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histonotas: 1/2/11 - 1/3/11

lunes, 28 de febrero de 2011

EL CID – VERSIÓN HISTÓRICA

Hablar del Cid es poner en relieve todas las virtudes que enorgullecen a España; tal es la fuerza de sus hechos y la antiquísima tradición relatada en innumeras oportunidades. Las narraciones fueron fijando una imagen que a través del tiempo distorsionó (embelleció e idealizó) la realidad. Por parecerme de interés, voy a publicar dos posts; el presente con lo que se pudo rescatar como realidad histórica de la vida y obras del personaje, y en la próxima quincena sintetizaré la figura legendaria del héroe.

Iglesia de San Miguel en Vivar
 Aclaro de antemano que algunos de los datos que consignaré distan de ser seguros; los eruditos se pelean desde hace siglos por distintas versiones, fechas o lugares. Asumo la prerrogativa de no hacer caso de sus disputas e ignorar alegremente sus torbellinos argumentales.

Nació Rodrigo (Ruy) Díaz en Vivar, cerca de Burgos, en Castilla, entre 1041 y 1054. . Era hijo de Diego Laínez, del que se creía que era descendiente de Laín Calvo, uno de los jueces de Castilla, y de Teresa Rodríguez, hija del conde de Oviedo Rodrigo Álvarez de Amaya.

Estamos en plena edad media, con su feudalismo a cuestas, y la Península Ibérica (que todavía no era España) era un hervidero de reinos (Castilla, Navarra, León, Galicia, el condado de Barcelona, etc.) y las taifas musulmanas, entremezclados con los fanáticos almorávides. En líneas generales, la guerra era entre moros y cristianos, pero la realidad era que reinos cristianos se aliaban con moros para derrotar a otros moros o cristianos y viceversa. Inevitablemente, surgió la iniciativa privada. Vasallos ambiciosos más o menos sujetos a la fidelidad feudal se cortaron solos con proyectos de enriquecimiento y poder personal arremetiendo contra algún enemigo y a veces tuvieron éxito. La famosa Reconquista no fue tan coherente como nos enseñaron.
Rodrigo se crió y creció a la sombra de Sancho II el Fuerte, rey de Castilla. Entre los años 1063 a 1072 fue el brazo derecho de don Sancho y guerreó junto a él en Zaragoza, Coimbra, y Zamora, época en la cual fue armado primeramente caballero y también nombrado Alférez y "príncipe de la hueste" de Sancho II.

 A los 23 años obtuvo el título de "Campeador" –Campi doctor, algo así como maestro del combate- al vencer en duelo personal al alférez del reino de Navarra. Para esa época también ostenta el apodo de “Cid”, del árabe sayyid o sidi, -señor- o “Mio Cid” –mi señor- 
Sancho II el Fuerte
Pero Don Sancho, que en lugar de “el fuerte” merecería ser llamado “el alevoso” se dedicó a arrebatar los respectivos reinos a sus hermanos. Lo que se llama “unificar Castilla”, bah. Comenzó con don Alfonso, rey de León, y luego con don García, a quien arrebató Galicia. Estaba sitiando Zamora, para convencer a su hermana Doña Urraca de que se la cediera, cuando fue asesinado por un tal Vellido Dolfos. Nunca se descubrió al instigador, pero se señaló bajo la mesa al despojado don Alfonso, quien recuperó León y de paso se hizo de Castilla y Galicia. Todos buena gente.
Y aquí lo tenemos al Cid quien, luego de haber colaborado con el difunto Sancho en sus rapiñas, se pasó con armas y bagajes al nuevo rey ahora Alfonso VI, quien lo recibió con los brazos abiertos.
Todo esto no deja bien parada a la honra de nuestro héroe, por lo que en las leyendas como el Cantar del Mio Cid, el Romancero y otros, se tergiversa alegremente esta etapa con una serie de hechos inventados.

Alfonso VI
 Alfonso empleó bien al Cid. Al comienzo, lo honró casándolo con Jimena Díaz, su pariente, y más adelante lo envió al frente de un destacamento a cobrar los tributos de reyes moros renuentes. Los cobró, pero se metió por su cuenta en una disputa entre moros y un conde favorito de Alfonso, a quien derrotó y afrentó. De paso, intervino el Cid en lucrativas empresas individuales que perjudicaban a aliados del rey Alfonso. Para hacerla corta, su señor Alfonso confiscó los bienes del Cid y lo desterró de sus tierras.

