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histonotas

viernes, 31 de octubre de 2008

RASPUTIN - EL MONJE LOCO


En un pueblito perdido de nombre impronunciable, en la zona de los Urales, Siberia Occidental, en 1869 el hogar de los Rasputin (en ruso se pronuncia Rashpútin) se vio alegrado (es un decir) por la llegada del pequeño Grigori Efimovich. Los papás eran muy campesinos, y ser campesino (mujik) en Rusia en esa época era preocupante. Resultaba difícil diferenciar entre los mujiks y los animales, física y mentalmente.
El pequeño Grigori asimiló cumplidamente esas influencias, pero estaba complicado con una veta de religiosidad, tal como se la entendía en ese ambiente. A los 18 años se cansó de los animales e ingresó a un monasterio para encontrar a Dios. Tres meses le bastaron. Se fue y, apariciones de la Virgen mediante, perdió la poca cordura que tenía y se hizo místico errante. Como los locos se juntan solos, se unió a una secta de flagelantes que recorrían el país azotándose con entusiasmo para complacer a Dios. También con ese objetivo, y con igual vehemencia, armaban fogosas orgías en las que Grigori descollaba, más que en los latigazos. Para castigarse aún más, Rasputin se casó, en dos años tuvo tres hijos con su esposa y varios con otras señoras, pero al parecer tampoco encontró a Dios porque se fugó del hogar y se dedicó a viajar por Grecia y Asia Menor. Observando la foto de lo que fue su hija (no se conservan fotos de su esposa) se comprende por qué huyó de la casa.

Cansado de vagar, en 1903 recaló en San Petersburgo, ya con una consumada fama de santo. No es broma, en Rusia existió desde siempre una veta mística, y a estos chiflados, que decían ser monjes u hombres de Dios, se les profesaba respeto religioso. Con su currículum de beato, su vehemencia, grosería, lascivia y carácter violento (su temprana formación lo había marcado) vagaba por la ciudad atrayendo la atención de cada vez más gente. Lo ayudaba su aspecto: alto, sucio, melenudo y barbudo, con expresión furibunda y unos extraños ojos amarillentos de mirada hipnótica.

Se dedicó a adivino y sanador, y fue tal su habilidad o suerte que fue llamado a palacio por la familia imperial.

La situación en ella era la siguiente: el zar Alejandro II era un buen tipo, cariñoso con su familia, buen padre, amaba a su pueblo, pero como gobernante era una calamidad. Justo en el momento en que estaban metidos en dificultades, con agitación social, pesos pesados como Lenin y Trotsky moviendo el bote y dos guerras en puerta, a Rusia le tocó un zar que era defensor del derecho divino por herencia, pero sin firmeza de decisiones. Tímido e irresoluto, dependía de lo último que le decían. ¿Hay algo peor que un autócrata indeciso? Su esposa, la zarina, lo influía en todos los sentidos, pero ella misma tenía una marcada confusión mental. Crédula, más que creyente, y dispuesta a aconsejar (decirle lo que tenía que hacer) al irresoluto de su marido. El resto de la familia imperial estaba conformado por cuatro jóvenes hijas, grandes duquesas ellas, hermosas nulidades, y por el heredero, el zarevich Alexei, niño aún y, lo que resultó nefasto, hemofílico.

La enfermedad resultó particularmente grave en el pequeño, que se encontraba frecuentemente al borde de la muerte por derrames internos. Los médicos, como suele suceder, perdidos en la niebla.

En un acceso crítico, con toda la familia real trastornada, una amiga de la zarina sugirió a Rasputin como recurso desesperado. La zarina aceptó y ¡milagro! Fue llegar el monje loco, sentarse a los pies de la cama, empezar a farfullar y a la mañana siguiente el niño estaba como nuevo.

De ahí en adelante, Rasputin se hizo indispensable. A cada paso, la zarina lo llamaba y Rasputin aliviaba al zarevich.

Gradualmente, la zarina fue cayendo bajo el influjo de Rasputin. Lo creía el santo enviado por Dios para salvación de su hijo y también de Rusia. Esta insensata comenzó a consultarlo sobre asuntos de estado y, dada la influencia que ella ejercía sobre el zar, éste decretaba lo que sugería Rasputin. De sugerencias pasó a dar órdenes y a imponer funcionarios, siempre con la amenaza de marcharse si no le obedecían.

