En escena tenemos a una reina de Escocia de 23 años recién
casada con Robert Darnley, apuesto joven de 19 años tonto, presumido e
inmaduro.
En breve este necio se cree un estadista y exige el derecho
de soberanía que le permita gobernar a la par de la reina. Lo hace a los tres
meses de la boda, y la reina monta en cólera. Se da cuenta de que se ha casado
con un egoísta que sólo piensa en el poder. Obra en consecuencia y le aparta de
cuanto signifique Estado. La venda se le ha caído de los ojos y la luna de miel
se ha terminado.
El hecho de que Darnley sea católico provoca indignación y
aprensión entre sus súbditos protestantes (los más importantes) Consecuencia
inmediata es que se apartan los consejeros de confianza y se incrementa la
influencia del secretario David Rizzio, odiado por católico, por italiano, por
sospechas de ser agente del Papa y por exhibir excesiva confianza con María, lo
que da origen a murmuraciones.
Y con toda maldad, la reina Isabel de Inglaterra comienza a
financiar el descontento de la nobleza protestante con importantes sumas.
En los dos meses de luna de miel, María queda embarazada.
Por esas cosas de la línea dinástica, el futuro bebé está bien colocado para
candidato al trono de Inglaterra, además del de Escocia, si Isabel no se casa
ni tiene descendencia. Por qué Isabel no lo hizo es una de las incógnitas de la
historia, pero lo cierto es que así les regaló el trono a los Estuardo. Pero me
estoy adelantando.
Mientras tanto Darnley, ya despreciado y dejado de lado por
María (quien sin embargo mantiene públicamente
las apariencias de cariño, vaya a saber por qué) comienza a hacer de las
suyas,
Los lores protestantes le calientan la cabeza y alimentan su
furia contra el secretario y privado Rizzio. Le ofrecen su apoyo, si acepta
hacerse protestante, para aprisionar o eliminar a María y ejercer plenamente
como rey de Escocia. El cabeza hueca de Darnley acepta, pero con la condición
de que previamente asesinen a Rizzio.
El proyecto se ejecuta. Rizzio es arrancado del lado de
María, llevado a una habitación contigua y prolijamente cosido a puñaladas.
María, muerta de miedo, se imagina de dónde viene la cosa pero disimula.
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lord James, conde de Bothwell |
Prácticamente arrinconada por los lores protestantes, la
reina busca apoyos. Encuentra un aliado importante, lord Bothwell, que destaca
por su bravura y obstinación. María lo mira como al héroe valiente que la
salvará de todos los peligros que la acechan, y no puede evitar sentirse
entusiasmada con ese hombre fuerte y aventurero. Con su ayuda y la de los
aliados que le aporta escapa del cerco, finge perdonar a todo el mundo y,
mientras tanto, nace su hijo.
No se olvida María de enviar un emisario para que dé la
buena nueva a su prima Isabel, que recibe la noticia en medio de un baile de la
corte, y es tal su berrinche que manda suspender la fiesta. La envidia la mata pero, siempre simuladora,
se ofrece a ser la madrina del recién nacido, a quien envía como regalo una
pila bautismal de oro macizo.
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lord Darnley |
Bothwell y los lores aliados quieren matar al rey, cada día
más intolerable, quien se encuentra en Glasgow. Incitan a María para ir a
visitar a su marido, poniendo como excusa su reciente enfermedad (el muchacho
se había pescado una sífilis, en sus ratos de ocio). Mientras tanto, los lores
siguen adelante con su plan. El día en que todo ocurre, la reina asiste en el
palacio a la boda de uno de sus sirvientes preferidos, y por la tarde acude a
ver a su esposo. Se marcha la reina al anochecer, y en la madrugada se oye una
explosión en la casa que habita Darnley, aunque él ya habías sido estrangulado
con anterioridad. María queda anonadada con la noticia, pero en lugar de
estallar en un histérico llanto, que era lo que todos esperaban, se hunde en la
apatía, y mucha gente de su entorno lo malinterpreta.
Las malas lenguas se desatan y se acusa a María de estar en
connivencia con Bothwell para deshacerse de su marido. Ella sigue en su letargo
y no se defiende. El padre del asesinado clama justicia y María, por fin,
accede a que se presente en el Parlamento la acusación contra Bothwell, aunque
nada se puede probar y es encontrado inocente (la justicia siempre fue inútil
en estos casos, lamentablemente. Entonces y ahora).
Los lores aliados proponen que la reina se case de nuevo, y
el propio Bothwell se apunta como el candidato ideal, a pesar de estar ya
casado.
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lord Bothwell |
Bothwell soluciona el problema a la manera escocesa, es
decir raptando a la reina, aunque se la acusará posteriormente de no ofrecer la
suficiente resistencia. Para que no haya oposición a la boda, toma a la reina
por la fuerza (la viola). Cuando María llega a Edimburgo, va lo más contenta, a
caballo, y es Bothwell quien lleva las riendas. Todo esto hace que cada vez más
el pueblo vea a la reina como cómplice en el asesinato de su segundo esposo.
Tiene que consentir, a su pesar, que el matrimonio con Bothwell se celebre de
madrugada y por el rito protestante, sólo catorce días después del asesinato de
Darnley.
Enseguida tiene lugar la contienda entre los que se declaran
defensores del príncipe heredero y los que apoyan a Bothwell. La reina es un
mero peón entre las dos partes. Como si esto fuera poco, se añade un embarazo,
presuntamente de su reciente marido. Al final María ve que no le queda más
remedio que ceder y hasta el propio Bothwell, viéndolo todo perdido, huye. La
reina es despreciada por un ejército que ya no le es fiel y por su pueblo, que
la trata de ramera y asesina. La encierran y no le permiten que se cambie de
ropa en varios días para minr su moral.
