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histonotas: 1/8/07 - 1/9/07

miércoles, 1 de agosto de 2007

LAS CRUZADAS (I)

Introducción y Situación General



¿Por qué se llaman cruzadas? Nada que ver con las palabras cruzadas. En ese tiempo todavía no se habían inventado. Lo que pasa es que los tipos que participaban – después veremos cómo y por qué - se hacían coser en la ropa, preferentemente en el pecho o en el hombro izquierdo, una cruz para diferenciarse. Por eso se los llamaba cruzados. Las expediciones en las que participaban cruzados se llamaron cruzadas. El nombre es muy posterior a la época en que tuvieron lugar.
Y hablando de época, vamos a situarnos. Allá por el año seiscientos y pico nació el islamismo (Mahoma mediante). De inmediato se extendió, no precisamente por la persuasión sino por la más directa y sangrienta conquista. Y adonde se extendió, se quedó. A fines del siglo XI partiendo de Arabia ya había ocupado el norte de África, Egipto, casi toda España, lo que hoy es Siria, Persia, Armenia, Turquía y, lo que viene al caso, como más adelante veremos, Palestina, con Jerusalén incluida.

Mientras tanto en Europa todos los señores feudales estaban ocupadísimos durante siglos peleando entre sí por territorios, los reyes disputando quién se iba a quedar con el Imperio Romano Germánico, heredado de Carlomagno – aproximadamente, Alemania, Austria y el norte de Italia – y el Papa tronando contra todos los que no reconocieran su independencia del poder de reyes y emperadores. Delicias del feudalismo. Tan ocupados estaban que no le dieron importancia a lo que estaba pasando allá lejos - tampoco ayudaba la falta de comunicaciones - aunque una minoría venía haciendo desde hacía siglos peregrinaciones a Tierra Santa para reverenciar el sepulcro de Cristo que estaba en territorios dominados por el Islam, por lo que dependían de la tolerancia de los musulmanes.

Y así llegamos al año 1095. El papa Urbano II dirigía en Clermont, Francia, un discurso destinado a nobles y dignatarios, exhortándolos a ir a combatir a Tierra Santa contra los infieles (o turcos, como se los llamaba). Como en este discurso se contienen los motivos religiosos, económicos y simplemente rapaces de las cruzadas, voy a citar brevemente un párrafo pertinente:

“... pues el país que habitáis es demasiado pequeño para vuestra gran población, no abunda en él la riqueza y apena
s produce el alimento suficiente para quienes lo cultivan... tomad el camino que conduce al Santo sepulcro, librad a aquel territorio de su raza perversa y sometedlo. Esa tierra que, según dice la Sagrada Escritura, “mana leche y miel” fue concedida por Dios a los hijos de Israel, es el ombligo del mundo; la tierra es más fecunda que otras, como otro paraíso de delicias."
"Todos aquellos que mueran por el camino, ya sea por mar o por tierra, o en batalla contra los paganos, serán absueltos de todos sus pecados. Eso se los garantizo por medio del poder con el que Dios me ha investido. ¡Oh, terrible desgracia si una raza tan cruel y baja, que adora demonios, conquistara a un pueblo que posee la fe del Dios omnipotente y ha sido glorificada con el nombre de Cristo!
"


Esto se llama hablar claro. Desde ya, los nobles no necesitaron una segunda invitación, aunque algunos de ellos se enrolaron por auténtica fe religiosa.

El factor que Urbano no mencionó es que, mientras se ocupaban de esos menesteres, los barones, nobles y reyes estarían momentáneamente lejos de Europa, no se pelearían entre ellos (o por lo menos, lo harían en otro país) y le dejarían las manos libres para hacer y deshacer.

Mientras los entusiasmados señores, nobles, segundones – hijos menores sin herencia -, eclesiásticos, y otros de ese nivel se preparaban para ponerse en marcha, en el otro extremo de la sociedad también se ponían en movimiento los siervos, artesanos, campesinos y esclavos a quienes se había predicado lo mismo, pero lo hacían con más rapidez y determinación, sin duda porque su situación era más angustiante: realmente vivían en la última miseria, el hambre y el sometimiento eran habituales, y cualquier cambio era para mejor. Además, por su mayor credulidad, fe o inocencia (lo que prefieran) imaginaban que su intervención libraría al sepulcro de Cristo que se les decía profanado.











Libros sugeridos:

PIERE BARRET/JEAN-NOËL GURGAND: Los torneos de dios (Tres tomos; Novela histórica). Ed. El Ateneo - Biblioteca Atenea

VILLEHARDOUIN, JOINVILLE Y OTROS: Cronistas medievales franceses. Ed. Centro editor de America Latina







(continuará)

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