Como Rasputin, brujo, santo o hipnotizador, era en el fondo una bestia irracional, comenzó a alardear de su poder sobre la familia reinante. Muchos cortesanos, sobre todo las mujeres, lo adoraban ciegamente, lo seguían a todas partes y caían a sus pies literalmente. Él las trataba como se merecían, como trapos. Había que ver a rancias y orgullosas aristócratas seguir humildemente los mandatos de ese sujeto despreciable. Transcribo comentarios atribuidos a Rasputin

"Las mujeres, querido, son peores que los hombres y hay que comenzar por ellas. Sí; yo procedo así: las llevo al baño a todas esas damas y les digo: «ahora desnudaros y lavad al mujik». Si no se deciden, las convenzo pronto y... el orgullo, querido, no dura."

Comenzaron los rumores, verdaderos o exagerados, de orgías de todo tipo.. Rasputin tenía dos originales teorías. La primera era que había que pecar mucho y seguido, para dar a Dios la oportunidad de demostrar su infinita capacidad de perdón (¡Bravo! ¡Estos son filósofos a mi gusto!) y la segunda era que se podía ir con él sin pecar a todas partes, porque Dios lo acompañaba. Sin comentarios.

¿Qué opinaban los hombres? Algunos, acomodaticios, no ponían reparos a que Rasputin hiciera lo que se le diera la gana con tal de aprovechar su influencia. Otros, principalmente nobles indignados de que se humillase (o algo peor) a sus esposas, echando la culpa además al taumaturgo de la desastrosa marcha de los asuntos del Estado (en este caso sin fundamento, la culpa era del inepto del zar) llegaron a odiarlo a la rusa, mascullando sombrías intenciones.

Un joven pariente del zar, el príncipe Félix Yusupov, junto con otros nobles y funcionarios decididos, organizó una conspiración con el loable objeto de sacar del medio definitivamente al odiado favorito. Las malas lenguas dicen que en realidad Yusupov, que era bisexual, le tenía ganas a Rasputin, a quien todo le venía bien. Nos queda entonces la duda de si Yusupov quería quitar el pellejo a Rasputin por honorables motivos patrióticos o por cuestiones menos transparentes.

El relato de la conjura y su culminación lo contó Yusupov en forma detallada con la mayor frescura y conciencia tranquila en “Cómo maté a Rasputin”, un librito que les recomiendo (lo pueden bajar de Internet).

En síntesis, después de un largo y discreto coqueteo, Rasputin aceptó una invitación de Yusupov y lo acompañó a su palacio. Y acá empiezan las cosas incomprensibles: En primer lugar, la habitación del encuentro estaba en un lóbrego sótano, en lugar de en el palacio en sí. Extrañamente Rasputin, que era un zorro astuto y desconfiado, no puso objeciones. Ya en tema, el asesino en proceso empezó a servirle a su víctima pastelitos con una cantidad de cianuro como para matar a varias personas (lo afirma Yusupov): Rasputin comió uno tras otro sin que se manifestara ningún efecto. Yusupov, presa del estupor y muy nervioso, recurrió a la bebida. Comenzó a servirle vino en vasos también preparados con cianuro. Rasputin bebía como un camello sin evidenciar nada más que una picazón en la garganta. Por lo demás, estaba muy animado y quería ir a ver bailar a los gitanos. Había estado tomando veneno durante dos horas.

Desesperado, Yusupov salió de la habitación en busca de sus cómplices. Les pidió un revólver y volvió a entrar. Para terminar con el asunto, disparó al pecho de Rasputin, quien cayó ensangrentado. Uno de los conjurados, médico, se acercó, lo auscultó, reconoció que la bala había atravesado la región cardíaca, y lo declaró muerto. El muerto abrió un ojo, luego el otro, se levantó penosamente y se prendió al cuello de Yusupov. Éste consiguió zafar, y salió disparado de la habitación pidiendo auxilio. Cuando volvió, acompañado de sus cómplices vio con horror que Rasputin se arrastraba hacia la calle. Allí lo siguieron, disparándole cuatro tiros más. Cayó, finalmente. Yusupov, para estar seguro, lo aporreó hasta cansarse con una cachiporra. Finalmente, entre todos lo envolvieron en una lona y lo tiraron al río.

Días más tarde, el resultado de la autopsia fue que ¡había muerto ahogado!

