Año 1300. Perdida definitivamente Tierra Santa, derrotados y desperdigados los cruzados ocupantes, el resto de los templarios combatientes se refugian en la isla de Chipre, donde intrigan, se enemistan con sus habitantes y sueñan quiméricos proyectos de futuras cruzadas. Su gran maestre, Jacques de Molay, viaja a Roma para conseguir apoyo papal y reclutar efectivos.
La otra rama del Temple, los no combatientes, continúan acumulando riquezas y poder político. Su centro de operaciones está en París, y desde allí irradian a toda Europa.
Haciendo un paralelo aproximado, el Temple se comportaba como un Fondo Monetario Internacional, acreedor de los principales reinos por sumas astronómicas e impagables, y por consiguiente regulador de políticas y socio influyente. Como pasa hoy en día con el Fondo, no era mirado precisamente con cariño pero, en su caso, disponía de una fuerza armada (mediocre, dado que los combatientes estaban en Chipre) y, sobre todo, de la tutela papal. El Temple, recordemos, no debía obediencia a nadie más que al papa.
Desgraciadamente para la Orden, precisamente en Francia reinaba en esos momentos Felipe IV “el Hermoso”, monarca consagrado a la consolidación de Francia y fortalecimiento del trono, que arrastraba deudas enormes con el Temple y no podía tolerar un poder paralelo en su reino.
Felipe procedió inteligentemente. No lanzó la pueril consigna “no pagar la deuda externa” sino que colmó de honores al Temple. Designó al Gran Maestre Jacques de Molay padrino de su hija Isabel, futura reina de Inglaterra, y se postuló como candidato a ingresar a la Orden, con la evidente intención de convertirse en gran maestre. El cabildo vio el peligro a tiempo y respondió con una negativa tajante y sin apelación.
Quedó con esto un único camino: la destrucción del Temple. Primer paso; el Temple dependía directamente del Papa, por lo que se necesitaba un pontífice maleable. Por medio de presiones y sobornos, Beltrán de Got, arzobispo de Burdeos, fue elegido Papa en 1305 con el nombre de Clemente V. Segundo paso: la difamación. Felipe aprovechó o inventó a un supuesto delator, quien “reveló” atroces costumbres “confesadas” por un templario anónimo: sacrilegio a la cruz, herejía, brujería, sodomía y adoración a ídolos paganos (les acusó de escupir sobre la cruz durante su admisión, renegar de Cristo a través de la práctica de ritos heréticos, de adorar a un ídolo llamado Baphomet y de tener contacto homosexual fomentado por los superiores, entre otras cosas). Estas acusaciones fueron ampliamente divulgadas entre el pueblo.
Inocentemente, de Molay recurrió al Papa solicitando se limpiara el buen nombre de la Orden. Paternalmente, Clemente le prometió iniciar una investigación… e informó a Felipe. Era la oportunidad buscada.
Felipe despachó correos a todos los lugares de su reino con órdenes estrictas de no ser abiertos hasta un día concreto, el anterior al viernes 13 de octubre de 1307, en lo que se podría decir que fue una operación conjunta simultánea en toda Francia. En esos pliegos se ordenaba la detención de todos los templarios y la requisa de sus bienes, bajo la inculpación de herejía, en nombre de la Inquisición.
En la redada cayeron ciento cuarenta templarios (muchos escaparon o fueron advertidos). De inmediato, Felipe hizo confiscar los bienes del Temple. Se dice (uno de los misterios del caso) que gran parte del tesoro fue puesto a salvo por templarios fugitivos, siendo su destino desconocido.
La Inquisición, o más bien los tribunales sumarios instaurados por Felipe, no perdieron tiempo: en toda Francia comenzaron las condenas. Quienes, por las brutales torturas, confesaban cualquier enormidad, eran castigados con prisión; quienes negaban eran quemados por herejes, sacrílegos…y todo lo demás.
En París, mientras tanto los principales dignatarios de la Orden estaban confinados en el propio castillo del Temple, sometidos a interminables interrogatorios y torturas.
Comenzó una tragicomedia entre el papa Clemente y el rey Felipe. Clemente no estaba en absoluto convencido de la veracidad de las acusaciones contra los templarios, puesto que había participado en la trama desde el principio. Lo pactado era hacer desaparecer la Orden y, de paso, rapiñar sus tesoros, pero Felipe era más terminante: no debía quedar ningún templario impune, y en cuanto a los tesoros, se hacía el distraído con lo que había alcanzado a escamotear.
En este tira y afloje, Felipe hizo valer sus presiones sobre el Papa (así como lo había elevado, lo podía destituir, había precedentes) y. para salvar la cara, se llegó a un acuerdo: las máximas autoridades de la Orden serían juzgadas por un tribunal inquisidor papal, pero sesionando en París y bajo las órdenes de jerarcas designados por Felipe.
Así las cosas, el proceso, dirigido por el canciller del reino, Guillaume de Nogaret, se arrastró entre ignominiosas falsedades. El pergamino que contiene la trascripción de los interrogatorios a que fueron sometidos en 1307, mide veintidós metros con veinte centímetros.
En ese lapso, las máximas autoridades del Temple fueron sometidas a todo tipo de vejaciones, torturas e interrogatorios. Destruidos, terminaron, por supuesto, confesando todo lo que sus inquisidores quisieron.
La culpabilidad de las personas aisladas no entrañaba la culpabilidad de la Orden. Las comisiones papales no pudieron (o no quisieron) probar que ésta, como cuerpo, profesara doctrina herética alguna o que una regla secreta, distinta de la regla oficial, fuese practicada. En consecuencia, en el Concilio General de Vienne, el 16 de octubre de 1311, la mayoría fue favorable al mantenimiento de la Orden, pero el Papa, indeciso y hostigado por la corona de Francia principalmente, adoptó una solución salomónica: decretó la disolución, no la condenación, y no por sentencia penal, sino por un decreto apostólico (bula Vox clamantis del 22 de marzo de 1312).
