Cuando nació, Carlomagno no se llamaba así, por supuesto;
era simplemente Carlos, hijo de Pipino y Bertrada. Por cuestiones de estatura,
Pipino pasó a la historia como Pipino el breve, y Bertrada se inmortalizó como
Berta la de los Pies Grandes, por motivos obvios.
Nació Carlos en siete ciudades (nadie se puso aún de acuerdo
en cuál) y en tres fechas, lo que ya es un logro. Franceses y alemanes se
disputan hoy su origen. Inútilmente. Ni Francia, ni Alemania existían por ese
entonces, pero los estudiosos suponen que nació en Herstal, cerca de Lieja, en
el año 747. Se puede decir que era belga. Empate.
Lo único que sabemos con cierta certeza es lo que escribió
Eguinardo, un sabio y cronista de la corte, muy apreciado y favorecido por
Carlomagno. Eguinardo escribió una biografía de su protector donde, muy
agradecido, lo pone por lo cielos. Y eso es lo que nos quedó. Una imagen de
Carlomagno idealizada como un monarca bueno, justo, sabio, y todo así. Los
miles de enemigos que mató en combate o fuera de él probablemente opinarían
otra cosa, pero no escribieron nada.
De la cantidad de invasiones bárbaras que se abalanzaron
sobre el imperio romano y aprovecharon de su caída para establecerse y pasar de
tribus a reinos quedaron las sobrevivientes de las guerras internas, entre
ellas la de los francos, ubicada en Francia y el norte de Alemania. En los años
700, luego de intrigas y caídas de dinastías, estaba regida por Pipino, que
sería breve pero no estúpido, y aprovechó las dificultades del papado para
negociar su apoyo moral y espiritual a cambio de soporte militar. Lo cierto es
que se estableció una sociedad de apoyo mutuo que fortaleció a los francos.
A la muerte de Pipino el reino se dividió entre los hermanos
Carlos y Carlomán. Comenzaron las inevitables fricciones pero Dios colaboró
llevándose a Carlomán. Se sospecha que Carlos también colaboró activamente. Lo
cierto es que el reino franco tenía otra vez un solo dueño (Carlomán dejó
esposa y herederos, pero fueron amablemente invitados por Carlos a huir
inmediatamente).
Al
fin solo, Carlos miró a su alrededor y decidió terminar una guerra contra los aquitanos,
que Pipino había dejado inconclusa. Loa aquitanos eran sus vecinos, y corría un
refrán que decía: «Si tienes al franco como
amigo, no lo tienes como vecino» y viceversa. Solucionó a su manera las cosas
en Aquitania, y de paso se hizo también de Gascuña.
A continuación recibió las súplicas del papa Adriano
I, amenazado por los lombardos (o longobardos) que le estaban tomando ciudades
y avanzaban sobre Roma. Ya Pipino había ayudada militarmente al papa anterior
contra los mismos lombardos, a los que venció y trató magnánimamente,
contentándose con pedir rehenes y juramentos de paz, pero está visto que no se
puede confiar en el juramento de un lombardo. Carlos cruzó los Alpes, sitió a
Pavía, venció en Verona y enclaustró al rey de los lombardos en un monasterio.
Su hijo huyó a Constantinopla, por lo que Carlos no vio obstáculo para ceñirse
la corona de hierro de los lombardos, y de paso hacerse del control de otras
regiones de Italia, que le parecieron sospechosas de rebelarse contra el papa.
Éste, agradecido, le confirmó todo lo actuado, aprobó las ampliaciones de
territorio logradas por Carlos y todos contentos.
Resuelto este tema, Carlos notó con desagrado que
tenía vecinos paganos, los sajones, cosa que como fiel campeón de la Iglesia lo
irritaba muchísimo. Guerra con ellos, entonces.
Ahí aparecieron reales dificultades. Los sajones no
sólo eran más aguerridos que los lombardos, sino que peleaban en un terreno
impenetrable que sólo ellos conocían: año tras año las fuerzas de Carlos
lograban difíciles triunfos. Los sajones juraban lealtad, entregaban rehenes y
se convertían al catolicismo, y año tras
año quebrantaban sus juramentos y volvían a la carga. Treinta y tres años duró
esta guerra de desgaste, hasta que Carlos expatrió a diez mil sajones y los
trasladó en pequeños grupos a lejanos territorios. Los sajones que quedaron se
rindieron, y convirtieron, esta vez definitivamente, y pasaron a formar parte
del ejército franco. Consecuente ampliación del territorio, que ya adquiría
características de imperio.
Mientras sus lugartenientes se las entendían con los
sajones, Carlos no se estaba ocioso. Se encaprichó, por ejemplo en convertir
musulmanes (por la espada, por supuesto, que era su método favorito de
convencimiento). Caramba; ¿dónde hay musulmanes para convertir? En España,
vamos, que casualmente era territorio vecino al de la recién anexada Aquitania,
y ya sabemos lo que pasaba con los vecinos de Carlos.
Allá fue personalmente al frente de un considerable
ejército, y mientras sitiaba a Zaragoza se enteró que los sajones estaban sublevados.
Levantó el sitio, emprendió el retorno con su ejército y arrasó de paso las murallas
de Pamplona, pero en el desfiladero de la actual Valcarlos, cerca de
Roncesvalles, en plenos Pirineos, estaba emboscado un numeroso contingente de
vascos, gente expeditiva, de fácil y peligrosa ira, apenas civilizados en esa
época. Ocultos, dejaron pasar a la avanzada del ejército y cuando desfiló bajo
ellos la retaguardia, unos 20.000 hombres con los bagajes e impedimenta,
dejaron caer una lluvia de rocas y dardos que convirtieron el despeñadero en un
infierno. Se alzaron los vascos con un cuantioso botín y desparecieron
rápidamente. Cuando la vanguardia, advertida, llegó al lugar, sólo le quedó
enterrar a los muertos. Fue la única derrota de Carlomagno, cuando él mismo
estaba al frente de sus fuerzas.
