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histonotas: 1/5/10 - 1/6/10

sábado, 29 de mayo de 2010

MARQUESA DE BRINVILLIERS - ENVENENADORA ENTUSIASTA

Motivado por los consejos de Leonardo da Vinci anduve curioseando por los venenos y sus devotos. Me topé con entusiastas aficionados, como la familia Borgia, Catalina de Medicis y otros, pero me atrajo en particular Marie Madeleine d’Aubray, marquesa de Brinvilliers-La-Motte, en primer lugar por sus nombres (todo un lujo) y luego por su entusiasmo en las ejecuciones y su complicada personalidad.

Esta señora nació en 1630, plena epoca de d’Artagnan, en Francia, por supuesto. Dice su biografía que era la mayor de cinco hermanos, y a continuación nos suelta que perdió su virginidad a los siete años, cohabitando con sus propios hermanos. Por supuesto que debió cohabitar, pues vivían juntos, pero: ¿perder la virginidad con hermanos de menos de seis años? ¿Cómo se desarrollaban los chicos en esa época? Me suena a que ya me están soltando fábulas (está en todos lados en Internet)

Bueno, virgen o no, lo cierto es que se casó a los 21 años con el marqués de Brinvilliers, un noble bastante corrompido. Le faltó tiempo para conseguirse un amante (el marido ya tenía varias), el capitán Godin de Sainte Croîx. Todos felices, formaron una gran familia tolerante y “moderna”.
El que no fue tolerante ni moderno fue el padre de Marie Madeleine, que lo tomó a la tremenda y usó sus influencias para meter a Sainte Croix en la Bastilla.

Como veremos, ese fue el peor error que pudo cometer el señor d’Aubray père. El caballero Sainte Croix se enredó, como sucede en la cárcel, con malas compañías y aprendió mucho sobre venenos y sus proveedores. Salió (por buena conducta, supongo) y se reencontró con Marie Madeleine que, con su retorcida naturaleza, desarrolló un profundo odio contra su padre por haberla recriminado y por el asunto Bastilla, que la dejó un año sin novio. ¿Cómo darle su merecido?

Y así empezó todo. Sainte Croix obtenía las materias primas, entre ambos elaboraban los venenos y Marie Madeleine los administraba. Pero no de manera improvisada, claro. Poseedora de un encomiable espíritu científico, la Brinvilliers, antes de enviar a su papá al paraíso, procedió a ensayar cuidadosamente productos y cantidades. Aquí empezó a despuntar más como una chiflada que una asesina común. Con la máscara de dama de caridad, visitó hospitales y asilos dando consuelo, dulces y otras cosas a ancianitos enfermos sin familiares que los atendieran. Invariablemente, los favorecidos morían en plazos más o menos cortos, lo que no extrañaba a nadie, dada su edad y mal estado de salud.


Según las investigaciones de la policía de la época envenenó también a varios criados "para ensayar". Una vez que comprobó la impotencia de los médicos para descubrir las trazas del veneno en los cadáveres se reconcilió con su padre (su reencuentro con Sainte Croix lo mantenía oculto) y le dedicó los más tiernos cuidados filiales. Como era de presumir, al poco tiempo el señor d’Aubray comió algo que le hizo mal (nada más cierto) y comenzó a sufrir dolores de estómago y vómitos. La tierna hija se trasladó a vivir con él para atenderlo, pese a lo cual sus dolencias no desaparecieron. Los cariños se multiplicaron y los dolores también.

El envenenamiento duró ocho meses, al cabo de los cuales Antoine Dreux d’Aubray murió en París el 10 de septiembre de 1666 a los 66 años. La autopsia mostró según los médicos que la muerte fue por "causas naturales". Marie Madeleine confesaría más tarde que había administrado veneno a su padre 28 a 30 veces, con sus propias manos y a veces por medio de un lacayo (!!!!!).

Marie Madeleine no quedó satisfecha. Su herencia fue menor que lo esperado, y sus hermanos fueron, según ella, injustamente favorecidos. ¿Cómo remediar esta injusticia? Ya lo imaginamos, pero ella no podía sin despertar sospechas cuidar a sus hermanos como lo había hecho con su padre.

En una actitud demente, encargó a alguien “de confianza” para que se empleara en casa de su hermano y le administrara los consabidos productos. El encargo fue cumplido tan a conciencia que la víctima falleció a los dos meses. En su testamento legó 100 escudos a su lacayo La Chaussée por sus “fieles servicios”. Éste se sintió tan bien remunerado que a los tres meses fallecía el otro hermano de la Brinvilliers, también de extraños malestares intestinales.

