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histonotas: EL EMPERADOR CLAUDIO – LA FRUSTRACION DE LOS HISTORIADORES

miércoles, 15 de julio de 2009

EL EMPERADOR CLAUDIO – LA FRUSTRACION DE LOS HISTORIADORES


A mediados del siglo I D.C. el imperio romano creado por Augusto cincuenta años antes se encontraba suficientemente consolidado, pese a reinados desastrosos como los últimos años de Tiberio y el dominio delirante de Calígula. El principio hereditario era aceptado, manteniéndose la línea Julio-Claudia (por Octavio Augusto, sobrino de Julio César, y Tiberio Claudio, su hijo adoptivo).

Como vimos en una entrada anterior, la dominación de Calígula tuvo un fin trágico (para él) ya que se encontró con una súbita espada en el vientre que lo transformó en antepasado. El problema pasó a sus asesinos, los miembros de la guardia pretoriana, que carecían de plan sucesorio (parece que la cosa fue muy improvisada). ¿Dónde encontrar un familiar habilitado? Insólitamente, lo hallaron detrás de una cortina.

Allí se había escondido, muerto de miedo, el único varón adulto de la familia, un tío de Calígula. Ante la falta de otros parientes, los soldados lo llevaron al cuartel, desfalleciente, y el Senado no tuvo más remedio que aceptarlo. Como curiosidad, fue el primer emperador impuesto por el ejército (después se hizo costumbre, y no sólo en Roma) y también el primero en pagar el favor. Repartió 15000 sextercios entre la guardia.

El encumbrado a desgano se llamaba Tiberio Claudio Druso Nerón Germánico. Ahora lo conocemos familiarmente por Claudio, para evitar confusiones. Era nieto de la hermana de Octavio Augusto, así que tenía las credenciales en orden.

Su padre, Druso, fue un gran general, al que su esposa Antonia acompañaba frecuentemente en las campañas. El resultado fue que Claudio nació en Lyon, donde su padre combatía en ese momento contra los galos.

Técnicamente, entonces, era francés, cosa que los contemporáneos no advirtieron, seguramente porque Francia aún no existía. De todos modos, tomen nota: Roma tuvo un emperador francés, antes que Napoleón.

Y aquí empiezan los problemas, ya que el relato de su vida que nos ha llegado fue el de Cayo Suetonio Tranquilo, historiador que, tratando de ser imparcial, alterna una capa de defectos con otra de virtudes, y nos deja en la incertidumbre.

Comienza este frustrante narrador diciendo que “durante casi todo el tiempo de su infancia y su juventud Claudio se vio obligado a luchar con diferentes y obstinadas enfermedades; y quedó con ellas tan débil de cuerpo y de espíritu que ni siquiera en edad más avanzada se le consideró apto para cualquier cargo público, ni tampoco para ningún negocio particular” Ya lo defenestra de entrada.

Más adelante sigue con lo mismo. “Su madre Antonia le llamaba sombra de hombre, infame aborto de la Naturaleza; y cuando quería hablar de un imbécil, decía: Es más estúpido que mi hijo Claudio. Su abuela Livia sintió siempre hacia él un profundo desprecio; le dirigía la palabra muy raras veces, y si tenía algo que advertirle, lo hacía por medio de una carta lacónica y dura o de tercera persona.”

Parece que el chico no era muy sano que digamos, pero con la edad empeoró. Intelectualmente tampoco se destacaba; era extremadamente tímido (como para no serlo, achacoso y con ese trato ….). Sus abuelos, Octavio y Livia, no sabían qué hacer con él, y por lo tanto no hicieron nada. Le pusieron un pésimo profesor particular, o pedagogo (hubiera sido más acertado un psicopedagogo, pero seguramente eligieron por precio) y lo ignoraron.

Y ahora nos encontramos con la encantadora característica de Suetonio: a continuación de estas lindezas, nos cuenta que, sorprendentemente, se destacó en sus estudios históricos, era gran conocedor de la lengua griega y de su cultura, redactaba con elegancia, y otras cualidades intelectuales que nos desconciertan. ¿No decía la madre (¡¡!!) que era un deficiente? ¿No es que las madres nunca se equivocan? ¡Ay, Suetonio! ¡En qué dilema nos pusiste!

