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histonotas: 1/11/09 - 1/12/09

domingo, 22 de noviembre de 2009

JUANA DE ARCO – SANTA, VIRGEN, MARTIR Y MUCHO MAS


Tenemos aquí el ejemplo de una meteórica carrera a la inmortalidad. Entre los 13 y los 19 años Juana fue pastora, diplomática, capitana de guerra con estandarte propio y mando de tropas, estratega, hacedora de reyes, prisionera, vendida a los enemigos, juzgada por la iglesia, condenada y quemada. Es difícil comprender cómo tuvo tiempo para todo eso. Y el ritmo siguió después de muerta: vuelta a juzgar, indultada, beatificada, canonizada, declarada protectora de cantidad de gremios y asociaciones, santa patrona de Francia….y sigue la lista.

Juana la hiperactiva en realidad se llamaba Jehanne, y nunca usó el apellido paterno Darc. Se hacía llamar Jehanne la Pucelle, o sea Juana la doncella..

La síntesis de su vida vertiginosa es breve; su intervención en los hechos históricos está comprobada, pero su propia historia, sus palabras y motivaciones son sumamente dudosos, dado que proceden en su mayoría de sus declaraciones en el juicio eclesiástico que terminó con su condena y muerte, y este juicio fue mentiroso y falseado del principio al fin, las actas adulteradas y las declaraciones tergiversadas, o borradas. Veamos de todos modos la historia oficial.

Nació Juana en Domrémy, aldea de Lorena, en 1412 (se supone; la fecha exacta no la conocía ni ella) hija de agricultores.
Desde los 13 años (ella fue quien lo dijo en su juicio) comenzó a oír voces que al comienzo provenían de la iglesia. En un principio, le pareció la voz de un ángel, una voz muy noble (así dijo). Con el tiempo, la fue atribuyendo a Dios, luego a san Miguel, y finalmente la fijó en santa Catalina y santa Margarita, muy veneradas en esa época.
Cuando la interrogaron en la corte sobre las visiones se negó a dar más explicaciones. Con lo que sí insistió hasta el cansancio, y se convirtió en el motivo de su vida (y de su muerte) fue en el mensaje que le transmitían las voces. Le urgían a expulsar a los ingleses de Francia, comenzando por hacerles levantar el sitio de la ciudad de Orleans.

Y aquí es necesario un breve repaso de la situación franco inglesa.

En 1328 moría Carlos IV, último rey de Francia de la dinastía Capeto, sin dejar hijos varones. En la sucesión, muy disputada por descendientes de ramas colaterales con mayores o m
enores derechos, se presentó el rey de Inglaterra, Eduardo II, pretendiendo el trono de Francia con razones bastante legítimas, por la rama femenina.

Por el lado francés los nobles, con varios desacuerdos, eligieron y consagraron al primo del difunto Carlos, nombrado Felipe VI, de la casa de los Valois.

Y se armó nomás la guerra, entre los reyes de Inglaterra y los Valois, nada menos que por el trono de Francia. La guerra duró, entre conflictos y treguas, ciento dieciséis años, por lo que se lo llamó la guerra de los cien años, para redondear.

Para complicar, nobles franceses descontentos o aprovechados combatieron del lado inglés contra los Valois y sus partidarios.

Ya sé, todo esto es bastante enredado, pero constituye el marco de l
a historia de Juana de Arco.

Para la época de su nacimiento (cerca del 1400) los franceses iban perdiendo en toda la línea. Por estupidez e incompetencia de sus reyes, el territorio estaba invadido, el reino estaba en inminente peligro de disolución, el último rey de Francia, Carlos VI el loco (sí, tenía ataques de locura con períodos de cordura; la peor situación) había declarado que su hijo, el Delfín (heredero) era bastardo (lo que era bastante creíble, dadas las costumbres de la reina) y designado como sucesor al rey de Inglaterra.

Muere Carlos VI y los ingleses, apoyados por el duque de Borgoña (francés) y sus partidarios, invaden para reclamar el trono.

Están sitiando la ciudad de Orleans, punto clave, mientras que el Delfín, con la autoestima por el suelo por haber sido oficialmente declarado hijo de p….., permanece indeciso, rodeado de sus barones y
tropas leales, todos en estado deliberativo y sin hacer prácticamente nada.