Esta es la historia oficial, escrita por el asesino, nada menos que un príncipe. Personalmente, creo que se trata de una sarta de embustes, con el fin de resaltar el carácter demoníaco de Rasputin y lo plausible del asesinato. Opino (sin ningún fundamento histórico) que le dieron unos buenos golpes a traición y lo tiraron al agua sin más vueltas.

Con esto los conjurados pensaron haber salvado a Rusia, pero los bolcheviques tenían otras ideas. Al año siguiente (1917) sublevaron a las masas, organizaron una revolución y obligaron a renunciar al zar. Meses después lo arrestaron y lo ametrallaron, junto con toda su familia, su médico, tres sirvientes y sus perros. Fin de la dinastía imperial rusa.

Se dice que Rasputin lo habría predicho:

“Zar de la tierra de Rusia, si tú oyes el tañido de las campanas, que te anuncian que Grigori (Rasputin) ha sido asesinado, debes saber esto: Si han sido tus parientes quienes han provocado mi muerte, entonces ninguno de tu familia, o sea ninguno de tus hijos o de tus parientes, quedará vivo durante más de dos años. Ellos serán asesinados por el pueblo ruso...”

Bueno, en esto acertó, y con esa base algunos le han forjado fama de vidente: Si quieren juzgar por ustedes mismos lean aquí los despropósitos que se le acreditan como profecías.

Para finalizar: Yusupov, por supuesto, no fue castigado por su delito (era pariente del zar, como vimos) y tuvo luego la suerte de escapar a las matanzas de la revolución bolchevique. Huyó de Rusia llevándose una cuantiosa fortuna en joyas, vivió con gran lujo entre Londres y París, donde falleció en 1967, aparentemente sin remordimientos.

Este es el fin de una encantadora historia rusa. Veré qué preparo para el 15 de noviembre. Hasta entonces.





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martes, 14 de octubre de 2008

UNA DE TERROR - JACK EL DESTRIPADOR


Asesino múltiple y prolífico. Actuó en Londres a fines del siglo XIX. Se llamó a sí mismo “Jack the Ripper” (Jack el Destripador) en una de sus presuntas cartas dirigidas a las autoridades. Como se irá viendo, se destacó, además de la multitud de sus crímenes, por su sevicia, su repugnante humor negro y la burla a las autoridades. Todavía no ha sido individualizado, aunque ahora sería más fácil ya que, de vivir, debería tener unos ciento sesenta años. Buscar en los geriátricos y hogares de ancianos (perdón).

Ubiquémonos en 1888, en una Londres oscura, mal iluminada a gas, con algunos suburbios tan ruines y miserables que se resisten a toda descripción. En particular del distrito de Whitechapel, donde se sucederán los crímenes, un viajero escribió:

“Cuanto más penetramos en Whitechapel, más se hundía nuestro corazón. ¿Se trata de Londres? Nunca en Rusia, nunca en los peores tugurios de Nueva York, se puede ver tal pobreza como en el Londres de la década de 1880”

Como suele suceder, donde la pobreza es extrema florece la prostitución. En octubre de 1888 la Policía Metropolitana estimó que había ciento doce prostitutas "de muy baja categoría" residiendo en Whitechapel y unos sesenta y dos burdeles.

El ambiente estaba dado como para el crimen. Y el crimen (los crímenes) ocurrieron puntualmente.
A partir de agosto de 1888 comenzaron a aparecer en el barrio mencionado cadáveres de damas de edades diversas pero de la misma condición: prostitutas. No eran raros estos hallazgos en esa época, pero estos eran particularmente horribles. A las señoritas, además de privarlas de su vida, les faltaban algunas piezas anatómicas, generalmente internas, que supuestamente el asesino se llevaba como trofeo o recuerdo. Con bastante humor negro, podría suponerse que algún fundamentalista moral estaba llevando a cabo la reducción de la prostitución aplicando el drástico expediente de descuartizar a sus practicantes.

La mayoría de la evidencia original reunida en su momento se ha perdido, y muchos “hechos” son en realidad opiniones de los varios periodistas y escritores que se han ocupado del tema durante estos ciento veinte años. Muchos aspectos relatados son en realidad discutibles, y lo que sigue es un pantallazo del caso en general.

Procedamos con orden: ¿cuántas fueron las víctimas? No es fácil responder, porque como dije era bastante elevada la mortandad violenta entre las damas de la noche, y no todas las occisas eran víctimas de Jack. Dada la forma de operar de éste, se puede decir que fueron al menos cuatro, probablemente seis y posiblemente ocho. Dicho así, no parecen tantas. Sus edades y apariencias eran variadas. La mayoría estaban borrachas en el momento de su muerte.

