeras. y para ese odio hallan en Inglaterra a un auxiliar dispuesto en todo momento. La normalmente ahorrativa Isabel ha gastado ya más de doscientas mil libras para arrancar Escocia, mediante rebeliones e incursiones, a los católicos Estuardo, y una gran parte de los súbditos de María Estuardo está en secreto a sueldo suyo.

Pronto se pone en marcha un intercambio epistolar entre Isabel y María Estuardo, en el que una de las «dear sisters» transmite a la otra sus más cordiales sentimientos (sobre el papel). María Estuardo envía a Isabel como prenda de amor un anillo de brillantes, al que ésta responde con otro más valioso aún; ambas representan ante el mundo y ante sí mismas el satisfactorio espectáculo del afecto familiar. María Estuardo asegura que «no tiene mayor deseo en la Tierra que ver a su buena hermana», quiere disolver su alianza con Francia porque aprecia el afecto de Isabel «más que todos los tíos (Guisa) del mundo»; Isabel a su vez escribe en su gran y solemne caligrafía, que sólo emplea en ocasiones importantes, las más abrumadoras protestas de afecto y lealtad. Pero en cuanto se trata de llegar realmente a un acuerdo y fijar un encuentro personal, ambas lo rehúyen cautelosas.

Y entramos ahora a la parte romántica, que fue fatal para María Estuardo. Apenas viuda, se constituyó en un manjar apetecible para todos los monarcas que pública o secretamente aspiraban a socavar a Isabel y anexarse a Inglaterra. Durante algunos años se dedicó a coquetear y divertirse (como diría mi abuela “esta chica necesita un marido”), pero Escocia necesitaba un heredero y los pretendientes se impacientaban.

Felipe II de España presenta la candidatura de su hijo don Carlos y de su hermano bastardo don Juan de Austria; Francia propone al príncipe Carlos de Valois, hermano de su primer esposo, e incluso se postulan los reyes de Suecia y de Dinamarca. Nada.
Henry Darnley
Interviene Isabel, proponiendo hipócritamente a su propio amante, lord Robert Dudley, con la seguridad de que sería obviamente rechazado. Es más, envía a lord Robert a Escocia pero, jugada maestra, en su comitiva incluye a Henry Darnley, su primo lejano, un Tudor católico, extremadamente buen mozo, seductor profesional, vanidoso, músico, poeta  y de pocas luces  con la esperanza de que María, arrebatada e irreflexiva, caiga en sus brazos. Dada la cabeza hueca de Darnley, Isabel suponía (y acertó) que este marido traería problemas a María.
Su plan funcionó. María se prendó de Darnley y lo aceptó como esposo. Para coronar la farsa. Isabel fingió una furia tremenda, encarceló a la madre de Darnley amenazó a María... una gran representación.

Tal era el entusiasmo de María por su novio que no pudo esperar a la solemne ceremonia de esponsales que le correspondía y se casó en secreto, con un cura cualquiera, para poder “consumar” cuanto antes.

Celebrado el casamiento (María se atavió de luto blanco, como respeto a su viudez) Darnley exigió el título de rey de Escocia, en lugar de consorte.

Y por ahora dejamos aquí, hasta el próximo post donde se expondrán las desventuras, tragedia y muerte en el cadalso de María Estuardo.


1 comentarios:

Marcela dijo...

gracias...me encanta como redactas las historias de los personajes.