Hemos recibido hasta el hartazgo información sobre Enrique VIII de Inglaterra y sus esposas.
Las novelas, el cine, la TV, se han encargado prolijamente de vilipendiar a Enrique desde todos los ángulos. Prácticamente ha pasado a la historia como “el rey que mataba a sus esposas”. Una especie de Jack el destripador con corona.
Hasta el presumiblemente bien informado Winston Churchill lo llamó “una mancha de sangre y grasa en las páginas de la historia de Inglaterra” ¿Quién era Churchill para hablar de grasa? Además, Enrique engordó con la edad, como pasa a mucha gente. De joven era delgado y atlético.
En cuanto a la sangre, admito que rodaron varias cabezas durante su reinado (no olvidemos la época; en Italia el papa Borgia mandaba cardenales al otro mundo como si nada, para no mencionar a sus hijos. Incestos, envenenamientos y ejecuciones eran considerados recursos de gobierno). Algunas de las cabezas eran de sus mujeres, y otras de sus ministros, de modo que la cosa era surtida. Por otro lado, las condenas a muerte las dictaban los tribunales, aunque también es cierto que los jueces no se atrevían a contrariar al rey.
Bueno, Enrique se casó seis veces y mandó ejecutar “sólo” a dos cónyuges. No es un promedio como para espantarse.
Haremos un repaso, esposa por esposa. Hoy le toca a la primera, Catalina de Aragón.
Las novelas, el cine, la TV, se han encargado prolijamente de vilipendiar a Enrique desde todos los ángulos. Prácticamente ha pasado a la historia como “el rey que mataba a sus esposas”. Una especie de Jack el destripador con corona.
Hasta el presumiblemente bien informado Winston Churchill lo llamó “una mancha de sangre y grasa en las páginas de la historia de Inglaterra” ¿Quién era Churchill para hablar de grasa? Además, Enrique engordó con la edad, como pasa a mucha gente. De joven era delgado y atlético.
En cuanto a la sangre, admito que rodaron varias cabezas durante su reinado (no olvidemos la época; en Italia el papa Borgia mandaba cardenales al otro mundo como si nada, para no mencionar a sus hijos. Incestos, envenenamientos y ejecuciones eran considerados recursos de gobierno). Algunas de las cabezas eran de sus mujeres, y otras de sus ministros, de modo que la cosa era surtida. Por otro lado, las condenas a muerte las dictaban los tribunales, aunque también es cierto que los jueces no se atrevían a contrariar al rey.
Bueno, Enrique se casó seis veces y mandó ejecutar “sólo” a dos cónyuges. No es un promedio como para espantarse.
Haremos un repaso, esposa por esposa. Hoy le toca a la primera, Catalina de Aragón.
Chica de buena familia (hija de los reyes Católicos, nada menos), una pelirroja bastante bonita, la casaron a los 16 años por alianzas políticas con Arturo, el hermano mayor de Enrique.
La cosa empezó mal. Por de pronto el viaje de la novia desde España a Inglaterra duró un año por mal tiempo y averías. Un presagio. A los cinco meses de casada Arturo murió de “sudor mortal” (¿Qué enfermedad es esa? Los médicos siempre al día) El rey de Inglaterra, padre de Enrique y Arturo, se mostró reacio a devolver la enorme dote y a renunciar a la alianza con la poderosa España, de modo que, ya que estaba en Inglaterra, desposaron a la viudita con Enrique. No se pudieron casar enseguida porque el novio tenía 11 años, y además era técnicamente cuñado de la novia, lo que en esa época se consideraba incesto.
Se apeló a un subterfugio que pareció muy astuto en su momento pero traería enormes consecuencias para el mundo: Catalina (presionada por todos) testificó que no había consumado el matrimonio con Arturo debido al carácter enfermizo de éste. Le cargaron la impotencia al muerto, total…. Le creyeron, o al menos lo aparentaron.
Para hacer las cosas legales, el rey recurrió al Papa, como era lo habitual. En vista del juramento de Catalina, Clemente VII emitió la correspondiente bula de anulación de matrimonio por no consumación. Catalina quedó soltera y virgen por dictamen del Vicario de Dios (que yo sepa, no se hizo ninguna prueba de virginidad; en vista de lo que pasó después, no hubiera estado de más). Todos contentos, salvo Francia, que recelaba de una alianza anglo española.