Aunque parezca increíble, recién hace pocos años se pudo reconstruir el modo de operar de Jack.

El asesino enfrenta a su víctima y concierta un “negocio” propio de su profesión (de la de ella, claro) Cuando ella levanta sus polleras, largas en aquella época, para llevar a cabo la "transacción", Jack aprovecha que está indefensa con las manos ocupadas y la estrangula rápidamente haciéndola caer muerta o inconciente. La coloca a su izquierda, para mayor comodidad y para no mancharse demasiado de sangre, se agacha y prolijamente le corta el cuello.

Ya tranquilo por ese lado, pasa a la etapa de mutilación. Con toda limpieza y habilidad, pese a la falta de luz y a un presumible nerviosismo, Jack extrae alguna pieza anatómica con su cuchillo (repito que no voy a entrar en detalles), la mete en su valija y se va tranquilamente.

Comienza a circular, en base a dudosos relatos de testigos una imagen popular del asesino como un "sombrío gentleman" vestido con prendas oscuras, sombrero de ala blanda y un bolso negro. La prensa, especialmente la sensacionalista, se estaba haciendo un festín. Hubo decenas de detenciones de sospechosos "en averiguaciones" (por lo general, seguidas de rápida liberación); búsquedas policiales casa por casa, se distribuyeron folletos, y miembros del Comité de Vigilancia y detectives privados inundaron las calles. Por supuesto, el único resultado fue crear un ambiente de histeria debidamente alimentado por los publicistas.

Para aumentar la confusión, delirantes entusiastas comenzaron a enviar cartas a los diarios y a la policía manifestando ser el asesino. Lo curioso es que, por los detalles suministrados, algunas sí eran auténticas.

Como ejemplo, copio dos de las presuntamente legítimas (aunque, como pueden ver, la letra es bastante diferente):

1 – Dear boss (Dirigida a la Agencia Central de noticias)



"Querido Jefe,

Vengo oyendo que la policía me ha capturado, pero en realidad todavía no me han encontrado. Me río cuando aparentan ser tan astutos y dicen estar en la pista correcta. Esta broma acerca de Delantal de Cuero me hizo morir de risa. No soporto a las putas y no dejaré de destriparlas hasta que haya terminado con ellas. El último fue un magnífico trabajo. No le di a la dama ni tiempo para chillar. ¿Cómo pueden agarrarme ahora? Me gusta mi trabajo y quiero empezar de nuevo. Pronto tendrá noticias mías y de mi gracioso jueguecito.
Guardé un poco de la auténtica cosa roja en una botella de ginger beer cuando terminé mi último trabajo para escribir con ella, pero se me espesó como engrudo y no pude usarla. La tinta roja también es adecuada, espero, ja, ja, En el próximo trabajo que haga cortaré las orejas de la dama y se las enviaré a la policía sólo por diversión (nota: se las mandó, nomás) Conserve esta carta hasta que yo haga algo más, luego tírela directamente. Mi cuchillo es tan lindo y afilado que quiero ponerlo a trabajar enseguida, si tengo una oportunidad. Buena suerte.

Suyo:
Jack el Destripador

No me importa si usa mi nombre de trabajo.

PD: No estuvo bueno franquear ésta antes de limpiarme la tinta roja de mis manos, maldita sea. Mala suerte esta vez. Ahora dicen que soy un doctor, ja, ja "

2 - Desde el infierno: (Dirigida al presidente del Comité de Vigilancia)


"Mr. Lusk
Señor:
Le envío la mitad de un riñón que tomé de una mujer y conservé para usted. La otra parte la freí y la comí. Estaba muy bueno. Puedo enviarle el maldito cuchillo que le extraje si usted sólo espera un poco más.

Firmado: Atrápame si puedes "

La carnicería duró sólo cuatro meses. ¿Se sintió acorralado el asesino? ¿Se cansó? ¿Le cayó mal el riñón a la parrilla? Misterio. La última víctima lo fue en noviembre de 1888. Después, nada.

