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histonotas: LA MONEDA – EL VALOR DE UNA PIEDRA

jueves, 31 de mayo de 2012

LA MONEDA – EL VALOR DE UNA PIEDRA



Las islas Yap son cuatro, muy pequeñas y por fortuna poco visitadas debido a su ubicación. Entre todas tienen una población de 8000 habitantes, y pertenecen a los Estados Federados de la Micronesia. ¿Las ubican? Como ayuda, digamos que son islas de las Carolinas de Océano Pacífico Occidental ¿Vamos mejor? Bueno, están cerca (es un decir) de Australia, las Filipinas, Nueva Guinea y Japón. Hubiéramos empezado por ahí.


Estas cuatro islas son el paraíso de unas vacaciones de sueño: mar azul, corales, vegetación tropical, clima perfecto, playas inmensas, surf, vela, snorkel y todo eso. Habitantes tranquilos y amistosos, collares de flores, bailes...algo así como Hawaii, pero mejor. Menos turistas. Se entiende: es muy lejos, no hay hoteles cinco estrellas, y parece que hay poco interés local por las visitas masivas de extranjeros. Como ejemplo, en la más pequeña de las cuatro islas no existe electricidad, teléfono, y ni sombras de internet o mail. Para visitarla hay que solicitar permiso de entrada con semanas de anticipación, no vaya a ser que un grupo de bulliciosos turistas caigan a molestar en medio de una fiesta tradicional o religiosa. Simpáticos, los yapeses.
Inevitablemente, allá por el 1600 llegaron los españoles, dos siglos después los alemanes, de nuevo los españoles, los japoneses y durante la segunda guerra mundial allí explotó el infierno. Guam (ahí nomás) fue teatro de infernales combates y finalmente todo quedó en manos de norteamericanos. Se ve que se aburrían soberanamente, porque en 1990, las independizaron formando la Federación de Estados de Micronesia.

En los felices y lejanos tiempos de su pagano pasado, hace unos quinientos o seiscientos años, los isleños se encontraron con un serio problema: se cansaron del trueque e inventaron la moneda pero: ¿qué emplear como moneda? En las islas no existían metales, las conchillas, hojas de palmera, cocos, eran demasiado abundantes como para ser valiosos. A un precoz economista se le ocurrió la solución; en una isla lejana existían yacimientos de piedra caliza, material exótico para Yap. La isla estaba a 300 Km de distancia; extraer, transportar en canoas y dar forma a las piedras implicaba considerable esfuerzo. Por consiguiente, se dijeron los habitantes de Yap, habían hallado la moneda perfecta. Se tallaron las piedras hasta darles forma de discos, con un agujero central para ensartar una vara y facilitar su transporte.

El sistema funcionó por largo tiempo, con un disco de unos 30 cm de diámetro se podía comprar un cerdo, pero para adquirir cosas más valiosas hubo que fabricar piedras de mayor diámetro, requiriéndose varios hombres para acarrearlas. Entre los bienes más costosos y la detestable inflación se “emitieron” piedras de hasta tres metros de diámetro, con pesos de cientos de kilogramos.

Pero, ¿cómo se utilizaba esta moneda? ¿Era preciso trasladar estas piedras cada vez que se compraba o vendía algo?

El pueblo de Yap era demasiado inteligente para acometer tan pesada tarea. Se dejaban las piedras en el sitio original, en el jardín o en el patio del primer propietario; adquirían la condición de propiedad inmueble, y se las transfería sencillamente a nombre del nuevo propietario. El pueblo de Yap carecía de lenguaje escrito, de modo que el convenio era puramente verbal; pero era respetado más fielmente que un documento de cincuenta páginas redactado por un regimiento de abogados. En Yap había muchos hombres adinerados cuya “riqueza” se hallaba dispersa por toda la isla. Naturalmente, tenían derecho a visitar su propiedad, a inspeccionarla, a sentarse en el agujero central y a satisfacer su orgullo de propietarios.

Pero la historia no acaba aquí. Yap sufre a menudo tifones tropicales. Tampoco son raros los maremotos. A veces se descargaban con enorme violencia, y las grandes piedras iban a parar a las lagunas. Una vez superado el difícil momento, los nativos se dedicaban a buscar el dinero que habían perdido. Lo hallaban en el fondo de los lagos, claramente visible gracias a la transparencia de las aguas.

Pero, establecida la ubicación de las piedras, a nadie se le pasaba por la cabeza la idea de rescatarlas.

Hubiera sido tarea muy difícil; sea como fuere jamás se realizó el intento. El dinero, la riqueza estaba allí; ni el prestigio familiar ni la situación individual sufrían porque esa riqueza estuviera sumergida en una o dos metros de agua.

El comercio de monedas de piedra se detuvo a comienzos del siglo XX, debido a las disputas comerciales entre los intereses de españoles y alemanes, y a la introducción de los billetes por los europeos ocupantes.

Aunque la moneda de estilo occidental ha reemplazado a las piedras como moneda corriente (la moneda oficial de Yap es hoy en día el dolar norteamericano), estas todavía mantienen su valor, comerciándose de forma tradicional entre los yapeses. Son un símbolo nacional


Actualmente, cerca del diez por ciento del oro mundial está en Fort Knox, Kentucky. Se han dispuesto complicadas precauciones contra la posibilidad de ataque atómico. En una cámara acorazada subterránea el acceso al oro debe pasar aparte de por numerosos controles de seguridad abarrotados de militares y policías armados, con muros de granito y una puerta de acero macizo que pesa más de 23 toneladas. No hay una sola persona en todos los Estados Unidos que pueda abrir la combinación de esta puerta. Son necesarios varios funcionarios de Fort Knox, cada uno de los cuales posee una parte de la combinación que abre la puerta. Nadie conoce la combinación completa que permitiría traspasar la puerta y sólo unas pocas personas saben las combinaciones parciales.

Aún así, traspasada esta puerta existen varias más internas que tampoco resultarán de acceso sencillo. Para acceder a la cámara además se exige una autorización firmada por el Presidente de los Estados Unidos.

Los oficiales encargados de la seguridad del recinto pertenecen a una unidad especial: La Mint Police de los Estados Unidos, un cuerpo cuya única misión es velar por el Tesoro y otros bienes del Estado. Este cuerpo es especialmente restrictivo en sus políticas de acceso: sólo ciudadanos estadounidenses pueden formar parte de él. Además de ellos, unidades militares destacadas en Fort Knox se encargan de aumentar la seguridad del lugar hasta límites próximos a la locura.

. Pero aunque el oro está en depósitos subterráneos, y fácilmente podría quedar sumergido, el valor de la moneda norteamericana no se ha visto afectado en lo más mínimo.

El dólar es siempre el “todopoderoso dólar”, porque la gente sabe que el oro está allí. Y lo mismo puede decirse de todos los países que se ajustaron al patrón oro hasta años recientes. ¿Hay tanta diferencia entre el oro de Fort Knox y las ruedas de piedra de Yap?



Espero tener una nueva conversación a mediados de junio. Hasta pronto.

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