Moros aliados
 Partió Rodrigo al exilio mascullando insultos en castellano antiguo, pero como de tonto no tenía un pelo y estaba acompañado por 300 jinetes leales que se autoexiliaron con él, aprovechó la proscripción para hacer de las suyas. Con su tropa (mesnada) y su experiencia militar, se ofreció a los reyes de taifas para reforzar sus huestes, ya sea en sus disputas con otros reyes moros o con señores cristianos, sin distinción. Así estuvo cuatro años, aumentando su patrimonio con rescates, trofeos y rapiñas en general, como en toda guerra. Junto con su riqueza y triunfos, creció la fama del Cid, coincidentemente con la invasión de los fanáticos guerreros almorávides, quienes se tomaban la guerra más en serio que los aburguesados reyezuelos de taifas.

Alfonso VI, luego de recibir una paliza del ejército almorávide, juzgó conveniente tener al Cid como auxiliar, de modo que lo perdonó, lo llamó nuevamente a su corte y le otorgó tierras y ciudades.

Enderezó el Cid hacia Valencia, reinado moro tributario de Alfonso, para defenderlo del ataque de otro rey moro aliado con Berenguer Ramón II, conde de Barcelona. Venció el Cid, apresó a Berenguer Ramón, cobró su rescate, volvió junto a Alfonso y continuó desempeñando misiones bélicas que no enumero en bien de la claridad. En una posterior incursión a Valencia, parece que Rodrigo comenzó a tomar decisiones políticas por su cuenta, concertó alianzas sin consultar y se embolsó los tributos que Valencia pagaba a los reyes cristianos por su “protección”

Esta libertad de acción que se tomaba el Cid, junto con alguna desobediencia a los pedidos de auxilio de Alfonso, le valieron un nuevo destierro. Ya escarmentado y enriquecido, Rodrigo se dedicó a pelear por su propio beneficio. Cayó sobre ciudades musulmanas y las tomó por las armas, exigiendo en cada caso tributos por su “protección”. De nada valió a los reinos amenazados apelar a alianzas con caudillos cristianos contra este azote que les caía como un alud. Derrotó nuevamente el Cid al infaltable Berenguer Ramón II, quien se tuvo que comprometer a abandonar futuras alianzas.

Como resultado, el Cid se transformó en la potencia dominante en el este de la península. Recibió tributos de Valencia, Lérida, Tortosa, Denia, Albarracín, Alpuente, Sagunto, Jérica, Segorbe y Almenara. Alarmado, Alfonso VI formó una poderosa coalición que fue puntualmente derrotada.

Defensa de Valencia
 Logró el Cid ocupar definitivamente Valencia para hacerse fuerte en esa ciudad y gobernarla como principado independiente. Se tituló “Príncipe Rodrigo el Campeador”, pero ahora intervinieron los feroces guerreros almorávides, a quienes derrotó una y otra vez; perdió la ciudad y la reconquistó, se alió con Alfonso y Berenguer Ramón contra los almorávides, resistió sus asedios y consolidó su posición casando a sus dos hijas con el heredero del trono de Navarra y con Ramón Berenguer III, conde de Barcelona (por favor, no confundir con Berenguer Ramón). Omito las ciudades que ocupó y las batallas que ganó, algunas crudelísimas. Baste con decir que su vida fue un incesante guerrear.

Como príncipe de Valencia, otorgó a la ciudad un estatuto de justicia envidiable para la época, restauró la religión cristiana y al mismo tiempo renovó la mezquita de los musulmanes, acuñó moneda, se rodeó de una corte de estilo oriental con poetas tanto árabes como cristianos y se hizo respetar por sus súbditos de ambas religiones.

En Valencia falleció el Cid, en julio de 1099, aproximadamente a los 54 años. Su viuda, Jimena, heredó el señorío y defendió la ciudad con ayuda de su yerno, pero el Cid resultó irremplazable. Jimena tuvo que abandonar Valencia tres años después.

Tumba del Cid y Jimena
 Los restos mortales de Rodrigo Díaz el Campeador fueron inhumados en la catedral de Valencia, pero al caer la ciudad en manos musulmanas fueron trasladados al monasterio de San Pedro de Cardeña en Burgos. Durante la Guerra de la Independencia de 1808 los soldados franceses profanaron su tumba. Los restos fueron recuperados y, en 1842, trasladados a la capilla de la Casa Consistorial de Burgos. Desde 1921 reposan junto con los de su esposa Doña Jimena en un emplazamiento privilegiado de la Catedral de Burgos.

