Es de presumir que ya nuestro abuelo Neandertal trataba de
escudriñar lo que le depararía el mañana. Vital importancia tenía la
posibilidad de cazar un tapir y saciar su hambre o por el contrario ser pasto
de un smilodonte. Ante la incertidumbre del futuro, recurrió naturalmente a los
dioses para que lo dotaran de presciencia, con resultados más bien frustrantes.
Como un ejemplo del marketing inmanente a la raza humana,
dada la necesidad surgió la oferta. Sujetos astutos o inspirados se
promocionaron como intermediarios entre los dioses y los mortales para
revelarles sus secretos designios. Los sacerdotes, que ya existían, se
apropiaron del invento, lo patentaron y ya tenemos los adivinos inspirados por
las divinidades.
En tiempos históricos los vemos actuar entre sumerios,
egipcios, hebreos (la Biblia está llena de profetas, todos pesimistas, con lo
que siempre acertaban). Los griegos no podían faltar. Una adivina predijo la
guerra de Troya, y ya en la contienda tanto griegos como troyanos disponían de
sus augures.
Como todas las predicciones que han sido registradas lo
fueron después de los hechos
pronosticados, invariablemente acertaban (¡oh casualidad!). Existen dos tipos
de excepciones: a) las redactadas en forma tan oscura que pueden acomodarse a
cualquier cosa (ver post sobre Nostradamus) o b) las que pronostican el fin del
mundo, que invariablemente fallan (hasta ahora) pero siempre hay una
explicación. Además, pronto de olvidan.
Hay gran confusión respecto a la sibila (o sibilas, como
veremos) registradas históricamente. Como siempre, fueron los griegos, grandes
fabuladores, quienes iniciaron los relatos. Platón habla de una sola profetisa,
llamada Sibila, hija de Zeus (diversos autores posteriores le atribuyen otros
padres y madres, a gusto). Profetizaba por don de Apolo, ayudada por la
inspiración de vapores alucinantes (alegremente flipada, como dirían algunos
aficionados actuales). En su “viaje” farfullaba incoherencias, que eran
convenientemente interpretadas por los sacerdotes, enjambre de moscas parásitas
harto engordadas por la estúpida credulidad y el oportunismo, que pululaban
alrededor del personaje haciendo su agosto (esta es una verosímil
interpretación no autorizada de mi cosecha).
En vista de la creciente demanda, surgieron otras
profetisas, a las que se llamó con el nombre genérico de sibilas, apropiándose
del nombre de la primera que, al no haberse registrado en su oportunidad, pasó
a ser del dominio público.
Prolijos cronistas recogieron hasta diez sibilas a través
del tiempo, según el lugar donde ejercían. Por supuesto, se transmitían las
funciones de maestra a discípula, por largos años. Resumiremos las más famosas.
Herofila; residía
en la región de Troya. También, para variar se le atribuía a Zeus como padre.
Predijo la guerra y destrucción de Troya, que sería ocasionada por una mujer
llamada Elena. Por lo visto, mucho caso no le hicieron. Nadie es profeta en su
tierra...
La sibila de Delfos. Famosísima.
Todas las leyendas griegas incluyen consultas de los héroes a este santuario. Inspirada
por Apolo, profetizaba inclinada sobre la boca de una sima o grieta en la roca,
por donde se exhalaban vapores alucinògenos. Junto a ella se encontraba el
onfalos, ombligo del mundo. A su alrededor se edificó un templo, cuyos
sacerdotes ejercieron gran influencia, ya en los tiempos históricos,
interfiriendo a veces en decisiones políticas. Sus riquezas eran enormes. Hubo
una sucesión de sibilas en Delfos, durante siglos.
La sibila de Cumas.
Puso su consultorio en Cumas, ciudad de Italia. Tenía una clientela
predominantemente romana. Su nombre era Deifoba, y la inspiraba Apolo. Con este
dios hizo un mal negocio, ya que le pidió que le concediera tantos años de vida
como granos de arena cabían en su mano. El dios se lo concedió con toda mala
fe; le otorgó formidable longevidad, pero no igual juventud. Deifoba se fue
convirtiendo en una momia apergaminada a la que hubo que colgar dentro de una
jaula en el templo de Apolo. El sentido del humor de los dioses es a menudo
bastante retorcido.