Pese a todos los esfuerzos y alboroto, la policía nunca pudo encontrar a Jack. Hasta el día de hoy no se conoce con certeza su identidad. Algunos de los presuntos destripadores presentados a lo largo de los años por los aficionados al crimen son:



Príncipe Albert Victor, nieto de la reina Victoria

Joseph Barnett, negociante en pescado

Lewis Carroll, famoso escritor, autor de Alicia en el País de las Maravillas

Dr. Thomas Neill Cream, médico, abortista

Carl Ferdinand Feigenbaum, ejecutado en Sing Sing por asesinato

Mary Kelly, luego bautizada como “Jill la Destripadora” por la prensa.

Aaron Kosminski, peluquero, uno de los más firmes sospechosos según recientes deducciones (2006).

Michael Ostrog, alias Bertrand Ashley, Claude Clayton (Cayton), Dr. Grant, Max Grief Gosslar, Ashley Nabokoff, Orloff, Count Sobieski, Max Sobiekski, y otros alias. Médico ruso, delincuente y demente.

Me detengo aquí para no abrumar. Se barajaban hasta 175 sospechosos, entre ellos una encantadora conspiración de miembros de la familia real inglesa para ocultar deslices del príncipe Albert. Para todos los gustos.

Incidentalmente, merece capítulo aparte la inmensa cantidad de libros, estudios, artículos periodísticos y publicaciones dedicados al tema, donde el elemento más frecuente es el deleite en los aspectos escabrosos, morbosos y horripilantes. Aclaro desde ya que traté de evitarlos, dentro de lo posible (déjenme hacer algunas excepciones para alimentar el morbo, qué embromar)

Nos encontraremos a fines de octubre. Hasta pronto.




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martes, 30 de septiembre de 2008

CARLOS EL HECHIZADO

Esta es la historia de un pobre infeliz contra quien se encarnizó en primer lugar la naturaleza, luego la ignorancia, seguida del fanatismo y la estupidez de sus semejantes. Se llamaba Carlos, y era rey de España.

Empecemos por el papá. Felipe IV, a quien llamaban el rey planeta (no sé por qué), merecería haberse llamado el rey estatua. Consideraba por debajo de su dignidad bajar la vista, por lo que hablaba y caminaba mirando siempre al frente y arriba. Con esa forma de caminar, ante cualquier obstáculo corría riesgo de dar con su real cuerpo al suelo.
Leamos lo que dice de él un viajero francés:

“Usa de tanta gravedad, que anda y se conduce con el aire de una estatua animada. Los que se acercan aseguran que, cuando le han hablado, no le han visto jamás cambiar de asiento o de postura; que los recibía, los escuchaba y les respondía con el mismo semblante, no habiendo en su cuerpo nada movible salvo los labios y la lengua.” Mucha gravedad, sin duda. Estaba grave.

Parece ser que abandonaba su posición majestuosa en cuanto se acercaba a una mujer bonita. Ahí dejaba de ser una estatua animada y entraba en acción. Lo hizo con 50 amantes conocidas, con una producción de al menos 20 bastardos. Por lo visto, su gravedad le impedía tomar precauciones. Eso sí, todo un caballero, a sus ex amantes las metía a monjas para que no anduvieran divulgando cosas privadas. Ocupado en esos menesteres, fue un pésimo gobernante, pero tuvo la suerte de ser contemporáneo de Cervantes, Lope de Vega, Quevedo, Velázquez y otros. Gracias a eso se lo recuerda como un gran rey.

En el tema matrimonio estaba, como todos los reyes, obsesionado por tener un hijo varón. Legítimo, se entiende; de los otros tenía a montones, pero no heredaban. Se casó, vino el varón (mas seis mujeres), pero duró poco (la mortalidad era tremenda en esa época). Como también había muerto su esposa, se volvió a casar. Si hubiese sabido el resultado, se hubiera quedado viudo. Vuelta a poner en marcha la producción: dos nenas (una de ellas es la hermosa infanta que protagoniza el cuadro Las Meninas) y tres varones. De estos se murieron dos y quedó el peor.


Y ahora vamos al personaje que nos ocupa. Todos los que conocieron a Carlos, el futuro rey, desde su nacimiento sólo sintieron asco por él y, si eran de buen corazón, también lástima. Nació raquítico, feo a más no poder, cabezón (hidrocefálico) y mentalmente deficiente. Tan lamentable era su aspecto que no se lo mostraba en la corte, ni se le dio ninguna educación porque, además del déficit mental, todos le pronosticaban corta vida, por lo que no valía el esfuerzo. Lo que el niño hacía con ganas era mamar. Catorce robustas nodrizas se encargaron de su alimentación láctea hasta los cuatro años de edad, fecha en que murió su padre (con qué tranquilidad de espíritu habrá fallecido sabiendo que dejaba esa joya de heredero). Echaron entonces a las nodrizas porque avergonzaba un rey de España mamón a esa edad.