La trayectoria guerrera del Cid es incomparable. Desde su primer exilio con sólo 300 caballeros llegó a príncipe por la fuerza de las armas y su estrategia superior. Contribuyó a la Reconquista, pero incidentalmente adquirió poder personal y se enriqueció enormemente. Luchó contra musulmanes y cristianos indistintamente en pos de su engrandecimiento y dejó materia para que inmediatamente después de su muerte surgieran infinidad de cantares y leyendas.

Hasta mediados de marzo, entonces. Volveré con la leyenda del Cid.


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martes, 15 de febrero de 2011

IVAN EL TERRIBLE, UNO DE LOS ZARES LOCOS

En la historia de todos los reinos existe una buena cuota de deficientes, sicóticos y débiles mentales, pero Rusia ha sido “favorecida” por un porcentaje elevado de dementes, debido tal vez a la herencia, la raza, el vodka o los historiadores.

Corona de los zares
 Dediquémonos por ahora a Iván IV. Nació en una ciudad de nombre impronunciable del principado de Moscovia en 1530. Su niñez fue bastante caótica. A sus tres años murió el padre, por lo que fue coronado como Gran Príncipe de Moscú. Años después, se encargó de que lo coronasen Zar de Todas las Rusias. Un progreso. Cuando contaba con ocho años, los boyardos (nobles) rusos lo dejaron huérfano de madre por vía de veneno. Comprensiblemente, concibió un profundo y perdurable odio contra los boyardos. Volveremos sobre el tema.

Ya sea por la desaparición de su madre, por el desprecio y humillaciones que sufrió a manos de los boyardos o por mala entraña, simplemente, lo cierto es que desde niño fue bastante “peculiar” por decirlo así. Se cuenta que disfrutaba cegando pájaros y torturando perros, a los que después arrojaba desde las torres del Kremlin para deleitarse con su muerte o agonía. No se registran los comentarios de los paseantes a quienes les caía un perro torturado en la cabeza.

Pese a todo, tenía sus partidarios. A los 13 años las tomó contra el príncipe Chuisky, nada menos, e hizo que sus leales lo capturaran, arrojándolo luego a una jauría de perros, que lo despedazaron.

Cuatro años de descanso, en los que se limitó a torturar y asesinar campesinos con el pretexto de una supuesta rebelión.

Trono de marfil de Ivan IV
A los 17 años, aparentemente sentó cabeza. Lo coronaron zar de todas las Rusias, con lo que sentó una base de unión de todos los principados y señoríos, y se casó por primera vez. O bien esto lo reformó o los historiadores le dieron un descanso, porque empezó a gobernar. A su manera, claro. Anexionó a los kanatos tártaros del Volga, se hizo fanáticamente religioso, creó un consejo privado, limitando el poder de los boyardos (a los que seguía odiando), redactó nuevos códigos de justicia limitando el poder de la iglesia, modificó la historia (costumbre de todos los dictadores) escribiendo una historia “oficial” autocrática, y otras medidas de gobierno relativamente sensatas. Fueron doce años de un estadista autocrático, que luchó contra el sistema feudal imperante y unificó Rusia, con él a la cabeza, por supuesto.

 A partir de allí la cosa se complicó. El zar enfermó gravemente y se sublevaron los mongoles, mientras que los boyardos intrigaron para recuperar su poder. Iván sanó, pero aparentemente su enfermedad agravó su desequilibrio.

Se dedicó a gobernar por el terror, matizando ejecuciones con torturas aberrantes. En 1560 murió su esposa, presumiblemente envenenada Privado de su benefactora influencia, Iván mostró su peor aspecto, y comenzó a ser llamado “el terrible”.

Para empezar, declaró la guerra a fuertes potencias como Suecia, Polonia y Lituania. La guerra duró 25 años con altibajos, terminando finalmente con la derrota de Ivan. Durante su transcurso, el trato a los prisioneros fue horroroso. La supuesta traición que obsesionaba a Iván lo llevó a crear un cuerpo de sicarios, los oprichniki, que vestían trajes negros y cabalgaban sobre corceles igualmente negros. Portaban como símbolos una escoba (para limpiar Rusia) y una cabeza de perro (símbolo de la vigilancia constante). Controlados por el propio Iván, sumieron a Rusia en el pánico. Produjeron decenas de miles de ejecuciones arbitrarias. Enormes territorios fueron controlados por ellos... un tercio de Rusia quedó bajo su control, es decir, bajo el poder y la propiedad de Iván. Los crímenes de la Oprichnina no tienen límite, y la crueldad de sus miembros es difícilmente comparable en la historia. Miles de personas fueron empaladas, ahogadas, estranguladas, azotadas hasta la muerte, quemadas vivas o incluso asadas (quemadas a fuego lento). Especialmente la nobleza fue casi aniquilada. Aparentemente, la intención de Iván fue eliminar a los feudales boyardos y reemplazarlos por fieles servidores del zar. Ciudades enteras fueron arrasadas y sus habitantes diezmados y torturados por simples críticas a la política de Estado.
Sin embargo, el mayor símbolo de la locura de Iván llegó en 1581, cuando mató a su propio hijo preferido. Éste le recriminó los constantes maltratos a su mujer embarazada, El rey, ciego de ira, le golpeó en la cabeza con su cetro de hierro, y lo hizo con tal fuerza que le causó la muerte.