Sería monótono detallar todas las guerras de los
francos. Contra los ávaros (a los que borró de la historia), los bretones, los
bávaros, los eslavos, los bohemios, los normandos... en la mayoría de los casos
con anexión de territorio. Con ellas amplió tan generosamente el reino de los
francos, ya recibido de su padre Pipino grande y poderoso, que casi lo aumentó
al doble. Pasó también a Italia para socorrer al papa León, atacado por
facciones romanas.
Como agradecimiento, el papa, en ocasión de estar
rezando junto con Carlos lo coronó sorpresivamente como emperador, resucitando
la ficción del Imperio de los Césares. La sorpresa desagradó mucho a Carlos, ya
que encerraba un astuto fondo político: al conceder la corona imperial a Carlomagno, el papa se arrogaba a sí mismo
el derecho de nombrar al emperador de los romanos, haciendo de la corona
imperial un regalo personal suyo, y al mismo tiempo arrogándose de forma
implícita una cierta superioridad sobre un emperador al que él mismo había
creado. Esto originó siglos de conflictos y guerras.
Vayamos al aspecto físico del ahora
emperador, con 52 años. Era de cuerpo amplio y robusto. Su estatura, según
Eguinardo, era de siete veces la medida de su pie (si había heredado los pies
de su madre, doña Berta de los pies grandes, debería ser un gigante), cabeza redonda,
ojos grandes, narigón, panza imponente (apetito magno, debería ser
su apodo), cabello blanco y voz de tenor, que desentonaba con su físico. Un
rasgo simpático: hacía casi todo
siguiendo más su criterio que el de los médicos, a los que odiaba, porque le
aconsejaban que dejara los alimentos asados, a los que estaba habituado, y se
acostumbrara a los hervidos. Sorprendentemente para su época y ambiente, era
extremadamente moderado en la bebida, y detestaba la ebriedad.
Era un entusiasta de la educación. Se rodeó de sabios
y su corte era prácticamente una escuela, donde obligaba a concurrir a toda su
familia. Personalmente, se empeñó en aprender a escribir, y para ello solía
tener en el lecho, bajo las almohadas, tablillas y pliegos de pergamino, a fin
de acostumbrar la mano a trazar las letras, cada vez que tuviera tiempo libre;
pero este esfuerzo, comenzado demasiado tarde, tuvo poco éxito. Su mano estaba
más acostumbrada a la espada que a la pluma.
En los matrimonios fue múltiple, fructífero y ecléctico
entre legalidad, concubinato y uniones de hecho. Se le registran diez esposas o
concubinas y veinte hijos. Semejante familia resiste a la enumeración; citaré
sólo por la curiosidad de sus nombres a parejas como Himiltruda, Hildegarda,
Fastrada, Gersuinda, Madelgarda, e hijos como Pipino el Jorobado, Rotruda, Hiltruda, Amaudru, Drogo y otros.
Este hiperactivo emperador no sólo se
dedicó a hacer guerras e hijos; en sus cuarenta y siete años de reinado dio
comienzo a obras civiles como puentes, carreteras, abadías, iglesias y
catedrales. Ya conocemos sus esfuerzos en pro de la educación.
Un chismorreo familiar; siendo sus hijas muy hermosas, y amándolas como las
amaba, es extraño que nunca quisiera darlas en matrimonio, a ninguna, a alguien
de los suyos o a un extranjero; por el contrario, las retuvo a todas consigo en
su casa hasta el momento de su fallecimiento, diciendo que no podía privarse de
su compañía. Y a causa de ello experimentó la malignidad de comentarios
malintencionados. Sin embargo, disimuló, como si jamás hubieran corrido rumores
sobre ellas o hubiese surgido sospecha
alguna sobre su deshonor. Un viejo pícaro.
Mientras pasaba en su palacio el invierno, atacado por
una fuerte fiebre, tuvo que guardar cama. De inmediato, como solía hacer en los
casos de fiebre, se prescribió una dieta, pero al añadirse a la fiebre un dolor
del costado, y persistiendo él en seguir la dieta, sin sustentar su cuerpo más
que con poquísimas bebidas ni consultar a los médicos, al séptimo día de guardar
cama murió. Contaba entonces setenta y dos años de edad, edad sumamente
avanzada para la época. (Su longevidad puede deberse a su negativa a acudir a
los médicos. Sabia precaución.)
Por motivos personales, no les prometo una próxima
entrada a mediados de abril; lo postergaré hasta fines del mes. Hasta entonces.
5 comentarios:
Lamentablemente recién hoy, 19 de abril 2012, he tenido la oportunidad de leer este blog. Voy con varios años de atraso pero prometo enmendar este error. Muy claro, muy didáctico y escrito con fino humor- Tal como a mí me gustaría escribir
Estimado don Isaac/Mario
Agradezco tu comentario, que me dio un alegrón. Ojalá mis otros posts también te entretengan. Un abrazo
Muy bueno! Muy entretenido!
Esperamos los nuevos posts.
Gracias, Mati-. El próximo blog será bíblico, hasta ahora.
Fantástico. Con tu permiso, lo compartiré en mi página. Un saludo.
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