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histonotas: ENRIQUE VIII Y SUS ESPOSAS (III) – UNA ETAPA TRANQUILA

sábado, 29 de agosto de 2009

ENRIQUE VIII Y SUS ESPOSAS (III) – UNA ETAPA TRANQUILA























JANE SEYMOUR

Luego de tantas tormentas, Enrique se preparaba para su tercer matrimonio. En 1536, con 45 años y dos veces viudo, primero de Catalina de Aragón, muerta de cáncer hacía unos meses (previamente había hecho anular el matrimonio, claro, pero eso era otro tema) y luego de Ana Bolena, fallecida hacía 10 días debido al brusco paso de una espada entre su cabeza y su tronco (antes también había hecho anular el matrimonio para que ningún deslenguado dijera que hizo ajusticiar a su esposa. Técnicamente ya no era su esposa cuando la ejecutaron, vamos). Con todas estas anulaciones, estaba convencido de ser soltero.

Es cierto que estaba engordando escandalosamente, la sífilis le estaba arruinando el carácter (que siempre lo tuvo malo) y ya comenzaba a faltarle el aire. Pero (ventajas de ser rey) se había conseguido una noviecita de veintisiete años, de bastante buen ver pero que, sobre todo, sabía cuál era su lugar. Callada y obediente, no como esa insoportable de Ana, la más combativa de las Bolena, que llegó a divulgar en la corte el menguado tamaño de la augusta herramienta viril del rey (“en lugar de una espada, parece sólo una navaja”, dijo la muy deslenguada) y sus dificultades eyaculatorias. Así le fue. Como para obtener clemencia. La condenaron por bruja, envenenadora, adúltera, incestuosa y traidora.

Perdón por la digresión. El hecho es que Enrique VIII, diez días después de la ejecución de Ana Bolena, se casó con Jane Seymour, con gran pompa. Jane llegó virgen al matrimonio, o al menos se supone con fundamento, ya que opuso una firme resistencia a las exigencias prematrimoniales de Enrique. O el anillo o nada. Esto encantó al rey, quien aparentemente se casó enamorado.

Desde el punto de vista de la paz conyugal, todo fue sobre ruedas. Según escribió un contemporáneo, Jane había “nacido para obedecer y servir”. En una sola oportunidad Jane trató de opinar sobre asuntos de estado y el dulce esposo, haciendo gala de su tacto, le recomendó que no se metiera en temas políticos, recordando el destino de Ana Bolena, caída en desgracia (es poco decir) por entrometerse donde nadie la llamaba. Chica inteligente, Jane no abrió la boca más que para anunciar, semanas más tarde, que estaba embarazada.

Estas eran las cosas que Enrique quería escuchar. Todo fue alegría, y esperanza por el ansiado heredero, Y así fue. Diecisiete meses después del matrimonio nació el primer varón de Enrique. A los doce días, en medio de los festejos, Jane moría de fiebre puerperal.
Enrique la lloró sinceramente. Fue la madre de su único hijo y no hubo rencillas en el matrimonio. Fue demasiado breve, no hubo tiempo de pelearse.










ANA DE CLEVES


Bien; Enrique ya tenía un hijo, pero quería más. El chico había nacido un poco debilucho y delicado de salud, y siempre conviene tener por lo menos un heredero de repuesto. Y a reincidir en el matrimonio, se ha dicho. Tres veces viudo, pero con ánimo. El cuerpo...bueno, barranca abajo, otro motivo para apurarse.


Cuando un rey busca novia, nunca falta uno o más obsecuentes e intrigantes que presentan sus candidatas. El canciller Thomas Cromwell había apoyado a Enrique VIII para que se desposase con Ana Bolena, y luego a que reemplazase a ésta con Jane Seymour. Quiso repetir la jugada esta vez con Ana de Cleves, hija de un duque alemán sin mucha significación.


Como primera medida, Enrique encargó al pintor Hans Holbein, eximio maestro prácticamente pintor oficial de la corte, que viajara hasta Cleves para retratar a la dama. Holbein fue, vio y pintó, pero lo hizo con trampa. En el afán de quedar bien disimuló la estatura y contextura física de la dama (era alta, robusta y maciza) y “olvidó” pintar las evidentes marcas de viruela que adornaban el rostro de la doncella.


Ante la hermoseada imagen Enrique se entusiasmó y quiso casarse cuanto antes. Estaba entusiasmado.....hasta que vio a Ana en persona. La desilusión fue enorme, y la rabieta digna de los antecedentes de Enrique. La saludó con un mínimo de cortesía, y huyó de su presencia. Tronó contra quienes habían sugerido ese matrimonio (Cromwell se escabulló) y en privado, apodó a la doncella “la yegua de Flandes” pero, lamentablemente, estaba muy comprometido y tuvo que casarse.


A esta altura, Enrique era el mayor experto de Europa en anulación de matrimonios, de modo que se transformó en el acabado ejemplo del marido que no consuma el vínculo. La reina Ana fue lo suficientemente inteligente para no impedir la búsqueda por parte de Enrique de una anulación. Testificó que el casamiento nunca había sido consumado, diciendo que Enrique había ingresado cada noche en su habitación para castamente besar a su nueva esposa en la frente antes de dormir (!!!!).

El casamiento fue consecuentemente anulado a los seis meses de celebrado con la base de que Ana había realizado previamente contratos nupciales con otros nobles europeos. Como excusa no fue gran cosa, pero salvó las apariencias.


Ana recibió del agradecido Enrique el título de "Hermana del rey", y se le otorgó el tratamiento de princesa y un castillo donde vivió tranquila y honrada hasta su fallecimiento a la por entonces madura edad de 42 años.

El entremetido de Cromwell la pagó cara. Ante el grave traspiés y la evidente antipatía del rey sus enemigos se le fueron encima con acusaciones de, como se diría hoy, corrupción y enriquecimiento ilícito. Los cargos eran fundados, fue hallado culpable y ejecutado en privado en la Torre de Londres. Se ha rumoreado que Enrique VIII eligió a un verdugo inexperto: “el adolescente realizó tres intentos para decapitar a Cromwell hasta que lo logró" escribió un cronista de la época. Después de la ejecución, la cabeza fue hervida y luego colocada en el Puente de Londres, con la mirada dirigida en dirección contraria a Londres. Con Enrique no se jugaba.

En realidad, a quien deberían haber cortado y hervido la cabeza era a Holbein, como autor del retrato mentiroso que entusiasmó al rey, pero evidentemente los artistas gozan de impunidad.

El 15 de septiembre nos encontraremos con las dos últimas esposas de este modelo de perseverancia nupcial. Hasta entonces

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