Dicen que la muerte de su heredero acrecentó al límite su locura. Desesperado, ansioso, enfermizo... pasaba las noches gritando, arañando y golpeando las paredes de su cuarto, tirándose de los pelos y de la barba. Luego caía en crisis religiosas acompañadas de delirios místicos.

 En estos ataques dijo frases como:
"Desde los tiempos de Adán hasta este día, he sobrepasado a todos los pecadores. Bestial y corrompido he ensuciado mi alma"

Según escritores polacos (y por lo tanto, enemigos) Iván se jactaba en sus últimos años de haber desflorado a más de 1000 vírgenes y posteriormente asesinado a los hijos resultantes. Actualmente se lo considera una falsedad (¿se duda de que hubieran tantas vírgenes?) pero algo de eso ocurría en las elecciones de la novia del zar, para las que muchas muchachas notables llegaron a la capital.

Con respecto a esposas, Iván superó a su contemporáneo Enrique VIII. Tuvo ocho esposas o novias (la distinción no estaba muy clara), con muy mala suerte.
 
Las favorecidas fueron:
  • Anastasia Románovna Zajárina , con la que tuvo tres hijos, Demetrio, débil mental, accidentalmente ahogado en un río al poco de nacer, Iván, asesinado por él, y Teodoro, su sucesor. Salvo algunos golpes ocasionales, fue un matrimonio feliz.
      
  • María Temriúkovna, hija de una noble circasiana, con la que tuvo otro hijo que sobrevivió sólo cinco semanas. Ella murió posiblemente envenenada poco después.
      
  • Marfa Vasílyevna Sobákina, encontrada muerta 16 días después del casamiento, también posiblemente envenenada.
  • Ana Ivánovna Koltóvskaya, mujer plebeya, la cual fue encerrada en un convento dos años después (se salvó de que la envenenaran).
  • Ana Grigórievna Vasílchikova, fue encerrada también en un convento menos de un año después.
      
  • Vasilisa Meléntieva, su sexta esposa, tomó un amante, el cual fue bestialmente empalado tras del adulterio; ella fue encerrada en un convento.
  • María Dolgorúkaya, su séptima novia que no fue hallada virgen por Iván y ahogada el próximo día.
  • María Fiódorovna Nagaya, hija de un borracho. Tuvo un hijo también llamado Demetrio. Ni la envenenaron, ni empalaron, ni fue encerrada en un convento. Iván murió antes.
 Los ataques sicóticos sufridos por el zar podrían, según los expertos, corresponder al resultado del tratamiento de la sífilis con mercurio; este tratamiento era común en la época, y provocaba daños cerebrales que derivaban en cambios constantes de humor y ataques eufóricos y coléricos, con tintes sicóticos. Muchos historiadores piensan que Iván fue envenenado por los boyardos, como su madre Elena Glínskaya (sus restos muestran también una elevada cantidad de mercurio), pero hay referencias indicando que Iván periódicamente tomaba pequeñas cantidades de mercurio contra su sífilis.
Una vez muerto Iván en 1584, su hijo Fiódor fue el siguiente zar de Rusia. Fue un títere en manos de Boris Godunov debido a su falta de carácter y a su deficiencia mental. Con él se extinguió la dinastía y se trasladó a los Romanov, hasta 1917.

 Inexplicablemente, gran cantidad de rusos admiran a Iván como un gran zar y un héroe nacional. Probablemente se focalizan sobre sus objetivos de consolidación de Rusia, destrucción del feudalismo, conquistas territoriales y otros logros. Son los partidarios de que el fin justifica los medios. Siempre los hay.
  
