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histonotas: AURI SACRA FAMES –MALDITA HAMBRE DE ORO

sábado, 30 de junio de 2012

AURI SACRA FAMES –MALDITA HAMBRE DE ORO


La cita del título (perdón por la pedantería) es de La Eneida, de Virgilio, lo que no impidió que el propio Virgilio corriera detrás del oro como cualquier otro mortal.

La historia del oro es también la historia de la humanidad. Desde el comienzo de los tiempos históricos lo vemos encumbrado y hasta adorado. Lo hallamos en los sepulcros de los faraones, en el becerro de oro adorado por los judíos (Ëxodo. 32), los centenares de toneladas del oro de Salomón, las manzanas doradas de las Hespérides, el vellón de los argonautas, las estatuas recamadas en oro de vírgenes y santos...

Una leyenda brillante recorre las páginas de los anales precristianos. La riqueza de Fenicia, decía el rumor, se fundaba en el oro recibido de Hispania.
Se contaba que las naves fenicias retornaban con anclas de oro puro de sus viajes a Occidente, pues habían agotado las mercancías y debían canjear las anclas de hierro por otras del precioso metal.
En el siglo I a.C. Diodoro Sìculo explicó esta precoz edad de oro española. Afirmó que en cierta ocasión había estallado en los Pirineos un pavoroso incendio de bosques, y que las llamas habían devastado regiones enteras, fundiendo el oro oculto en las montañas, el cual entonces fluyó cuesta abajo, en forma de arroyos del metal, con gran desconcierto de los bárbaros, que lo contemplaban por primera vez. Por lo menos Diodoro demostró imaginación, pero eso de las anclas...

Pero hay cosas más increíbles. Plinio el Viejo (siglo I d.C.) relató en su Historia Naturalis el caso de las hormigas recolectoras de oro.
En la región septentrional de la India viven hormigas del color de los gatos; su tamaño es el mismo del lobo egipcio. Extraen el oro de la tierra y lo acumulan durante la estación de invierno. En verano se ocultan bajo tierra para huir del calor; entonces los indios roban el oro. Pero deben actuar con mucha rapidez, pues cuando huelen la presencia del ser humano, las hormigas salen de sus agujeros, persiguen a los ladrones y, si los camellos de éstos no son suficientemente veloces, destrozan a los intrusos.
Tal la velocidad y el ánimo feroz que el amor al oro despierta en estos animales.”

En la Edad Media se respetaba religiosamente a los autores antiguos. Brunetto Latini, preceptor de Dante, redactó una enciclopedia en gran escala. Las famosas hormigas fueron a refugiarse en el capítulo sobre ciencias naturales. De acuerdo con Latini, los codiciosos animales acumulaban oro no en la India, sino en una de las islas etíopes. Quien se les aproximaba perecía. Pero los astutos moros habían descubierto un hábil ardid que las despistaba.
Tomaban una yegua madre, le aseguraban varios sacos a los costados, remaban hasta las orillas de la isla, y desembarcaban a la yegua... sin el potrillo. En la isla, la yegua pastaba hasta la caída del sol. Entretanto, las hormigas veían los sacos, y comprendían la utilidad de los mismos como recipientes del oro. Prontamente se ocupaban en llenarlos con el metal precioso. A la caída del sol, los ingeniosos etíopes acercaban al potrillo hasta la orilla del agua, frente a la isla. El animal relinchaba quejosamente, llamando a la madre; y cuando ésta oía el llamado, corría hacia el agua, con los sacos llenos de oro, y cruzaba a nado hasta la orilla opuesta. ¿De dónde habrá sacado el crédulo Latini esta fábula?

Volvamos a Plinio. Ya en sus tiempos el oro fue empleado como droga medicinal. Con todo su respeto, la terapia medieval lo continuó empleando. Era simple cuestión de lógica: el rey de todos los metales (y también, para delicia de los boticarios, el más costoso) debía poseer mayores virtudes curativas que las sustancias innobles. Así nació el aurum potabile, de larga vida. Lógicamente, por cuestiones de costo se lo administraba casi exclusivamente a reyes, nobles, eclesiásticos y gente así. Por si alguno quiere probarlo, ahí va la receta:

Tómense flores de borraja, buglosa y melisa (al que denominamos Bálsamo común) cuando el Sol está en el signo de Leo. Hiérvanse las flores juntamente con azúcar blanca disuelta en agua de rosas; por cada onza del cocimiento agréguense tres hojas de oro. Ha de tomárselo con el estómago vacío, en pequeña cantidad de vino de color dorado.”

“Todos los autores afirman que el oro es, entre todas las sustancias, la más suave y menos sujeta a corrupción. Debido a su brillo está consagrada al Sol; su suavidad la subordina a Júpiter; por consiguiente, es capaz de moderar milagrosamente con su humedad el calor natural y de impedir la corrupción de los humores corporales. Es capaz de introducir el calor del sol y la tibieza de Júpiter en las diferentes partes del cuerpo.” ¿Le encuentran algún sentido a esto?

Vayamos a la cosmética. Alrededor de 1726, se acuñaron en Francia nuevas monedas de oro. Los “especialistas” aconsejaron a las damas frotarse los labios con esas monedas, pues el oro “atraía” la sangre, y los labios mostrarían un hermoso color sin necesidad de lápiz labial.

