No escarmiento, es inútil. No hace mucho atenté en varios posts contra los múltiples y solidarios Mosqueteros. Para seguir atormentando inmerecidamente el espíritu de Alejandro Dumas amenazo ahora con rememorar otro de sus mundos imaginarios.
Veremos cómo, de casi nada, Dumas construyó una imperecedera (y voluminosa; 433.500 palabras, según Word) obra maestra.
Según cuentan, el Maestro se propuso escribir una novela de acción para la cual sólo tenía el título. Se obstinó en “El Conde de Montecristo”, pero ni idea del argumento.
Y aquí viene el genio en acción. Un día, leyendo las memorias de un ignorado Jacques Peuchet (realmente, Dumas leía cualquier cosa) se topó con una referencia casi perdida acerca de un zapatero François Picaud que, en 1807, se iba a casar con una acaudalada señorita cuando, por pura envidia y maldad, algunos amigos (¿?) lo denunciaron como espía. Allá fue el inocente Picaud a la cárcel sin proceso ni esperanzas. Con el tiempo, un compañero de prisión, sintiéndose morir, decidió hacer su buena obra final y confió a Picaud la existencia y ubicación de una enorme riqueza, de origen desconocido, que había escondido antes de caer preso. Dicho esto, murió, suponemos que aliviado.
Picaud terminó su condena, o se fugó, o cambió el gobierno (no tengo información, supongan lo que quieran) y le faltó tiempo para reunirse con la fortuna, cambiar de identidad y aparecerse en París para vengarse prolijamente de los canallas que lo habían calumniado.
Con esto le bastó a Dumas para inventar un complejo y riquísimo argumento, pegarle lo de Montecristo al idear el tesoro escondido en una isla de dicho nombre (pequeñísima y casi ignorada isla rocosa) y encargar a su habitual colaborador, Auguste Maquet, que escribiera un borrador de novela sobre ese argumento. Maquet escribió (frondosamente, porque se cobraba a tanto la página), Dumas corrigió, reescribió con su estilo brillante y allá salió la novela, creada de una oscura referencia. Dumas pagó a Maquet (y ni lo mencionó, ignorándolo por completo para la fama). Maquet se embolsó una buena suma pero no le bastó, quería “la gloire”. Como Dumas se la negó, quedaron como perro y gato (ver mis posts anteriores sobre Los Tres Mosqueteros).
Para quienes sólo la conocen de oídas: ¿de qué trata El Conde de Montecristo?
Para empezar, Dumas modificó al zapatero haciéndolo muy joven y marino, lo llama Edmundo Dantes y lo ubica en Marsella. La envidia de los falsos amigos hace que lo denuncien como partidario de Napoleón, un pecado horrible en esa época, y vaya a parar a la cárcel. Todo se complica aún más porque el juez, para no verse involucrado, lo clasifica como peligroso terrorista y ordena que lo recluyan indebidamente en el castillo de If, prisión de máxima seguridad.
Bueno, en esa época los presos “peligrosos” no salían ni a tomar aire, pero Dantés se las ingenia para ponerse en contacto con otro preso, el abate Faría, quien le toma cariño, lo instruye en múltiples ciencias y finalmente le revela, de buen tipo que era, la existencia de un inmenso tesoro enterrado en la isla de Montecristo.
(Como Dumas, de puro anticlerical, hace provenir al tesoro de las rapiñas y asesinatos del papa Alejandro VI Borgia, la Iglesia se enojó y prohibió la lectura del Conde de Montecristo a los fieles.)
La última colaboración de Faría consiste en morirse, con lo que Dantés queda como único pretendiente al tesoro (Alejandro VI, oportunamente, murió en 1503) lo único que le faltaba a Dantés era escaparse, cosa que hace con la colaboración post mortem del abate Faria. (No les digo cómo. Lean el libro). Había caído preso a los 19 años. Entre cavar túneles, hacer el curso acelerado de ciencias varias con Faría y masticar rabia, habían pasado 14 años hasta su huída.
Libre ya y con un minucioso plan de venganza, Dantés pasa por la isla de Montecristo, encuentra fácilmente el tesoro según instrucciones recibidas, se sirve unos millones para gastos menores y desaparece.
Y aquí entra en escena un personaje que se hace llamar conde de Montecristo. Indescifrable, calculador, lleno de miradas significativas, rico como un jeque petrolero, culto y refinado, se instala en el París de 1830 ostentando un tren de vida espléndido rodeado de curiosos servidores y de una hermosísima princesa griega que presenta como su esclava.
