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histonotas: ARTURO REY

martes, 14 de junio de 2011

ARTURO REY


Ya lo tenemos al adolescente Arturo coronado como rey, pero con grandes problemas para afianzar su reinado. Con un pequeño núcleo de reyes aliados más o menos autónomos se empeñó en una incesante serie de batallas en varios frentes, ya sea contra reyes que no admitían su supremacía como contra los siempre agresivos sajones, pictos, anglos y demás indeseables. Contaba a su favor con la inestimable ayuda de Merlín, una mezcla de primer ministro, consejero, ingeniero, mago y vidente. En alguna ocasión esta joya de colaborador intervino con su magia para definir una batalla complicada, pero siempre su sola presencia infundía valor y confianza a las tropas.

Todas estas batallas son detallada y extensamente relatadas (y exageradas) por los cronistas o recopiladores de hechos y leyendas. Las omito, pese a su belleza, en bien de la brevedad.
Entre batalla y batalla Arturo se permitía algunas licencias. Fue así que en uno de sus castillos se encontró con una bella dama en plan de provocativa, y Arturo no eludía ningún desafío. Procedió con decisión y firmeza y sin anticonceptivos, lo que le generó una situación embarazosa, y a la dama más aún. Aquí los cronistas se tornan confusos. Algunos dicen que la “seducida” fue Morgana, y otros aluden a Morgause. Coinciden en que ambas eran expertas en brujería, aunque una de ellas era maligna (la que tuvo el affaire con Arturo) mientras que la otra era leal. Cosa importante: ambas eran hermanas, e hijas de Igraine y Gorlois (ver mi post anterior) lo que las convertía en hermanastras de Arturo, y a éste en incestuoso. En su descargo, diremos que no tenía idea de con quién se estaba acostando. Por supuesto, Morgana actuó con deliberada mala fe para complicarle la vida a Arturo, a sabiendas del parenteso y todo eso.

Para no complicar, postulemos que la “colaboradora” fue Morgana, quien gracias a su ciencia mágica sabía los problemas que le iba a traer a Arturo. Esta vez Merlín falló miserablemente, porque advirtió a Arturo cuando la cosa ya estaba consumada. Le dijo que era una porquería, que se había acostado con la propia hermana, que la había dejado embarazada y que el hijo que nacería le iba a ocasionar la muerte. Todo de sopetón y sin anestesia. Arturo encajó, hizo el signo contra la mala suerte y volvió a la guerra, que era lo más urgente.

Adelantándonos a los hechos, digamos que a los correspondientes nueve meses nació el retoño, a quien Morgana llamó Mordred, y que Arturo se enteró por el bocón de Merlín, sin darle demasiada importancia. Hay quien dice que Arturo ordenó matar a todos los niños de la provincia nacidos en los últimos meses, pero aquí se nota la interpolación de la fábula de Herodes.


 Entre tantas batallas, desafíos individuales y lances de honor, en uno de ellos se le partió a Arturo la espada extraída de la piedra, y nuevamente debió intervenir Merlín. Llevó a Arturo junto a un hermoso lago, en medio del cual sobresalía un brazo vestido con brocado blanco que sostenía una hermosa espada en la mano. Al mismo tiempo, se acercó a Arturo una hermosa dama, quien le ordenó que subiera a una barca allí atracada, se acercara al brazo con la espada y tomara la misma, sin olvidar la vaina. Así lo hizo Arturo, se hizo de espada y vaina y el brazo se sumergió en el lago.

Aclaró como siempre Merlín diciendo que la dama que se había acercado era la Dama del Lago, y que la espada, que tenía por nombre Excalibur, era un don de las hadas del lago, forjada en la mágica isla de Avalon. La vaina era de tal virtud que protegía a su dueño de heridas graves y de pérdida de sangre, lo que la hacía más valiosa que la espada.

A todo esto, el país ya estaba satisfactoriamente pacificado, por lo que Arturo consideró oportuno establecerse. Con la ayuda (cuándo no) de Merlín esta vez en su calidad de agrimensor e ingeniero, eligió un lugar de fácil defensa y proyectó un fuerte castillo, alrededor del cual crecería una ciudad. El nombre de ese castillo y ciudad fue Camelot, y se convirtió en la corte de Arturo y capital de su reino. Ya con vivienda propia, Arturo estaba listo para el casamiento, y lo hizo con Ginebra, bella e inteligente joven, hija del rey Lodegrance.

El regalo de bodas del nuevo suegro fue un poco de compromiso: se sacó de encima una mesa redonda que le había regalado Uther Pendragon hacía tiempo y que realmente era un trasto: tenía capacidad para ciento cincuenta ocupantes y se supone que ya estaba algo usada. Para mejorar la cosa, el rey Lodegrance agregó las correspondientes sillas y cien caballeros como primeros ocupantes. ¿Qué podía decir Arturo? Agradeció, dijo que justamente estaba necesitando una mesa de ceremonias, y encargó a Merlín que eligiera los cincuenta mejores caballeros de su reino para completar el elenco. Eran épocas duras; Merlín sólo consiguió veintiocho dignos de tal honor. Se grabaron en oro los nombres de los ciento veintiocho en los respaldos y se fueron llenando las vacantes con el tiempo.

Quedó un solo asiento vacío por orden de Arturo: sería destinado al mejor caballero del mundo, que a su vez fuera casto, puro, inocente y libre de pecado. Si se sentara alguno sin reunir esos requisitos, quedaría fulminado en el acto. Se lo llamó el Asiento Peligroso. Por motivos obvios, los caballeros del reino se mostraron renuentes de ocupar tal asiento, hasta que luego de muchos años lo ocupó Galahad (o Galaz). Pero esa es otra historia.

En adelante, Arturo y sus ciento y pico de caballeros de la Mesa redonda solían sentarse alrededor en ocasiones especiales para relatar sus hazañas en defensa de las doncellas y oprimidos (de aquí la manía de don Quijote) o simplemente para meditar.

En el día de Pentecostés se produjo un acontecimiento sobrenatural: estando en meditación apareció un grial (algunos lo llamaron graal) envuelto en resplandores y se paseó alrededor de la mesa suspendido en el aire para luego desvanecerse. Los caballeros atónitos se sintieron confortados y alimentados en grado sumo en alma y cuerpo. Inmediatamente Arturo incitó a aquellos de sus caballeros que se considerasen dignos a recorrer el mundo en busca del grial, para conquistarlo y traerlo a Camelot.

Así se originó la más prodigiosa aventura de los caballeros de la Tabla Redonda, conocida como la búsqueda del grial. Esa epopeya, y los acontecimientos que se sucedieron hasta la muerte de Arturo, será tema de la próxima entrada, a fines de junio.

Habrán notado cómo, desde el nacimiento de Arturo en los años 400, la leyenda evolucionó hasta los caballeros y su demanda del grial, en pleno siglo de la caballería (aproximadamente por el 1200). Al tronco original se fueron agregando actualizaciones cronológicas con cada relator para adecuarse al público, lo que generó los anacronismos evidentes.

Me despido hasta la próxima. Un saludo a todos.

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