Los dignatarios confesos fueron llevados, el 18 de marzo de 1314, frente a la catedral de Notre Dame, aún no concluida, para su solemne confesión pública, abjuración y sentencia.
En esa fecha, fueron colocados Jacques de Molay (gran maestre) Godofredo de Charney (maestre en Normandía), Hugo de Peraud (visitador de Francia) y Godofredo de Goneville (maestre de Aquitania) encima de un patíbulo alzado delante de Notre-Dame, donde se les comunicó la pena de cadena perpetua....”Y considerando que los acusados lo han confesado y reconocido, los condenamos a prisión y al silencio por el resto de sus días, a fin de que obtengan la remisión de sus faltas por las lágrimas del arrepentimiento. In nomine Patris…! Pero en ese momento, el gran maestre y el maestre de Normandía, los cuales ya llevaban siete años en prisión, se adelantaron para dirigirse abiertamente a las gentes de París, y fue Jacques de Molay el que exclamó: "¡Nos consideramos culpables, pero no de los delitos que se nos imputan, sino de nuestra cobardía al haber cometido la infamia de traicionar al Temple por salvar nuestras miserables vidas!"
Los "arrepentidos" habían dado un vuelco total a la situación. Todo París no hablaba de otra cosa y se había provocado un escándalo que no podía ser tolerado. Incluso se temió el estallido de un motín.
Con esta retractación, los condenados se mostraban “relapsos” es decir que habían recaído en la herejía después de haber confesado su culpa. La pena para los relapsos era la muerte en la hoguera. Aquel mismo día, con la puesta de sol, se alzó una enorme pira en un islote del Sena, denominado Isla de los Judíos, donde los dos dirigentes recalcitrantes, Jacques de Molay y Godofredo de Charney, fueron llevados al suplicio.
Según se cuenta, ya en la pira, y antes de ser consumido por las llamas, Jacobo de Molay maldijo a sus asesinos con estas palabras: "Dios conoce que se nos ha traído al umbral de la muerte con gran injusticia. No tardará en venir una inmensa calamidad para aquellos que nos han condenado sin respetar la auténtica justicia. Dios se encargará de tomar represalias por nuestra muerte. Yo pereceré con esta seguridad”.
Las terribles palabras que pronunciara terminaban emplazando “al papa Clemente ante el tribunal de Dios en cuarenta días y al rey Felipe antes de un año”.
Parece ser que la maldición incluía también a Guillermo de Nogaret, el principal agente de la inquina real contra los templarios. Para sorpresa de muchos. Clemente V muere treinta y tres días después a causa de una infección intestinal, y el rey Felipe a los nueve meses, tras una fatal caída de caballo. Y lo que es más: en menos de dos años muchos de los ejecutores del proceso fueron asesinados, juzgados y condenados a la pena capital por delitos comunes o, simplemente, muertos en extrañas circunstancias31. Entre éstos se hallaba también Nogaret envenenado por instigación de la condesa Mahaut de Artois.
Decapitado y disuelto por orden papal, el Temple sobrevivió. En parte, sus bienes (los que quedaron luego de las “intervenciones” de Felipe el Hermoso y de Clemente V) pasaros a otras órdenes, sobre todo a los Hospitalarios. En la península Ibérica la condena se acató sólo formalmente; no hubo juicios locales y los caballeros de la disuelta Orden fueron admitidos en las Órdenes de Santiago, de Calatrava y, en Portugal, en la Orden de Cristo, creada a tal efecto. Se comprende, ya que España aún luchaba contra los moros, y toda ayuda militar era bienvenida. También en Polonia, Alemania e Inglaterra los templarios dispersos fueron reincorporados a diversas armadas.
En Francia hubo templarios que pasaron a la clandestinidad, y ya entramos en el terreno de la leyenda. Se dice que existieron grandes maestres secretos hasta el siglo XVII, y que al caer la cabeza de Luís XVI en la guillotina, se oyó una fuerte voz en la plaza exclamando “¡Jacques de Molay, estás vengado!” También los actuales masones y rosacruces se proclaman herederos de los templarios, y hasta hay señores (y señoras) que hoy en día se reúnen vestidos de templarios con toda su parafernalia y se fotografían alegremente. De todo hay, amigos.
En la próxima, a mediados de julio, comentaré los supuestos secretos y leyendas que corren sobre esta misteriosa Orden. Hasta entonces.
martes, 29 de junio de 2010
TEMPLARIOS II – LA CAIDA Y LAS HOGUERAS
en 19:04
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3 comentarios:
Otra buena entrada. Gracias a ti se un poco más sobre los templarios. La verdad me da lastima el martirio y las persecuciones de las que fueron victimas. Pero eso se gana uno si se oponía a algo en la antigüedad.
Un Saludo.
Uriel
Quisiera saber sobre que cuando moria el Papa
Clemente V lloro' por tres grandes errores que cometio'
de arrepentimiento.
Gracias, J.C.
Si es por errores, Clemente podría haber llorado unas cuantas veces. Desde su asunción simoníaca (Dante dixit), la sumisión a Felipe el Hermoso, el traslado del papado a Avignon, etc, hay para elegir. Se me ocurre (idea mía) que sea una referencia a las tres bulas con las que fulminó a los templarios: "Pastoralis praeminen", "Regnums in coelis" y "Vox in excelso". Es una hipótesis; no lo sé de cierto. Gracias por el interés.
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