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histonotas: 1/4/10 - 1/5/10

jueves, 29 de abril de 2010

LEONARDO DA VINCI - DOS APUNTES


Hablar de Leonardo como pintor, escultor, ingeniero y todas las profesiones existentes es una redundancia. Tanto se ha escrito sobre este hombre que parecería no quedar más para decir. Sin embargo, voy a resaltar dos de sus facetas menos conocidas.

Una de sus características sobresalientes era su insaciable curiosidad. Todas las cosas le interesaban sobremanera, y a todas trataba de analizar a fondo.

Comenzó como pintor, y llegó a ser muy cotizado, pero cuando trabajaba en un cuadro y llegaba, por ejemplo, a dibujar un hombro, se ensimismaba en el estudio del mismo, disecaba cadáveres, hacía cientos de croquis, descubría los mecanismos de la articulación, la distribución de venas y músculos y, claro, mientras tanto el cuadro dormía en el taller, quien lo había encargado se impacientaba, quien lo había pagado por adelantado se indignaba, y así sucesivamente. Finalmente, le llegaba otro encargo y adiós el cuadro inconcluso y el estudio anatómico, o de ingeniería, o matemático, o de cualquier cosa a la que el genial Leonardo se hubiese desviado.

Con el cuadro siguiente pasaba lo mismo. Era un problema crónico. Casi se puede decir que son más sus obras inconclusas que las finalizadas. Afrontó juicios, de los que se salvó por sus protectores, tuvo que emigrar (curiosamente, con la famosa Gioconda en su equipaje, de la que no se separaba) y así fue que recorrió todas las disciplinas, tanto es así que Lorenzo de Medici lo recomendó como “un ingeniero que también es pintor”
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Otro aspecto poco difundido de los intereses de Leonardo es su veta de cocinero. En sus tiempos de aprendiz de pintor abrió, con su amigo Botticelli, una taberna: “La enseña de las tres ranas de Sandro y Leonardo”. Decidido a refinar los bastos gustos culinarios de sus contemporáneos, Leonardo diseñó delicados platos para mejorar el aspecto y el gusto del plato principal, como ser diminutas porciones de anchoa dispuestas sobre pequeños trozos de polenta tallados en forma de hojas y flores, artísticamente dispuestos sobre el plato. El efecto fue inmediato: los parroquianos indignados se creyeron objeto de una burla y los innovadores debieron emprender la huída. Se corrió la voz y la taberna quebró.

Nuestro artista se llamó a sosiego por un tiempo, pero la tentación se presentó nuevamente: el duque de Milán, Ludovico Sforza, el Moro, lo contrató como consejero para la construcción de fortificaciones (no construyó ninguna) y maestro de festejos y banquetes de la corte. Allí Leonardo se dio el gusto de aplicar su imaginación; propuso zanahorias talladas, corazones de alcaucil, dos mitades de pepinillo sobre una hoja de lechuga y exquisiteces semejantes.


Como era de suponer, los comensales siguieron prefiriendo sus guisos múltiples, densos y abundantes, y el duque relegó a Leonardo a la tarea de amenizar las cenas, sin elaborarlas.

¿Se dio por vencido Leonardo? ¡No! Comenzó a escribir en sus famosos cuadernillos no sólo sobre la preparación de las comidas sino sobre la organización de las enormes cocinas de palacio. Despreció como bárbaras las costumbres culinarias de su época, promovió los platos simples, en los que se pudiera apreciar el gusto de cada ingrediente. En cuanto a la organización, aplicó su habitual genio analítico: estudió de qué forma, longitud y tipo deberían ser las maderas para arder mejor. Se pasó días estudiando fuegos, quemando diferentes clases de troncos, anotando el tiempo que tardaban en quemarse y la cantidad de calor que proporcionaban. Pasando a la ingeniería, inventó una cinta transportadora que, una vez cortados por una sierra circular instalada fuera de la cocina, acercaba los trozos de troncos al hogar.

Diseñó también un asador automático para evitar que los ayudantes de cocina se pasaran los días girando los espetones. Aprovechando el aire caliente que ascendía por la chimenea, accionaba una hélice que, a través de poleas y engranajes, hacía girar el espetón.

Para mantener siempre limpio el piso de la cocina enganchaba dos bueyes a un cepillo giratorio de un metro y medio de diámetro con una pala detrás para recoger lo barrido. Hasta diseñó, mas no llegó a construir, una picadora de vacas, semejante a nuestras actuales picadoras de carne, pero a escala gigantesca.


Muchas, muchas cosas más; trampas para cazar ranas (similares a las actuales trampas para roedores), música producida mecánicamente (tambores tipo caja de música) para proporcionar “música funcional” a los cocineros, ventiladores para renovar el aire, accionados por un mecanismo movido por un caballo (aire acondicionado de “un caballo de fuerza”). Todo un precursor.