Y con los años se puso peor. Cuando marchaba, sus inseguras piernas le hacían tambalearse, y cuando hablaba, tanto en broma como en serio, le afeaban sus taras: una risa desagradable, una cólera más repulsiva aún, que le hacía echar espumarajos por la boca, nariz goteante, un insoportable balbuceo y un continuo temblor de cabeza que crecía al ocuparse en cualquier negocio por insignificante que fuese.

Muerto Octavio, bajo el principado de Tiberio fue displicentemente hecho a un lado. No se le otorgó ningún cargo público como para que iniciara su carrera, en vista de lo cual se retiró a sus casas de campo, en compañía de los hombres más abyectos, añadiendo a su propia reputación de imbécil la vergonzosa fama de jugador y borracho (Suetonio dixit, como siempre).

Pese a todo seguía siendo un personaje de buena familia, y se le perdonaban muchas cosas e incluso se lo respetaba en apariencia. Obsecuentes hubo y habrá siempre.

Bajo el siguiente emperador, Calígula, la cosa se le puso más complicada. El delirante de Calígula (su sobrino, por cierto) lo encontró perfecto para hacerlo víctima de su humor perverso: si llegaba algo tarde a la cena, se le recibía con disgusto y se le dejaba que diese vueltas alrededor de la mesa buscando puesto; si se dormía después de la comida, cosa que le ocurría a menudo, le disparaban huesos de aceitunas y de dátiles, o bien se divertían los bufones en despertarle como a los esclavos, con una palmeta o un látigo. Solían también ponerle en las manos sandalias cuando roncaba, para que al despertar bruscamente, se frotase la cara con ellas. Todas muestras del exquisito sentido del humor de Calígula y su corte.

Es larga la lista de humillaciones que sufrió: fue arrojado vestido al Rin desde un puente por motivos insignificantes; cuando a Calígula se le ocurrió instalar un prostíbulo para damas nobles, designó a Claudio como portero, debiendo éste invitar a los transeúntes con gestos obscenos; en el senado era al último a quien le pedían opinión, y en general se lo consideraba el payaso de la corte.

Esto le salvó la vida, ya que funcionaba como el bufón de Calígula. Como suele suceder, el bufón sobrevivió al rey, y el tonto de Claudio, tartamudo, babeante, lleno de taras físicas e intelectuales, resultó exaltado al imperio en las circunstancias que mencionáramos.

Sorprendentemente, su reinado fue próspero. Llegó a invadir Gran Bretaña al frente de las legiones (los ingleses minimizan el episodio), incrementó la prosperidad, aumentó el tesoro… y siguió haciendo sandeces como por ejemplo reírse incontroladamente mientras leía en público una de sus obras históricas, o promulgar decretos sin sentido, como el famoso “se permite emitir eructos y ventosidades en los banquetes” (recordar que en esa época comían recostados alrededor de la mesa, lo que empeoraba el asunto), o imponer el uso de tres nuevas letras en el alfabeto, por parecerle que hacían falta…. Esa es la contradicción que mencionaba, y que hace transpirar a los cronistas. ¿Cómo semejante cretino pudo escribir libros de historia y hacer un gobierno tolerable? Hay tantas hipótesis como historiadores.

Y el broche de sus aventuras lo constituyó su vida sentimental.
Para empezar, cosa rara en esa época, fue absolutamente heterosexual. Fue muy aficionado a las mujeres, pero de muchachitos….ni borracho. Se casó en dos oportunidades por motivos políticos, y se separó también por razones políticas (la cosa se daba vuelta y la esposa ya no servía). Por una de las tantas bromas de Calígula se encontró casado con su sobrina Mesalina, una preciosa joven de 15 años (Claudio tenía 50 mal llevados) que tenía un solo defecto: era ninfómana. Bueno, también resultó cruel, mentirosa, vengativa y homicida, pero nadie es perfecto. (Ver entrada anterior llamada “Mesalina, la imperfecta casada”). A tanto llegó la cosa que sus colaboradores, con más dignidad que Claudio, tuvieron que eliminar a Mesalina, porque ya quería hacerse con el imperio para regalárselo a su amante de turno.
Claudio, impávido en su estupidez, ni se inmutó. Sólo pidió a su guardia que lo mataran si intentaba casarse nuevamente. Pero no pudo resistirse. Le gustaban demasiado las mujeres y tenía una puntería infalible para elegirse las peores. Tras un año de viudez, se casó con Agripina, hermana incestuosa del finado Calígula, ambiciosa, dominante, y con un hijo a cuestas, el que sería el famoso Neron. Pese a su reciente pedido, la guardia no lo mató. Lo terminó matando Agripina, en un voluntario error culinario (hongos venenosos) para asegurar la sucesión para el querido Neroncito. El hijo legítimo de un matrimonio anterior de Claudio, un tal Británico, fue rápidamente enviado a hacer compañía a su padre en el otro mundo.

