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histonotas: EL AMOR CABALLERESCO – UNA LOCURA ERÓTICA (II)

domingo, 14 de octubre de 2012

EL AMOR CABALLERESCO – UNA LOCURA ERÓTICA (II)



Estábamos enumerando las increíbles formas en que un caballero intentaba describir la profundidad de su pasión. Las más usuales eran los desafíos públicos a otro caballero, o a varios, o a todos los que tuvieran un poco de amor propio, proclamando que su dama era más hermosa que la del o los que pudieran escucharlo. A quien no lo admitiera (y ningún bien nacido podía admitir ni en sueños semejante herejía) lo intimaba a romperse mutuamente el alma en público en uno o varios torneos. Lo curioso es que todos estaban ansiosos por participar, ya que acarreaba gran honra y fama a quien resultara vencedor (o perdedor, era lo mismo, lo importante era competir). Algunos desafíos muy honrosos y debidamente documentados consistían en plantarse en medio de un puente (y no de cualquiera, sino de alguno famoso, histórico o muy transitado)  impidiendo el paso a todo caballero que no aceptara el mencionado desafío. Pronto se corría la voz y acudían candidatos al apaleo. Con toda cortesía, se encomendaban a sus damas, se deseaban con amabilidad ventura en amores y favores de sus amadas... y se abalanzaban uno sobre otro procurando romperse los huesos. Uno u otro (o los dos) quedaban bastante estropeados, pero a no alarmarse, pues en general en estos encuentros las lanzas no tenían punta ni las espadas filo (se las llamaba armas negras), salvo que se pactara (caso raro) justar con armas afiladas, es decir de punta en blanco (de ahí viene la frase).
La cosa se complicó con el afán de hacerla más difícil para honrar más a la dama. El caballero desafiante combatía con un ojo tapado, o con un brazo atado a la espalda; cosas así. La dama homenajeada obsequiaba a su caballero con alguna prenda, una manga, un guante, para lucir en la punta de su lanza. Usualmente, en el calor de la lucha esas prendas se perdían y las damas, enardecidas seguían quitándose prendas para reemplazarlas; en ocasiones llegaban a quedar prácticamente desnudas, para regocijo de los villanos espectadores.
A todo esto el marido (porque la dama debía ser casada; era fundamental) observaba el entusiasmo de su esposa y del galán que manifestaba heroicamente su amor y debía, so pena de ser considerado un grosero, complacerse de que su esposa despertara tan vehementes sentimientos. No era raro que el marido justara en honor de otra dama, que bien podía ser la esposa del primero. Un embrollo.

Vamos a enterarnos de una historia absolutamente increíble. Es sin embargo verídica, y la relata el notable caballero y trovador del siglo XIII Ulrich von Lichtenstein, su protagonista. Es por lo tanto autobiográfica, y el manuscrito se conservaba, hasta antes de la segunda guerra, en la Biblioteca Estatal de Munich. No se engañen con lo de  “manuscrito”. Es un dictado, ya que el noble Herr Ulrich padeció de un pertinaz analfabetismo hasta su muerte en 1276.
Manuscrito original

Como si fuese un brote de acné juvenil, en la adolescencia le brotó a nuestro joven héroe un amor altamente romántico por una dama de elevada alcurnia. Su noble nacimiento lo habilitaba a servir como paje, y se las ingenió para colocarse al servicio de su amada. Allí se le adhirió como un molusco e inauguró la sarta de estupideces que cometería por largos años bebiéndose frecuentemente el agua en que la dama lavaba sus manos. Confiemos en que fueran sólo las sus manos, aunque a Ulrich le tenía sin cuidado. Al tiempo dejó de ser paje y fue armado caballero. Por supuesto se apresuró a ofrecer sus servicios a su adorada, lo que debía hacerse (eran las reglas) a través de un intermediario. Eligió a una tía. Por su intermedio, Ulrich envió sus canciones a la dama; ella las aceptó, y aun las elogió, pero contestó que no necesitaba un caballero, y que Ulrich no debía soñar siquiera con que sus servicios fueran aceptados. Con esta actitud la noble dama se atenla a las antiguas normas del galanteo: actitud de rechazo y palabras de aliento, manteniendo así al desgraciado amante en constante tormento de duda.
En cierta ocasión la dama dijo a la tía de Ulrich: “Aunque vuestro sobrino fuera de mi mismo rango, no lo querría, porque el labio superior le forma una fea protuberancia.” Parece que Ulrich no era precisamente una belleza.
Eso bastó para que el caballero se entregara a un cirujano (¡en el siglo XIII!) y se hiciera inmediatamente rebanar el labio, sin anestesia ni desinfectantes. La primera cirugía plástica documentada.
Seis meses duró la curación, durante los cuales Ulrich apenas pudo comer y beber, y se convirtió prácticamente en un esqueleto.
La dama se enteró de la intervención quirúrgica, y poco después escribió una carta a la tía de Ulrich, informándole que abandonaba su residencia y que viajaría a cierta ciudad, donde con mucho gusto vería a la tía. “Y puede traer a su sobrino... pero sólo porque deseo ver su labio corregido; por ninguna otra razón”.
Cuando llegó el día, trémulo de emoción, Ulrich se acercó a caballo al de la dama, pero tanta era su embarazo que sintió que la lengua se le pegaba al paladar y no pudo pronunciar una sola palabra. Cinco veces se acercó con los mismos resultados. Finalmente la dama lo tomó de la cabeza y le arrancó un mechón de pelo diciéndole “por vuestra cobardía”. El inexperto enamorado no pudo explicarse la misteriosa (?) observación.