También Deifoba tenía sus malas artes. Un buen día se
presentó ante Tarquino el Soberbio, rey de Roma, ofreciéndole nueve libros de
profecías a un precio exorbitante. Tarquino, haciendo honor a su apodo, la sacó
con cajas destempladas. En el acto, la sibila destruyó tres libros y le ofreció
los seis restantes al mismo enorme precio original. Nuevo rechazo y nueva
destrucción de tres libros. El precio seguía siendo el mismo, pero los libros
restantes eran ahora sólo tres. Allí Tarquino hizo el peor negocio de su vida;
compró los tres libros al precio de los nueve. Estos libros se guardaron
celosamente en el Capitolio y los sacerdotes (¡siempre metidos en todo!) los
consultaban e interpretaban en casos de extremo peligro para la ciudad.
Oportunamente se quemaron en un incendio, se reconstruyeron de memoria y se
volvieron a quemar siglos después. Una lástima. Italia (y Europa) los
necesitaría hoy día.
La sibila de Libia.
Sacerdotisa del templo de Zeus Amon (Zeus con cuernos del dios carnero Amon
egipcio), en el oasis de Siwa, en Libia, África. La inspiraba Zeus, esta vez.
Su origen, relatado por ella misma, dice:
Soy de nacimiento mitad mortal, mitad divina;
Una ninfa inmortal era mi madre, mi padre un comedor de maíz.
Una ninfa inmortal era mi madre, mi padre un comedor de maíz.
Esto lo cuenta
Pausanias (siglo II D.C.) según Wikipedia. Considerando que el maíz, originario
de Centroamérica, sólo se conoció en Europa en el siglo XVI, se demuestra el
cuidado que hay que tener al citar fuentes históricas mal traducidas.
Plutarco cuenta
la historia de que Alejandro Magno consultó al oráculo de Siwa y que la sibila
le confirmó como personaje divino y como el legítimo faraón de Egipto. Por
supuesto, Plutarco lo contó como trescientos años después del hecho. Así
cualquiera acierta.
Ya mencioné mi teoría de que los vapores alucinógenos que
estas mujeres aspiraban eran el origen de las “profecías”. Hay otras teorías.
La clásica es la de la inspiración divina. Como la Iglesia católica no podía
aceptarla, se vio obligada a intervenir con el disparate de San Jerónimo y
otros Padres de la Iglesia, que sostuvieron que el don de la profecía en
recompensa de su castidad (¡siempre con la manía sexual!). Sin embargo, existió
una sibila que se jactaba del número de sus amantes. (¡Por qué no te callas,
Jerónimo!)
También andaban circulando
allá por el siglo II ocho libros de supuestas predicciones sibilinas. No hagan
caso. Son falsos. Esta colección fue el resultado del fraude devoto de algunos
cristianos platónicos, más celosos que hábiles, que componiéndola creyeron dar
armas a la religión cristiana, y poner a los que la defendían en estado de
combatir al paganismo con la mayor ventaja.
Para terminar, un ejemplo de
la ambigüedad de los oráculos y la astucia de los sacerdotes.
El rey Creso de Lidia que
había preguntado por la guerra contra los persas recibió la siguiente respuesta
del oráculo de Delfos: «Si Creso cruza el río Halys caerá un gran reino». Creso
lo interpretó como la destrucción de Persia y al mando de su ejército cruzó el
río y fue rotundamente derrotado. El reino que cayó fue el suyo.
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Pido
disculpas por los dos días de atraso en esta entrega. Nos encontraremos
nuevamente a fines de enero.
RECTIFICO: Perdón, amigos. Fuerza mayor. Será hasta el 15 de marzo, sin falta. Prometo.
RECTIFICO: Perdón, amigos. Fuerza mayor. Será hasta el 15 de marzo, sin falta. Prometo.