Y aquí irrumpe la doncella como un vendaval. Ya a sus tempranos trece años, cabezadura como una mula, persistente hasta la exasperación, tiene una simple idea fija: Francia para los franceses. Los ingleses deben irse inmediatamente del territorio, por las buenas o las malas. No es ella quien lo dice: sólo obedece a sus voces. ¡Es una orden de Dios!

Consigue Juana quien la apadrine, se viste de hombre (ofensa gravísima en esa época), atuendo que no abandonará hasta sus últimos días, («Todo lo que yo hago es por orden de Nuestro Señor. Si él me ordenara tomar otro hábito yo lo tomaría, porque sería por orden de Dios». Nuevamente el teléfono directo) y llega a Chinon, donde se encuentra el Delfín y su corte.

Éste se esconde entre sus cortesanos para ver si Juana es capaz de reconocerlo (esto da una idea de la “sagacidad” del sujeto).
Por supuesto, a Juana le basta con buscar al que tiene más cara de bobalicón para descubrirlo.

Le acomoda su discurso de liberación inmediata («Señor Delfín, me llamo Jehanne, la Pucelle; y el Rey del Cielo te envía una palabra a través de mí, por la que tú serás consagrado y coronado en Reims, y que tú serás el lugarteniente del Rey del Cielo, que eso es ser rey de Francia»), y lo convence (o tal vez le convenga dejarse convencer; nunca se sabrá).

Y allí va Juana, arengando a los nobles de la corte, que estaban esperando a alguien con las ideas claras, y luego a las tropas, gente salida del pueblo que sufre bajo la dominación extranjera.

Enardece el ánimo de todos y los lleva a Orleans. Levantan el sitio. Recuperan la ciudad. Primer triunfo para las voces, que predecían la victoria («Ella me decía que yo levantaría el asedio de Orleans»).

La heroína del día era la Doncella, pese a no haber combatido. Bastaba con su presencia, enarbolando su estandarte de capitana. Poco más podía hacer, ya que el equipo, sin contar lanza, escudo y espada, pesaba sus buenos treinta kilos, nada apto para que una dama, por fornida que fuese, anduviera a los golpes con semejante ferretería encima.

Los soldados ya la consideran una santa, y la siguen ciegamente. Se suceden una serie de batallas victoriosas, que alejan el peligro inmediato de ruina francesa.

Y luego, a Reims, ciudad tradicional de coronación de los reyes de Francia. Consigue que el Delfín se decida (notable hazaña) y se haga consagrar y coronar como Carlos VII.

Juana, vehemente como es, no se da cuenta, pero para Carlos VII su trabajo ha terminado, y es el tiempo de la diplomacia y los tratados. Juana es mujer de ideas fijas y extremas, y querrá seguir peleando hasta que no quede un inglés en Francia.

Solapadamente, Carlos le irá restando apoyo, ignorará sus pedidos de refuerzos, hasta que inevitablemente Juana caerá prisionera.

Juana declaró más adelante en su proceso, que sus voces, las de Santa Catalina y Santa Margarita, le hicieron saber que sería capturada, pero no tenía por qué sufrir porque Dios le ayudaría a pasar el trance (aquí las voces se equivocaron de medio a medio). Además ella probó de pedir a qué hora sería tomada presa, pero las voces no se lo dijeron.

El conde Jean de Luxemburgo, cuyos hombres habían apresado a Juana, la trató con toda deferencia, y su prisión fue llevadera (pese a lo cual, intentó escaparse dos veces) pero al mismo tiempo la puso directamente en venta, cosa bastante deshonrosa pero usual con los prisioneros de guerra en esa época.

Carlos VII se hizo el desentendido, o estaba ocupado con otros temas, por lo que Juana resultó adjudicada a los ingleses, sus peores enemigos.

La entrega fue efectivizada en Ruan, luego de atravesar varias ciudades en una larga marcha. Al
lí su suerte empeoró definitivamente. Fue encarcelada, esposada, y astutamente derivada por los ingleses a tribunales eclesiásticos, es decir la Inquisición.

El proceso fue por herejía (pretensión de comunicación directa con Dios y sus santos) y por usar ropa masculina (¡!!!) El tribunal fue presidido por Pierre Cauchon, obispo de Beauvais vendido a los ingleses (hizo honor al apellido; actuó como un cerdo) y sus procedimientos fueron, según los historiadores, una farsa. La mayoría de los jueces estaban comprados, y el resto sufrieron fuertes presiones de los ingleses.

