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histonotas: SAVONAROLA – EL LADO OSCURO DEL RENACIMIENTO

miércoles, 29 de febrero de 2012

SAVONAROLA – EL LADO OSCURO DEL RENACIMIENTO


En la cultura popular no hay más que elogios para el Renacimiento. Que rescató a Europa del oscurantismo medieval (lo que es falso), que se redescubrieron las obras de los filósofos griegos y romanos (lo que es cierto), que genios de todas las artes nacieron y brillaron, y suma y sigue.
No olvidemos sin embargo una amplia zona de sombras. El desenfrenado individualismo, producto de la ambición y el afán de desarrollar al máximo las potencialidades se tradujo principalmente en las clases altas en una pérdida total de principios morales (léase a Maquiavelo).Aquello de “el fin justifica los medios” era norma aceptada y aplicada diariamente.
Esto, que era verdad en toda Europa, alcanzaba su máximo nivel en la maraña de estados que se desarrollaban, luchaban, se aliaban y se traicionaban sin interrupción en la península itálica.
La moral individual seguía los pasos de la deshonestidad política. Roma iba a la cabeza, con el vicio, la corrupción y el lujo desenfrenado del alto clero, encabezado  por el infame papa Alejandro VI Borgia y sus incalificables hijos.
Florencia, la ciudad comerciante, reverenciaba a su moneda, el florín, la flor maldita como la condenaba Dante, y su clase media y alta se hundía en la ostentación y la frivolidad.
Preocupados por esto, a sus gobernantes, la familia Médicis, les pareció apropiado convocar para los sermones de cuaresma  de 1491 a un fraile dominico de reconocida elocuencia, fray Girolamo Savonarola, endeble, enfermizo, de pecho hundido, nariz aguileña, grandes ojos negros chispeantes coronados de gruesas pestañas rojizas. Además, fanático, vociferante, de lengua mordaz y atrevida, a quien algunos historiadores consideran un paranoico, un epiléptico, un sermoneador imbécil, pero lleno de astucia.
El resultado de sus sermones fue fulminante, y los Médicis se encontraron con que la cosa se les había ido de las manos.

De inmediato, atribuyéndose visiones sagradas e inspiración divina, el predicador comenzó condenando la corrupción de la Iglesia (con bastante razón). “Este sacerdote se acuesta con su concubina, el otro con un muchacho, y por la mañana van a decir misa…Los prelados se pavonean con capas de anchas orlas, bendicen con manos enjoyadas y exigen que se los trate de Maestro” Pero el castigo estaba próximo: “ La Iglesia, la Sodoma, la Gomorra, será purificada y renovada; esta misma noche yo mismo he visto en el cielo una espada llameante; el fuego, la guerra, el hambre, la peste, se han derramado sobre los hombres” (y así había ocurrido, realmente).
 
Esto, por supuesto, no agradó en absoluto a Roma, pero el Papa aguantó la furia por motivos políticos.

De allí pasó el fraile, ya lanzado y con creciente éxito de oyentes, a fustigar las costumbres de sus conciudadanos. Aprovechando que, por intrincados motivos a los que Savonarola no fue ajeno, la familia Médicis perdió su poder y fue expulsada de Florencia, con el apoyo del rey de Francia el fraile asumió la dirección de la ciudad y convirtió su púlpito en una tribuna de moral. Evidentemente el lujo y la corrupción reinaban en Florencia, lo mismo que en el resto de Italia, pero Savonarola atacó las costumbres de la ciudad con una furia reformista nunca vista. El régimen se convirtió en teocracia (actualmente vemos lo mismo en los países islámicos, con talibanes y ayatollas dementes). Todo lo que no respirara piedad fue fustigado desde el púlpito y eliminado.
La elocuencia de Savonarola era apocalíptica y prendía fuertemente. Un  asistente que tomaba notas de los sermones escribió: “aquí me ahogué en lágrimas y me fue imposible continuar”. Otro día, asaltados por un escalofrío de espanto, los oyentes se pusieron a correr por las calles como locos.