Pasemos a la mesa. Es de imaginarse el estado en que quedaban los manteles luego de un festín sin tenedores basado en carnes grasientas y guisos idem. Las sobremesas transcurrían entre la mugre, literalmente. También a esto se abocó Leonardo. Propuso suministrar a los comensales antes de empezar la comida trozos de lienzo para colocar frente a sí sobre la mesa, a ser doblados y retirados al finalizar la comilona. Quedaba así la mesa razonablemente limpia. En otras palabras, inventó los manteles individuales.

No quiero olvidar sus reflexiones sobre venenos, muy adecuadas a las tormentosas épocas que se vivían. Leonardo comenzó a experimentar con su ayudante, suministrándole pequeñas cantidades de los venenos más usuales, incrementando gradualmente las dosis a fin de lograr, según su teoría, una inmunización. No se pudo llegar a ninguna conclusión debido al enérgico rechazo del ayudante, una vez enterado de que le estaban poniendo estricnina en la polenta . Lástima. El servicio doméstico nunca colaboró ciegamente.

Concluyo transcribiendo algunas reflexiones de Leonardo sobre el tema. Nos parecerán increíbles, pero reitero que para los tiempos que corrían eran de lo más apropiadas.

Un buen veneno siempre se ha de administrar al comienzo de la comida. pues actúa con más rapidez con el estómago vacío, y usado de esta manera beneficiará tanto al envenenador, que no tendrá necesidad de usar más que una pequeña dosis de su arma, como al anfitrión, que no deseará que las diversiones que haya dispuesto para la sobremesa se vean afectadas por la agonía de la víctima.

De la manera correcta de sentar a un asesino a la mesa: si hay un asesinato planeado para la comida, lo más decoroso es que el asesino tome asiento junto a aquel que será objeto de su arte, pues no interrumpirá la conversación si este hecho se limita a una zona pequeña. En verdad, la fama de Ambroglio Descarte, el principal asesino de mi señor Cesare Borgia, se debe en gran medida a la habilidad para realizar su tarea sin que lo advierta ninguno de los comensales. Después que el cadáver - y las manchas de sangre, de haberlas - haya sido retirado por los servidores, es costumbre que el asesino también se retire de la mesa pues su presencia, en ocasiones, puede perturbar las digestiones de las personas que se encuentren sentadas a su lado.

Las citas de Leonardo las extraje de Los sabores de la historia, de Víctor Hugo Ducrot, pequeño libro recomendable por su amenidad.

Advierto a mis numerosos (???) lectores fieles que omitiré mi próximo post del 15 de mayo por motivos de viaje. Hasta el 31 de mayo, entonces.



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viernes, 16 de abril de 2010

PAPADOS ERAN LOS DE ANTES - BONIFACIO ES UN SANTO

Veamos el siglo IX. Reconozcamos que era el fondo del pozo en la historia de Europa. Todo lo peyorativo que implica la palabra “medieval” se puede aplicar a esa época. Los bárbaros aún no civilizados se estaban desparramando impunemente por Europa; de entre ellos había surgido un enérgico líder con cierta visión, Carlomagno, que arrasó con todas las tribus circundantes, construyendo un poderoso reino, el de los Francos.

Para poder hacerlo impunemente, y mantenerse, se apoyó en la Iglesia. Esta pretendía una supremacía espiritual sobre todo el mundo civilizado, basada en la herencia de Cristo, pero también pretendía convertirse en el árbitro de los conflictos temporales entre los reyes, emperadores y reyezuelos, ejerciendo un poder supranacional, como diríamos hoy. En esa línea, procuró revivir el extinto Imperio Romano otorgándoselo a Carlomagno a cambio de su apoyo militar. Se formó así una sociedad que funcionó... mientras vivió Carlomagno.
Enseguida todo se derrumbó. Descendientes del fallecido emperador se masacraron prolijamente, con el Papa de turno tomando partido por uno o por otro, excomulgando a los contrarios y coronando a los aliados. El encarnizamiento era a muerte, y duró cerca de seiscientos años.

En el mencionado siglo IX el Papado llegó a lo que aún historiadores católicos consideran su punto más bajo. No sólo la simonía (venta de cargos eclesiásticos) sino toda clase de intrigas y violencias, condimentadas con lujuria, vicios de todas clases y una ambición que no reparaba en medios, campeaban en la maltrecha Iglesia. Basta con mencionar que en diez años se sucedieron 11 Papas, siendo el asesinato la forma más frecuente de desaparición. Los controvertidos candidatos al Imperio, aliados con las distintas facciones romanas, intervenían sangrientamente en la elección y estabilidad papales.

Bueno, ya tenemos el encantador fondo. Vayamos a un caso concreto.


Año 891. Un obispo de Porto, ciudad cercana a Roma inexistente en la actualidad, es elegido Papa. Su nombre es Formosus, y goza de fama de eficiente negociador. Como persona, es de costumbres moderadas (nada de los vicios comunes en la época) pero se encuentra inevitablemente enredado en los conflictos por las candidaturas al funesto Sacro Imperio Romano Germánico.