 Sergei Einsestein rodó en 1944 una película sobre el Zar Iván IV, el Terrible, al que Stalín admiraba, pues le consideraba la misma clase de líder brillante, decisivo y exitoso que Stalin aspiraba a ser.La película presentaba a Iván como un héroe nacional, y se ganó la aprobación de Stalin (e incluso un Premio Stalin).

 La segunda parte se rodó en Mosfilm en 1946. Sin embargo, no fue aprobada por el gobierno porque mostraba a Iván menos como un héroe y más como un tirano paranoico, una analogía que a Stalin no le gustó. Censuró la película y no se pudo estrenar hasta 1958, cinco años tras su muerte.  
Esto es todo, por el momento. Hasta fines de febrero, entonces. Gracias por la visita. Escriban.

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martes, 1 de febrero de 2011

LÚCULO – EL GENERAL SIBARITA


Lucio Licinio Lúculo, político, militar y bon vivant romano nacido en 118 AC, era hijo de Lucio Licinio Lúculo y nieto de Lucio Licinio Lúculo. También políticos y militares. Esta encantadora falta de originalidad en los nombres hace que el trabajo de historiador sea a veces una pesadilla. ¿De quién estamos hablando? La madre se llamaba (con perdón) Cecilia Metela Calva.
LUCULO

La única ayuda que nos brinda la antigüedad es la biografía que el historiador griego Plutarco hace de Lúculo en sus Vidas Paralelas. El otro que lo menciona, Apiano de Alejandría, sólo lo hace de paso, al relatar las guerras en que participó.
PLUTARCO
Nos quedamos entonces sólo con Plutarco, que escribió unos 150 años después de los hechos. Aclaro que no me parece una fuente muy fiable (ya lo verán cuando transcriba algo) a causa de que en tiempos pasados (y aún no tan remotos) los historiadores acomodaban los hechos o directamente los inventaban para demostrar alguna tesis o simplemente por afecto o aversión a las ideas o compromisos políticos de sus biografiados. Por otra parte, tengo un prejuicio contra Plutarco debido a que fue durante un tiempo sacerdote de Apolo en el oráculo de Delfos, y como tal interpretaba las predicciones de la pitonisa. Aunque en su época (aprox. 100 DC) el oráculo ya estaba bastante en decadencia y casi sin clientes, las funciones de Plutarco debían requerir bastante engaño y matices de farsa. Malas credenciales para un futuro biógrafo.

 

Volvamos a Lúculo. Pese a algunos inconveniente en su niñez (su padre había sido, condenado en causa de soborno, y su madre, Cecilia etcétera, estaba notada de vivir con poco recato) era de esas personas que tienen la vida resuelta. Fortuna, educación, relaciones muy poderosas y según parece, inteligencia y capacidad administrativa. Por nacimiento e inclinación pertenecía a los optimates, o sea clase alta, conservadora y, como diríamos ahora, de extrema derecha.
Por esos años (aprox. 90 AC) la situación en Roma estaba candente. Dos peso pesados, Mario (enfermizo sediento de poder, de origen humilde) y Sila (cruel, frío y calculador aristócrata) se enfrentaron en lucha a muerte apoyándose respectivamente en las facciones de los populares y los optimates.

Además del dominio de Roma, lo que estaba en juego era el mando del ejército para llevar la guerra a Mitridates VI, rey del Ponto (Asia Menor, cercanías del Mar Negro) que había cometido el error de ejecutar a 80.000 ciudadanos romanos habitantes de su reino. Perfecto pretexto para inva
CAYO MARIO
dirlo. Incidentalmente, los generales romanos se habían percatado desde lo de Cartago que invadir un reino se traducía en enorme enriquecimiento para quien lo llevara a cabo, ya fuese por rapiñas, rescates, cohechos, saqueos y apropiación de impuestos y gastos de guerra. 
LUCIO SILA
 Sila ganó la puja en Roma por lo que, luego de una sangrienta purga, marchó lo más campante a Asia Menor para purgar a Mitridates y llenarse los bolsillos.

Nuestro amigo Lúculo olfateó a tiempo de dónde soplaría el viento y se adhirió a Sila desde los comienzos. Cuando éste tuvo que volver urgentemente a Roma porque los partidarios de Mario estaban levantando cabeza (el propìo Mario había muerto años antes en medio de descomunales borrachera, probablemente de cirrosis) encargó al servicial y capaz Lúculo que continuara la guerra. Sila ya se había enriquecido lo suficiente, y ahora le tocaba a Lúculo.