Como se estaba haciendo costumbre, el Senado, ya convertido en un grupo de monigotes rastreros, decretó que Claudio había pasado a la categoría de dios. Si tenía las cualidades que le atribuye Suetonio, debe ser el dios de los imbéciles, con una multitud de fieles en todos los tiempos.

Y así quedó, inclasificable, gran emperador y gran mentecato, dios y payaso.


El 31 de julio volveremos a encontrarnos. Buscaré algún rey más normal, si es que eso existe. Hasta entonces.



6 comentarios:

Anónimo dijo...

Demasiado sesgado el artículo, difícilmente podía ser tonto un hombre que dominaba las matemáticas; Geometría y sobre todo Historia. Además aprendió a hablar Griego con fluidez (¿Tu lo harías?), hasta Medicina llegó a abordar. Lástima que no se conserven sus libros.

Jorge dijo...

Estimado: Justamente por eso puse el título "...la frustración de los historiadores". Claudio es un enigma. Cabe reconocer que Suetonio lo trató de estúpido a cada rato (en latín, claro), y abrió el camino a muchos historiadores. Algunos (por ejemplo, Robert Graves) revalorizan a Claudio.
Por otra parte, conozco casos de talentosos matemáticos, historiadores, etc, que pese a su ciencia son incurablemente estúpidos. La estupidez y la instrucción no son siempre incompatibles.

Un abrazo, y gracias por el comentario. La polémica civilizada vivifica.

Anónimo dijo...

Bueno, Suetonio consideraba como un defecto hasta su absoluta heterosexualidad. Sin embargo, amigo, su reinado fue próspero en administración y en infraestructuras también (Acueductos, además hizo construir un canal del Rin hasta el mar), hasta fue estratega militar, tengo entendido que fue amado por el pueblo romano. Sus estatuas al menos en reposo , nos indican un hombre de aspecto bastante agradable (otra cosa ya es cuando se ponía en marcha o hablaba). Si era imbécil, debió ser uno de los estúpidos mas brillante de la historia. Hugo

Jorge dijo...

Estimado Hugo, estamos de acuerdo en algo: Suetonio fue un periodista amarillo, sin sombra de objetividad. Sensacionalista, escribía lo que le gustaba oír al mandamás de turno. Sin embaego, al menoas en el tema matrimonial Claudio no fue muy lúcido que digamos. Mesalina no era lo que se llama un modelo de virtudes, y luego Agripina, con su hijito Nerón y su pasado con Calígula.... Bueno, dejémoslo como uno de los misterios de la historia.

Un abrazo, y gracias por el comentario

Hipólipo de Siracusa dijo...

Me gustó mucho la forma en que está relatado, aunque no leído otras fuentes sobre la vida de Claudio, ni he leído ni he visto "Yo, Claudio".

Pero creo que mucha gente estaría encantada de leer relatos históricos como este... o como "Adriano" de Marguerite Yourcenar, que hacen que la historia sea tan amena.

Me gustó eso que comentaste: "La estupidez y la instrucción no son siempre incompatibles".

¿Te molestaría explicar eso un poco más?

Jorge dijo...

Gracias por tu comentario, mi estimado "Hipólito". Mi intención es entretener y ,si de paso enseño algo, mucho mejor. Por favor, no me compares con Marguerite Yourcenar. Estoy a siglos luz detrás de ella. Es una de mis escritoras preferidas. La admiro y ni sueño con siquiera acercarme a su genialidad.
En cuanto a mi frase sobre la estupidez, es simple. Frecuentemente nos encontramos con gente decollante en determinadas disciplinas, erróneamente llamados sabios, a quienes, si los sacas de su especialidad, son unos reverendos asnos opinando.
A veces se piensa que una persona instruida debe ser necesariamente inteligente, y no es así.

Hasta pronto