Aunque Bothwell intenta liberarla, él también corre peligro,
y se marcha a Noruega. El rey de Noruega no sabe exactamente qué hacer con él.
Le llevan de prisión en prisión, y acabará perdiendo la razón antes de morir.
Parece que María no tiene suerte con sus novios.
Los lores escoceses se niegan a ponerla en libertad. El
pueblo exige la cabeza de la reina, a quien acusan de asesina, y todo el mundo
quiere que abdique en su hijo Jacobo.
No es extraño que con tantos disgustos se malograse el
embarazo de la reina. Por los criados se sabe que eran gemelos y que el
embarazo era de tres meses aunque se hace creer a todos, con mentiras, que
estaba más avanzado, y que se trataba de la famosa violación.
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Elizabeth I |
Consigue María escaparse disfrazada de su prisión. Se le
reúnen partidarios (lores que van y vienen de una lealtad a otra) pero es
derrotada en sus esfuerzos para recuperar su reinado, que ya está en manos de
su hijo, adecuadamente custodiado. Finalmente, comete la última insensatez:
huye a Inglaterra para pedir protección a Isabel. Inexplicable y suicida.
Isabel no la quiere en su país, pero no se atreve a
expulsarla. No sabe qué hacer, si ayudarle a recuperar el trono o dejarle que
viva en Inglaterra, donde como católica podrá ser el punto de partida de alguna
rebelión. Por el momento mantienen a la reina escocesa como huésped bien
atendida pero, sobre todo, vigilada.
Comienza María una intensa actividad epistolar, en gran
parte clandestina y cifrada. Además de reclamar insistentemente una entrevista
a Isabel, quien se excusa constantemente (las dos reinas nunca se verán frente
a frente) escribe, bordeando la traición, a los reyes de España, de Francia y
al Papa, pidiendo auxilios para recuperar el trono de Escocia y, más grave,
desplazar a Isabel del de Inglaterra. Ésta juega astutamente, enterada por sus
fieles servidores, y responde con cartas falsificadas, ayudando a que María se
comprometa cada vez más.
Por de pronto, fingiendo escrúpulos, Isabel fragua una
investigación para “aclarar debidamente las causas de la muerte del rey de Escocia”
(Darnley, el ahorcado y detonado). De
todos modos, el veredicto que sale del juicio es que aunque los lores no hayan
podido probar la culpabilidad de la reina, tampoco queda totalmente demostrada
su inocencia, con lo cual María sigue custodiada, es decir prisionera, sin
haber sido citada o escuchada.
Pasa el tiempo. María es trasladada de un castillo a otro,
continúa escribiendo cartas cifradas que son interceptadas. Su hijo, ahora
Jacobo VI de Escocia, se cartea con su madre, pero también mantiene relación
epistolar con su tía Isabel (no es tonto, avizora la corona de Inglaterra por
buen comportamiento).
Finalmente, los incondicionales funcionarios de Isabel, que
consideran a María un peligro para el reino, convencen a la reina que su prima
está complicada en una conjura católica para asesinarla (la conspiración de
Babington, recientemente descubierta). Salen a la luz las cartas interceptadas
(falsas, según los católicos) que incriminan gravemente a María. No tarda en
ser trasladada a la prisión de Fotheringay.
A pesar de tener todas las cartas en su mano, Isabel vacila
durante meses. Manda que se constituya el tribunal del Parlamento, sin escuchar
las protestas de María.
Los posibles testigos ya han sido ejecutados, y se suceden
duros interrogatorios a María, que lo niega todo. Todavía en el día de hoy los
historiadores siguen discutiendo si las pruebas eran o no falsificadas.
Finalmente, María es declarada culpable de traición, cuya
pena es la muerte. Pero ahora que hay una sentencia, Isabel no se anima a
ejecutar a una reina ungida, aunque sabe que, si no se libra de ella, su sombra
la perseguirá por siempre, junto con la amenaza de complot con naciones
católicas como España o Francia. Con el ojo puesto en el futuro, Jacobo VI, el
hijo de Maria, no se atreve a interceder por la vida de su madre, y sólo envía
unas cuantas cartas de suave protesta.
El 4 de diciembre de 1586 la reina de Inglaterra decida
cumplir la sentencia, aunque para la firma se vale de un subterfugio, y ordena
que la hagan llegar con otros papeles, para que pueda escudarse en que firmó
sin saber exactamente qué rubricaba. El 7 de febrero del año siguiente se lo
comunican a María. Se retira a escribir cartas de despedida al Papa, al rey de
Francia y a Felipe II de España. Se despide uno por uno de sus sirvientes. A
las 6 de la mañana del día 8 se viste con un abrigo de terciopelo negro, aunque
el vestido es rojo para evitar el contraste demasiado brusco de las manchas de
sangre. Tiene 45 años, dieciocho de los cuales ha vivido privada de libertad.
Los verdugos, siguiendo la costumbre, solicitan su perdón
para el acto que van a realizar, y ella les perdona. Sus últimas palabras serán
“En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu”. No acierta el verdugo en el
primer golpe, ni siquiera en el segundo, y sólo al tercero rueda la cabeza de
la reina por el suelo. Cuando el verdugo la levanta, se queda con una peluca en
la mano. La verdadera cabellera de María es corta y canosa de hace tiempo,
debido a las penalidades. De pronto, se ve movimiento entre las faldas del
cadáver y la multitud grita, aterrorizada. Es el perrito de María, el único que
se ha quedado con ella hasta el final.
Hasta el 15 de diciembre, amigos. Un abrazo.