MITRIDATES
Plutarco y otros se encargaron de relatar en extenso esta fase de la guerra. En particular, Plutarco se deshace en elogios acerca de la inteligencia, bravura y humanidad de Lúculo (cosa esta última que nos resulta inexplicable, ya que liquidó a 300.000 enemigos). En cuanto a sus invariables triunfos, nos cuenta Plutarco sin que se le mueva un pelo que en una batalla, en que los romanos eran inferiores en proporción de 1 a 20, de los soldados de Mitridates murieron más de cien mil hombres, y de los 50.000 de a caballo se salvaron muy pocos. Los Romanos tuvieron cien heridos y cinco muertos. Bueno, Plutarco…..

La guerra se fue haciendo larga, ahora también contra Tigranes, rey de Armenia, pero ya su fin estaba a la vista. Y ahí se le empezaron a complicar las cosas a Lúculo. Por un lado los soldados no eran estúpidos, y empezaron a sospechar que su general estaba prolongando la guerra para embolsar oro

a paladas. Por otra parte, Lúculo era un militar riguroso, que exig
CNEO POMPEYO
ía a sus soldados al máximo y no les admitía las usuales licencias en cuanto a saqueos y violaciones. Se sumó a esto que desde Roma Pompeyo, otro general ambicioso, consideraba que había llegado su turno de llenarse los bolsillos. En resumen, se le amotinaron los soldados y Lúculo tuvo que volverse a Roma con el rabo entre las piernas, aunque con una enorme fortuna.

Ya en casa, con mucha sabiduría, se dedicó a disfrutar de la buena vida. Se hizo construir una enorme mansión de verano, no igualada hasta la época de Neron, la proveyó de doce comedores, dedicados uno a cada dios, le agregó una nutrida biblioteca que puso a libre disposición de estudiosos y amigos, instaló baños, construyó piscinas para peces, diseñó paseos y jardines y se dedicó a dar fiestas de gran lujo y abundancia, para sus amigos y para sí mismo, sobre todo.

Algunas anécdotas, contadas por el inevitable Plutarco:



Pompeyo le censuró el que, habiendo dispuesto aquella quinta con tanta comodidad para el verano, la hubiera hecho inhabitable para el invierno, a lo que, sonriéndose, le contestó: “Pues qué, ¿me haces de menos talento que las grullas y las cigüeñas, para no haber proporcionado las viviendas a las estaciones?” Hablando claramente, tenía otro palacio para el invierno.

Cenaba un día solo, y no se le puso sino una mesa, y, una cena moderada; molesto por ello, hizo llamar al mayordomo; y como éste le respondiese que no habiendo ningún convidado creyó no querría una cena más abundante: “¡Pues cómo!- le dijo-. ¿No sabías que hoy Lúculo tenía a cenar a Lúculo?”

Se encontró un día Lúculo con Pompeyo y Cicerón en la plaza y para tenderle una trampa, le pidieron que los invitara a cenar en su casa con lo que hubiera dispuesto, sin hacer ningún preparativo especial. Procuró Lúculo excusarse, rogándoles que fuese en otro día; pero le dijeron que no convenían en ello, ni le permitirían hablar a ninguno de sus criados, para que no diera la orden de que se hiciera mayor prevención, y sólo, a su ruego, condescendieron con que dijese en su presencia a uno de aquellos: “Hoy se ha de cenar en el comedor de Apolo”, que era el nombre de uno de los más ricos salones de la casa. Lo que no advirtieron es que cada comedor tenía arreglado su particular gasto en manjares, en música y en todas las demás prevenciones, y así, con sólo oír los criados dónde quería cenar, sabían ya qué era lo que habían de preparar y con qué orden y aparato se había de disponer la cena, y en Apolo la tasa del gasto eran cincuenta mil dracmas como mínimo. Concluida la cena, se quedó pasmado Pompeyo de que en tan breve tiempo se hubiera podido disponer un banquete tan costoso.

Y así pasó este precursor de Adriá el resto de su vida. Engordó enormemente, por supuesto, y le importaron tres pimientos los tumultos en Roma, el crecimiento de Julio Cesar, que ya había conseguido una guerra para enriquecerse, y la crisis de la República. A los 62 años, bastante anciano para su época, Calistenes, su esclavo para todo servicio, le preparó una especie de Viagra para mutua satisfacción, pero aparentemente se pasó de dosis y se le aflojaron las tuercas. Murió, loco, poco tiempo después. No hay noticias de Calistenes.
Buen provecho, y hasta mediados de febrero. Chau


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