Como ahora estaba en el poder, persiguió ferozmente a los homosexuales, las bebidas alcohólicas, el juego, la ropa indecente y los cosméticos. El jugador sorprendido era torturado, al blasfemo se le perforaba la lengua. Los niños eran sus espías y sus agentes de policía. Savonarola ordenó buscar por la ciudad cualquier cosa que permitiera la vanidad o el pecado como tablas de juego, libros que trataban temas sexuales, peinetas, espejos, perfumes y ropa indecente que fueron confiscados y echados a la llamada "hoguera de las vanidades", un inmensa hoguera que ardía en la plaza principal de la ciudad.
Ante estos excesos, se fue formando un grupo contrario al gobierno de Savonarola, llamado los arrabbiati o los enojados. Los franciscanos fueron los mayores opositores a Savonarola, pues con sus predicaciones en la Iglesia de los dominicos, la iglesia franciscana de la Santa Cruz de Florencia perdía adeptos y se quedaba vacía.

Como las invectivas contra Roma arreciaban, el Papa trató inútilmente de contemporizar, luego prohibió predicar a Savonarola, cosa que éste ignoró, hasta que excomulgó al fraile, lo que también fue desobedecido. Finalmente Savonarola cometió un error fatal: reclamó que se convocara a un concilio para deponer al Papa. Esta palabra, concilio, es la única que aterroriza a los papas, ya que el concilio tiene poder para destituir al Sumo Pontífice.
Finalmente, Alejandro reaccionó fulminando la interdicción contra Florencia: iglesias clausuradas, no más sacramentos, prohibidos los entierros en tierra consagrada, la certidumbre del infierno para quienes fallecieran, por falta de confesión y, sobre todo, prohibición de comercio con la ciudad interdicta, o sea la ruina.
Como suele suceder, cambió el viento y quienes no congeniaban con Savonarola comenzaron a hacerse oír. Recordando que un día el fraile en uno de sus excesos verbales había ofrecido probar la verdad de sus predicciones pasando por el fuego un franciscano le tomó la palabra y dijo que estaba dispuesto a sufrir la prueba del fuego con Savonarola. Éste no se mostró muy entusiasmado con la idea, pero algunos de sus adeptos se ofrecieron para ocupar su lugar.

Savonarola se puso reticente y puso condiciones: que todos los embajadores de todos los príncipes cristianos estuvieran presentes… exigencia que se prestó a las burlas de sus contrarios.
El concejo de Florencia fijó finalmente el día para la prueba: un dominico (que finalmente reemplazó a Savonarola) y un fraile franciscano deberían  pasar por el fuego.

Dos hogueras rociadas de aceite y de resina y separadas de tal modo que permitieran el paso de un hombre se levantaron en medio de la plaza. Ninguno de los protagonistas estaba demasiado entusiasmado. Empezaron las discusiones: como los hábitos de los campeones podían estar encantados éstos fueron desnudados y se los volvió a vestir. Luego el dominico declaró que sólo entraría en el fuego con un crucifijo en la mano. ¡Profanación!, gritaron los franciscanos. Cedió el representante de Savonarola, renunció al crucifijo, pero quiso llevar con él el Santísimo Sacramento. ¡Profanación más horrible aún! En estas discusiones pasaban las horas, llovía copiosamente y era claro que ninguno de los contendientes tenía intención de sufrir la famosa prueba. La muchedumbre se fue dispersando entre invectivas contra Savonarola, quien llevó el peso del descrédito.

Ya la suerte estaba echada; al día siguiente los enemigos de Savonarola, que se habían envalentonado, organizaron un motín y prendieron al fraile, acusándolo entre otras muchas cosas de desobedecer la excomunión papal.

Una vez cautivo, la justicia de la época siguió su curso habitual: torturas, confesiones de cualquier cosa y condena: enemigo de la Santa Sede, hereje y cismático. Librado al brazo secular, o sea a la hoguera, fue quemado con dos de sus cofrades el 23 de mayo de 1498. El Papa levantó inmediatamente la interdicción a Florencia, felicitó a sus magistrados, concedió un donativo especial, indulgencias y todas sus bendiciones.

Y este fue el fin de una dulce historia. Observarán que, en contra de mi costumbre, no intercalé ninguna nota de humor. Por de pronto, el tema no se prestaba, o tal vez no estaba en vena. Veremos a mediados de marzo. Hasta entonces.

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