En cuanto al resto de sus cualidades, todas en el mismo nivel. Como no se podía mantener en pie, encargaron al sastre unos gruesos cordones parar sostenerle mientras recibía a los embajadores extranjeros. Aprendió a andar a los seis años, a hablar a los diez, hasta los doce no supo leer y no se vio capaz de escribir –aunque fuese solo su firma: "Yo, el Rey"– hasta los quince años.
A medida que fue creciendo, no mejoraba física ni mentalmente. "Asusta de feo", apuntó un embajador en una carta a su soberano. Enclenque, de piel macilenta, ojos huidizos y nariz ganchuda que casi tocaba el labio. Heredó el prognatismo y el belfo caído de la familia. Nunca pudo masticar en condiciones, lo que, unido a sus delicadas digestiones, le condenaron a padecer vómitos continuos y una diarrea crónica. Para visualizar el cuadro, los pintores nos han dejado retratos que, es de suponer, lo favorecen, con lo que puede imaginarse el original

Desde los cuatro años, en que falleció su padre, hasta los quince, fue considerado menor de edad, ejerciendo su madre la regencia; una mujer beata, ignorante de las tareas de gobierno, autoritaria y apoyado en sucesivos favoritos.

Carlos, en su menguada inteligencia, tenía conciencia de que debía dejar descendencia (infortunadamente, nadie se animó a contradecirlo), de modo que se planteó el tema del casamiento. La “afortunada” elegida fue María Luisa de Orleáns, joven y hermosa sobrina de Luis XIV. Es de presumir que la chica estaba prevenida, porque no mostró mucho entusiasmo con el enlace, al contrario de Carlos, que ya era Carlos II, enamorado de su esposa hasta donde le daban sus capacidades.

Lo que era de suponer: pasaba el tiempo, y de hijos nada. Comenzaron los rumores culpando, por supuesto, a la reina. Mientras tanto, la pobre aludida dale con peregrinaciones, dietas y amuletos, sin resultado. Falleció, cargando, por supuesto, con la fama de infertilidad.

A partir de la muerte de su primera esposa, la salud de Carlos (tenía entonces 28 años) comenzó a empeorar. El embajador de Inglaterra escribió:"Padecía con frecuencia unos temblores que los médicos llaman convulsivos, los cuales comprendíéndole todo el cuerpo, le dejaban sumamente fatigado. A esto hay que unirle que a ratos sentía un interior desfallecimiento como si se fuera a desmayar".

Pese a todo, a casarse de nuevo. Esta vez eligieron a Mariana de Neoburgo, una señorita más bien fea, de mal carácter, con linaje de segunda, pero con una importante cualidad: su madre había tenido veintitrés hijos. Pasaron los meses, la nueva reina tampoco paría, y empezaron las verificaciones científicas. Primero: ¿se había consumado el matrimonio? A revisar a la reina: no era virgen. Por ese lado, todo estaba en orden. ¿Sería culpa del rey? Imposible (¡había que ser obsecuente!)

Los madrileños, que no necesitan mucho acicate, sacaron una copla:

“Tres vírgenes tiene Madrid: la de Atocha, la Almudena, y la Reina Nuestra Señora.”
Como se ve, ya le habían tomado el pulso a la cosa. No creían en las revisaciones.

La ciencia no daba solución. Se recurrió entonces a la religión (o a la superstición que pasaba por religión). ¿No es sabido que Satanás tiene, con el permiso de Dios, potestad para perjudicar a los humanos? ¿No estaría el rey bajo algún hechizo? Bastaba con mirarle a la cara.