El ajetreado casamiento se realizó finalmente en junio de 1509, dos meses después de que Enrique hubiera asumido como rey por fallecimiento de su padre y a seis años de la controvertida viudez (o no) de Catalina.
Ambos se querían con amor de juventud, (ella, 23 años; él, 18) pero Catalina tuvo una serie de abortos e hijos nacidos muertos o fallecidos a pocos días de nacer. Fueron cinco reveses en ocho años para Enrique, que necesitaba desesperadamente un hijo varón para asegurar la dinastía. Reciente era el fin de la guerra de las Dos Rosas, causada por sucesiones discutidas. Del matrimonio sólo sobrevivió una hija, la que años después reinó como María la Sanguinaria. De hijos varones, nada.
Enrique esperó con santa paciencia hasta que Catalina cumplió 47 años y se desvanecieron las esperanzas de nueva descendencia. Pragmático, Enrique expresó sus dudas de que el matrimonio entre Catalina y Arturo no se hubiese consumado, o sea que después de 24 años de casados Enrique no sabía si su esposa se había casado virgen (¡!).
Lo asaltaron oportunos remordimientos por su “pecado” y no faltaron obsecuentes que, recurriendo a la Biblia, que da para todo, citaron:
“Si un hombre toma la mujer de su hermano comete una maldad: ha descubierto la desnudez de su hermano. Estos no tendrán hijos” (Levitico 20,21)
¡Clarísimo! ¡Por eso no había tenido hijos varones! ¡Era la maldición divina por su pecado!
Además, si Catalina se había relacionado carnalmente con Arturo la dispensa papal era nula, o sea que el matrimonio con Enrique no era válido, o sea que Enrique era soltero y se podía casar con quien quisiera. Y casualmente ya tenía candidata en vista, Ana Bolena.
Se imponía un divorcio, pero no era nada fácil. Carlos I, nieto y sucesor de Fernando el Católico, no quiso saber nada de que su tía fuese una repudiada ni que se rompiera la alianza con Inglaterra, la esposa desdeñada entró en depresión y se refugió en la religión, el papa, presionado por España, se negó en redondo a disolver el matrimonio.
Enrique comenzó por las buenas, pidiendo opinión a sus lores (¡qué iban a oponerse, con el miedo que tenían!). Consultó a las principales universidades de Europa, que se lavaron las manos, pero el papa seguía irreductible. “Yo no te descaso”.
La mansedumbre no figuraba entre las virtudes de Enrique, de modo que cortó por lo sano. Dejó de aportar contribuciones a Roma, consideró delito capital apelar al papa y se declaró jefe de la iglesia de Inglaterra, desconociendo la autoridad espiritual del pontífice. Con esas atribuciones, nombró Arzobispo de Canterbury a un adicto, Thomas Cranmer, e hizo que éste lo casara con Ana Bolena.
En realidad, no se tomó la molestia de divorciarse de Catalina, lo que lo convertía en bígamo, pero su argumento es que nunca había estado casado, ya que la anulación del primer matrimonio de Catalina había sido inválida, según su razonamiento.
Puesto en ese camino, le tomó gusto a la independencia y confiscó a manos llenas monasterios, tierras y bienes de la Iglesia en Inglaterra, lo que le produjo inmensos beneficios económicos. Ese fue el comienzo de la separación entre Inglaterra y Roma, que se fue extendiendo a cuestiones doctrinales.
El papa, por supuesto, lo excomulgó y desligó a sus súbditos de la obediencia al rey, pero Enrique era temido por sus súbditos y ministros, y el que se opusiera acababa perdiendo literalmente la cabeza, como Tomas Moro, ministro que osó defender la supremacía papal.
Catalina fue tratada con toda consideración. Enrique la respetaba, y le dio el tratamiento de princesa viuda de Inglaterra, por su casamiento con el príncipe Arturo. Los veinticuatro años de reina por su matrimonio posterior fueron simplemente ignorados.
Catalina falleció de cáncer tres años después del casamiento de Enrique con Ana Bolena, lo que, con el conocimiento de los hechos, significa que si Enrique hubiese esperado tres años, Hubiera enviudado y se hubiese podido casar nuevamente sin apelar al papa, con lo que los ingleses (y los norteamericanos, en consecuencia) serían todavía católicos. Hipótesis de la historia probabilística.
