Era inevitable. Tarde o temprano teníamos que caer en los templarios. Estos muchachos tienen tal atractivo que, trátese del tema que se trate, fatalmente se termina hablando de ellos. Allá van.
Año 1099. En medio de una orgía de sangre, las fuerzas de la primera cruzada toman Jerusalén. Toma forma la estructura medieval, con rey, señores de esto y aquello, patriarca y clero.
En 1118 un grupo de nobles, cruzados franceses residentes en Jerusalén encabezados por Hugo de Payns, solicitan autorización al rey de Jerusalén Balduino II, para fundar una orden monástica – militar dedicada a proteger a los peregrinos que visitan los Santos Lugares. Primera incongruencia (y habrá otras), ya que desde hace algunos años existe la orden del Hospital de San Juan de Jerusalén (conocida como el Hospital) dedicada justamente a eso.
Sea como sea, Balduino lo aprueba, otorgándoles como lugar de residencia la mezquita Al-Aksa (aún existe) que estaba incluida en el perímetro en que, muchos siglos atrás, se había asentado el templo de Salomón. Por tratarse de una orden monástica, requirió también la aprobación del Patriarca de Jerusalén, quien probablemente haya redactado su regla original y los bautizó como “Orden de los Pobres Caballeros de Cristo” Lo de pobres era porque, como toda orden, hacían votos de pobreza, castidad y obediencia. (¿Por qué no los llamaron Orden de los Castos Caballeros de Cristo? Probablemente nadie los creería, o lo tomarían a la chunga). Por su lugar de residencia, le agregaron “del Templo De Salomón”, con lo que ya su nombre era tan largo como un padrenuestro. Les quedó entonces “Caballeros del Templo” o “del Temple” (en francés) o, finalmente, “Templarios”.
Desde ese momento, y por cinco años, no se tienen noticias de la orden recientemente fundada. No hay registros de que hayan auxiliado a ningún peregrino. ¿Qué estuvieron haciendo, entonces? Misterio. Se sospecha que, como todo nuevo inquilino, se dedicaron a revisar la casa, pues se encontraron símbolos templarios grabados en los sótanos del antiguo templo de Salomón, en la vecindad de donde se hospedaban los templarios. ¿Encontraron algo? ¿Qué fue? Más misterio.
Lo cierto es que en 1127 lo tenemos a Hugo de Payns y a sus muchachos en Francia, visitando al temible abad Bernardo de Claraval, reformador de monasterios, furibundo polemista, censor de reyes y papas. “Casualmente”, durante los últimos años Bernardo había estado reuniendo en su abadía de Citeaux nada menos que a un grupo de sabios judíos, versados en cábala y hebreo antiguo. Otro hecho insólito sobre el que volveremos más adelante.
A pedido de Hugo de Pains, el abad de Citeaux redactó una nueva regla para la Orden del Temple (de la original no quedan rastros, en cambio de la de Claraval tenemos registros completos). No sólo eso, sino que reunió un impresionante concilio en la ciudad de Troyes para aprobar la regla y dar a la Orden su carácter definitivo. (Otro hecho extraño: para dar una regla a una orden monástico – militar se reunió nada menos que un concilio con asistencia de un legado papal y una asamblea de obispos, arzobispos, abades, clérigos y nobles. Aparentemente desproporcionado)
Allí Bernardo de Claraval se deshizo en elogios del proyecto, lo puso como ejemplo de caballería y le dio la forma de un ejército (militia Christi), para combatir denodadamente a los musulmanes y proteger los Santos Lugares (aparentemente la original defensa de los peregrinos quedó postergada sin fecha. Por lo visto, Bernardo sustentaba la teoría de Bush de “guerra preventiva”. La mejor defensa de los peregrinos consistía en matar a todos sus enemigos). Por supuesto, les informó que era obra piadosa y grata al Señor masacrar musulmanes, y los absolvió anticipadamente.