Fray Froilán, confesor del rey, tuvo una brillante idea. Sabía que había un grupo de monjas que se decía estaban endemoniadas, y que por su boca hablaba el mismísimo diablo. ¡Se le podría intimar al diablo a través de ellas para que revelase el hechizo del rey y su remedio! Hay que decir en salvaguarda del clero que cuando fray Froilán fue a pedir permiso a su obispo éste lo echó con cajas destempladas. Desobedeciendo a su obispo, el tozudo fraile recurrió al sacerdote que custodiaba a las monjas endemoniadas para que se prendiera sobre el pecho un papel con los nombres de Carlos y de su esposa, y preguntase al diablo si alguna de aquellas personas estaba posesa. Ni corto ni perezoso, el cura puso la mano de una de las pretendidas posesas sobre el altar y conjuró al diablo a responder:La posesa, con una voz de ultratumba, respondió:
"El hechizado es el rey Carlos. El hechizo le vino a los catorce años, y le vino con una bebida, que al tomarla destruyó en él la materia de la generación y la capacidad de administrar el reino."
El remedio que propuso el sacerdote para acabar con el maleficio fue que el rey tomase en ayunas un vaso de aceite bendito. El rey, a espaldas del obispo, fue informado de ello y accedió a tomar el remedio prescrito. Ya mencionamos la debilidad de la mollera real
Como la cosa no parecía mejorar, se le exigió al diablo nuevas consultas.

"Precediendo juramento del demonio por el Santísimo Sacramento, le pregunté en qué había dado el hechizo al rey. Respondió: en chocolate a 3 de abril de 1765. Preguntéle de qué se había confeccionado. Respondió: de los miembros de un hombre muerto. Pregunté: ¿Cómo? Respondió: de los sesos de la cabeza para quitarle el gobierno; de las entrañas para quitarle la salud y de los riñones para corromperle el semen e impedirle la generación. Los remedios de que necesita el Rey, prosiguió Lucifer, son aquellos mismos que la iglesia tiene aprobados. Lo primero darle el aceite bendito en ayunas. Lo segundo ungirle con el mismo aceite todo el cuerpo y cabeza. Lo tercero darle una purga en la forma que previenen los exorcismos y apartarle de la reina... ni verla, ni verle."

Ante la falta de resultados (el pobre rey, untado de aceite y purgado, seguía sin poder preñar a la reina, y además ahora padecía de impresionantes cólicos) se volvió a consultar repetidamente al diablo, hasta que éste perdió, la paciencia, que siempre la tuvo escasa, cortó la línea directa y se negó a hacer más declaraciones, asegurando que Carlos estaba sano y que cambiaran su médico, que le mudaran los colchones y la ropa de la cama y le sacaran de Madrid. Por una vez dijo la verdad.

Enterado el pueblo de estos manejos, como siempre ocurre, le colgó al pobre Carlos el mote de “el hechizado”, que aún conserva.

Al correrse la voz aparecieron más endemoniados y videntes que se decían enviados por el diablo para diagnosticar al rey. Se lo sometió a prácticas semiexorcizantes que, por supuesto, no consiguieron otra cosa que a su débil salud física se añadiera una nueva debilidad mental, pues por la noche cuando se despertaba y vagaba por los oscuros pasillos de palacio, el infeliz monarca ya sólo veía demonios y horribles figuras que, como espantosas gárgolas, le aterrorizaban.

A todo esto, quien se iba al diablo era el reino, que, en medio de guerras perdidas, crisis económicas, inflación desbordante y concesiones diplomáticas a Francia, estaba sumido en el más absoluto desgobierno. Hubo noches en que en la despensa de Palacio sólo había huevos para comer. Se sucedían los favoritos (el rey era incapaz de gobernar) disputaban la reina con la madre del rey, ambas autoritarias, y las flotas de Indias no alcanzaban ni a cubrir las deudas más apremiantes.

Se hundía vergonzosamente la dinastía de los Austria, fundada 200 años antes por el temido Carlos I, dueña de un imperio que terminó por arruinarla.

El último Carlos de los Austria falleció en noviembre de 1700, sin sucesión. Pese a su testamento, que fue prolijamente ignorado, hubo necesidad de una guerra para dar un nuevo rey a España. Este fue Felipe V, nieto de Luis XIV (figuraba en todas este hombre) con quien se inició la dinastía de los Borbones que aún perdura en la Peninsula.

Como explicación del hechizo transcribo el informe de la necropsia del rey, realizada por el médico real por simple curiosidad (ya a nadie le importaba):

"El corazón del tamaño de un grano de pimienta, los pulmones corroídos, los intestinos putrefactos y gangrenosos, en el riñón tres grandes cálculos, un solo testículo, negro como el carbón, y la cabeza llena de agua".

Lucifer tenía razón, finalmente.
Espero que les haya gustado. Hasta el 15 de octubre, amigos.

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