En ese momento hay dos contendientes, Lamberto de Spoleto y Arnolfo de Carintia, ambos descendientes de Carlomagno con derechos más o menos fundados.
Al asumir Formoso, Lamberto, sus tropas y sus partidarios se encontraban ocupando Roma, por lo que Formosus “espontáneamente” coronó emperador a Lamberto. Poco después, en un acto que lo pinta de cuerpo entero, Formosus envía emisarios a Arnolfo invitándolo a invadir Italia y presentarse en Roma para disputar la corona a Lamberto, quien nunca había gozado de las simpatías de Formoso. Recuerden que Maquiavelo aún ni soñaba en nacer, por lo que no hay cómo calificar a este innoble proceder. Después de todo, Formosus no parece ser tan virtuoso.

Llegan Arnolfo y sus tropas a Roma, arrojan a puntapiés a Lamberto y sus seguidores, y el Papa consagra emperador con toda la pompa al vencedor, olvidado de que previamente había coronado a Lamberto. Todo un lío.

El siguiente paso era obtener la sumisión del otro "emperador", Lamberto, pero la madre de éste, Agiltrude, que era más brava que su hijo, se niega a que acepte tal sumisión. Ya intervienen las mujeres, y la cosa se exacerba.

Casualmente, a Arnolfo le da un ataque de parálisis y debe volverse a Alemania. Es el turno de Lamberto y su mamá, que entran a Roma con sus tropas.

Aquí las crónicas se vuelven confusas. El día 4 de abril del 896, día de Pascua, dicen que el Papa Formoso "moría de muerte violenta". Sus restos fueron enterrados junto con los de sus predecesores en el atrio de San Pedro.

A la muere de Formoso , se organiza un movimiento popular que eleva a la silla papal a un sacerdote de nombre Bonifacio, que asciende con el nombre de Bonifacio VI. Reinó sólo 15 días. Parece que "un ataque de gota" acabó con él (¿Se acuerdan de Juan Pablo I? La historia se repite)

Entonces el voto de los electores recayó sobre el obispo de Agnani, Esteban, que se convierte así en Esteban VI.
Éste se ve en las manos de Lamberto y su agresiva madre que, vengativos, quieren hacer algo que suene y quede marcado para siempre en la Historia. Quieren acabar con la memoria de Formoso al que odiaban profundamente.

Y la venganza fue, según todos los recopiladores de aquella época, "lo más horrendo que jamás haya podido contar la Historia". Una profanación sacrílega y la aplicación de la "damnatio memoriae" en un escenario macabro.

La damnatio memoriae (condenación de la memoria) aplicada en Roma contra Nerón y otros emperadores, consistía en borrar totalmente de la historia el nombre y los hechos del condenado. Se anulaban sus leyes, se eliminaban sus efigies, su nombre no podía ser pronunciado. Era como si nunca hubiera existido. En la actualidad, se aplicó contra Trotsky, luego contra Stalin y recientemente contra Perón, luego de su caída.

No contentos con eso, Lamberto y sobre todo su encantadora madre obligaron al Papa Esteban a juzgar al finado Formosus como acto de escarmiento. El juicio debía ser público, con el acusado presente, por lo que se exhumó a Formosus, que con nueve meses de muerto se pueden imaginar en qué estado se encontraba, se lo vistió con ropas papales, se lo sentó en un sillón, atado para que no resbalase, y se celebró la macabra farsa, conocida por la posteridad como el “sínodo sangriento” o “concilio cadavérico”.


Por supuesto, se lo condenó con cualquier cargo ridículo. El horrible cadáver fue despojado de todas sus vestiduras, se le cortaron los tres dedos con que había impartido sus bendiciones y se los quemaron arrojando sus cenizas al Tiber.

Un grupo de soldados cogió el cadáver y lo arrojó a una fosa maldita en la que yacían los cuerpos de varios condenados a muerte y algunos desconocidos.
No contentos los salvajes partidarios de Lamberto, asaltaron aquella otra tumba, desenterraron nuevamente los trajinados restos y los arrojaron al río Tíber.

Años después una crecida del Tíber arrastró el cadáver de Formoso que quedó varado río abajo entre algunas ramas, siendo encontrado por un ermitaño que lo recogió dándole cristiana sepultura (¡otra vez!). Esta noticia fue comunicada al Papa del momento (en el interin se habían sucedido tres papas, prolijamente asesinados), quien se apresuró a organizar una procesión para ir en busca del ahora venerado cuerpo, que fue nuevamente desenterrado y colocado en una caja con todos los ornamentos de su rango y llevado solemnemente hasta el Vaticano donde se le dio sepultura entre las tumbas de los Papas, en el atrio de San Pedro, como cuenta el cronista Auxilius. Es de esperar que no se lo desentierre nuevamente, porque ya se está convirtiendo en una pintoresca costumbre Vaticana.

Recapacitemos ahora: ¿qué importancia tienen algunos casos de pedofilia frente a esta lúgubre mascarada? Comparados con Esteban VI, Bonifacio XVI y sus muchachos son unas inocentes florecillas del campo. Y otra consideración; si la Iglesia Católica ha sobrevivido a semejantes acontecimientos es de presumir que perdurará por los siglos de los siglos, algo o bastante desacreditada, pero firme. Es irrompible.

Como siempre un saludo y hasta fines de abril.


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