En un pueblito perdido de nombre impronunciable, en la zona de los Urales, Siberia Occidental, en 1869 el hogar de los Rasputin (en ruso se pronuncia Rashpútin) se vio alegrado (es un decir) por la llegada del pequeño Grigori Efimovich. Los papás eran muy campesinos, y ser campesino (mujik) en Rusia en esa época era preocupante. Resultaba difícil diferenciar entre los mujiks y los animales, física y mentalmente.
El pequeño Grigori asimiló cumplidamente esas influencias, pero estaba complicado con una veta de religiosidad, tal como se la entendía en ese ambiente. A los 18 años se cansó de los animales e ingresó a un monasterio para encontrar a Dios. Tres meses le bastaron. Se fue y, apariciones de la Virgen mediante, perdió la poca cordura que tenía y se hizo místico errante. Como los locos se juntan solos, se unió a una secta de flagelantes que recorrían el país azotándose con entusiasmo para complacer a Dios. También con ese objetivo, y con igual vehemencia, armaban fog
osas orgías en las que Grigori descollaba, más que en los latigazos. Para castigarse aún más, Rasputin se casó, en dos años tuvo tres hijos con su esposa y varios con otras señoras, pero al parecer tampoco encontró a Dios porque se fugó del hogar y se dedicó a viajar por Grecia y Asia Menor. Observando la foto de lo que fue su hija (no se conservan fotos de su esposa) se comprende por qué huyó de la casa.
Cansado de vagar, en 1903 recaló en San Petersburgo, ya con una consumada fama de santo. No es broma, en Rusia existió desde siempre una veta mística, y a estos chiflados, que decían ser monjes u hombres de Dios, se les profesaba respeto religioso. Con su currículum de beato, su vehemencia, grosería, lascivia y carácter violento (su temprana f
ormación lo había marcado) vagaba por la ciudad atrayendo la atención de cada vez más gente. Lo ayudaba su aspecto: alto, sucio, melenudo y barbudo, con expresión furibunda y unos extraños ojos amarillentos de mirada hipnótica.
El pequeño Grigori asimiló cumplidamente esas influencias, pero estaba complicado con una veta de religiosidad, tal como se la entendía en ese ambiente. A los 18 años se cansó de los animales e ingresó a un monasterio para encontrar a Dios. Tres meses le bastaron. Se fue y, apariciones de la Virgen mediante, perdió la poca cordura que tenía y se hizo místico errante. Como los locos se juntan solos, se unió a una secta de flagelantes que recorrían el país azotándose con entusiasmo para complacer a Dios. También con ese objetivo, y con igual vehemencia, armaban fog

Cansado de vagar, en 1903 recaló en San Petersburgo, ya con una consumada fama de santo. No es broma, en Rusia existió desde siempre una veta mística, y a estos chiflados, que decían ser monjes u hombres de Dios, se les profesaba respeto religioso. Con su currículum de beato, su vehemencia, grosería, lascivia y carácter violento (su temprana f

Se dedicó a adivino y sanador, y fue tal su habilidad o suerte que fue llamado a palacio por la familia imperial.
La situación en ella era la siguiente: el zar Alejandro II era un buen tipo, cariñoso con su familia, buen padre, amaba a su pueblo, pero como gobernante era una calamidad. Justo en el momento en que estaban metidos en dificultades, con agitación social, pesos pesados como Lenin y Trotsky moviendo el bote y dos guerras en puerta, a Rusia le tocó un zar que era defensor del derecho divino por herencia, pero sin firmeza de decisiones. Tímido e irresoluto, dependía de lo último que le decían. ¿Hay algo peor que un autócrata indeciso? Su esposa, la zarina, lo
influía en todos los sentidos, pero ella misma tenía una marcada confusión mental. Crédula, más que creyente, y dispuesta a aconsejar (decirle lo que tenía que hacer) al irresoluto de su marido. El resto de la familia imperial estaba conformado por cuatro jóvenes hijas, grandes duquesas ellas, hermosas nulidades, y por el heredero, el zarevich Alexei, niño aún y, lo que resultó nefasto, hemofílico.
La enfermedad resultó particularmente grave en el pequeño, que se encontraba frecuentemente al borde de la muerte por derrames internos. Los médicos, como suele suceder, perdidos en la niebla.
En un acceso crítico, con toda la familia real trastornada, una amiga de la zarina sugirió a Rasputin como recurso desesperado. La zarina aceptó y ¡milagro! Fue llegar el monje loco, sentarse a los pies de la cama, empezar a farfullar y a la mañana siguiente el niño estaba com
o nuevo.
De ahí en adelante, Rasputin se hizo indispensable. A cada paso, la zarina lo llamaba y Rasputin aliviaba al zarevich.
Gradualmente, la zarina fue cayendo bajo el influjo de Rasputin. Lo creía el santo enviado por Dios para salvación de su hijo y también de Rusia. Esta insensata comenzó a consultarlo sobre asuntos de estado y, dada la influencia que ella ejercía sobre el zar, éste decretaba lo que sugería Rasputin. De sugerencias pasó a dar órdenes y a imponer funcionarios, siempre con la amenaza de marcharse si no le obedecían.
Como Rasputin, brujo, santo o hipnotizador, era en el fondo una bestia irracional, comenzó a alardear de su poder sobre la familia reinante. Muchos cortesanos, sobre todo las m
ujeres, lo adoraban ciegamente, lo seguían a todas partes y caían a sus pies literalmente. Él las trataba como se merecían, como trapos. Había que ver a rancias y orgullosas aristócratas seguir humildemente los mandatos de ese sujeto despreciable. Transcribo comentarios atribuidos a Rasputin
"Las mujeres, querido, son peores que los hombres y hay que comenzar por ellas. Sí; yo procedo así: las llevo al baño a todas esas damas y les digo: «ahora desnudaros y lavad al mujik». Si no se deciden, las convenzo pronto y... el orgullo, querido, no dura."
La situación en ella era la siguiente: el zar Alejandro II era un buen tipo, cariñoso con su familia, buen padre, amaba a su pueblo, pero como gobernante era una calamidad. Justo en el momento en que estaban metidos en dificultades, con agitación social, pesos pesados como Lenin y Trotsky moviendo el bote y dos guerras en puerta, a Rusia le tocó un zar que era defensor del derecho divino por herencia, pero sin firmeza de decisiones. Tímido e irresoluto, dependía de lo último que le decían. ¿Hay algo peor que un autócrata indeciso? Su esposa, la zarina, lo