Qué ignorancia la de esos tiempos, ¿no?. Transcribo a continuación un artículo extraído de Internet días pasados:
“Una firma de cosmética japonesa, acaba de lanzar un tratamiento facial con oro de 24 kilates.
Hace apenas una semana, durante una de las ferias cosméticas más importantes del mundo celebrada en Tokio, se presentó el Umo Inc, un tratamiento facial realizado con oro de 24 kilates.
Se trata de un revolucionario tratamiento que funciona como mascara facial purificante. Mejora la elasticidad de la piel y disminuye las arrugas.
Como se habrán de imaginar cada mascarilla no es precisamente barata, aproximadamente 200 euros.”

Adelante, chicas. El siglo XXI les propone dorarse la cara Tal vez no tengan arrugas, pero lucirán brillantes.

Vayamos a otro tema. La conquista de América, piadosamente justificada por el empeño de salvar el alma de sus habitantes, derivó en una masacre cuyo verdadero motivo fue...el oro.
De todas las invenciones y vanas ilusiones de riquezas rescatemos los dichos de Francisco López de Gomara en su Historia general de las Indias (Medina, 1553). Gomara nunca había estado en el Nuevo Mundo; pero igualmente divulgó embustes con tanta credulidad como el más ingenuo “conquistador”. He aquí su descripción del palacio del cacique Guaynacapa:
 “Toda su vajilla, aún la que se emplea en la cocina, es de oro. En sus departamentos hay enormes estatuas de oro puro. Hay también reproducciones de tamaño natural de todos los animales de su país, cuadrúpedos, aves o peces. Tiene un jardín privado, donde descansa; y allí, todos los árboles, arbustos, flores y plantas son de oro purísimo. También posee inmensas cantidades de oro, en forma de lingotes, apilados como si se tratara de simples trozos de madera”.

Con este señuelo, no es extraño que media Europa se lanzara a redimir salvajes. De los cientos de frustradas expediciones, rescato algunas poco conocidas:

1530. Ambros Dalfinger, financiado por la banca de Welser, en Augsburgo, parte con doscientos soldados y varios centenares de esclavos. Los esclavos marchaban encadenados, sujetos por anchos collares de hierro. Si alguno de ellos caía, agotado o enfermo, no se perdía tiempo en quitarle el collar ni en socorrerlo; simplemente, se le cortaba la cabeza, y el látigo apuraba la marcha del resto. No hallaron el famoso Eldorado; y Dalfinger fue muerto por una flecha india.

1536. Otro alemán, Georg Hohemut partió con unos pocos centenares de aventureros alemanes y españoles. La expedición fue un completo fracaso. Hohemut fue muerto por un asesino español a sueldo, que lo apuñaló en el lecho.

1535-1537. Diego de Almagro, que ya había perdido un ojo y varios dedos luchando contra los indios, exploró tierras que le habían sido otorgadas en el actual Perú, al sur de Cusco. Con él fueron 570 españoles y miles de indios, muchos de los cuales murieron congelados en la cordillera de los Andes. Se dijo que forzó a los indios a llevar los potros recién nacidos en angarillas. Por supuesto, no encontró oro. A su regreso,  Almagro luchó contra Pizarro por la posesión de la ciudad del Cusco, pero fue capturado y ejecutado.
1541. La última expedición alemana, bajo la dirección de Felipe von Hutten. Al regreso de la inútil búsqueda, su jefe fue decapitado por el gobernador de Venezuela.

1552. El primer intento serio de los españoles, dirigido por Don Pedro de Ursúa, un noble de Navarra.
Con el fin de intimidar a las tribus salvajes, invitó a los jefes a una comida, y allí los asesinó a todos. El lugarteniente de Ursúa, Pedro Ramiro, fue asesinado por dos oficiales durante una disputa. Ursúa mandó decapitar a los dos oficiales.

1560. Segunda expedición de Ursúa. Su nuevo lugarteniente, Lope de Aguirre, organizó una conspiración contra Ursúa, y éste fue asesinado por sus propios soldados.

1561. Bajo la dirección de Aguirre (el loco Aguirre, como era conocido por los mismos españoles), la expedición se convirtió en banda de delincuentes que saqueaban y asesinaban. Sin embargo, a veces andaban tan escasos de alimentos que se veían obligados a contar los granos de cereal con que se alimentaban. Por orden de Aguirre, Martín Pérez asesinó a Sancho Pizarro, de cuya lealtad Aguirre sospechaba. Luego vino el turno de Pérez, también asesinado. Un lugarteniente de Aguirre, Antonio Llamosa, bebió la sangre de Pérez para demostrar su lealtad. Aguirre, que evidentemente era un maníaco sadista (ver la excelente película de Hertzog “Aguirre, la Ira de Dios” con Klaus Kinski), hizo ejecutar a más de sesenta personas con los más fútiles pretextos. En cinco meses de actividad saqueó cuatro ciudades y diezmó a sus propios españoles...entre ellos a tres sacerdotes y cinco mujeres. Las tropas enviadas para capturarlo rodearon el campamento, y los hombres de Aguirre desertaron. Cuando comprendió que no había modo de huir mató a puñaladas a su propia hija. Fue atrapado y muerto.
Su leal compañero, Llamosa, el bebedor de sangre, fue ahorcado junto con otros cómplices.

Con esta nota optimista cierro la ya extensa reseña sobre algunas de las locuras provocadas por el oro. Debo abundante información al recomendable libro “Historia de la Estupidez Humana”, de Paul Tabori.

Hasta mediados de julio. Espero encontrarnos nuevamente.


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