Los jefes de tribus, llamémoslos reyes, eran Chilperico I (Neustria) y Sigiberto I (Austrasia), hermanos y, como corresponde, enemigos a muerte.
Las cosas se complicaron porque mientras Sigiberto Austrasia se llevaba razonablemente bien con su Brunilda, Chilperico Neustria maldecía la hora en que se había casado. No sólo Galsuinda era bastante horrible e intratable, sino que Chilperico tenía desde hacía tiempo una concubina, Fredegunda, hermosa, apasionada, y todo eso, a quien realmente quería.
Ya tenemos planteado el conflicto. Hace su aparición la protagonista, Fredegunda. Esta dama, antigua sirvienta de palacio, pensó con razón que una vez enviada Audovera al convento Chilperico se casaría con ella. El matrimonio con Galsuinda le cayó pésimo, pero supo comprender, buena chica, los motivos políticos. La muerte del suegro indeciso la hizo entrar en acción. ¡Fuera Galsuinda! Una mañana del año 568, la reina Galsuinda fue hallada estrangulada en su lecho. El rey lloró amargamente su muerte y a los pocos días se casó con Fredegunda (tercera esposa en corto tiempo), quien se hizo la distraída. Todavía no la conocían bien. Ya lo harían.
Brunilda se sintió personalmente ultrajada por el asesinato de su hermana, y no era persona de olvidar ni siquiera un agravio muy inferior a ése. De inmediato se dedicó a atizar a su esposo Sigiberto contra el hermano. Por consiguiente, Sigiberto exigió que Chilperico devolviese la dote que había recibido al casarse con la reina asesinada (una demanda razonable, ciertamente). Chilperico se negó, y estalló la guerra entre las dos potencias francas.
Parecía que Brunilda quedaría vindicada, porque las fuerzas de Austrasia arrollaron a Chilperico y lo colocaron en situación crítica. Pero entonces intervino Fredegunda, que tenía sus armas particulares y las puso en juego. Había allí dos asesinos pagados, cuyos puñales envenenados se clavaron en Sigiberto, y éste cayó muerto. Brunilda fue hecha cautiva. y es notable el hecho de que no fuese ejecutada de inmediato por orden de Fredegunda. Al parecer, se enamoró de ella Meroveo, un hijo del primer matrimonio de Chilperico, la ayudó a escapar y ambos huyeron de las iras de Fredegunda. Técnicamente eran tía y sobrino, pero eso fue pasado por alto por el obispo que los casó. Recuerden a este obispo, Pretextato, porque reaparece en un acto siguiente. Fredegunda no perdonaba.
Para Meroveo, su matrimonio fue fatal. Sin duda, Fredegunda lo tenía en su lista, de todos modos, pero su temporal casamiento con la mortal enemiga de su madrastra aceleró su fin. Ella lo hizo asesinar, al igual que a otros dos hijos de Chilperico con su primera esposa. Para evitar remordimientos de Chilperico, también hizo asesinar a la mencionada primera esposa, Audovera, quien vegetaba tranquila en un convento. Así, sólo quedó el mismo Chilperico, quien en 584 murió en circunstancias misteriosas. Naturalmente, los primitivos cronistas supusieron que Fredegunda también lo hizo asesinar, y quizá fue así.
Gracias a ya saben quién, el único candidato vivo al trono de Neustria era, ¡oh sorpresa!, el pequeño hijo de Fredegunda.
La nobleza de Neustria expresó abiertamente dudas sobre la legitimidad del pequeño. Para acallar esas dudas, Fredegunda tuvo que pasar por la indignidad de presentar obispos y nobles que jurasen que su hijo lo era también de Chilperico. Ya consolidada en la regencia, ordenó en 586 el asesinato del obispo Pretextato, quien le disgustaba particularmente (ver más arriba el caso del casamiento clandestino de Brunilda). Como el obispo -apuñalado en su catedral- había quedado malherido, Fredegunda, simulando gran preocupación y consternación, lo visita en su lecho de muerte y le envía a sus propios médicos para asegurarse de que no reciba atención. Cuando el obispo poco antes de morir la acusa de su muerte y le profetiza el castigo de Dios, ella simplemente no se da por aludida, como si el moribundo se hubiera dirigido a otra persona. No dejaba cabos sueltos, esta mujer.
Pasaron varios años y en Austrasia gobernaba el hijo de Brunilda y Meroveo (difunto hijastro de Fredegunda). Este rey, Childeberto, falleció bruscamente. Imaginen cuáles fueron las hipótesis de los cronistas. La ya anciana Fredegunda arrastraba tal fama de asesina serial que resultaba sospechosa de toda muerte de persona encumbrada. Por otra parte, una reina como Fredegunda debía a estas alturas inspirar gran temor en una sociedad supersticiosa como era la franca de aquella época; hasta es posible que muchos de sus contemporáneos le hayan tenido por una poderosa bruja. Tal vez no fuese para tanto; algunas personas morían de muerte natural.
Muerto Childeberto, quedó en Austrasia su pequeño hijo, con la también temible Brunilda como regente. Se vieron así frente a frente las dos enemigas, ambas regentes de sendos reinos, por supuesto en guerra entre sí. Finalmente, en el año 597, Fredegunda murió en su palacio de París, sorprendentemente en su cama y de disentería. Esperemos que en el otro mundo haya rendido cuentas, porque lo que es en este...se salió siempre con la suya.
Dejó en Neustria a su hijo quien, luego del presumible suspiro de alivio, continuó la guerra con implacable crueldad, lo cual demostró que, fuese o no hijo de Chilperico, ciertamente lo fue de Fredegunda. Finalmente, obtuvo una completa victoria, pues capturó a Brunilda y a sus pequeños bisnietos. Mató a los niños (aunque se supone que perdonó a uno por piedad, sentimiento raro entre los merovingios).
Brunilda era ahora una anciana de alrededor de ochenta años. Había pasado casi medio siglo desde que su hermana fue asesinada y comenzó su querella con Fredegunda. Estaba en poder del hijo de Fredegunda, y éste no fue infiel al fantasma de su madre. La anciana reina fue sometida a tormentos de los que no se muere durante tres días; luego fue exhibida sobre un camello para la mofa del ejército y, finalmente, atada a la cola de un caballo que la arrastró hasta morir.
Como detalle adicional digamos que quien ordenó tal salvajada era técnicamente su nieto político, como se demuestra si siguen atentamente el intrincado árbol genealógico.
Todas estas costumbres de asesinatos, torturas, traiciones y atrocidades amenizan la decadencia de la dinastía merovingia, que poco tiempo después de nuestro relato fue desplazada por los Mayordomos de Palacio y finalmente por Carlomagno, quien enderezó considerablemente las costumbres y allanó la salida de este caos hacia el orden feudal que, pese a todos sus defectos, representó un notable avance respecto a estas edades oscuras.
Espero encontrarnos nuevamente a mediados de septiembre, con otra historia. Saludos.
1 comentarios:
Te felicito por las histo notas. No somos muchos los que leemos historia, pero a los pocos que si lo hacemos, noa ayudas mucho. Buen día.
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