Ya a esta altura Marie Madeleine había perdido bastante la chaveta. Se había separado de hecho de su esposo quien, totalmente desentendido de su ex, se dedicaba con ahínco a sus numerosas amantes. Marie, para no ser menos, inició una ronda de galanes, con alguno de los cuales comentaba sus proyectos de asesinatos (Inexplicable. O estaba totalmente chiflada o se creía más allá de la condena).

En esos tiempos se le atribuyen varios asesinatos secundarias (criadas,por ejemplo) e intentos de asesinato. ". Esta increíble Madame de Brinvilliers como se sabría más tarde, intentó envenenar a su propia hija mayor porque "le parecía tonta", aunque luego se arrepintió y le dio leche como contraveneno. Pero sus cómplices le exigían cada vez más dinero, teniendo que someterse a sus chantajes. Como se envanecía de sus hazañas que no podía callar, una vez dijo a uno de sus criados que "tenía en una botella que le mostró, algo con qué vengarse de sus enemigos y que en aquella botella había bastantes sucesiones".

Mientras tanto, el marido de la Brinvilliers, el marqués consentidor fue también objeto de las "atenciones" de su mujer, ya que en varias ocasiones recibió varias dosis de veneno de mano de la envenenadora. Pero arrepentida más tarde, le cuidaba y le administraba un contraveneno. El pobre marqués, que ya sospechaba de su ex, no hacía más que tomar preventivos del envenenamiento.

El fin de su carrera se debió a la muerte de su antiguo amante Saine Croix debido a un accidente de laboratorio. Se ignora si estaba experimentado con venenos o se dedicaba a la alquimia, lo cierto es que murió envenenado e intervino la policía.

Entre sus efectos se encontraron varios frascos de veneno, cartas de la Brinvilliers con detalles de sus hazañas, una confesión y otras pruebas semejantes. La marquesa tuvo apenas tiempo de salir a escape hacia Londres. El que no pudo escapar fue el servicial lacayo La Chaussée. Inculpado en los documenros hallados fue detenido, prolijamente sometido a torturas, donde cantó como un ruiseñor, y finalmente descoyuntado en el cadalso. Delicias de la justicia.

Tan contundentes eran las pruebas contra la Brinvilliers que tuvo que intervenir el mismo Luís XIV. La dama era noble, ¡vamos!. Pidió al rey de Inglaterra que le hiciera el favor de despacharle a la marquesa, pero ésta había escapado nuevamente. La detuvieron en Lieja.

La parte más folletinesca de esta increíble historia fue el desenlace. La marquesa negó todo, ignoró las evidencias, enfrentó a los jueces con la mayor sangre fría y desprecio. Cuando se vio perdida probó infructuosamente con el soborno, intentó suicidarse tragando un alfiler para el cabello, luego rompió una copa con los dientes y tragó los fragmentos, pero todo fue en vano. Estaba bien vigilada y la detuvieron a tiempo.

Por supuesto, fue condenada. La pena fue penitencia pública en Notre Dame, decapitación (con espada, porque era noble, qué embromar. Hay que mantener los niveles) y posterior incineración del cuerpo. Ante lo definitivo, relató todo. Con la mayor calma y desenvoltura, fría y dura como mármol. Hasta sus proyectos no realizados de liquidar a su hermana y a su cuñada viuda gracias a sus artes.

Pese a que no quedaba nada por confesar, el procedimiento exigía ¡delicias de la justicia! que la condenada fuese torturada antes de la ejecución, para que delatase a sus cómplices (ya lo había hecho). La ataron desnuda al potro, le hicieron tragar varios litros de agua con ayuda de un embudo, y la dejaron a la espera del cadalso.

Como consideración especial, le enviaron a un santo religioso para prepararla, con tanto acierto que recién entonces, luego de dos días de confesión y pláticas, pareció darse cuenta de lo que había hecho y se mostró totalmente arrepentida y hasta conforme con su condena. Tan dura, cínica e insensible como fue durante su vida así se volvió dulce, paciente y arrepentida en vísperas de su muerte.

Hasta el verdugo, compadecido, afiló extremadamente la espada para no hacerla sufrir. La cuchilla hizo su trabajo tan limpiamente que por un instante la cabeza parecía que no quería separarse del cuerpo. "Señor, dijo el verdugo a un testigo, ¿no os parece que ha sido un bello golpe? Yo me encomiendo siempre a Dios en estas ocasiones. Le haré decir seis misas a esta señora".

Aunque la historia de esta marquesa ejecutada a los 46 años parece un simple caso policial y no puede comprarse con la casi contemporánea condesa Bathori, que despachó a 612 señoritas al otro mundo, su morbosa afición a los venenos, su inverosímil jactancia, ligereza de lengua y su arrepentimiento y muerte ejemplar, confieren a la Brinvilliers un lugar destacado entre los asesinos seriales.

Para el próximo post buscaré una figura menos siniestra, lo prometo. Hasta el 15 de junio.


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