La enfermedad resultó particularmente grave en el pequeño, que se encontraba frecuentemente al borde de la muerte por derrames internos. Los médicos, como suele suceder, perdidos en la niebla.
En un acceso crítico, con toda la familia real trastornada, una amiga de la zarina sugirió a Rasputin como recurso desesperado. La zarina aceptó y ¡milagro! Fue llegar el monje loco, sentarse a los pies de la cama, empezar a farfullar y a la mañana siguiente el niño estaba com

De ahí en adelante, Rasputin se hizo indispensable. A cada paso, la zarina lo llamaba y Rasputin aliviaba al zarevich.
Gradualmente, la zarina fue cayendo bajo el influjo de Rasputin. Lo creía el santo enviado por Dios para salvación de su hijo y también de Rusia. Esta insensata comenzó a consultarlo sobre asuntos de estado y, dada la influencia que ella ejercía sobre el zar, éste decretaba lo que sugería Rasputin. De sugerencias pasó a dar órdenes y a imponer funcionarios, siempre con la amenaza de marcharse si no le obedecían.
Como Rasputin, brujo, santo o hipnotizador, era en el fondo una bestia irracional, comenzó a alardear de su poder sobre la familia reinante. Muchos cortesanos, sobre todo las m

"Las mujeres, querido, son peores que los hombres y hay que comenzar por ellas. Sí; yo procedo así: las llevo al baño a todas esas damas y les digo: «ahora desnudaros y lavad al mujik». Si no se deciden, las convenzo pronto y... el orgullo, querido, no dura."
Comenzaron los rumores, verdaderos o exagerados, de orgías de todo tipo.. Rasputin tenía dos originales teorías. La primera era que había que pecar mucho y seguido, para dar a Dios la oportunidad de demostrar su infinita capacidad de perdón (¡Bravo! ¡Estos son filósofos a mi gusto!)

¿Qué opinaban los hombres? Algunos, acomodaticios, no ponían reparos a que Rasputin hiciera lo que se le diera la gana con tal de aprovechar su influencia. Otros, principalmente nobles indignados de que se humillase (o algo peor) a sus esposas, echando la culpa además al taumaturgo de la desastrosa marcha de los asuntos del Estado (en este caso sin fundamento, la culpa era del inepto del zar) llegaron a odiarlo a la rusa, mascullando sombrías intenciones.
Un joven pariente del zar, el príncipe Félix Yusupov, junto co
El relato de la conjura y su culminación lo contó Yusupov en forma detallada con la mayor frescura y conciencia tranquila en “Cómo maté a Rasputin”, un librito que les recomiendo (lo pueden bajar de Internet).
En síntesis, después de un largo y discreto coqueteo, Rasputin aceptó una invitación de Yus
Desesperado, Yusupov salió de la habitación en busca de sus cómplices. Les pidió un revólver y volvió a entrar. Para terminar con el asunto, disparó al pecho de Rasputin, quien cayó ensangrentado. Uno de los conjurados, médico, se acercó, lo auscultó, reconoc

Días más tarde, el resultado de la autopsia fue que ¡había muerto ahogado!
Esta es la historia oficial, escrita por el asesino, nada menos que un príncipe. Personalmente, creo que se trata de una sarta de embustes, con el fin de resaltar el carácter demoníaco de Rasputin y lo plausible del asesinato. Opino (sin ningún fundamento histórico) que le dieron unos buenos golpes a traición y lo tiraron al agua sin más vueltas.
Con esto los conjurados pensaron haber salvado a Rusia, pero los bolcheviques tenían otras ideas. Al año siguiente (1917) sublevaron a las masas, organizaron una revolución y obligaron a renunciar al zar. Meses después lo arrestaron y lo ametrallaron, junto con toda su familia, su médico, tres sirvientes y sus perros. Fin de la dinastía imperial rusa.
Se dice que Rasputin lo habría predicho:
“Zar de la tierra de Rusia, si tú oyes el tañido de las campanas, que te anuncian que Grigori (Rasputin) ha sido asesinado, debes saber esto: Si han sido tus parientes quienes han provocado mi muerte, entonces ninguno de tu familia, o sea ninguno de tus hijos o de tus parientes, quedará vivo durante más de dos años. Ellos serán asesinados por el pueblo ruso...”
Bueno, en esto acertó, y con esa base algunos le han forjado fama de vidente: Si quieren juzgar por ustedes mismos lean aquí los despropósitos que se le acreditan como profecías.

Este es el fin de una encantadora historia rusa. Veré qué preparo para el 15 de noviembre. Hasta entonces.