Con la habitual lentitud de la justicia, el proceso se arrastró durante cinco meses. Las intervenciones de Juana fueron claras y valientes, pero los ingleses se impacientaban.

Finalmente, Juana firmó una retractación de sus dichos sobre las voces y aceptó vestirse “adecuadamente”, lo que conllevaba una penitencia transitoria, pero dos días después se presentó nuevamente vestida de hombre y manteniendo la autenticidad de las voces.

No se sabe si fue engañada, inducida o sufrió un ataque de su habitual fanatismo, pero con esa actitud se convirtió en relapsa, o sea reincidente. Muerte en la hoguera, sin escapatoria.
Victoria de los ingleses y de su asalariado, el traidor obispo Cauchon. Se descabezaba la línea dura de Francia. Quedaba abierto el camino de negociaciones interminables.

La ejecución de Juana fue muy fantaseada por la posteridad. Corren historias de su desesperación inicial y la recuperación de su entereza.

Place du Vieux Marché (Plaza del Viejo Mercado), Ruán, 30 de mayo de 1431. Unas diez mil personas más mil soldados ingleses, todos expectantes, a las nueve de la mañana de aquel día.

Juana iba vestida de blanco y llevaba algunos detalles en recuerdo de Jesús. En el centro había una hoguera montada; una plataforma con una estaca en el medio a la cual sería atada, con un montón de ramitas de madera para poder calar fuego a sus pies.

Cauchon: «Como miembro podrido, te hemos desestimado y lanzado de la unidad de la Iglesia y te hemos entregado a la justicia secular»


Entonces un alguacil dio la orden de ejecución y el verdugo la llevó a la estaca. Llevaba un papel clavado en la parte superior con las palabras «hereje, reincidente, apóstata, idólatra».

Como último deseo, Juana reclamó que los sacerdotes alzasen una cruz delante de sus ojos hasta que ella muriese, para que así acabara sus últimos momentos acompañada de Dios.

Juana entonces gritó: «Ruán, Ruán, ¿puedes sufrir por ser el lugar de mi muerte?».
Un auxiliar subió a la plataforma y alzó la cruz, y ya entre las llamas, ella todavía le pidió que bajara para que no se llevara ningún disgusto, pero siempre con la cruz alzada, para que fuese lo último que ella
viera.
Así lo hizo y Juana se perdió entre las llamas. Pero todavía pudo gritar la palabra «¡Jesús!» varias veces.

Se dice que antes de que muriera la Pucelle, Cauchon se acercó a ella, y Juana gritó: «Yo moriré por su culpa, si yo me hubiese entregado a la iglesia y no a mis enemigos, yo no estaría aquí».

Bueno, todo esto es muy dramático y emocionante, pero no puedo sustraerme a pequeños demonios de incredulidad.
En primer lugar, las voces. Comenzó por lo obvio en una campesina iletrada: Dios. Pasó a un santo específico, y luego a dos santas de moda. ¿Hasta qué punto Juana creía a las voces o las voces decían lo que Juana quería creer? Me suena a argumento inventado para conseguir sus fines o a alucinación psicótica. Como en las religiones, no hay nada demostrable. Se cree o no se cree.

Luego, su muerte. Guarda demasiadas semejanzas con la muerte de Jesús como para ser casualidades. En primer lugar, la mansedumbre. Diría que los que contemplan una muerte tan horrible como la de ser quemado vivo, o bien se debaten y hay que llevarlos arrastrando o están insensibilizados por el terror, casi exánimes. No me imagino a alguien caminando tranquilamente y departiendo con sus acusadores.

El detalle del cartel clavado en la estaca está calcado del INRI de la cruz.

Finalmente, las últimas palabras. Alguien a quien se le está calcinando la anatomía no dice “Jesús, Jesús” y además se pone a discutir con su juez. Entre el humo y la falta de aire por la combustión, sin mencionar
el dolor atroz, lo único que puede hacer es toser o aullar, o las dos cosas.

No digo ninguna novedad si sospecho que la historia de Juana está tan retocada que guarda un muy remoto parecido con la realidad. Desgraciadamente, el mito está tan arraigado que ya es la realidad.


Para completar, la posteridad la idealizó y la transformó en una santa enviada por Dios para salvar a Francia. (No se explica qué motivo pudo haber tenido Dios para preferir los franceses a los ingleses, pero así es la cosa), y con eso no se discute.

Los espero dentro de quince días o antes, si puedo. Hasta pronto.


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