En el nutrido reglamento de 76 artículos se detallan también aspectos curiosos, como la prohibición de llevar cabello largo y la autorización para usar barba y bigote (no sé por qué los ilustradores olvidan que los templarios solían ser barbudos), la obligación de comer de a dos templarios en un solo plato (se adujo ¡la pobreza de la Orden y la escasez de platos!) el uso para los caballeros de manto blanco (después se agregó la cruz roja), el régimen de comidas y, caso curioso, la prohibición de la caza, excepto la del león, ya que éste representaba al demonio.
Para colmo, se dispuso que la Orden del Temple debía obediencia exclusivamente al Papa. No tenían poder sobre ella reyes ni obispos. Estaba dispensada de todo impuesto, pero podía recibir los derechos de las iglesias que fundara y donaciones de cualquier clase. En un siglo machista, y para tranquilidad de la Orden, no se admitían mujeres ni niños. Si ven alguna mujer templaria, es un engendro de Hollywood.
Después de este espaldarazo, los nueve caballeros se dedicaron a reclutar milicias y a requerir donaciones. Los conscriptos deberían ser, por supuesto, de sangre noble y renunciar a bienes de su propiedad (muchos los donaban a la Orden al ingresar).
El éxito fue fulminante, tanto en cuanto a la conscripción como a las donaciones. Los señores legaban tierras, castillos, aldeas, cultivos de renta. Inexplicable. O los señores feudales querían hacer mérito rápidamente ante Dios o los templarios lavaban dinero (esta teoría se me acaba de ocurrir; no la encontrarán en ningún historiador).
En pocos años el crecimiento patrimonial fue tal que gran parte de los caballeros debieron quedarse en Occidente para vigilar, administrar y acrecentar los bienes de la Orden. Como consecuencia inevitable, a esos excelentes administradores se les ocurrió la idea de las letras de cambio, para que la gente no tuviera que transportar dinero por los peligrosos caminos. Bastaba con adquirir un certificado por la cantidad depositada en una Casa templaria, y la suma indicada les era reembolsada en otra Casa ubicada en el lugar de destino. Revolucionario para la época. Con tal cantidad de dinero en efectivo, resultó inevitable que el Temple se volviera prestamista. Cobrando intereses a burgueses, comerciantes y nobles (burlando las disposiciones de la Iglesia con hábiles subterfugios) y adelantando enormes sumas a los siempre endeudados monarcas a cambio, no de intereses sino de exenciones, favores o dones reales.
Dejemos al Temple enriqueciéndose vertiginosamente en Occidente y pasemos a Tierra Santa. Allí lo caballeros templarios eran, con mucho, la fuerza mejor equipada y más disciplinada, a la par sólo de la Orden del Hospital. Ambas estaban, efectivamente, formadas por guerreros – monjes, con una férrea regla de obediencia y una organización (una logística, como diríamos ahora) que no poseía ninguno de los cuerpos feudales. Al no reconocer órdenes de ningún rey o señor, su independencia les permitía seguir una política propia, incluso establecer relaciones informales con el enemigo. Se produjo un intercambio de conocimientos de índole filosófica cuyo alcance no es bien conocido. Ciencias más o menos ocultas circulaban entre ambos bandos. Así absorbieron los templarios nociones gnósticas y sufíes que más tarde fueron uno de los argumentos esgrimidos para destruirlos.
Pese a este intercambio, eran soberbios guerreros. Ya dedicados francamente al combate, lejos de su objetivo fundacional, luchaban junto con los cruzados, integraban los consejos de guerra, eran respetados y temidos por turcos y cristianos. Se reservaban la vanguardia en los ataques y la retaguardia en las retiradas. Se sabían superiores, y eso los convertía frecuentemente en soberbios y altaneros. No eran una compañía cómoda, pero eran indispensables. En cuanto a su comportamiento puertas adentro. Poco se sabe. Su regla era durísima. Ante cualquier falta, pérdida o descuido del equipo, por ejemplo, se los hacía comer en el suelo por períodos variables, frente a sus camaradas. La regla se respetaba a rajatabla. Las comidas se ceñían a lo prescripto, con ayunos en las fechas prescriptas. Por lo visto la regla no mencionaba a la bebida, por eso ganaron fama de borrachines. “Beber como un templario” era una frase común. En cuanto a las mujeres, parece que se tomaban en serio el reglamento. No se mencionan escándalos en ese aspecto. Naturalmente, con el ambiente en que se movían, se les inventó fama de homosexuales. Otra infundada bolilla negra que se agregó a la leyenda de la orden. Algún dia sería su perdición.