Hasta los lectores más inadvertidos (pero no los personajes del relato, por supuesto) se dan cuenta al momento que; a) se trata de Edmundo Dantés en plan de venganza refinada y; b) al final de la novela se casará con la griega.
El resto del abultado libro desarrolla las intrigas de Montecristo para destruir a los malos y premiar a los buenos. Según expresa el protagonista “…lo más bello y grande que puede hacer un hombre es recompensar y castigar” y también “…soy el instrumento del Señor”. Con esas ideas maniobra durante cuatro años de fingimiento hasta que los pillos reciben refinada e inexorable venganza y los buenos en desgracia recobran la felicidad y prosperidad, corrigiéndose los errores del destino.
Y sí, se casa con la griega.
Comentario: si esto les parece el argumento de un culebrón o telenovela, están en lo cierto. Pero hay una diferencia fundamental: está magistralmente escrito. Nunca una telenovela o, si vamos al caso, una película, podrá desarrollar un argumento tan rico con personajes tan bien definidos con pocos trazos, con semblanzas de la época tan realistas. Lo intentó (hubo muchas películas, series y telenovelas), pero los resultados fueron de regulares a funestos, y ni se pueden comparar con el original. Como en todas sus novelas, Dumas enseña mientras relata la historia. Nos lleva de la mano e insensiblemente a compartir la vida de los parisienses de clase alta (vida que conoció muy bien, pues tenía ya 28 años en la época en que ubicó su novela) y nos deja con la sensación de haber leído una hermosa historia. Si aún no leyeron el libro, se los recomiendo sin reservas. Se le notan un poco los años y, por supuesto, no hay escenas crudas ni, mucho menos, porno, pero generalmente quien lo empieza no puede parar hasta terminarlo. Dumas era un maestro, no hay caso.
Como vieron, esta vez no aludo a hechos o individuos chocantes o escandalosos. Fue un paréntesis, porque en la próxima pienso volver a las andadas. Hasta el treinta de este mes.
Veremos cómo, de casi nada, Dumas construyó una imperecedera (y voluminosa; 433.500 palabras, según Word) obra maestra.
Según cuentan, el Maestro se propuso escribir una novela de acción para la cual sólo tenía el título. Se obstinó en “El Conde de Montecristo”, pero ni idea del argumento.
Y aquí viene el genio en acción. Un día, leyendo las memorias de un ignorado Jacques Peuchet (realmente, Dumas leía cualquier cosa) se topó con una referencia casi perdida acerca de un zapatero François Picaud que, en 1807, se iba a casar con una acaudalada señorita cuando, por pura envidia y maldad, algunos amigos (¿?) lo denunciaron como espía. Allá fue el inocente Picaud a la cárcel sin proceso ni esperanzas. Con el tiempo, un compañero de prisión, sintiéndose morir, decidió hacer su buena obra final y confió a Picaud la existencia y ubicación de una enorme riqueza, de origen desconocido, que había escondido antes de caer preso. Dicho esto, murió, suponemos que aliviado.
Picaud terminó su condena, o se fugó, o cambió el gobierno (no tengo información, supongan lo que quieran) y le faltó tiempo para reunirse con la fortuna, cambiar de identidad y aparecerse en París para vengarse prolijamente de los canallas que lo habían calumniado.
Con esto le bastó a Dumas para inventar un complejo y riquísimo argumento, pegarle lo de Montecristo al idear el tesoro escondido en una isla de dicho nombre (pequeñísima y casi ignorada isla rocosa) y encargar a su habitual colaborador, Auguste Maquet, que escribiera un borrador de novela sobre ese argumento. Maquet escribió (frondosamente, porque se cobraba a tanto la página), Dumas corrigió, reescribió con su estilo brillante y allá salió la novela, creada de una oscura referencia. Dumas pagó a Maquet (y ni lo mencionó, ignorándolo por completo para la fama). Maquet se embolsó una buena suma pero no le bastó, quería “la gloire”. Como Dumas se la negó, quedaron como perro y gato (ver mis posts anteriores sobre Los Tres Mosqueteros).
Para quienes sólo la conocen de oídas: ¿de qué trata El Conde de Montecristo?