Como las palabras no le salían, el galán intentó demostrar con hechos que merecía el favor de la dama. Ulrich comenzó a aparecer en todos los torneos del país, y a luchar valerosamente por el honor de su señora.
Rompió cien lanzas contra sus adversarios, y siempre triunfó. Ya se le conocía como uno de los mejores caballeros. Pero continuaba persiguiéndolo su mala estrella: cierto día recibió fuerte golpe en la mano derecha, y perdió el dedo meñique. A duras penas y cirujano de por medio consiguió salvar el dedo luego de ardua convalecencia, aunque algo contrahecho. No faltaron los amigos que informaron a la amada que Ulrich había perdido un dedo por ella.
“No es verdad, son todas mentiras”, replicó la dama. “He oído de personas que me merecen confianza que todavía conserva dicho dedo”.

Esta despectiva observación entristeció a Ulrich von Lichtenstein; tomó un martillo y un cuchillo y con ayuda de un amigo ¡zas! El meñique voló por el aire. El zopenco (ya lo podemos llamar así) dictó un poema alusivo y lo envió a la dama junto con el dedo, en elegante estuche. La dama recibió el macabro obsequio y le hizo decir: “Decid al noble caballero que guardaré el poema en mi cajón, y que diariamente contemplaré su dedo meñique; pero que no crea que se ha acercado a su meta ni siquiera el grosor de un cabello; ¡pues aunque me sirviera durante mil años sería tiempo perdido!” Lo que se dice un dedo malgastado.

Firme en su manía Ulrich, que mientras tanto se había casado y vivía feliz con su esposa e hijos (!!!) emprendió una gira por todo el país ostentando un lujoso vestido de mujer sobre la armadura, con peluca y un alto sombrero alegórico, proclamando por heraldos que se trataba de la diosa Venus en persona, (!!!) que saluda a todos los caballeros, a quienes informa que se propone visitarlos personalmente, para instruir a todos y a cada uno en el modo de servir a las damas y de conquistar su amor. Al caballero que con Ella rompa lanzas durante el camino, lo recompensará con un anillo de oro. Pero si en el torneo la Diosa Venus venciera al caballero, será obligación de éste inclinarse hacia los cuatro rincones de la tierra en honor de cierta dama.
Lo curioso del caso es que a Ulrich no lo derivaron a un manicomio; por el contrario fue alabado y aclamado como perfecto caballero. En su gira rompió trescientas siete lanzas, siempre caracterizado de diosa, y distribuyó entre sus adversarios doscientos setenta anillos de oro. En cierta ocasión se topó con un estúpido de su mismo calibre: un rey, vestido de mujer en honor de su dama, con peluca y trenzas. Y los dos idiotas disfrazados se arrojaron el uno sobre el otro, y al brutal choque los escudos volaron en pedazos.
Esta “tournee” suscitó en las damas un entusiasmo delirante. Desde ya, hubo muchas insinuaciones, pero Ulrich no traicionó a su dama... ni a su esposa. Así relata el propio Ulrich un intervalo de su gira:
“Entonces, en compañía de un servidor de confianza, salí al campo y visité a mi querida esposa, que me recibió muy amablemente y se sintió muy complacida de mi visita. Allí pasé dos días magníficos, fui a misa el tercero, y rogué a Dios que preservara mi honor, como lo había hecho siempre. Me despedí afectuosamente de mi esposa, y con el corazón fortalecido regresé a reunirme con mis compañeros.” Aparentemente, la esposa no veía nada objetable en estas actividades. Y aun es posible que se sintiera halagada por la fama conquistada por el esposo durante su exhibición. También es muy posible que ella tuviera su propio caballero servidor.

En el próximo post veremos, por último, el extremo de estupidez a que llegó Ulrich y la monumental crueldad de su Pura, Dulce y Encantadora amada, lo que precipitó el fin de esta verídica historia. Hasta fines de octubre, amigos.


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