En la próxima entrada, el 15 de agosto, continuaré con la famosa y traqueteada Ana Bolena.
Además, si Catalina se había relacionado carnalmente con Arturo la dispensa papal era nula, o sea que el matrimonio con Enrique no era válido, o sea que Enrique era soltero y se podía casar con quien quisiera. Y casualmente ya tenía candidata en vista, Ana Bolena.
Se imponía un divorcio, pero no era nada fácil. Carlos I, nieto y sucesor de Fernando el Católico, no quiso saber nada de que su tía fuese una repudiada ni que se rompiera la alianza con Inglaterra, la esposa desdeñada entró en depresión y se refugió en la religión, el papa, presionado por España, se negó en redondo a disolver el matrimonio.
Enrique comenzó por las buenas, pidiendo opinión a sus lores (¡qué iban a oponerse, con el miedo que tenían!). Consultó a las principales universidades de Europa, que se lavaron las manos, pero el papa seguía irreductible. “Yo no te descaso”.
La mansedumbre no figuraba entre las virtudes de Enrique, de modo que cortó por lo sano. Dejó de aportar contribuciones a Roma, consideró delito capital apelar al papa y se declaró jefe de la iglesia de Inglaterra, desconociendo la autoridad espiritual del pontífice. Con esas atribuciones, nombró Arzobispo de Canterbury a un adicto, Thomas Cranmer, e hizo que éste lo casara con Ana Bolena.
En realidad, no se tomó la molestia de divorciarse de Catalina, lo que lo convertía en bígamo, pero su argumento es que nunca había estado casado, ya que la anulación del primer matrimonio de Catalina había sido inválida, según su razonamiento.
Puesto en ese camino, le tomó gusto a la independencia y confiscó a manos llenas monasterios, tierras y bienes de la Iglesia en Inglaterra, lo que le produjo inmensos beneficios económicos. Ese fue el comienzo de la separación entre Inglaterra y Roma, que se fue extendiendo a cuestiones doctrinales.
El papa, por supuesto, lo excomulgó y desligó a sus súbditos de la obediencia al rey, pero Enrique era temido por sus súbditos y ministros, y el que se opusiera acababa perdiendo literalmente la cabeza, como Tomas Moro, ministro que osó defender la supremacía papal.
Catalina fue tratada con toda consideración. Enrique la respetaba, y le dio el tratamiento de princesa viuda de Inglaterra, por su casamiento con el príncipe Arturo. Los veinticuatro años de reina por su matrimonio posterior fueron simplemente ignorados.
Catalina falleció de cáncer tres años después del casamiento de Enrique con Ana Bolena, lo que, con el conocimiento de los hechos, significa que si Enrique hubiese esperado tres años, Hubiera enviudado y se hubiese podido casar nuevamente sin apelar al papa, con lo que los ingleses (y los norteamericanos, en consecuencia) serían todavía católicos. Hipótesis de la historia probabilística.
En la próxima entrada, el 15 de agosto, continuaré con la famosa y traqueteada Ana Bolena.
6 comentarios:
Wow muy bien redactado, entendi todo lo que escribiste. Si podría dar puntaje te daría 5 estrellas. Gracias por el post y ansío a que continues la famosa historia. Saludos!!
Guau! Muy bien redactado, entendí muy bien todo lo que escribiste. Si pudiera dar puntos te calificaría cinco estrellas. Gracias por el post y ansío a que continúes la famosa historia. Saludos
Guau! Muy bien redactado, entendí muy bien todo lo que escribiste. Si pudiera dar puntos te calificaría cinco estrellas. Gracias por el post y ansío a que continúes la famosa historia. Saludos
¡Vamos, menudo elogio! Se agradece. Estas cosas me alientan, de veras. En cuanto a continuar, podrás ver que he concluido con don Enrique y sus féminas en loa siguientes posts. Al presente, espero publicar algo bíblico el 15 de este mes. Te espero
Hry buenísimo! Hasta ahora lo leo,espero todavia existas y tevdediques aún a esto. Si tienes otros trabajos, avísanos.
Hey buenísimo +
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