Para empezar, Dumas modificó al zapatero haciéndolo muy joven y marino, lo llama Edmundo Dantes y lo ubica en Marsella. La envidia de los falsos amigos hace que lo denuncien como partidario de Napoleón, un pecado horrible en esa época, y vaya a parar a la cárcel. Todo se complica aún más porque el juez, para no verse involucrado, lo clasifica como peligroso terrorista y ordena que lo recluyan indebidamente en el castillo de If, prisión de máxima seguridad.
Bueno, en esa época los presos “peligrosos” no salían ni a tomar aire, pero Dantés se las ingenia para ponerse en contacto con otro preso, el abate Faría, quien le toma cariño, lo instruye en múltiples ciencias y finalmente le revela, de buen tipo que era, la existencia de un inmenso tesoro enterrado en la isla de Montecristo.
(Como Dumas, de puro anticlerical, hace provenir al tesoro de las rapiñas y asesinatos del papa Alejandro VI Borgia, la Iglesia se enojó y prohibió la lectura del Conde de Montecristo a los fieles.)
La última colaboración de Faría consiste en morirse, con lo que Dantés queda como único pretendiente al tesoro (Alejandro VI, oportunamente, murió en 1503) lo único que le faltaba a Dantés era escaparse, cosa que hace con la colaboración post mortem del abate Faria. (No les digo cómo. Lean el libro). Había caído preso a los 19 años. Entre cavar túneles, hacer el curso acelerado de ciencias varias con Faría y masticar rabia, habían pasado 14 años hasta su huída.
Libre ya y con un minucioso plan de venganza, Dantés pasa por la isla de Montecristo, encuentra fácilmente el tesoro según instrucciones recibidas, se sirve unos millones para gastos menores y desaparece.
Y aquí entra en escena un personaje que se hace llamar conde de Montecristo. Indescifrable, calculador, lleno de miradas significativas, rico como un jeque petrolero, culto y refinado, se instala en el París de 1830 ostentando un tren de vida espléndido rodeado de curiosos servidores y de una hermosísima princesa griega que presenta como su esclava.
Hasta los lectores más inadvertidos (pero no los personajes del relato, por supuesto) se dan cuenta al momento que; a) se trata de Edmundo Dantés en plan de venganza refinada y; b) al final de la novela se casará con la griega.
El resto del abultado libro desarrolla las intrigas de Montecristo para destruir a los malos y premiar a los buenos. Según expresa el protagonista “…lo más bello y grande que puede hacer un hombre es recompensar y castigar” y también “…soy el instrumento del Señor”. Con esas ideas maniobra durante cuatro años de fingimiento hasta que los pillos reciben refinada e inexorable venganza y los buenos en desgracia recobran la felicidad y prosperidad, corrigiéndose los errores del destino.
Y sí, se casa con la griega.
Comentario: si esto les parece el argumento de un culebrón o telenovela, están en lo cierto. Pero hay una diferencia fundamental: está magistralmente escrito. Nunca una telenovela o, si vamos al caso, una película, podrá desarrollar un argumento tan rico con personajes tan bien definidos con pocos trazos, con semblanzas de la época tan realistas. Lo intentó (hubo muchas películas, series y telenovelas), pero los resultados fueron de regulares a funestos, y ni se pueden comparar con el original. Como en todas sus novelas, Dumas enseña mientras relata la historia. Nos lleva de la mano e insensiblemente a compartir la vida de los parisienses de clase alta (vida que conoció muy bien, pues tenía ya 28 años en la época en que ubicó su novela) y nos deja con la sensación de haber leído una hermosa historia. Si aún no leyeron el libro, se los recomiendo sin reservas. Se le notan un poco los años y, por supuesto, no hay escenas crudas ni, mucho menos, porno, pero generalmente quien lo empieza no puede parar hasta terminarlo. Dumas era un maestro, no hay caso.
Como vieron, esta vez no aludo a hechos o individuos chocantes o escandalosos. Fue un paréntesis, porque en la próxima pienso volver a las andadas. Hasta el treinta de este mes.
2 comentarios:
Anónimo ha dejado un nuevo comentario en su entrada "EL CONDE DE MONTECRISTO - UNA RESEÑA":
Interesante, gracias por el artículo. Sin embargo, en la fotografía que identificas como Dantes, hay un error. El personaje en la foto es Guy Pierce, quien interpreta a Mondego en la película de 2002 dirigida por Kevin Reynolds.Jim Caviezel interpretó a Dantés.
Verdad. Google imágenes me engañó. Como no vi la película, cai en el errror que señalas. Acabo de corregirlo.
Aunque, hablando en verdad, a nadie le gusta que lo critiquen, gracias por la crítica
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