Estaban los templarios en el apogeo de su lucha. Acompañaron la suerte aciaga de las Cruzadas. Por culpas ajenas, estupidez o luchas internas entre señores feudales, se perdieron castillos inexpugnables y batallas sangrientas. Jerusalén fue reconquistada por Saladino y los habitantes que no pudieron rescatarse se vendieron como esclavos. Los templarios murieron de a cientos. Finalmente, debieron refugiarse en Chipre y de allí volver a Europa.
Sin batallas en que combatir, prácticamente sin misión. La Orden de los Pobres Caballeros de Cristo se convirtió en prestamista. Sus tesoros y extensas propiedades en Europa no habían dejado de aumentar, y se dedicaron a acrecentarlos más aún.
Durante la cresta de la ola, su predominante posición militar los hizo ser despectivos, violentos, se enemistaron con reyes y hasta el papa amenazó con retirarles su protección. Con inconciencia, dejaron que se acumularan nubarrones confiando en que sus triunfos los disiparían. No fue así. Confiaron entonces en que su inmensa riqueza los protegería de la desgracia.
Nos encontramos frente a la decaída de la otrora respetada y ahora odiada Orden del Temple. En el próximo post contemplaremos su caída, y en el siguiente veremos sus secretos y algunas de las hipótesis sobre los mismos.
Hasta fines de junio. Un saludo a todos.
domingo, 13 de junio de 2010
TEMPLARIOS I – NACIMIENTO Y APOGEO
en 20:35
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3 comentarios:
Muy buen blog el tuyo, recién lo conozco pero te dejo un comentario para valorar lo que dices. Sin embargo no estoy muy al tanto de las historias de los templarios por lo que no puedo aportar nada nuevo a lo que dices, pero te diré que si me gusto tu entrada.
Por cierto, me gustaría comentarte que yo también tengo un blog de historia, se llama Saberhistoria. Te dejo la direc por si quieres darte una vuelta por ahí: http://www.csiargentina.com/saberhistoria/
Un Saludo
Uriel
Interesantísimo artículo sobre los caballeros templarios y, desde luego, me gustaría conocer más detalles de la historia de esta orden de caballería, historia tan importante como controvertida. Podemos imaginar que quienes en un principio fueron brazo derecho de los reyes, cayeron en la eterna trampa que el poder tiende a los seres humanos y los lleva finalmente a su destrucción.
Según la historia novelada, en “Los reyes malditos”, el rey de Francia, Felipe el Hermoso me parece, es quien manda a morir en la hoguera al Gran Maestro de la orden y, por este acto, hace caer sobre sí y sobre sus herederos la terrible maldición que va perseguirlos a través de generaciones
Me alegra, Juana María, que te haya interesado mi post.
Desgraciadamente, por razones de espacio y de aburrimiento de los lectores debo resumir, a veces lamentando lo que dejo afuera.
La colección que mencionas, "Los Reyes Malditos" me parece excelente. Maurice Druon es un historiador serio, pero no puede limitarse sólo a los hechos verificables, que son escasos y, como dices, a veces controvertidos.En interés del relato, da por ciertas algunas cosas no seguras, pero en general no abusa de tal recurso.
En cuanto a tu deseo de leer más sobre el tema, agregar abundante bibliografía supone el riesgo de caer en la trampa de la mitología templaria. Si tienes oportunidad, te sugiero que leas "El Péndulo de Foucault" de Umberto Eco.
En mi próximo post relataré la caída de la Orden, y en el siguiente resumiré algunas de las hipòtesis más verosímiles sobre estos doscientos años de misterio. También algunas descabelladas.
Esto ya va siendo una entrada en lugar de un comentario, por lo que me despido hasta la próxima.
Un abrazo
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